CORREO ELECTRONICO

jueves, 16 de junio de 2011

“Tierna Observación"






“Tierna Observación"




Soy de donde los sentimientos andan indisolublemente enredados. “El país donde la historia toca fin”-dice mi padre mientras se deleita lanzando al aire volutas de humo proveniente de un enorme puro marca Partagás. El aroma irrespetuosamente invade el espacio donde mi abuela en silencio zurce pacientemente nuestras raídas camisetas.

El gato que se ha hecho viejo frente al mismo panorama se estira perezosamente y abandona la conversación, se pierde entre los helechos verdes y húmedos de esta calurosa casona.
-Yo creo que con éste las cosas van a estar mejor- dice mi abuela quien repite que desde un tiempo a la fecha están soplando aires diferentes en nuestra larga y angosta isla.

Mi padre, su yerno, quien generalmente ve todo con matices diferentes, cree que la opinión de mi abuela responde a un debilitamiento de sus facultades mentales, a un deterioro propio de una anciana que se acerca a los noventa años. Dice él que seguimos varados, que llevamos más de medio siglo de calmo enfrentamiento, donde la voz cantante la lleva el rígido Estado cual fortaleza inexpugnable, que la iglesia a la que asistimos tarde mal y nunca, no porque no queramos ir a misa sino porque no conviene que nos vean por allí tanto, lamentablemente no tiene diario ni canal de televisión donde expresarse libremente.

-Tiempo al tiempo- reitera mi abuela mientras trata pausadamente de enhebrar una aguja.

Mi padre no ve aires renovados sino enrarecidos, turbios, discordantes. Yo sigo los conflictos internos de mi familia, tratado de adivinar por qué mi padre no quería venir de vacaciones con mi abuela, su suegra. Se inventó mil excusas pero le faltó corazón para negarse totalmente. Creo que es porque ella siempre le lleva la contraria o a lo mejor es porque acá también mi abuela se levanta muy temprano, anteponiéndose a la salida del sol, queriendo sumar a los demás a su entusiasmo, escarbando ollas en la cocina, secando platos, quitando el sarro a las añosas ollas, revolviendo la calma con su aletargado cacareo matinal. Ni en vacaciones nos libramos de la cola del pan, del averigua por allí si hay algo, o resuelve por allá. Aquí en Santa Clara, donde acostumbramos vacacionar también hay eternos apagones, no hay leña nunca en el hogar y el agua llega día por medio, por tanto la palabra escasez no nos abandona nunca. Pero mi abuela no ceja hasta procurarme el vaso de leche cotidiano. Después que volvemos a casa, cansados de rastrear el pueblo, mi abuela nos obliga a almorzar a los doce meridianos y a cenar a las siete, antes que oscurezca. Mi padre por su parte quiere disfrutar sus propios horarios que no tienen que ver en nada con la rutina de su oficina, acariciar la vida donde las horas fluirán por si solas sin atropellos, sin pautas ni comas. Y yo a medio camino entre lo que quiere mi padre y lo que desea mi abuela, entre lo que opina acaloradamente mi padre y lo que discierne mi abuela. Trato de adivinar qué se esconde tras frases como “llevamos tanto soportándolo”, “Esto no da para más”, “Cuántos errores y cuántos problemas” no sé si se refieren al sistema del que tanto murmuran o hablan entre si del uno y del otro respectivamente.

Mi abuela hace a un lado el zurcido y me toma en su regazo. Me acuna al vaivén de sus tiernos brazos y gordas piernas. Cuántos cuentos, cuántos misterios por descubrir, cuántas historias importantes del ayer. Mi padre me habla de las cosas de la vida, del futuro que ojala podamos disfrutar antes que él envejezca, de otros horizontes con colores prístinos.

Me detengo mirando al cielo un instante y me pregunto qué quieren en el fondo mi padre y mi abuela. No entiendo nada. Coinciden en que estamos en una ciudad perdida, atrapados en una inmensa red, pero nunca se ponen totalmente de acuerdo.

Tengo que crecer aún para comprender muchas cosas, mientras, seguiré con certeza buscando en cada rincón el calor de mi abuela para tropezar con sus abrazos, escarbar su sabiduría, y las historias que me llenan de escalofríos, y me amarraré al cariño de mi padre, a sus sabias palabras, a su pasión. Como siempre me empinaré ante la mirada de ambos, tierna, pura, grande y llena de esperanzas.

FIN