CORREO ELECTRONICO

viernes, 1 de diciembre de 2017

"Desmemoriado"

"Desmemoriado"


A Manuel, la memoria se le ha venido saliendo poco a poco del cuerpo sin llegar a percatarse mucho de ello. Hoy, por ejemplo, fue un día de esos. Esta vez sintió más remordimiento al no poder reconocer las callecitas adoquinadas de su añorado Camagüey. Se quedó con la sensación de que a pesar de tantas vueltas no pudo llegar a su destino por culpa de su antaño y porfiado bastón.
A las siete menos diez, volvió a su casa, después de deambular largo rato bajo la lluvia, vulnerable y pequeño. Cierra el portón y atraviesa el eterno pasillo con pasos lentos e inseguros, buscando en su ahora lúcida cabecita encanecida una respuesta convincente que deje tranquilo a los demás, en caso de que pregunten dónde estuvo metido todo el resto de la tarde. Coloca el manejo de llavecitas corroídas por el paso del tiempo en el clavito de antaño. Se saca el chubasquero y lo cuelga justo en su lugar. Se sienta a la mesa en el sitio que ha ocupado durante más de medio siglo y se echa para atrás. Le sirven una taza de café con leche y unas tostadas que apenas logra saborear porque en él está latente la preocupación. Nuevamente teme no haber reconocido a sus amigos en la calle, si es que alguno lo ha visto pasar. Últimamente él mismo se ha pillado hablando de corrido, estropeando el diálogo con disparates incoherentes y palabras soeces que nunca antes se le hubiese ocurrido pronunciar. Para colmo de males dicen en su propia casa que él es el responsable de que las cosas hayan comenzado a cambiar de lugar. Su vida va oscureciendo y su memoria vaga por los vericuetos de las tinieblas, tratando de encontrar respuestas a tanta ambigüedad. Después de merendar, retira el diario que no alcanza a hojear por falta de ánimo y un poco de terquedad.

Esa noche sin poder entender absolutamente nada, se sentó en el quicio de la puerta que da a la calle, tal como hacía de niño. A oscuras se interna en el pasado que parece ser hoy y el presente desdibujado y cruel, mezclando vaguedad. Se incorporó con la mirada hacia el cielo para ver con claridad lo que le habla la luna en su quedo tartamudear. Y así plácidamente, por primera vez en el día, se abandonó calmo y puro a sus propias y confusas reflexiones.

Fin

miércoles, 1 de noviembre de 2017

“Vivir intensamente el ascenso al Pochoco”

“Vivir intensamente el ascenso al Pochoco”

Mi sobrina Patricia me ha invitado a escalar un cerro en Santiago. No es cualquier cerro, se trata del Pochoco, al oriente de la capital, desparramado placenteramente entre caminos ensortijados y predios silenciosos con espacio ilimitado mirando hacia a la ciudad que se ahoga allá abajo ante el porfiado smog dominguero. Para mí, acostumbrado al ejercicio en bicicleta que me lleva al Cerro San Cristóbal con frecuencia, esta experiencia es tentadora y especial. Yo voy vestido como para un torneo de ciclismo, en cambio Patty lleva zapatos de caña alta con una suela envidiable, y bastones propios para la ocasión, además de bloqueador, gorro para el frío y el sol, agua, y ricas golosinas en su morral.

Me faltan alas para volar de tanto entusiasmo y aunque veo la distancia por vencer, no me amilano. Muevo los brazos al viento, como queriendo tocar con las manos el cielo, este, tan distinto al mío pero igual de genial. Parece mágico, porque permite conectarme con los sueños de hoy y de antaño. Me falta solo el aroma a sal, que lamentablemente no llega hasta este lugar.

Resoplo en silencio, agoto mis fuerzas, late el corazón de una manera distinta, el vértigo me hace dudar, pero avanzo impulsado por el entusiasmo de mi sobrina, su tenacidad propia de los años mozos y su ingenuidad.

El sol nace despacio tras otros cerros. Nosotros, después de algunas breves pausas, porque hay que continuar, nos empinamos cuesta arriba. Llena de energía y vitalidad, Patty me arrastra rumbo a la cúspide de la montaña. Yo aspiro el viento frío de este invierno lúgubre y eterno, ella disfruta las bocanadas de aire sin parar. No basta la sonrisa para vencer esta pendiente, ni la genuina alegría que provoca escalar. Si para arriba es difícil, no sé todavía, cómo será bajar.

De vuelta, me pongo a reflexionar sorprendido que haya subido tanto. Tras la tercera caída y un largo rodar, se apodera de mi el pánico. Cada silaba es amarga, ya no quiero conversar. Todo se me hace invisible y pasan imágenes como vagones de un tren veloz que atraviesa la ciudad. Entro en una galería de terror mientras una voz que está más abajo me dice “vamos tío, que usted si puede ganar”. De vuelta a la realidad me levanto indeciso y comienzo de nuevo a andar. El deporte es mi pasión pero esta aventura es de considerar. Pierdo nuevamente la estabilidad. Bajar ha sido vergonzoso porque desciendo vertiginosamente como lava camino al mar. ¿Dónde quedó el Manuel que lanzaba jabalinas en sus años de universidad, que saltaba dunas en Santa María del Mar, que nadaba estrechos sin parar?. Los años no pasan en vano. Hay que contentarse necesariamente con la realidad. Al fin y al cabo cumplimos el recorrido con esfuerzo y dignidad. ¿Dignidad?.

Patty me abraza cariñosamente:- “ve tío, que se la pudo igual”. Es la frase más tierna que hubiese podido escuchar.

¿Pochoco?. ¡Bien vale la pena otra oportunidad!


Fin

miércoles, 18 de octubre de 2017

"Moscovita"

“Moscovita”

Manuel aprovecha esta larga mañana de encierro invernal para revisar su estantería cargada de textos, algunos de ellos en su idioma original. No son libros atesorados al azar. Cada volumen lo traspola al ayer, lo envuelve en la magia de lo vivido en otras tierras, tan lejanas, como lo está hoy la suya. Podría estar horas enteras hojeando libros, buscando o registrando personajes ficticios y reales, pero se detiene en un ejemplar muy especial que alguna vez hubo de regalarle Viera Fedorchenko, allá por el ochenta y seis.

A Viera la conoció en Cuba cuando ella realizaba una extensa gira turística por el país, lapso suficiente como para que naciera una linda amistad que el tiempo se encargó de fortalecer. Viera Fedorchenko era una mujer madura, de buena figura que distaba del común de las rusas de su edad. Elegante y distinguida. Tenía rasgos muy finos, ojos vivaces y chispeantes, nariz respingada y aguileña. Por su agilidad, seguía manteniendo la frescura que heredó de la juventud. Poseía una voz armoniosa y convincente. Sensible como cualquier ruso, con una formación tan concreta que hacía lo que le viniese en ganas sin que le interesara lo que la gente pudiera opinar de ella. Apasionada por la historia y el arte ruso, encontró un punto común con Manuel, llenando ambos el espacio de anécdotas sobre Europa, Cuba, y cultura general.

