CORREO ELECTRONICO

miércoles, 1 de noviembre de 2017

“Vivir intensamente el ascenso al Pochoco”

“Vivir intensamente el ascenso al Pochoco”

Mi sobrina Patricia me ha invitado a escalar un cerro en Santiago. No es cualquier cerro, se trata del Pochoco, al oriente de la capital, desparramado placenteramente entre caminos ensortijados y predios silenciosos con espacio ilimitado mirando hacia a la ciudad que se ahoga allá abajo ante el porfiado smog dominguero. Para mí, acostumbrado al ejercicio en bicicleta que me lleva al Cerro San Cristóbal con frecuencia, esta experiencia es tentadora y especial. Yo voy vestido como para un torneo de ciclismo, en cambio Patty lleva zapatos de caña alta con una suela envidiable, y bastones propios para la ocasión, además de bloqueador, gorro para el frío y el sol, agua, y ricas golosinas en su morral.

Me faltan alas para volar de tanto entusiasmo y aunque veo la distancia por vencer, no me amilano. Muevo los brazos al viento, como queriendo tocar con las manos el cielo, este, tan distinto al mío pero igual de genial. Parece mágico, porque permite conectarme con los sueños de hoy y de antaño. Me falta solo el aroma a sal, que lamentablemente no llega hasta este lugar.

Resoplo en silencio, agoto mis fuerzas, late el corazón de una manera distinta, el vértigo me hace dudar, pero avanzo impulsado por el entusiasmo de mi sobrina, su tenacidad propia de los años mozos y su ingenuidad.

El sol nace despacio tras otros cerros. Nosotros, después de algunas breves pausas, porque hay que continuar, nos empinamos cuesta arriba. Llena de energía y vitalidad, Patty me arrastra rumbo a la cúspide de la montaña. Yo aspiro el viento frío de este invierno lúgubre y eterno, ella disfruta las bocanadas de aire sin parar. No basta la sonrisa para vencer esta pendiente, ni la genuina alegría que provoca escalar. Si para arriba es difícil, no sé todavía, cómo será bajar.

De vuelta, me pongo a reflexionar sorprendido que haya subido tanto. Tras la tercera caída y un largo rodar, se apodera de mi el pánico. Cada silaba es amarga, ya no quiero conversar. Todo se me hace invisible y pasan imágenes como vagones de un tren veloz que atraviesa la ciudad. Entro en una galería de terror mientras una voz que está más abajo me dice “vamos tío, que usted si puede ganar”. De vuelta a la realidad me levanto indeciso y comienzo de nuevo a andar. El deporte es mi pasión pero esta aventura es de considerar. Pierdo nuevamente la estabilidad. Bajar ha sido vergonzoso porque desciendo vertiginosamente como lava camino al mar. ¿Dónde quedó el Manuel que lanzaba jabalinas en sus años de universidad, que saltaba dunas en Santa María del Mar, que nadaba estrechos sin parar?. Los años no pasan en vano. Hay que contentarse necesariamente con la realidad. Al fin y al cabo cumplimos el recorrido con esfuerzo y dignidad. ¿Dignidad?.

Patty me abraza cariñosamente:- “ve tío, que se la pudo igual”. Es la frase más tierna que hubiese podido escuchar.

¿Pochoco?. ¡Bien vale la pena otra oportunidad!


Fin