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miércoles, 7 de diciembre de 2016

Los sueños tienen pasado






Los sueños tienen pasado

коли-небудь пробачимо, але ніколи не забудемо”


Cuando se expandió cual peste el pogromo en Chitomir, una próspera ciudad al oeste de Ucrania, en algún año después del 1933 y antes de que la familia Sutovsky se viera condenada a la pobreza extrema y despojo de sus bienes, tal como ocurriría después en el año treinta y siete bajo la lupa y fusta de Stalin, el joven Roitman, generoso y altruista abandonó su entorno para siempre.

Roitman tenía no más de trece años, y como cualquier chico de su edad andaba volando por las nubes, literalmente hablando. Su única preocupación entonces era no transitar de noche por las calles de su barrio después de que los almaceneros con estrepitoso estruendo cerraran todos los negocios con cadenas metálicas y candados. Su mayor tedio fue quizás permanecer por largas horas en aquellas interminables colas para conseguir una hogaza de pan, de vez en vez cuando su madre lo requería. Pero su inmaculada juventud se tiñó de gris cuando bajo la telaraña de una profunda confusión, su gente se vio enfrentada a acontecimientos nunca antes pensado, resultado de vergonzosos y sombríos episodios antisemitas.

Sin proponérselo y antes de ser deportado, su familia lo preparó a la carrera para cruzar mares y océanos. Con la vaca que vendió un tío y otros ahorros de sus parientes pudo embarcar en tercera clase rumbo a Argentina. Un rabino, amigo de la familia le mostró en un mapamundi bastante desvencijado aquel pedazo de tierra abundante allende los mares que se iba estrechando a medida que apuntaba el dedo hacia el polo sur. Argentina no era más que un triángulo de salvación. Los tiernos ojos de Roitman, como símbolo de sorpresa se abrían inconmensurables y sus pupilas dilatadas no dejaban dudas al desasosiego tras la noticia y a la impresión de verse frente a aquel excitante laberinto. “-Al menos no terminarás en Siberia, tierra austera, congelado en invierno por fríos glaciales o en algún lugar apartado, árido y olvidado de Kazajastan, donde el abrazo del sol del verano es indeseable” le dijo un pariente.

Roitman logró escapar con lo puesto una gélida noche de febrero, justo después del Shabat, dejando atrás la muerte como protagonista y llevando en su corazón de niño, la rabia la impotencia, la soledad y el dolor.

El tiempo estuvo a su favor porque mientras él navegaba y escudriñaba el mar anchuroso, otros de su raza viajaban en trenes de ganado, también lejos pero sin saber hacia adónde, a cortar árboles en el mejor de los casos o a pudrirse en mazmorras y inhumanas barracas.

Roitman se radicó no en Misiones, donde era muy común ver asentamientos judíos, sino en Mendoza, por azar de la naturaleza. Entre la tragedia y el alivio, tres días después de su arribo, cuando el mareo de tierra se le había pasado, sin muchos mimos le colgaron un pesado de morral café y una maleta con telas multicolores; y a vender por esos pueblos pampinos de polvo y sed sin apartarse de la linea del tren para que no se perdiera. La enorme soledad que esta condena implicó la compartió con un cielo estrellado y una cordillera que en ocasiones se le venía encima y de a ratos estaba muy lejos como desdibujada. Aprendió el castellano en forma autodidacta y vertiginosamente en la medida que iba enterrando su lengua ucraniana. Con un espíritu movilizador nunca antes visto dio dignidad a su raza y al mismo tiempo como una forma de escapar del sovietismo renegó no solo del idioma, también de sus tradiciones y de su pasado. Roitman hizo poesía de las cosas sencillas, de la cotidianidad y terminó convirtiendo su morral en un próspero negocio. Le llamaban indistintamente ruso, polaco o judío, pero él haciendo honor a su progenitor que decía "Hay que perdonar a la gente por su incultura", ni se inmutaba. Y así creció, se casó, aumentó su familia y siguió su camino. Valoró lo que la vida le ofrecía desde ese otro continente.Venció temores y saltó el período racional de aislamiento e introspección.

Mientras muchos creían que él simplemente había olvidado, Roitman a través del silencio trataba de sanar una herida profunda, pero la palabra olvido no era un vocablo desterrado por él. En cada sueño había un pedazo de lo suyo que solo él acariciaba y endulzaba en la penumbra de cualquier noche.

Ya entrado en avanzada edad, cuando era latente que perdía su pródiga memoria, le pidió a su esposa un cuaderno sencillo para escribir del ayer, para estampar sus memorias. Nadie intuía qué se tejía entre esas manos con pulso tembloroso, callosidades eternas y su desvalida mente. Tocando el mundo que se le iba entre sueño y sueño labraba surcos de historias.

Ayer, al morir revisaron el cuadernillo con innumerables relatos de antaño, retazos de su vida, que guardaba con recelo en un cajón del velador. Su historia se remontaba más allá de los primeros testimonios escuchado de sus abuelos que también venían arrastrando de generación en generación sobre el judaísmo en el territorio ruso cuando el kanato de los jázaros fue derrotado por el príncipe ruso de Kiev Sviatoslav. ¡Qué tiempos aquellos!

Lo más curioso de todo es que había sacado desde lo más profundo de su ser su lengua materna. Roitman, perturbado por el presente, se refugió nuevamente en el pasado. En ese cuaderno dejó un invaluable material documental donde describía a través de una suerte de caleidoscopio las historias familiares y los desmanes de la dictadura estalinista y el sovietismo, la represión, las persecuciones políticas, las purgas, el antisemitismo, la deportación de las minorías étnicas . El reencuentro con afectos y situaciones del pasado le ayudaron a sanar viejas heridas, y libre de ese equipaje tormentoso Roitman dejaba esta tierra. Consciente de que perdonar es sanador y liberador, en genuino ucraniano selló todos los comentarios y relatos con esta frase: “Algún día llegaremos a perdonar, pero nunca olvidaremos”.

Fin



Santiago Septiembre 2016


Homenaje al abuelo de una amiga.