CORREO ELECTRONICO

domingo, 10 de octubre de 2010

"Sacudirse el pasado"



“Sacudirse al pasado”


Un día estival del mil novecientos ochenta.

Esa mañana Beatriz salió pálida del Decanato, esbozando una tímida sonrisa producto de su angustia y temor. Ya estaba decidido, ella se iría por Mariel. En la explanada frente a ella estaban todos los alumnos de la Facultad de Lenguas Extranjeras. Como el cerco era tan cerrado a Beatriz le costó calcular como flanquear la masa enardecida. Buscó ayuda en la Rectora quien con un gesto dubitativo de hombros dejó entender que ese no era su problema. Buscó al otro costado sin resultados. Al fin se fue haciendo espacio entre empujones e improperios. No se hicieron esperar los alaridos y consignas socialistas. Alguien logró colgarle al cuello un gran cartel que decía “Soy un traidor”. Beatriz alcanzó salir del recinto universitario pero la calle no la libró del desagradable incidente. Por los altoparlantes se escuchó “¡Sigan a la escoria hasta su madriguera!”, “¡Abajo los traidores!”, “¡Patria o Muerte Venceremos!”.

A la masa exaltada se les unió otro grupo de transeúntes quienes la siguieron trescientos metros hasta la parada con la intención de acosarla. La muchacha muda de pavor soportó tirones, insultos y un repertorio irreproducible de malas palabras. La guagua que realizaba el recorrido entre Jaimanitas y La Lisa, hacia donde ella se dirigía, demoró mucho más de lo acostumbrado.

Mientras esperaba, bombardeada de improperios y groserías cada vez más patéticos y vítores de “Fidel, Fidel, Fidel”, se sumaron al escándalo los empleados del triste y abandonado merendero de la esquina, que como no tenían nada que vender cambiaron su aburrimiento por lemas ofensivos acompañados de un sinnúmero de gestos obscenos.

Cuando llegó la guagua y ella creyó estar a salvo, se encontró con otra sorpresa. Los jóvenes que lideraban la marcha, algunos de ellos sus antiguos compañeros de curso, ordenaron al chofer cerrar las puertas y continuar viaje sin ella. Alguien gritó: “El trasporte es para el pueblo trabajador”. Otro vociferó: “Si quiere comodidad, que espere llegar a Miami”. Beatriz no tuvo más opción que seguir a pie hasta La Lisa, luego cruzó el puente que separaba ese municipio del suyo y siguió su rumbo hasta el hospital “La Liga contra La Ceguera”, vivía a la vuelta. La marcha fue disminuyendo en intensidad producto del hambre, la sed, el calor y el cansancio. La mayoría se fue devolviendo o prefirió quedarse a la sombra de algún cómodo portal.



Los más comecandelas llegaron hasta su “madriguera”. Beatriz temblorosa sacó la llave. Una vez que entró, una lluvia de piedras cayó sobre su casa. “No dejemos vidrio sano”- gritaba alguien desde afuera. Un desalmado, alardeando arrojo, se las había ingeniado para entrar por el pasillo interior de la vivienda con el maligno objetivo de cortarle el fluido eléctrico y el gas. Lo logró sin mucho esfuerzo.

Beatriz se recostó hecha un nudo en una esquina de su dormitorio a llorar. Percibió dentro de sí el vacío y la desesperación que la atormentó largo rato. La calma volvió al cabo de dos horas cuando escuchó decir a alguien: “Bueno, ahora les toca a los miembros del CDR hacer el seguimiento correspondiente para que estos gusanos se mueran de hambre antes de que se vayan”. Hechos similares se repitieron por doquier, una y otra vez y se reproducían como mala hierba en fábricas, escuelas, hospitales.

Días antes una guerra sucia de amedrentamiento físico y psicológico se había desatado por todo el país contra los que querían abandonar la isla vía Mariel. Definitivamente se había perdido el sentido común y aumentaba a diario la obsesión por desbaratar, destruir y humillar. Beatriz, como tantas otras personas, fue víctima de una barbarie planificada y dirigida por el gobierno que se decía defensor absoluto de los derechos humanos.

Se modificó el panorama en la angosta y larga isla. Todo el mundo hablaba de Mariel, porque cada vez eran más los que se inscribían para partir, cada vez más los decididos fueron perdiendo el miedo y el respeto por las autoridades. Mariel nunca en su historia tuvo tantos barcos y lanchas juntas. Afuera las filas eran interminables. El gobierno se aprovechó de esta coyuntura, empezó a echar de su tierra a cuanto desafecto, según su criterio, encontraba en el camino. Obligó a los lancheros que venían desde Miami por sus parientes, a llevarse a un gran número de enfermos mentales y delincuentes que ni siquiera habían manifestado en su vida interés por largarse de su puñetera isla.

Y hubo ruido en el ambiente hasta que salió rumbo a Miami la última embarcación de las miles que durante un mes estuvieron en el puerto de Mariel. En una de ellas afortunadamente viajaba Beatriz.

De este episodio turbio nació la generación de marielitos. Muchos de los que abandonaron la isla, regresaron años más tarde en calidad de turistas. ¡Maldito dinero!. Ya no les llamaban gusanos, ni apátridas, ni escorias; pasaron a formar parte del deslumbrante grupo de las crisálidas; transformados, rejuvenecidos, luciendo multicolores trajes como tiernas bienvenidas mariposas.

Beatriz se aguantó su rabia y esperó mucho más que veinte años. Regresó hoy a su tierra con un poco de temor pero sin rencores. Volvió solo por dos razones; para enfrentar con madurez y enterrar ese episodio fuerte y lúgubre del pasado, y a su vez constatar que hizo muy bien entonces en abandonar su querido país.



FIN