También era muy buena anfitriona. Manuel se percató de ello cuando la visitó por primera vez en Moscú. Su apartamento de la calle Novolesnaya siempre estaba impregnado de aromas exquisitos, hierbas orientales y productos del Cáucaso, que ella compraba en el mercado central moscovita o en las tiendecillas de Arbat, una calle estrecha y adoquinada, con rieles de tranvía en el medio, corazón del barrio bohemio frecuentado por escritores, actores y científicos que andaban de café en café. De allí traía noticias frescas del acontecer intelectual, más las especias que almacenaba como tesoro, conocedora de la escasez que golpeaba al país. No en vano rezaba un refrán ruso. “Las tiendas permanecen vacías, pero los refrigeradores están llenos”. Ella, al igual que el resto de los rusos, se movía como verdadera hormiguita, comprando aquí y allá, guardando productos en el congelador y convirtiendo en conserva todo lo que encontraba por delante para mantenerse abastecida durante el implacable y largo invierno.

Viera Fedorchenko poseía una habilidad especial para preparar manjares y finas ensaladas. Sin importar cual fuese el menú, igual engalanaba la cena con manteles de hilo y buena vajilla. En el centro de la mesa, al lado del samovar, siempre estaba la fuente de porcelana con rodajas de pan negro, plato que no podía faltar en ninguna casa rusa, como símbolo de bienestar por un lado y tributo al eterno pasado ruso por otro. “¿Sabes cuántos gramos de pan les tocaban a los leningradenses durante la Gran Guerra Patria?” ¿Sabes que en esa época se le añadía aserrín al pan para aumentar su volumen?”. Comentaba Viera, mientras colocaba al lado del pan tres pocillos: uno con margarina, otro con sal para esparcir sobre el pan, y un tercero con caviar, exquisitez que Manuel nunca probó por precariedad gustativa. Todo presentado de tal forma que aceleraba el apetito y convidaba a comer al estómago más satisfecho. Antes de invitar a la mesa y mientras ella se debatía entre el humo y los olores de su cocina, Manuel se entretenía con embelecos de almendras y chocolates, acompañados de licores dulces del Báltico y hojeando al mismo tiempo los libros que se multiplicaban entre sí.

Viera como buena lectora, contaba con amplia biblioteca, cosa común en cada hogar ruso. En primer plano estaban por supuesto los libros de Alexander Garenas, su esposo y padre de su único hijo quien para esa época era un mozalbete. Alexander Garenas de nacionalidad Leton, era artista emérito de la Unión Soviética. Artista fotográfico y corresponsal, llenó su vida de encanto y sabiduría, complementando con Viera bondad y espiritualidad hasta que un trágico accidente los separó. La muerte de su marido no la amilanó, sino que por el contrario la hizo más responsable, tolerante, exitosa y confiable. Demostró que ella pertenecía a ese grupo de gente que constituyen la balanza universal de todos los elementos, es el número redondo donde hay luz y sombra representando la evolución física y espiritual. En ella había predominio del intelecto sobre la materia, de la experiencia sobre la fuerza y de un conocimiento organizado sobre el impulso.
Admiradora de Bulgakov, Chejov, Lermantov, Gorky, Pushkin, Tolstoi se paseaba por las antiguas casas de Art Nouveau convertidas en museos en las preciosas, frondosas y tranquilas calles del barrio denominado Patriarshie Prudy, Estanques del Patriarca, situado al sudeste de Tverskaya. Sus árboles añejos la cobijaron más de una vez, entre los retratistas y músicos ambulantes y fotógrafos ansiosos de cultura.

Su delicadeza y enriquecimiento cultural lo compartía con todos. A Manuel lo hizo partícipe de sus andanzas por los teatros más famosos moscovitas como “Durov” y los conciertos más exquisitos en el Bolshoi.

Con Viera, Manuel descubrió el convento de Novodevichiy. Conjunto de brillantes cúpulas doradas sobre unas murallas fortificadas del siglo dieciséis. Es un lugar indudablemente rico en relaciones históricas, se trata de un complejo arquitectónico coherente que presenta el atractivo añadido de contar con el cementerio más venerado de Moscú. En sus terrenos se encuentra un museo de íconos y manuscritos y en el corazón del conjunto se alza la catedral de la Virgen de Smaliensk, que se asemeja a la catedral de la Asunción del Kremlin. Acá están las tumbas de Nikolai Gogol, Antón Chejov, Mijail Bulgakov, Dmitri Shotakovich y el controversial poeta futurista Vladimir Mayakovski. Viera fue siempre gran diplomática y maga absoluta de las relaciones públicas, organizaba, reclutaba participantes, inventaba paseos fascinantes con gran entusiasmo sin perder el manejo escrupuloso del lenguaje. En el hotel “Belgrad” donde Manuel estaba alojado, nunca le prohibieron la entrada. Con su inusual desplante, carisma y habilidad comunicacional se colaba en cualquier parte. -“Voy donde el colega cubano. Lleva media tarde esperando por mi”.

Nadie le pedía se registrara en la recepción del hotel y demostrara con sus documentos ser una persona de bien, como exigía la práctica desde la época de Stalin. Tampoco los miembros de la KGB, apostados a ambos lados de la entrada principal del hotel, le cayeron atrás, persiguiéndola por el lobby para de un tirón de brazos devolverla a la calle. Esas escenas siempre las obvió. Al principio les convenció con su retórica, si es que insistían en recibir explicaciones contundentes. Luego con el pasar de los años se acostumbraron a su ir y venir, hasta que Manuel definitivamente regresó a su país.

Viera Fedorchenko hasta el día de hoy sigue derrochando esa imagen de seres felices que a muchos nos gustaría siempre ver, con ánimo contagioso, maternal, protectora y tremendamente cariñosa. Al menos así la recuerda Manuel, después de veinte años.


