CORREO ELECTRONICO

lunes, 16 de julio de 2012

Habanera



Habanera



Elena, espontánea y bullanguera, va por el malecón respirando ese olor que viene del mar con sabor a coco y pescado. Tira de su bicicleta acompañada además por un ruido de tambor que sale de cualquier calle aledaña. Dicen que está loca por toda la incoherencia que desde su boca negra sale a destajo, pero ahora que la tengo al lado, disfruto su amplia sonrisa sin preámbulos, su monólogo permanente, su optimismo y su excelente estado de ánimo. Aunque parezca raro, a su edad se le ve pedalear lo mismo por el Cotorro que Jaimanitas, buscando algo en El cerro, resolviendo en El Vedado.



_Muchacho, acabo de conseguir unos ajustadores - se lleva ambas manos a los senos y los sujeta fuertemente – ya no estoy en edad de sumarme a las nuevas modas. Eso de andar con las tetas sueltas no me queda bien. Por alguna razón, que creo conocer bien, aquí últimamente han estado elogiando algunos detalles europeos, cosa rara para nuestro sistema que no encuentra nada bueno en los países capitalistas; que si las francesas ya no usan calzones, que si los hombres ingleses pueden ir de traje y zapatos finos pero sin medias, que las italianas ya no usan desodorante y es lo más sexy del mundo,que se descubrió en España que el jabón daña la piel. No, si lo digo yo, que a este ritmo vamos a llegar a ser los más modernos del mundo antes que se acabe el siglo. Y en cuanto a lo sexy, no estoy tan segura, ¿me vas a decir tú que sin agua, sin jabón, sin talco, sin nada que echarse por arriba para apagar los olores propios de nuestro fétido cuerpo vamos a provocar instintos sexuales y seductores? ¡Qué va!



Mira. No sé cómo será en Europa, pero aquí, con los calores endemoniados, la falta de aire acondicionado y el trajín diario con la bicicleta como único medio de transporte, el cuerpo pide a gritos aseo y cariño.



Ahora estoy entendiendo a los extranjeros y su afán por conquistar a las cubanas. Las jineteras, sin importar el status, andan arregladitas y olorosas. Las nuevas en el negocio, huelen a Moscú Rojo. En lugar de un buen champú, se estiran las pasas con un invento casero, esa baba transparente y pegajosa que se saca de las hojas del henequén, que lo mismo sirve de pasta dental que de detergente. En cambio las experimentadas, se distinguen por las buenas prendas, su desplante y esos aromas capitalistas, fuman Mallboro y hace mucho que cambiaron la bicicleta por un turistaxi.



Eso es desarrollo, aquí y en el culo del perro. Lo demás es bobería, porque no vivimos en la jungla, ni en la selva amazónica. El hombre desde que nace siente la necesidad de mejorar, de superarse y de realizarse y también de embellecerse y para eso necesita la ayudita de las cremas y fragancias. ¡ Y cuánto nos desgastamos para conseguirlo!



Mira, sin ir más lejos te contaré que el otro día fui en bicicleta hasta La Habana Vieja a resolver algo para el maquillaje. Me dieron el dato de una señora que tenía de todo y a buen precio. Como tenía unos billeticos, de los verdes, ahorraditos, partí bien temprano antes que se largara a llover. Si me hubiesen descrito antes le lugarcito, lo hubiera reconsiderado, pero ya estaba metida en la boca del lobo cuando sopesé el riesgo de andar por esos callejones perversos y poco afables. En la calle compostela ente Muralla y Provenir. El edifico es una mole de cinco pisos que en su época debió ser un palacete, con amplios balcones al estilo andaluz, algunos de ellos convertidos en lavaderos o corrales. Desde abajo vi un puerco y me hice a un lado por si acaso al animalito se le ocurría cagarme encima. Dejé la bicicleta encadenada a una herrumbrosa cañería por donde alguna vez pasó agua y subí por una amplia escalera de mármol italiano, que en forma de curva majestuosas llegaba al piso superior. Arriba, el pasillo era muy espacioso, pero estaba repleto de tarecos, muebles viejos y tanques de agua cubiertos con tapas de zinc. La algarabía era tanta que me costó entender a una señora que me explicaba cómo llegar al cuarto exacto de “la compañera que vende”. Desde abajo, o desde más arriba, era indescifrable, se escuchaba: “que si te marco para el pan vieja!”; “Juanita, tu marido se está metiendo con la mulata de la bodega!” Delante de mí, una morena tiraba a su hijo de la oreja mientras le decía: “- Cojones Victor Manuel, me cago en la mierda, ¿cuántas veces te he dicho que no digas malas palabras?”



Aquello era apoteósico, el edificio entero hervía de fogosidad y ánimo. Con todas las puertas abiertas de par en par no me costó identificar el cuartucho de la vendedora, buen televisor, un equipo de música de última generación y unos sillones bastante aceptables para el lugar. La mujer primero me interrogó para cerciorarse que yo no era de junta de vigilancia del comité y luego pasó a mostrarme las maravillas propias de los antiguos mercados capitalinos: aretes, relojes, cremas, pinzas para sacar cejas, redecillas. Fue tanto el entusiasmo que terminé por comprar lo que menos necesitaba, unos ganchitos de pelo. Salí de allí más rápido de como había llegado, rauda para que no me apalearan por el camino por quitarme la bicicleta o en el peor de los casos, sabiendo de dónde venía, me asaltaran los negritos ociosos para robarme algo. ¡Qué susto, muchacho! Por eso ahora prefiero esperar por lo que nos den en la tienda, porque definitivamente no he nacido para estos trajines. Además Dios no nos abandona y como dice una conocida mía “en este país no se acuesta nadie sin llevarse un bocado a la boca”.



Mira, ayer una vecina me regaló un tubo de crema. Me siento como una verdadera reina. Elena acaricia levemente sus callosidades propias de una mujer de sesenta. Disfruta el frescor de su piel y como gesto de agradecimiento levanta sus largos brazos mostrando sus pulcras manos en dirección al mar. Ahora que se ha quedado en silencio y me ha abandonado, me pregunto sin hablar ¿cuán loca , Elena , tú estás?






Fin