A Elena, con el paso del tiempo le ha cambiado, entre otras cosas, su amplia cabellera rubia por delgados, canosos y alborotados hilos que cuelgan al azar. Pero no ha perdido vigor, pues en La Habana sigue al frente de muchas causas juntas, incluso de esas que otros dan por perdidas. Anda de cuadra en cuadra, como había hecho en Santa Clara, Cabaiguán y Caibarién, por nombrar solo algunos pueblos de su zona, desde mucho antes del triunfo revolucionario. Siempre se le ve preocupada de todo y de todos porque para ella no hubo ni habrá distinción de razas, edades, ni color, cuando de ayudar se trata. Se pone muy brava si la tildan de racista. Eso no lo soporta ni en bromas porque le sobran razones para demostrar lo contrario, aunque ella ingenua e involuntariamente acude con frecuencia a un fundamento poco serio:
Fin