Manuel deja a un lado sus recuerdos del ayer y la fantasía satírica de Mijail Bulgakov “El Maestro y Margarita”, devolviendo el volumen a su estante. Al mismo tiempo allá en Moscú, Viera, recostada en su cama, se dispone a soñar. Cierra la entretenida novela que la ha tenido anclada a Cuba la última semana. Pasa sus largos dedos por la cubierta del libro finamente encuadernado “The Old Man and The See” de Ernest Hemingway, y en un español bien articulado, al cerrar sus ojos dice muy quedo: “El Viejo y el Mar”.
Fin

Santiago de Chile, 2008

martes, 12 de septiembre de 2017

"Decepciones"



“Decepciones”



En este ir y venir por el mundo he conocido mucha gente amable, con cortesía exquisita, tan comedida, tan dosificada, extremadamente sensible, humilde, mansa y obediente. Luego, cuando veo más claro y profundo, descubro el artificio; el encanto de entonces se disipa para siempre y la pena me embarga nuevamente.



martes, 8 de agosto de 2017

"El despegue"



"El despegue"



" Y tal vez el tiempo me dé la razón"

Estoy a punto de abordar el avión, no Aeroflot sino Cubana. Como otras tantas veces tengo un largo viaje por delante pero esta vez no es por una razón de trabajo, y tampoco será Rusia el destino final. Desde el vidrio de la sala de estar ya no distingo las derruidas fachadas del reparto Boyeros, esa mezcla de lindo y feo que nos transporta a lo surrealista. Los colores aquí son más simpáticos. La terraza del aeropuerto comienza a recibir el gran alivio tras el cariño de dedicados albañiles y pintores quienes, con pocos recursos, deberán devolverle a la entrada de la ciudad su encanto caribeño de antaño; sólo el encanto porque la arquitectura de entonces está ahí, a pocos metros, detenida en el tiempo, inmóvil en nombre de la Revolución.

Son momentos difíciles sobre todo cuando se agolpan planes que he guardado durante mucho tiempo en secreto absoluto porque como decía nuestro poeta nacional “hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas”. Qué triste darse la molestia de abandonar el país donde uno nació porque ha dejado de ser digno. El tema de las lealtades surge con fuerza, pero tampoco se puede renunciar a la autonomía ni a los deseos íntimos. “Todo ser humano debe contar con la libertad mínima para elegir una mejor calidad de vida y abrirse a otros horizontes”- había leído alguna vez . Tenía que trascender los bloques emocionales y restricciones que me impusieron desde la infancia, alejarme de los que trataban de limitar e interferir mis acciones, mi crecimiento. Me di cuenta que la isla me quedaba chica y que definitivamente ya no cabía en el espacio que el gobierno me quería imponer.

Desde que era un muchachito desarrollé una gran capacidad de observación y contemplación frente a todo lo que me rodeaba. Al menos eso decían mis abuelos con reiterada frecuencia. Desde muy temprano aprendí a conocer las riquezas espirituales que cada ser encierra en sí, distinguir lo bueno de lo malo y pude encontrar en todo su parte buena. Manejarme entre el egoísmo , la prepotencia , el orgullo , el abuso de poder y el miedo me fue abriendo el camino para poder defenderme de los malos ejemplos y con ello labrarme un sólido camino.

De niño y joven fui simple espectador pero en estado consciente. Luego poco a poco fui descubriendo que en este país no había espacio para la reflexión ni las inquietudes y los sueños que nos podían surgir, había que dejarlos literalmente en la almohada. Es cierto que el gobierno se ha preocupado del desarrollo de la educación y la salud pero colapsó frente a la infinidad de otras demandas del ser humano. Entonces me preparé para el salto convencido de que había llegado el momento de trazar mi propio sendero hacia la luz.

Lo curioso es que estando en la misma tierra que me ha cobijado treinta y tres años, ahora empiezo a respirar otro aire, al menos un nuevo sentimiento que no es más que el saber que voy a vivir a otro mundo cambiante y dinámico. Mi vida se ha quedado en otra página y recuerdo muchos escenarios y aunque estoy rodeado de lo más preciado, se han congelado las palabras. El mutismo se rompe solo para tomarnos unas fotos.

En la sala de espera no hay espacios para diálogos. Cada uno está ensimismado en sus propios pensamientos. Mi hermana no oculta su entusiasmo junto a mi sobrina Giselle quien con solo dieciséis años, añora estar en mi lugar. Mami por el contrario está a punto de desfallecer, se siente inerme, desamparada e impotente. “¿En qué había fallado que no logró retener a su lado y en su tierra a su querido hijo?. ¿Dónde estuvo el descuido? . ¿Por qué ella, que había dado todo de sí, tenía que sentir ahora tanto despojo en su alma?. ¿De qué sirvieron tantos buenos ejemplos?”
“Demasiados viajes al extranjero” - era la respuesta correcta y más acertada a sus inquietudes.


Ver a su hijo volando a lo desconocido le partía el alma. Sabía que este no era un viaje turístico como decía el sello que estaba estampado en el pasaporte. Como cómplice a medias, me susurró al oído que pese a nuestras diferencias ideológicas me adoraba tremendamente. Me hizo jurar que no la olvidara, que escribiera siempre y apenas tuviera la oportunidad la visitase. No dijo más porque comenzaron a anunciar el vuelo. Ahora pronunciamos los deseos más cálidos y vienen los abrazos y los besos y con ellos un retorcijón fuerte en el estómago, que por sonrisa nos espanta una mueca en el rostro.

Aunque siempre en este País, cabe la posibilidad de que realmente no se pueda salir y que algún trámite de última hora haga fracasar el viaje, mi entusiasmo es grande y solo pienso en el futuro .

Ya estoy en el avión, me transpiran las manos y trato de mirar a la loza para descubrir a los míos entre aquellas personas que se atropellan en la terraza. Antes que el ruido estremecedor de las turbinas y la velocidad del despegue me concentren en Dios, le dedico a mi madre un último pensamiento: “Lo siento mami. Sé que el capitalismo no es el paraíso encantado, pero me consta que el socialismo, del cual estoy escapando, es el propio infierno”.



Fin

miércoles, 5 de julio de 2017

"Isabel"




"Isabel"

Hoy te voy a contar algo, que nunca antes había relatado a nadie. Porque a tu edad, o quizás mucho más joven, cuando tenía apenas trece años, me enamoré también, perdidamente y sin límites racionales, de la mujer más linda de todo el barrio. Se llamaba Isabel, alta, esbelta, armoniosa, intelectual. Sonrisa perfecta, poética al hablar. Con un desplante inusual y una cadencia particular al caminar atraía la atención no solo de los hombres sino hasta de las mujeres que cuchicheaban de pura envidia al verla pasar. Isabel, definitivamente, con sus veintitantos años, era dueña absoluta de cualquier lugar. Usaba una falda larga más abajo de la rodilla que acentuaba su cintura y el contorno de sus nalgas dándole a su esbeltez un encanto especial. Sin llegar a ostentar, despedía un aroma que marcaba la diferencia con el resto, porque ella no era de “Moscú Rojo” ni “Fiesta”, sino de perfume francés y oriental. Decía que su ropero no tenía más de tres piezas pero sabía combinar con tal maestría sus prendas, que cualquiera diría que se surtía donde la costurera más fina de todo Camagüey.

