CORREO ELECTRONICO

sábado, 7 de noviembre de 2009

“En el milagro espiritual de un vuelo”




“En el milagro espiritual de un vuelo”

Ella, desde su balcón, mira cómo la gente allá abajo se atropella para subirse al camello que seguirá con su reguero de humo rumbo al malecón. En sus manos sostiene una carta sin destinatario ni sello postal, escrita por alguien que conoce a su esposo, quien permanece oculto en las trincheras centroamericanas, en las quebradas inhóspitas, apuntando con su rifle al mañana luminoso, que ella cree nunca tendrá. Antes fue Angola, después Nicaragua; ahora lo ahoga la jungla de El Salvador. Entre él y ella está este mar habanero, calmo y tempestivo y las miles de notas románticas que le recuerdan.

“Aunque tú me has dejado en el abandono
Aunque ya has muerto todas mis ilusiones
En vez de maldecirte con justo encono
En mis sueños te colmo de bendiciones”.

Desde hace dos años siguen llegando algunas cartas y folletines y diarios insípidos que ella lee y relee como testigo de algo que no existe, esperando termine el fondo en que se encuentra para tenerle de vuelta.


Cada Mañana sale a caminar con su niña quien le habla y le habla, pero ella no está ahí, sino debajo de cualquier flamboyán, uno de esos que supo de sus diálogos, ensimismamientos y caricias con el hombre que ya no está.


Una compañera de trabajo le dice que deje de mantenerse entre el sueño y la poesía, que ponga los pies definitivamente sobre la tierra y que mire el mañana con otros ojos. A lo mejor, que le dé a su corazón otro toque, porque esta espera se torna eterna. Pero, ¿cómo abandonarle, sabiendo que está en paupérrimas condiciones, escondiéndose de la metralla enemiga o enfrentándose a las balas día a día?

Intenta hacer cambios. Trata de seguir su vida, inventándose actividades y tareas. Participa en las tediosas reuniones del Comité, cosa ésta, que antes no hacía ni muerta, porque cada vez que le avisaban que habría reunión cederista, ofrecía a su jefa quedarse en el trabajo haciendo horas extras, para llegar a casa cuando ya se hubiera acabado el ajetreo comunista. Ahora en cambio colabora con la maestra de su hija en la limpieza semanal de la escuela, y en el trabajo del huerto escolar, cosechando rabanitos, verdolagas y berros. En el barrio le han dicho que se me ve más participativa. Con la niña recolectan periódicos, tubos de pasta de dientes, botellas de vidrios y las llevan al centro de acopio una vez al mes. Ha estado marcando en cada cola que encuentra, por la simple necesidad de conversar, con el de adelante o el de atrás, que da lo mismo. “Crea, viaja, muévete”- se dice a sí misma. Con esta forma de actuar, pasa de su rutina estrictamente personal, a la rutina país. Algo parecido, pero no igual. La actividad social se torna refugio importante. Cada mañana esconde las ojeras, producto de la mala noche, para no parecer mujer fatal. Ella no puedo echarles encima a los demás sus propias penas. Ya ellos tienen suficientes. Que crean que está renovada y que es entretenida, aunque solo ella sepa cuán frágil está por dentro. Pero, ¿cuánto durarán sus fuerzas?, ¿En qué podrá escudarse mañana?. ¿Se abrirán nuevos espacios?. A veces mira al limón del patio, lo observa en silencio, y sin mediar palabras, cree, que él interpreta sus pensamientos.

Espera ansiosa noticias. Espera ansiosa señales o detalles que le hablen de su esposo. Está apostando por la vida. Tiene que ser paciente y esperar su regreso, alumbrando más vida, más amor. Sintoniza la radio. Mientras limpia con el dedo el polvo que sobre el aparato descansa, escucha atenta y lánguida este bolero.


“Abandonada a mi dolor un día,
Cuando la sombra me envolvió en su velo,
Me dijo el corazón que él vendría,
En el milagro espiritual de un vuelo”.





FIN