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sábado, 1 de agosto de 2015

Teresa y Daniel - remando por un sueño



  Teresa y Daniel - remando por un sueño


Devuélveme un minuto de tu vida,
regrésame con ese instante la calma”

Teresa lleva a su hija hasta el malecón habanero. Una vez más se siente abandonada como la aurora en cualquier polo. Y si sigue amarrada a la existencia es únicamente por su pequeña Yusnaisis. El mar la transporta a otra dimensión y desde allí se comunica con Daniel que se deja ver de vez en vez entre las olas que irrumpen suaves y lánguidas sobre el dañado muro. Quisiera llevarle flores, pero la tomarían por loca o santera, y no es ni lo uno ni lo otro.

Teresa no le cuenta a su pequeña niña, pero verbaliza consigo mismo lo que está experimentando. En estas idas y venidas al malecón de tarde en tarde, ha encontrado cierto consuelo, una ayuda para controlar sus múltiples emociones, minimizando el impacto del evento traumático que le tocó vivir. Está ahí rindiendo homenaje a ese hombre del cual hoy solo conserva la imagen y algunas medallas que recibió años atrás cuando volvió de Angola, después de haber luchado por una causa ajena, con uniforme cubano y fusil ruso. Teresa ve a Daniel expuesto al olvido, teme que sea borrado porque cada vez va quedando menos de él. Los libros de marxismo leninismo, comunismo científico y otros cachivaches que pertenecieron a la era soviética y que fueron la única propiedad que heredó de su marido, los revendió en el mercado negro a un comerciante de la Plaza de Armas, donde ingenuos y soñadores turistas se los pelean como trofeo. ¡Que se deleiten ellos de tanta mierda y farsa histórica!- exclamó Teresa cuando despachó sin asco la última caja llena de papelería barata con prematuros huevos de cucarachas.

Nunca antes ni Teresa ni Daniel habían hablado mal del Partido y menos del sistema. Aunque Daniel había perdido toda esperanza de “un mañana mejor” sabía que si se caía el comunismo no podría seguir dando clases de Materialismo Histórico y Dialéctico ni de Comunismo Científico. “_Teresa, de qué carajo voy a vivir si lo único que sé es dar charlas del futuro luminoso bajo la bandera del socialismo mundial”. Definitivamente se sintió perdido entre mitos. Desde chico se había quemado las pestañas registrando y atesorando libros y manifiestos del mundo de izquierda hasta que, ya adulto, empezó a hacerse más preguntas que las que estaban permitidas. Cómo iba a enfrentar a sus estudiantes (a los díscolos) en la universidad de La Habana cuando cuestionaran el “modelo económico cubano” del que tanto se hablaba. Esos, los que no temen desobedecer y rebelarse contra un régimen obsoleto lleno de normas y órdenes caducas le cuestionaban: ¿Qué modelo es este que no termina con la falta de pan, con las colas eternas, con los apagones, con el burocratismo, con lo inoperante que se tornó del Comité?.

Cuando a Daniel se le metió en la cabeza que quería abandonar el país en busca de un futuro mejor para su hija, Teresa al principio no le creyó. A él, que tenía en su puerta un letrero insigne “Esta es tu casa Fidel”, no lo veía haciendo fila frente a la oficina de intereses de los Estados Unidos para abandonar la isla. Harto había criticado en su momento a esas almas que vagaban entre la funeraria de Calzada y el parquecito de la calle K esperando por la entrevista para solicitar visa. Pero con el tiempo también Daniel vio el recinto imperialista como una opción. Pacientes y nerviosos bajo los almendros, siete cree haber contado, permanecían cientos de resignados llegados desde todos los confines de la isla, quienes en silencio o conversando a media voz abanicaban el tiempo en eterna espera. Daniel evitaba pasar por el centro del parque para evadir de alguna forma la cámara de video instalada en un poste, que no se sabía a ciencia cierta para quién grababa y reportaba. “Hay que andarse con cuidado”- había comentado alguien en más de una ocasión- “Hay espías que espían para los espías”. Daniel sintonizaba con la gente de los alrededores sin acercarse al parquecito, fingía merendar en la deprimente cafetería de los bajos de la funeraria, donde todos se expresaban ideológicamente muy correcto, de política- nada. Se hablaba bien quedo de las expectativas y oportunidades al otro lado del muro. Así iba entendiendo que tampoco cabía en ese grupo. La balsa era su única salida, y se armó de valor y unos pocos utensilios para el corto largo viaje.

Esa noche cuando se despidió de Teresa con un beso más amargo que idílico le pidió que si no llegaba a la Florida le recordase como lo que siempre había sido, un héroe. ¿Acaso Daniel presentía que no tenía ni destino ni regreso? Es posible, hasta hoy día muchos siguen lanzándose al mar. Son menos que antes -escuchó Teresa decir- unos nueve mil en el primer semestre de este año. Nueve mil cubanos que no quieren esperar el supuesto puente a raíz del aparente deshielo entre ambos países porque temen que se acaben las ventajas que reciben quienes actualmente llegan a costas norteamericanas como balseros. Para muchos la espera se les hizo demasiada larga.

En esas cavilaciones la intenta pillar la noche. Las farolas del malecón empiezan a encenderse tímidamente. Cuatro años lleva Teresa sin noticias de Daniel. Una vez más ha honrado su memoria. Cuando cree haber vomitado su rencor y amargura se retira del malecón con un poco más de luz interior y sosiego. Se da cuenta que el amor no se acaba, que ha aprendido a ser y seguirá siendo siempre una mujer alerta y centrada. Esperando los sueños que se cumplirán mañana, mantendrá el cartel en la puerta “Este es tu casa Fidel” y anudará cada mañana la pañoleta roja de Pionero Comunista a su hija porque por ella ha de seguir remando en este otro mar de concreto y vil hipocresía.

Fin

Agosto 2015