CORREO ELECTRONICO

martes, 20 de diciembre de 2011

"Camagüey intervenido"



"Camagüey intervenido"

Eran las nueve y pico. Todavía se esparcía por el aire el aroma a café mañanero, que se escabullía, sin permiso aparente, por las rendijas y cerraduras de las casonas camagüeyanas. El taller de mecánica ya estaba en su apogeo, no por la cantidad de pedidos, que no eran tantos, sino por la dinámica de la perfección a la que Manuel tenía sometida su rutina y la del resto de sus empleados. Contaba las herramientas con la vista, hacía un balance rápido de las ventas del día anterior, cuestionaba la demora en la reparación de algún carro, supervisaba la pulcritud en la atención y de paso mantenía un diálogo abierto y directo mezclando órdenes con chistes y comentarios obscenos. Así hubiese transcurrido el día entero, si no hubiese llegado intempestivamente, la comitiva que venía a nacionalizar su taller.

Manuel se quedó perplejo, por la actitud invasiva y déspota de la mujer que tenía enfrente, quien irrumpía estrepitosamente el espacio, hasta entonces, propiedad exclusiva de los hombres. La mujer, vestida de uniforme verde olivo, que cargaba su locuacidad con epítetos insurgentes: “Viva la revolución”, “Viva el proletariado”, se sacó la boina, también verde olivo y soltó su rubia cabellera en tono desafiante, -Vengo a confiscar el taller.
Todos se miraron perplejos.
- A entregar al pueblo lo que es del pueblo – recalcó, por si aún quedaban dudas.

- Este taller es mío. Y antes fue de mi padre y del padre de mi padre - respondió Manuel.

- Eso fue en otros tiempos. La Revolución exige sacrificios y este es uno de ellos.



Ella sacó de la mochila guerrillera unos documentos, retiró de su hombro la metralleta, no porque le pesara sino para poder ordenar el papeleo y siguió trasmitiendo en una jerga que se le hizo a Manuel latera, repugnante e ininteligible.


En resumen, bastaron sólo quince minutos para que Manuel pasara de dueño del taller a jefe de local, cargo este que además podría ser transitorio porque el Partido Regional, dando uso a sus facultades, bien podría designar a algún combatiente que lo administrara mejor. Manuel tragó en seco y cercado por la falta de alternativas y cegado por las circunstancias firmó.

En la noche, cuando Manuel llegó a su casa a cenar, su mujer ya había cambiado la tenida revolucionaria que llevaba en la mañana por un vestido multicolor. Manuel mantenía la esperanza de que apareciera algún gesto de arrepentimiento por parte de la mujer, que siempre había amado, pero que lamentablemente había empezado a perder. Ella, por el contrario, mientras fregaba algunos tiestos y ordenaba otros, tarareaba exprofeso una canción que se había hecho muy popular en ese entonces compuesta por Carlos Puebla. Rezaba algo así: “Al que asome la cabeza duro con él, Fidel, duro con él"


Manuel apartó el plato de frijoles negros sin tocar, masculló algunas palabras que solo él supo entender. El silencio interior lo bloqueó, dejó de escuchar, dejó de mirar. Ella seguía de espaldas, aparentemente triunfadora, provocativa, glacial. No se hablaron entonces y no se hablaron más.

FIN