Cuando se acercaba a la casa, se le escuchaba taconear desde que venía por la esquina de la catedral y los mecánicos del taller de la cuadra hacían una parada obligada como verdadero ritual para agasajarla con palabras dulces que volaban como mariposas multicolores, empalagando al vecindario. Unos se incorporaban como resortes, se pegaban dos o tres estirones y se sacudían el polvo, otros salían furtivamente debajo del carro limpiándose la grasa con un trapito mugriento.
-¡Esto fue lo que me recomendó el médico!- decían uno. ¡Ave María Purísima! – exclamaba el otro. -¡Buenos días muchachita Isabel!
-¡Buenos días! respondía ella cortésmente.

En la temporada de sequía, que en el caso de Camagüey era larga e intolerable, los mecánicos del taller la proveían de agua potable porque eran de los pocos que contaban con pozo propio. Brazos fuertes y solícitos siempre estuvieron atentos a su llamado. Esos mecánicos y un tal Benito me quitaban el sueño.

Benito era ingeniero de profesión, trabajaba en una empresa de comunicaciones. No tenía ningún atractivo, algo pasado de peso con esas libras de más que llegan con los años y el sedentarismo. Caminaba lentamente con el rostro enlutado como verdadera aparición, arrastrando los pies fantasmagóricos sometidos a la tortura de unos zapatos fúnebres feos y fuera de moda. Nunca cruzó palabra alguna con los vecinos, porque era medio huraño y esquivo, tampoco con los padres de Isabel quienes lograron saber de él, solo que era casado y tenía dos niños. Suficiente información para desatar la mar de chismes y el permanente y extenuante lucubrar.

Las muchachas del barrio no entendían porque Isabel cargaba con semejante desperdicio, en lugar de buscarse un hombre soltero esbelto y elegante. Pero también era cierto que los buenos partidos, que para entonces estaban en edad militar, se habían ido a luchar a Angola. A ese paso ni negros le iban a tocar. Afirmaban además que los pocos hombres finos y buenos mozos que habitaban la ciudad, eran adventistas u homosexuales y a esos definitivamente no se les podía mirar, porque iban en contra de las buenas costumbres y moral socialistas.

Benito podía estar fácilmente hasta dos horas donde Isabel, tiempo suficiente para ponerme irascible e impaciente. Pero apenas se marchaba, yo que había estado pendiente de su puerta y pedestal, partía para su casa y me quedaba largo rato conversando con ella tras la balaustrada de su amplio barroco ventanal.
-Déjame dormir contigo.
-¿Conmigo?
-Al lado tuyo, quiero decir.
-No puede ser, porque soy vieja para ti. ¿Sabes que edad tengo?
-Solo unos años de más.
-Hagamos un ejercicio matemático para que veas la diferencia.
-Mi corazón sabe de sentimientos no de matemáticas. ¿Es que no me quieres?
-Te adoro, pero Benito ocupa un lugar especial.
-¿Elevado a la enésima potencia?
-Exactamente. Cuando crezcas lo comprenderás.

Y luego, como para cambiar el curso de la conversación iniciábamos un juego bien especial, cándido e inocente.

-Hagamos un trato.- me decía Isabel- Yo te digo una palabra o una frase y tu las completas según la sientas e interpretes.
-¿A ver? -dije yo
-Por ejemplo......... tras una pausa dijo "-Amor".
-Esa cosquilla que siento cuando en ti pienso.
-Pensar.
-Cuando me detengo a mirar a la luna y reflexiono.
-Luna.
-Algo muy lejano e inalcanzable pero que nos depara un rico sueño.
-Sueño.
-Todo lo que hago contigo imaginariamente.
-Pesadilla.
-Cuando no estás en mis sueños y me lastimas.
-Lástima.
-Lo que siento por mi cuando no te encuentro.
-Encuentro.
-Detenido generalmente por mi indecisión.
-Indecisión.
-Cuando no aparece el valor para decirte lo que siento y cuánto te admiro.
-Lo que admiras.
-Tu atractivo natural y la posibilidad que tienes para adaptarte a mí.
-Adaptación.
-Acostumbrarme a perderte cuando él aparece.
-Sentimientos.
-Desde los más puros hasta el odio eterno.
-Odio.
-Lo que siento por Benito.
-Sentir.
-Tendría que preguntar.
-¿Qué le preguntarías a Dios?
-Dejémoslo aquí porque mi madre no deja que hablemos con Dios, pero lo voy a pensar.

A esa pregunta nunca respondí. Un amanecer la dejé de ver y sólo con el tiempo pude zafarme de ese amor de juventud y respirar con claridad hasta lograrme sanar. De ella, supe que sufrió mucho hasta que su pobre corazón resolvió su crucigrama emocional, desechando las penas que nadie nunca vio, dejando a su Benito volar.

Veinte años más tarde coincidimos en el aeropuerto internacional de La Habana. Yo esperaba una delegación de la Unión Soviética y ella venía de Moscú después de haber triunfado en un certamen de cálculo matemático. Fue breve el encuentro pero muy grato. Me di cuenta que siempre la había querido, pero las circunstancias habían hecho de nuestras vidas destinos diferentes. Este encuentro fortuito fue el suceso corto que puso fin a esta historia.

Créeme. Ya sanarás.

Fin

domingo, 18 de junio de 2017

"Un gajito de amor"





"Un gajito de amor"

Papi, en éste día de los Padres cada cual evoca al suyo a su manera. En mi caso haré un paréntesis para recordarte con tu sonrisa espléndida, tu barba a veces áspera, tu tabaco predilecto, tus cervezas bien heladas, tus lánguidos boleros que en silencio tarareabas, tu traje de mecánico con olor a esfuerzo, tus camisas encendidas almidonadas, tus camisetas con botoncitos en el cuello, tus zapatos de dos tonos bien lustrados, tu impoluta guayabera blanca de domingo, tu genuino amor por nosotros demostrado en cosas sencillas; "te llevo un rato en los hombros, niño"; un libro, un helado, una maltina, una lata enorme de galletas "María Caracoles", una caja de Materva o Piñita (lo poco y nada que se podía conseguir en un país que se desmoronaba), tu desaprobación del sistema comunista, tus amigos de verdad: Joseíto y Marihuana, tu precioso Bayamo de nacimiento e infancia, tus adorables parientes de Cacocún, Mabay y Cauto Cristo; tu Camagüey expropiado, tus saltitos para vernos escapando de otras camas, tus rubias, morenas y negras "Guaricandillas" mi madre las llamaba. En muchos rincones estaba dibujada tu alma. No te imaginas Manolito, la cantidad de gente que todavía te recuerda y ama. Gracias por haber existido, tal como eras, querido papá.

