CORREO ELECTRONICO

martes, 2 de abril de 2013

"LA FATAL DISTANCIA"

LA FATAL DISTANCIA

Giselle, con su imagen sólida y aparente invulnerabilidad, está sentada frente al mar, mirando esa inmensa franja azul turquesa que separa su mundo de ayer al actual. Allá, pero muy allá, a noventa millas, debe estar el malecón que la vio correr una vez despavorida cuando la ola salada se le venía encima. Refugia sus pies en la cálida arena y se acuerda de Santa María del Mar. Revisa el pasado, no para enmendar errores, sino para conectarse con los que del otro lado han quedado. Su corazón late vigoroso e intenso mientras la nostalgia se apodera vertiginosamente de ella. Su mente vaga ansiosa y tempestiva por los vericuetos de su joven memoria. Busca algo en Camagüey, ciudad que la vio nacer pero de la cual guarda lamentablemente sólo pequeñas anécdotas escuchadas en tertulias familiares. Por el contrario, Buena Vista, centro y entorno en que creció y se desarrolló, sigue estando siempre presente. Recuerda su escuela en Ciudad Libertad, a su culta e ilustre maestra que repartía un lápiz y una libreta a cada niño por igual, sus clases de ballet, los juegos callejeros con los negritos del barrio, la cola diaria para el pan. Trata de recordar el aroma del café, ese que sólo sabía preparar su madre Marlene Rodríguez. No era un café cualquiera. Recién cosechado, llegaba a casa desde la sierra en forma de contrabando, invadiendo y provocando a todo el vecindario. Leonel, su novio de entonces puede dar fe de ello, pero también se quedó allá. Son muchos los recuerdos lindos, aunque también guarda pesadumbres como las vividas aquel día cuando cumplía sus quince y su padre no lograba aparecer en la casa de la avenida diecinueve, donde ella cambiando de trajes debía fotografiarse para la inmortalidad. Él demoró tanto en aparecer que logró sacarle unas cuantas lágrimas, y le confirmó que cuando se aferraba a una botella de aguardiente, perdía dinero, memoria y cordura. Y los tres años que vinieron después, fueron la suma de constantes sensaciones de insatisfacción. La efervescencia del barrio la turbaba, dejó de defender lo que consideraba justo, dejó de entender el entusiasmo del resto. Invocó a los santos como lo hacía su abuela Maria Rabassa trasladando las visiones del pasado al presente a través de la omnipotente Comisión Vencedora Africana pero no tuvo respuestas a sus dudas. Y aguantó en su tierra tanto como pudo, hasta que todo le pareció un manicomio con vista al mar y lo cruzó sin miedos ni remordimientos.

La irrupción de sus cuatro hijos y un alboroto de diálogos en inglés la hace volver a la realidad. Regaña a su niña Titel por tanta bulla que trae a cuestas, les sacude el fondillo a los más chicos, acomoda las sandalias veraniegas al menor y con todos sus bártulos se dispone a regresar a su hogar. Pero vuelve a echar una miradita al mar que empieza a agitarse como su propia vida. Lanza un suspiro y agrega muy quedo en su lengua natal: “¡Habana querida, tengo que volver a verte!”

Fin