CORREO ELECTRONICO

martes, 8 de noviembre de 2011

"El sueño"











“El sueño”




“A los muertos hay que velarlos y enterrarlos”-decía siempre mi abuela mamá Nena- “para evitar que ellos y nosotros caigamos en la trampa de su eterna disparatada presencia”. Cuando empeoró tu salud yo estaba trabajando fuera del país, y cuando llegó el desenlace no hubo posibilidad alguna de desplazarme a cumplir los ritos del sepelio. Demasiados kilómetros entre Kiev y Camagüey nos separaban. Por eso me costó entender a mi regreso a Cuba, seis meses después, que ya no estabas. Durante muchos años soporté esa carga, hasta que tuve el sueño que hoy quiero compartir no contigo, porque lo conoces, sino con el resto.

…….Salí al patio de la casona en busca de aire porque dentro la humedad me estaba consumiendo. Las lluvias de Mayo que generalmente aplacan el calor demoraban en caer. Los tinajones estaban casi secos. Al lado de una tinaja junto a la tapia llena de musgos, líquenes y helechos tú estabas disfrutando plácidamente uno de esos legendarios puros que embriagaban el entorno. Yo me quedé perplejo, preguntándome cómo estabas allí si ya habías muerto. Esbozaste una sonrisa sincera, y me dijiste “Decidí presentarme ante ti en este estado para poder demostrarte que estoy bien, de lo contrario no lo entenderías”- y continuaste como adivinando mis pensamientos- “Claro que no morí tan sano como ahora me aparezco pero ¿de qué otra forma puedo trasmitir la felicidad que hoy siento?; esto debes tomarlo como un puente entre mi estado actual y tu mente consciente. Y no trates de buscar explicaciones donde no las hay, solo disfruta sin hablar este momento.”

Me abrazaste con fervor. Percibí tu musculatura. Entendí tus nobles sentimientos. Recordé que cuando estabas enfermo te apoyabas a mi hombro abarcando su totalidad con tu mano gigante de largos dedos. Tenías la mitad de tu peso producto del desgaste propio de la enfermedad y te habías encorvado un poco. Tus piernas flectadas, porque las rodillas ya no podían sostener tanto armatroste, trataban de mantenerte en pie. A pesar de todo seguías siendo más alto que yo. Y me contabas tus chistes que aunque viejos, relatados de otra forma, con más aliños y adornos parecían siempre frescos.

Esa misma dicha brotaba en el sueño. Desperté con una sonrisa abrazado a los buenos recuerdos. El dolor que al irte nos diste ha disminuido con el tiempo y tu recuerdo me llega hoy plácido y reconfortante.

Cada noche bendigo tu presencia que se asoma a veces con tu aroma a tabaco. Rezo el padre nuestro y agradezco a La Comisión Vencedora Africana, a La Virgen del Camino y todos mis muertos, que cada vez son más, por la luz que me entregan para bregar en el difícil camino de los vivos; “¡porque a esos sí, – como decía mi abuela mamá Nena con énfasis- a esos sí que hay que tenerles miedo!”.




FIN