El mejor regalo que me dejaste: Un poco de tu tiempo cada día (infaltable), la bondad y la ternura detrás del hombre rudo y tenaz que aparentabas.

A mi padre Manuel de Jesús Rodríguez Cedeño

Santiago 2017



miércoles, 10 de mayo de 2017

"Memoria sin rencor"




"Memoria sin rencor"
Querida Amiga:

“Dicen que ya eres libre como el viento, dicen que ya no tienes ni pensamientos, ni esperanzas que te depriman”

Empecé a recordarte con este bolero que escucho a menudo cuando sintonizo Radio Cadena Agramonte. Espero que el texto se ajuste a tu nueva vida en toda su dimensión. Parece como si te hubieses ido ayer y realmente ha pasado un buen tiempo. Sigo recordando la mañana siguiente a tu partida cuando se presentaron en la cuadra, justo frente a la que fue tu casa, varias personas con carteles gritando consignas y groserías contra ustedes. Pero ya para entonces estaban instalados en Miami. Morirías si te nombro algunos que hasta el día anterior habían estado tomando con tu padre en la esquina, en el bar de la sorda, mirándoles el culo cuando ella se daba vuelta para acercarse a la cafetera mecánica. En la manifestación también estaban otras viejas, que veinticuatro horas antes, comadrearon de lo lindo con tu madre quejándose todas del sistema, de lo que no había y de lo que estaba por desaparecer.

Nosotras desde la ventana veíamos como en su afán de hostigamiento tiraban huevos a tu casa y mi tía que es tan fina a escondidas se persignaba mascullando- “No hay que echarse a la boca y estos comemierdas lanzando lo poco y nada que les queda”. Allí estuvo la chusma hasta que apareció el delegado de zona a estampar el sello, entonces se percataron de lo tardío que se había llevado a cabo la manifestación. Con la desilusión reflejada en el rostro y más hambre por delante que el día anterior, se dispersaron todos despacio. Por primera vez me di cuenta de tu reflexión respecto a la lluvia y cuánta razón tuviste. Salté de alegría y corrí por toda la casa eufórica porque sabía que a esa hora deberías estar lejos y segura.

Por tu abuela hemos sabido algunas cosas de ti, no todas buenas como quizás esperábamos pero no se puede pedir mucho a sólo un año de tu partida. Entiendo que debe ser demasiado difícil empezar una vida de extranjero rodeado de cosas nuevas y distintas. Me alegro que tu mamá haya encontrado trabajo en una fábrica de lámparas y aunque sea una simple obrera igual tiene un empleo y servirá para ayudar a mantener el hogar. ¡Quién lo iba a decir!. Tu mamá trabajando, cuando aquí nunca disparó un chícharo porque a ustedes nunca les faltó nada. Sé que me vas a hablar de libertades y esas cosas que yo no entiendo mucho, definitivamente no soy ni seré buena para la política, pero en el plano material tú no te podías quejar. Lo tuviste todo al alcance, incluso en los momentos cumbres de escasez. Cuantas veces fui a tu casa a escondidas de mi madre a comer pan con bistec y digo a escondidas porque me hicieron prometer que no comentara a nadie que ustedes comían bien. Yo sin remilgos traicionaba a los míos, pensando que era mejor hacer revolución con las tripas llenas, "A barriga llena , corazón contento". Saqué buenas notas gracias a las horas de estudios que juntas compartíamos. Paralelamente aumenté unas libritas por los emparedados que nos zampábamos a destajos con la pura sana intención de alimentar el cerebro. Cuando se realizó la última Asamblea del Poder Popular tú eras candidata fija para vanguardia cederista, por tu entrega, por tu disciplina, por tu entusiasmo. Por poco me ganas a no ser por ese incidente que marcó a tu familia definitivamente. En la reunión del Comité alguien leyó una carta y nombró a las personas que estaban realizando los trámites para salir del país. A mí casi me dio un patatús cuando escuché tu nombre y acto seguido me escabullí como pude para evitar lo peor, que te llamaran "gusana". Así que pasaste de reina a cenicienta como en los cuentos de hadas. Gracias a Dios mi madre sin apartarse de su fervor revolucionario mantuvo intacta las relaciones de vecinos y trató de ayudarles dentro de lo que pudo.

Lo más terrible e inconcebible es que muchos de aquellos que hace un año les gritaban, hoy están en las listas de espera para tomar el mismo rumbo con iguales intenciones. ¿Con qué moral actuaron entonces?, ¿qué los motivó a ser tan exigentes?. ¿Acaso quería demostrar con su eufórico desmán su actitud revolucionaria irreprochable?. ¿Se puede cambiar de parecer en sólo doce meses?. Todavía no encuentro explicación pero no es el momento para preocuparme, ahora quiero que sepas de acá, de tu cuadra, de los muchachos del colegio.

¿Qué pasó con tu casa? Bueno, no sé si tu abuela les habrá contado que hoy día es un círculo infantil, lleno de niños revoloteando por todas partes. Yo una vez me detuve tratando de adivinar adónde irían a parar los muebles, pero al ver tanta risa infantil mis pensamientos divagaron y terminé aceptando el cambio, al menos no convirtieron tu casa en vivienda de combatientes ni se la entregaron a algún cuadro del Partido. Yo creo que eso hubiese sido más penoso. ¿Te acuerdas de Magdalena? Ella se fue un mes después y por la madrugada entraron a su casa, llevándose todo lo que había por delante. Cuando digo todo incluyo hasta los inodoros y lavamanos de todos los baños, que no eran pocos. No quedó cable alguno en toda la casona, ni enchufes ni tomacorrientes. Las ventanas del fondo quedaron en el puro marco. Dice mi madre estupefacta que deben haber tomado la madera para hacer leña. Si la vieja por alguna razón hubiese tenido que regresar ahí si que se hubiese muerto redondita de un infarto. Oye créeme que se parecía a la casa de Scarlett O´Hara después de la guerra, pero sin sirvientes ni vaca. Aquí arrasaron con todo excepto con el sello del Comité que quedo intacto. ¡Que ironía!.

En la escuela todo marcha igual. Charlas permanentes sobre los últimos acontecimientos en la otrora Unión Soviética y el desmoronamiento del socialismo, de la situación del mundo árabe. De la guerra de aquí y la otra de allá. Una que otra reunión de tarde en tarde para levantar el ánimo revolucionario. Roberto pregunta por ti de vez en vez. Sigue solo aunque no le faltan amiguitas para el baile. No se ha decidido a escribirte porque teme manchar el nombre de su familia y no quiere meter en un lío a su padre que es pez grande del partido provincial.

