CORREO ELECTRONICO

viernes, 10 de septiembre de 2010

“El verde cañaveral”












“El verde cañaveral”




Juanito Buenaventura frenó el carro justo donde comenzaba la guardarraya. Se apeó apresuradamente para pisar, como tantas veces durante muchos años, el terreno donde en su juventud trabajó. A su derecha se extendía un gran campo de algodón, al frente, el verde cañaveral que despedía su dulce aroma natural, que se mezclaba con el olor a azúcar quemada que llegaba desde los ingenios y centrales azucareros de la zona. No quería dejar la sabana sin contemplar antes de cerca la majestuosidad de la caña de azúcar con su encanto particular; una, y otra, y miles, todas juntas reverdecían los campos con sus penachos que llegaban a alcanzar hasta más de dos metros de altura.


Sin importar la hora, se internó en un surco. Dejó vagar su memoria y creyó escuchar el sonido sordo del azadón que rasgaba la tierra para sacar la porfiada mala hierba. El calor dentro era insoportable y recordó que a pesar de las altas temperaturas era necesario trabajar con camisas de mangas largas para evitar herir la piel al rozarse con las hojas de la caña, coronadas de miles de pelillos puntiagudos. Entonces usaba botas altas y overol abotonado hasta el cuello. “Cuidado con los pedos, si te tiras uno, te vas a hogar con tu propio aroma.”- se decía burlonamente. Mientras retorcía un tallo de caña, una leve sonrisa se esbozó en su cara expandiendo la comisura de sus gruesos labios.


Ahora mira todo con otro color, ya no hay nada gracioso en esos campos. Se arremanga la camisa para observar su reloj y se percata que llegará atrasado al acto político de la capital. ¡Da igual!. Sabe que la perorata que escuchará no tiene nada de parecido al resultado de tanto esfuerzo entonces, que tendrá que dispararse al viejo de la barba con sus consabidos discursos, que no aportan en absoluto nada a la contingencia nacional. Para él lo importante y urgente es saber si mejorará la calidad del pan, si sus hijos tomarán más leche, si ya no habrá más cortes eléctricos, si el transporte se encausará con itinerario modesto pero decente, si la gente podrá expresarse sin necesidad de miedo, si podrá contar con internet, si la moneda nacional tendrá el valor que le corresponde, si en resumen dejará de crecer la desigualdad. Estas y otras tantas inquietudes están lejos del conflicto que hoy los de arriba les quieren imponer. Patea la tierra con rabia y mira hacia atrás.

Vuelve a su carro también verde, y se dispone a arrancar. Con las manos firmes en el volante, antes de partir, decide por salud mental centrarse en el pasado que fue mejor y en esas dulces cañas que acunándose al compás del viento acariciador del eterno verano y la humedad tropical, esparcen de un lado a otro su propio placentero cantar.


FIN