CORREO ELECTRONICO

martes, 6 de mayo de 2008

"Me acompañas con tus chácharas, te acompaño con mi silencio"

"Me acompañas con tus chácharas, te acompaño con mi silencio".
"Me acompañas con tus chácharas,  te acompaño con mi silencio"

No siempre la multitud ha significado compañía. Aquí estoy abandonado. Abandonado en el último rincón de la casa, de mi propia casa que construí con tanto esfuerzo. Postrado en esta cama de hierro, lo único que me queda del pasado. La cama es el puente que me llevará donde mis abuelos, mis padres y el resto de la familia que ya no está. Hay falta de luz. Sobra frío aunque estamos en verano. Nunca hizo tanto frío aquí en este pueblo. No sé si ha cambiado definitivamente el tiempo o esta frialdad es reflejo de mi estado actual. Pero hace más de dos años que tengo frío. Parece mentira que se escape mi vida. Parece mentira que me vaya en estas condiciones. Los míos apenas se acercan, ya no es como antes. Les escucho cuando regresan del trabajo, contando sus éxitos. Ya no dicen que se morirán sin mí, le han echado una llave al candado de mi corazón.
Yo siempre supe esperar por ellos. Sin importar la edad los esperé siempre sentado en el portal simulando insomnio cuando ya eran hombres hechos y derechos. ¿Podrán esperar ellos por mí?. Les echo de menos aunque estén ahí, en el corredor, en la salita, en el recibidor, o el zaguán. Cuando se paran a mi lado, movidos por la compasión no me dirigen la palabra. Si apenas me miran. Hablan sólo entre ellos. Cuentan sus trivialidades. Uno alguna vez dijo que yo ya no tenía mente para recordar, que era absurdo intentar conversar conmigo. Todos le creyeron y se acabaron los diálogos tiernos que venían de una dirección.
Se dan cuenta que corren lágrimas por mi rostro, pero no se preguntan ¿Por qué? .
Creen que no escucho nítidamente a Mariana reclamando por los paños que tiene que lavar cada mañana. Hervir, lavar, secar y planchar. Dice que anda con náuseas con tanto despojo. Que en otros países los pañales son desechables. Que no sabe cuánto va a durar esto. Se estará refiriendo a mí. También ellos reclaman. No van a andar comprando pañales nuevos porque en el estado que estoy no vale la pena gastar dinero. Sería algo así como botar la plata a la basura. Mira, que en medicamentos ya se ha gastado bastante y sin resultado aparente. Y el bienestar de esta familia es de los que vienen atrás y siguen creciendo.
Siento una melodía que no tiene nada que ver con la algarabía propia del carnaval que se debate afuera en la calle entre el sudor y el repique de tanto tambor. Ellos jamás sabrán que oigo otra melodía distinta. Una melodía que yo me he inventado para no escucharles.
“Anoche no nos dejó dormir con sus quejidos”-Alguien reclama. Ninguno excepto Mariana se levantó para ver qué me aquejaba. Ninguno supo que Mariana estuvo una hora tratando de moverme con sus manos sabias y fuertes para cambiarme del lado orinado al lado limpio, colocó las compresas e hirvió agua para calentarme los pies que tiritaban de frío. Ellos no podían incorporarse de sus camas tibias porque hoy les esperaba el carnaval.
Me calmo y espero tranquilamente a que entre la enfermera y Mariana a revolverme las escaras. Es el momento en que veo, aunque no tan nítido como pretendiera, una u otra pared. El techo lo conozco de memoria. Ya no necesito mirarlo. Nunca antes me había fijado en él. Ahora recorro el surco de sus vigas. Descubro lo que ellos no han podido, los orificios por donde cruza el agua en tiempo de lluvia. Prefiero que no cojan la gotera, en el otro mundo no podré quizás escuchar el compás del agua cayendo sobre la palangana que acumula agua hasta la mañana en tiempos de lluvia.
Me han traído a esta pieza junto a los cuadros que tanto quise. No sé si es una buena o mala señal. Son cuadros que antaño adornaron la sala pero que hoy han sido reemplazado por otros de plástico y acrílicos traídos de la China. Estos tienen una magia especial, serán réplicas pero al fin al cabo son famosos. Tres de ellos expresan el estado de la naturaleza muerta, frutas, peces y laureles. Alguna similitud con mi presente. Cuelgan del techo los aviones de madera que fueron de mis hijos y luego de mis nietos. Ya no hacen reír. Los chicos prefieren juguetes de plástico.
Cuando la muerte venga por mí me voy a entregar sin remilgos. Eso tuve que haber hecho hace dos años. Me hubiese evitado tanta lástima y dolor. Quiero que mis manos tengan fuerzas para dar.
Me voy a ir de madrugada. En silencio. No podrán lamentar que les quité el sueño.

“Te voy a poner rosas para que puedas olerlas. Cuando te mueras ya no las necesitarás”. Entra Mariana portando un buen racimo de rosas y azucenas, no las veo pero aún las puedo olfatear. Ha cambiado inmediatamente el olor a humedad trasformando la pieza en algo más armónico y respirable. .“Mis santos me han dicho que aunque no contestas puedes escuchar”. Mientras acomoda las flores en el búcaro comenta “Yo te acompaño con mis chácharas y tú de igual forma me acompañas con tu silencio”
¿Será cierto que se comunica con sus santos?. Creo que son sus años, su experiencia lo que la hace opinar.
Tiene ese don de dar tranquilidad y hacerme olvidar lo que no me puedo llevar. Se pone a tararear una melodía que debe haber escuchado en sus años de infancia porque suena a tambor de negro de esos que se escuchaban en el batey. A veces pronuncia partes entrecortadas que no alcanzo a entender si es en otra lengua o producto de sus lagos de olvido de la letra. Ahora calla, acomoda las sábanas blanqueadas por sus manos y sus callos.
En silencio sin cruzar una palabra me da un beso en la frente, humedece mis labios con un algodón con agua. Limpia la manguera con mucho cuidado para no dañar más la entrada a las fosas nasales.
“¡Duerme feliz!”
Antes que apague la lamparita de la mesita de noche echo un vistazo leve. A este cuarto están trayendo de a poquitico todo lo que no sirve. Inservible pero recordable. Yo no quiero trastes viejos, quiero la paz. Déjenme marcharme ya.





Comentario:Cuento ficción escrito en 1998 inspirado en Camagüey.