Estamos preparándonos para el período de "la escuela al campo". Creo no será igual sin tu presencia y tus chistes que eran tan cotidianos. Estoy tratando de encontrar amiga para estos cuarenticinco días de cautiverio agrario en aras de la Revolución. Porque de lo contrario no tendría ánimo para compartir mi merienda, esas laticas de leche condensada hervidas a baño de Maria que mi madre hasta el día de hoy consigue con mucho esfuerzo y devoción. Fíjate que todo el año se la ha pasado guardando las latas debajo de la cama en un cajón. Qué manía hemos adquirido los cubanos de guardar y guardar todo en cajita para el mañana, para el que sé yo, para el no se sabe cuándo. Yo muerta de ganas por tomarme una malta con leche condensada y mi madre insiste en que no, “que te vas arrepentir cuando te vayas a la escuela al campo, que allá la cosa si es del carajo pa´lante”. Tiene su cuota de razón porque pensándolo bien este año no está tu padre que en definitiva era el que se movía para conseguir el camión todos los domingos. Entonces de ahí la importancia de atesorar latas por si acaso mami no logra encontrar transporte. Pero mira conociendo a mi madre estoy segura que hará de tripas corazón para llegar cada domingo a verme y yo creo que me muero si no la veo llegar. Es más, ya me la imagino arriba de esos camiones volqueteros revoleteando su pañuelo rojo y entusiasmando a las madres menos aguerridas como lo hacía con la tuya. “-A mi no me van a ver jamás trepada en un camión como ganado que va al matadero”- decía tu madre y la mía embulladísima le respondía “Tu hija merece más que eso. Yo te presto unos pantalones míos para que vayas más cómoda y ya verás lo bien que la vamos a pasar”. Y así domingo tras domingo se les veía aparecer por la guardarraya, la mía con las jabas de las dos porque ya tu madre apenas se valía por si sola y las manos le alcanzaban solo para arreglarse la pamela y secarse las gotas de sudor. Tu madre siempre rehusó llevar sombrero, "que eso es de guajiros" y boina , mucho menos, porque "eso es de guevaristas y guerrilleros". El pañuelo que se ataba al cuello podía ser de cualquier color, menos rojo.

Nuestros queridos padres brillaban por su ausencia, los hombres de nuestras respectivas familias ya habían hecho suficiente. Uno, contratar el transporte, el otro conseguir comida. Ahora me doy cuenta que tu mamá ya desde entonces andaba con la idea de irse del país pero igual las pequeñas cosas, digamos sacrificios que hizo aquí le sirvieron para asumir fuera otras responsabilidades. Fue como un periodo de transición, de lo contrario no hubiese podido enfrentarse a la realidad de obrera. Cuéntale que acá "quien tú sabes" sigue con sus discursos milenarios llenos de agresiones verbales y confrontaciones como estilo político único, repercutiendo penosamente en el orbe. El asedio permanente, que tu padre vivió, desatado por el gobierno contra los medios de comunicación, cada vez es menos, no por cordura, sino porque apenas quedan diarios. La intimidación y la persecución hacia los que piensan diferente se hace cada vez más notable en forma solapada, pero para los que difieren del sistema, porque para los simpatizantes, como mi madre, todo está justificado por el fin.
Seguimos adelante, marchando, leyendo los discursos, apoyando al resto de Latinoamérica. Con ese mismo entusiasmo, estamos con mi mamá preparando unos canteros para sembrar entre otras cosas, tu planta favorita, el manto. Espero verlos crecer desde el portal, cada tarde, cuando me siente en el balance de mi abuela, con o sin apagón, a contarte mis secretos en eterno silencio.

Te deseo lo mejor del mundo
Tu amiga de siempre.



Fin

miércoles, 5 de abril de 2017

"Mujeres de Combatientes"



" Mujeres de Combatientes"



-¿Dónde estás, caballero el más fuerte,
caballero del alba encendida?
-En la sangre, en el polvo, en la herida,
en la muerte, señora, en la muerte.

Pasó lo que nunca Antonia quiso. Ya va para un mes que se presentaron a su puerta dos compañeros de seguridad para ofrecerle apoyo “en estos duros momentos”. Después de tanta agonía y espera, simplemente estaban oficializando la muerte en combate del compañero Edwin, su esposo, quien se había destacado hasta el final de sus horas, en la construcción de un futuro justo. “Coño, mierda , mierda, mierda”, fue lo único que alcanzó ella a gritar y sumida en su dolor se tiró en el sofá con la vista fija en el reloj de pared y el limón del patio que también lloró. La impotencia, la infelicidad, el rencor, todo junto se abalanzó sobre ella, tejiendo colores lúgubres y chocantes, haciéndole retorcer en el pasado y en los sueños irrealizables del futuro. Porque la guerra la privó de él y de sus sueños, de lo sencillo y lo armonioso.

“Ahora está usted libre para rehacer su vida”-, dicen los compañeros de verde olivo, como si ellos fueran los verdaderos centinelas de sus sentimientos. ¿Libre para qué? . ¿Para borrarlo de su pasado?. ¿Para echarlo a un lado como que nunca hubiese existido?. ¿Y dónde mete los recuerdos, dónde los sinsabores?. ¿De qué le sirve tener sus documentos, si no tiene su presencia? Con él no habrá más mañanas, porque una idea fatua se ha llevado su cuerpo. Está destrozada y malhumorada. Se suma a esas madres y mujeres sin tumbas, que llevan ofrendas escondidas al malecón, para honrar la memoria de sus seres queridos, que tratando de salir, perecieron en el intento. Ojala sea un transitorio desafio, y mañana, todas juntas puedan compartir las penas silenciadas.

Ahora entiende a Margot, la negra del barrio, que se le ve cada domingo hablando con el mar, mirando perdida el horizonte, buscando en la aurora las respuestas que su marido no le pudo entregar, porque las ráfagas de metralla lo mandaron al Más Allá. Los sueños de esa pareja quedaron sepultados en Angola; los de Antonia en Nicaragua o El Salvador, quién sabe a ciencia cierta dónde.

