CORREO ELECTRONICO

miércoles, 5 de junio de 2019

"Resolviendo"




"Resolviendo"


Amiga mia. Qué agradable saber de ti y los tuyos, de tus peripecias e inquietudes, que también, aunque diametralmente opuestas, podrían ser las mías. Porque, increíblemente, tu vida se mueve como un tren a toda marcha allá en Miami. En cambio acá, en nuestra estrecha y angosta isla caribeña, nosotras vamos también en tren, pero lechero, parando en cada entronque, limitando nuestro impulso, yendo contra las leyes naturales de gravedad, sumergidas totalmente en la inquebrantable traumática inercia.

Nuestro verde tren no lleva destino definido. Si se atraviesa un caballo, el tren para, se toma su tiempo y va a estar allí inmutable calentando sus hierros al sol hasta que al animal se le ocurra hacerse a un lado. Esperamos y esperamos, esperamos en las terminales, esperamos en las colas, esperamos en el médico. Y hemos aprendido tanto a esperar, que pareciera ser que disfrutamos a plenitud este hecho.

El otro día me fui a resolver, en tu país dirían “de compras”. Te entiendo, porque ustedes salen por dos razones, porque tienen que comprar algo puntual o porque se les antoja mirar y mirar hasta que se deciden por algo. En cambio yo salgo con la fuerte convicción de que encontraré alguna bobería a pesar de que no haya nada. Camino y camino tratando de resolver y solo me detiene alguna cola. Nos acostumbramos tanto a ellas y a la ilusión de que estamos parados en el lugar justo, que ya ni preguntamos qué se vende. Resolver es eso, comprar cualquier cosa, te sirva o no, porque a la larga podrás cubrir las necesidades, sino tuyas, las de otro. En última instancia, lo inservible, servirá para un trueque.

Las colas te pueden irritar, pero también dependiendo de la duración, son el espacio idóneo para trabar amistades, para saber de amigos comunes o simplemente para conocer de otros lugares y de otras colas. Que si a dos cuadras de aquí venden unos blumers que te mueres, que cinco cuadras más arriba venden helados, eso sí, hay que hacer la colita con mucha paciencia y devoción, de lo contrario te lo pierdes. Que si sigues hasta la calle de los chinos, cerca de le estación de ferrocarril, capaz que encuentres cajitas de mentolatum, del bueno, del que ya no se ve desde el triunfo revolucionario en las farmacias comunes y corrientes. Entre ir y venir o simplemente entre esperar y esperar, se pasa el día volando. A lo mejor hasta alcance a comerme un helado en “El París”, un nuevo local de comida rápida que es el furor camagüeyano, que según auguran, no durará mucho, al menos no tanto como el Coppelia que ahora está irreconocible lleno de moscas, hediondo y descolorido.

¡Qué rico llegar a la casa con algún trofeo, premio a la espera, galardonada por la caminata resultado del esfuerzo cotidiano!.

Ayer fue uno de esos días, de los de locos, porque con diciembre llega el vencimiento de los cupones de mi tarjeta. No sabes cuántas veces me los han querido comprar, pero yo de porfiada, guardándolos para esas oportunidades que no se repiten, esperando el momento real para ocuparlos. Mami opera diferente. ¡Ay!, si estoy hablando como los cuadros del Partido. Bueno, ella al igual que yo, es E-3. ¿Tú alcanzaste a “disfrutar” de este invento cubano?, No, no creo que desde entonces ya gozáramos de tanto ridículo. Pero a lo que iba. Mami, cada tres meses, cuando le toca comprar al grupo E-3, religiosamente madruga y se espanta unas colas de Ave María Purísima. Fíjate que no le va mal. Se aparece de vuelta cuando ya el sol cayó, con sus colonias rusas “Noche de Moscú” o “Primavera”, ganchitos para el pelo, un corte de tela o un par de zapatillas.
-Pero mami, tú usas el veintitrés y estas son número treinta.
-Tus primas tienen la pata grande. Si no le sirven a una, las usará la otra. No faltará quien las ocupe. ¿Qué prefieres, que pierda el cupón?. No muchacha, yo no soy como tú. Igual sirve para resolver.

Ahí está resumido todo. Siempre hemos tenido gustos diferentes. Solo ayer coincidimos en algo: las mismas colonias. Aunque yo tuve más suerte, porque además encontré calzado para mi pie, mi número, mi color favorito, el tamaño del tacón predilecto. ¿No será mucha suerte? . Regalo de fin de año- digo yo. Porque se nos acaba este y empezará otro con más restricciones y menos comodidades. Perdón, con las comodidades propias del sistema, porque en honor a la verdad, como dice Consuelito Vidal, tenemos salud y educación gratuita, aunque yo ni estudie, ni me enferme para poder constatarlo. ¿Estoy siendo malagradecida?.

No te imaginas lo que me gustaría volver a festejar la Navidad. ¿Te acuerdas cuando nos íbamos ambas familias al campo para estos festejos?. Juntas armábamos nuestros árboles, compartíamos las bolas navideñas e intercambiábamos regalos que solo podían abrirse el seis de enero para día de Reyes Magos. Bueno, después vino lo que tú sabes, que si los curas eran contrarrevolucionarios, que si la religión era el opio de los pueblos, que si en Rusia no festejaban Navidad y vivían bien igual, que si ya no se vendían adornos para el árbol de Pascua. Mi madre, contra su voluntad, sacó la Madonna que colgaba detrás de la cabecera de su cama e influyó, como ella sabe hacerlo, para que mi abuela bajara definitivamente el cuadro de Jesús que tenía en la sala. Como el marco de algún modo era valioso, con el tiempo lo sacaron de la cochera donde había ido a parar junto con los trastes de mecánica de mi padre. Desempolvaron el cuadro y sustituyeron al Cristo por la foto del Ché Guevara, esa donde aparece fumándose un tabaco. Y de Jesús no se supo más. Lo curioso es que con San Lázaro ocurrió algo diferente. Mami lo hace aparecer una vez al año, lo coloca en una esquina bien escondido, le prende velitas y nos hace prometer que no le contaremos a nadie, ni en la escuela ni en el Comité. No deja que le cuestionemos, porque ella sabe sus cosas. “Mirar y no tocar, que yo me entiendo a mi misma” Impenetrable y poco trasparente. ¿No crees tú?. Yo la respeto, por supuesto, pero no dejo de pensar en el Cristo, ese que acompañó cada velada, que recibió a tantas visitas, que nos miró con desconfianza cuando algo malo tramábamos.

Amiga, nos quedamos sin Cristo, nos quedamos sin nada.


Fin