CORREO ELECTRONICO

miércoles, 8 de marzo de 2017

"Había una vez"







“Había una vez”


Esta historia empezó en una exótica isla, de geografía larga y angosta con ríos caudalosos de corrientes ágiles, vegetación exuberante, poblada de pájaros multicolores que cantaban por doquier, y playas desbordantes en arena y espléndido azul turquesa. Todo marchaba relativamente bien y fluía la vida como lo hacen las estaciones del año hasta que llegó un dictador que durante largos e incontables decenios tiranizó su isla y a sus habitantes haciéndoles creer que la miseria a la que los había sometido no era más que el resultado de un meticuloso plan urdido para conquistar un futuro luminoso. Los que lograban escapar, porque hasta abandonar su terruño estaba vedado, se dieron cuenta que allende los mares existían otras islas donde no todo estaba tan mal. Nadie prefirió volver; intranquilos desde afuera decidieron observar y esperar.

La precariedad envolvió a la isla y la cubrió por más de medio siglo. No alcanzó el añoso dictador a gobernar tanto como hubiese querido porque la muerte, asegurada para todos por igual, logró llevárselo aunque a la fuerza una mañana estival. Pero como el colérico e iracundo tirano tenía el ego tan grande no se contentó con el silencio del eterno sueño sepulcral. Hasta después de muerto los hacía padecer. Ellos trataron de borrarlo de su memoria y quehacer, pero el endemoniado de vez en vez sacudía la isla para hacerse notar. Dicen que se aparecía de un curioso verde olivo envuelto en olas gigantes que arrasaban con todo sin avisar, que de pronto venía con la lluvia que inundaba los campos y desmantelaba la ciudad, o se le veía en la ventisca helada inusual para una isla tropical, o en la tormenta huracanada de un apurado ciclón. Destruyendo cuanto hallaba a su paso, él daba señales de que seguía presente. Por eso, ante la proximidad de un episodio semejante, a los lugareños se les veía correr y alertar al resto: “Enciérrense que viene el espíritu maligno a espantar nuestro bienestar”.
Y así fue por muchos años hasta que las nuevas generaciones, menos crédulas, más confiadas en sí mismas, le olvidaron para siempre. La isla se hizo grande, se llenó de gente joven y fuerte, multiplicada en energía e infinita bondad; y prosperaron desechando definitivamente su lúgubre pasado, interpretando los desastres como algo pasajero y natural.

Hoy día la isla se ve sana, simple, poética. Ultra metafórica pero al mismo tiempo con ingenuidad inteligente se levanta por encima de las demás. Para siempre el mar y el cielo se tornaron azul intenso y las estrellas volvieron a brillar.

Ah!; Y del viejo dictador, Gracias a Dios, no se supo nunca más.


FIN