Dicen de Margot, que está loca, que murmura incoherencias, que rehusó asistir a la Plaza de Revolución para participar en un acto de recordación a los combatientes desaparecidos. Lo cierto es que las autoridades, además de al marido, le quitaron el derecho a pertenecer al Partido, por irrespetuosa. Sencillamente la sacaron del proceso por querer protestar, por increpar a los que la cuestionaron todos estos largos años que estuvo esperando. ¿La castigaron por no saber esperar?. Se entiende que no supo manejar la situación con más recato, dentro de los cánones de nuestra sociedad y el estricto orden político. A Antonia le consta, que cuando le avisaron a Margot que su marido había muerto en combate, ella, de un tirón le arrancó las pañoletas “Pioneros Comunistas” a sus dos hijos quienes en ese instante regresaban de la escuela. Luego, hizo una pira con las rojas insignias y un uniforme verde que guardaba del esposo. A Antonia le contó, que ese overol verde, lo había usado su marido cuando cortaba caña en los campos de Camagüey. Se había sumado con inusitado entusiasmo al ajetreo del año setenta “¡Los diez millones, van!”. Otra utopía socialista.


Camagüey, y lo que tenían de común hasta ese entonces, las unió en largas charlas y reflexiones hasta que la novedad obligó a Margot a refugiarse en su propio silencio. A veces se le escucha gritar de rabia. Se ha vuelto intolerante e irascible con la gente que se acerca a consolarla. Se mantiene largas noches en vigilia gracias a las dosis de pastillas que consume. Quiere, según ella, solo ayuda del mar.

Antonia la observa y se pregunta si estará buscando su paz en el océano. ¿Quién sabe si una ola le devuelva, uno de estos días, su orgullo, su cordura y recobre con ellos su mérito, su autoridad y respeto?. ¿Volverá a ser la misma de siempre o seguirá refunfuñando contra el gobierno desde su ventana y gritando palabras soeces a cuanto miliciano o militar, que para el caso es lo mismo, ve pasar por debajo de su balcón?

Estas son historias que se entrelazan. Margot extraña de su marido su sonrisa, su olor a tabaco, sus cenizas ; Antonia, de Edwin, su rutina, su pasión, su fe. “Estudio, Trabajo, Fusil”, su consigna permanente.

Antonia y Margot se atormentan cada una por su lado. Antonia no recibe aliento ni de su madre, aunque esté mal decirlo, quien consideraba esa relación como un bulto importante e innecesario para una joven mujer. Para ella todo es borrón y cuenta nueva. Él nunca fue santo de su devoción, hecho raro, si se considera que ambos profesaban iguales ideales. Visto desde su óptica, está superado su mal paso. “Hay ciclones peores”. Al fin y al cabo “La Habana tiene muchos más habaneros”-le dice su madre.

Antonia reflexiva se revuelve en sus recuerdos y repasa, para acallar su llanto, un poema de Nicolás Guillén;

“Pero las voces me vigilan,
Me tienden trampas, me rodean
Y me acuchillan y desangran;
Pero las voces se levantan
Como unas duras, finas bardas;
Pero las voces se deslizan
Como serpientes largas, húmedas;
Pero las voces me persiguen
Como alas...”

FIN

miércoles, 8 de marzo de 2017

"Había una vez"







“Había una vez”


Esta historia empezó en una exótica isla, de geografía larga y angosta con ríos caudalosos de corrientes ágiles, vegetación exuberante, poblada de pájaros multicolores que cantaban por doquier, y playas desbordantes en arena y espléndido azul turquesa. Todo marchaba relativamente bien y fluía la vida como lo hacen las estaciones del año hasta que llegó un dictador que durante largos e incontables decenios tiranizó su isla y a sus habitantes haciéndoles creer que la miseria a la que los había sometido no era más que el resultado de un meticuloso plan urdido para conquistar un futuro luminoso. Los que lograban escapar, porque hasta abandonar su terruño estaba vedado, se dieron cuenta que allende los mares existían otras islas donde no todo estaba tan mal. Nadie prefirió volver; intranquilos desde afuera decidieron observar y esperar.

La precariedad envolvió a la isla y la cubrió por más de medio siglo. No alcanzó el añoso dictador a gobernar tanto como hubiese querido porque la muerte, asegurada para todos por igual, logró llevárselo aunque a la fuerza una mañana estival. Pero como el colérico e iracundo tirano tenía el ego tan grande no se contentó con el silencio del eterno sueño sepulcral. Hasta después de muerto los hacía padecer. Ellos trataron de borrarlo de su memoria y quehacer, pero el endemoniado de vez en vez sacudía la isla para hacerse notar. Dicen que se aparecía de un curioso verde olivo envuelto en olas gigantes que arrasaban con todo sin avisar, que de pronto venía con la lluvia que inundaba los campos y desmantelaba la ciudad, o se le veía en la ventisca helada inusual para una isla tropical, o en la tormenta huracanada de un apurado ciclón. Destruyendo cuanto hallaba a su paso, él daba señales de que seguía presente. Por eso, ante la proximidad de un episodio semejante, a los lugareños se les veía correr y alertar al resto: “Enciérrense que viene el espíritu maligno a espantar nuestro bienestar”.
Y así fue por muchos años hasta que las nuevas generaciones, menos crédulas, más confiadas en sí mismas, le olvidaron para siempre. La isla se hizo grande, se llenó de gente joven y fuerte, multiplicada en energía e infinita bondad; y prosperaron desechando definitivamente su lúgubre pasado, interpretando los desastres como algo pasajero y natural.

Hoy día la isla se ve sana, simple, poética. Ultra metafórica pero al mismo tiempo con ingenuidad inteligente se levanta por encima de las demás. Para siempre el mar y el cielo se tornaron azul intenso y las estrellas volvieron a brillar.

Ah!; Y del viejo dictador, Gracias a Dios, no se supo nunca más.


FIN

domingo, 5 de febrero de 2017

"El aroma de una carta"




“El aroma de una carta”


María Antonia acaba de dejar a su hija durmiendo en la cuna bajo la melodía del juguetico que le enviaron desde Miami cuando nació. De eso hace ya cuatro años. ¡Cómo pasa el tiempo!. María Antonia ha estado envuelta en llamas, entre el trabajo, el círculo infantil, las colas para esto o lo otro y los quehaceres propios del hogar. Ha aprendido a tolerar la separación y ha superado la sensación de fracaso, porque está convencida que aún no ha perdido la oportunidad de ser feliz, porque no es única y porque además ahora que está cerca de los treinta años, se siente mucho más madura para mirar con seriedad el pasado, para entenderlo y no volver a repetir los mismos errores del ayer.

Estaba pendiente de la olla donde había puesto a ablandar los frijoles negros al mismo tiempo que regaba las plantas de su balcón, cuando vio desde su terraza al cartero dirigirse al edificio. “Este me trae algo, porque al resto de viejos con quienes vivo, no les escriben ni los muertos”- pensó, y acto seguido bajó las escaleras corriendo para darle alcance y escuchar de boca de Enrique la confirmación de sus deseos.

¡Enrique, Enrique!- alcanzó a gritar dos veces.

Enrique se dio vuelta sosteniendo con esfuerzo el maletín atestado de correspondencia y asiéndolo hacia un lado sobre el hombro cansado y maltratado por el paso del tiempo, le dijo esbozando una amplia sonrisa:

-Niña, le traje cartica del norte, bien rellenita. Yo creo que con fotos. Si no sabré yo. Mire que estos callos no se equivocan.

Le muestra la palma de su mano. Ella, sin reparar en las callosidades porque tiene ojos solo para el manojo de cartas, lo invita a subir a su apartamento para agradecerle con una taza de café.
-Lo único malo es que estamos sin ascensor desde .....
-Desde el triunfo- interrumpe él con la malicia típica del cubano.
-Cuidado, que las paredes escuchan, además no es tanto.
-Yo siempre que vengo lo encuentro roto.
-Lo que pasa, es que este ascensor no es ruso, y el arreglo es un verdadero ingenio. Si no fuera por las caderas de la vecina del fondo, más los cigarros que le obsequiamos al mecánico de estos aparatos, sencillamente estaríamos fritos. Así es que no sufra usted por nosotras, que en un mes más esto está solucionado.
-¡Válgame Dios!
-Bueno, tampoco somos los únicos con el mismo problema.
-Hoy día, vivir en edificio con los apagones y con las roturas de los elevadores, no es vida.
-Con estos calores y el ejercicio permanente, mantenemos la figura.
-De eso no tengo la menor duda.

Entre diálogo y diálogo entraron al apartamentico. Dejó la carta sobre un estante y se dirigió a la cocina a preparar el café. El cartero esperaba en la sala, secándose el sudor de la frente y el cuello con un pañuelito. Mientras hervía el agua, María Antonia abrió presurosa el sobre. Sacó las fotos y se volvió para mostrársela a Enrique.
- Esta es mi amiga, la de Miami.
-¡Qué jovencita!.
-Somos contemporáneas, solo que ella dejó de ir a la agricultura y hacer largas colas desde los trece o catorce años. En cambio una sigue aquí en el ajetreo permanente y la resolvedera cotidiana.
-Otra vida- agrega él admirando el colorido de la foto.
-Otras historias- responde ella con recelo.
-Me imagino- acota él.
-Pero aquí estamos unidas por el tiempo, gozando de una amistad eterna y franca, contándonos la una a la otra las cosas cuando podemos e inventándonos los encuentros para que esta vida sea más grata y llevadera.
-Ahora entiendo por qué esperas con anhelo.
-Soy ansiosa.
-Lo mismo pasa con el resto.
-¡Le zumba la berenjena!
-No soy un autómata que reparte aquí y allí papeles por un sueldo. Conozco de sentimientos y realidades más crudas que la tuya; del padre que espera meses y meses noticias de su hijo; de la madre que quiere constatar que sus retoños pudieron cruzar el estrecho y están vivos; de la esposa que espera infructuosa los papeles legales de su marido para salir del país y unírsele; de tanta gente separada por este muro de agua y política. Gente pudriéndose aquí y allá, mientras esperan, aunque sean unas cortas líneas. Son veinte años en este ir y venir llevando noticias”.

Se asoma de pasadita la negra Fernanda. –“Enrique, ¿no hay carta?” y él, con un sólo movimiento de hombros encogidos, hace entender la respuesta que nadie quiere escuchar.

-¡Ay viejo!. Escríbeme tú, aunque sea. Alégrame la vida con una cartica o una postal. Mira, cualquier cosita, chico, menos el diario ese.- comenta mientras señala el periódico Granma que descansa sobre la mesa de centro. Y sin despedirse, se aleja con su trova irascible, mascullando palabrotas que se escuchan hasta que su voz se pierde definitivamente en el cajón de escalera.
María Antonia le acerca la taza de café. Enrique continúa su relato, mientras sorbe el cafecito:
-En este ir y venir he aprendido a distinguir a los violentos, los nerviosos, los ansiosos, los bravucones, los pendencieros, los chismosos por convicción, los retraídos, los conservadores- Sigue su discurso- Llevo aliento con este manojo de cartas. Te imaginas cuántas anécdotas, con esa manera grandilocuente que tenemos los cubanos para hacer historias grandes hasta de temas pequeños. Hemos convertido en tradición la forma de cambiar la desgracia por un chiste divertido de esquina. Y hasta me han abordado: -¿Pero hasta cuándo, Enrique?, llevamos meses esperando viejo!.

Sorbe nuevamente-Como si yo fuera el culpable de tanto desvelo. Más de un portazo se ha oído a mis espaldas. Me insultan o me advierten que me van a acusar con el santero. Pero yo sigo incólume porque sé que no es nada personal. Y cuando llegue esa carta tan deseada, no faltará quien me invite a cenar.

Terminó su relato, se tomó el último sorbo de café y retomando su quehacer, se despidió, diciendo:
-Te dejo para que disfrutes a tu amiga. Tú eres afortunada, niña. Te escriben de muchas partes y con una frecuencia inusitada”.
-¿Usted cree, caballero?
-¡Por supuesto!

María Antonia cerró la puerta, tomó a su niña de la cuna y la colocó el corral con sus juguetes. Se tiró en el sillón, tratando de interpretar el aroma del sobre, lo abrió con mucho cuidado para conservar intactas las estampillas multicolores y se puso a escudriñar ansiosa cada palabra.

Fin

jueves, 5 de enero de 2017

“La Oficina”





“La Oficina”






¿Quién alguna vez no se ha visto enfrentado al tedioso mundo de la oficina?, ese espacio donde fluyen olores y sabores indiscriminados, momentos alegres y tristes, donde afloran los aspectos más desagradables de nuestros caracteres. Oferta humana, entorno caprichoso que a veces se torna hostil y en ocasiones placentero. Uno se llena de coraje para lidiar con los desmedidos optimistas y los de marcado decaimiento, con los ansiosos, con los frustrados que a todo le encuentran el mal, porque ni ellos mismos entienden de dónde vienen sus propios miedos. También está la parte lúdica. Atropello de piropos inocuos, segundos para tirar a la palestra bromas anodinas o chismes de poca monta que serán tamizados con el tiempo, sin colores, pocos contundentes y relevantes, como para volver a ser contados porque nadie tendrá suficiente tiempo para recordarlos. Lo importante y necesario es saber sacudirse de los lóbregos sentimientos; y sonreír dejando que las cosas fluyan por si solas y tomar como enseñanza de vida cada gesto, cada palabra sea cual sea su intención porque la oficina es y seguirá siendo un eterno desafío, pero no es la vida, es solo una OFICINA.

FIN