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miércoles, 15 de mayo de 2013

"Andalucía mi vida, Cuba mi corazón"

“Andalucía mi vida, Cuba mi corazón”

Ella, parada frente al quiosco de diarios del aeropuerto internacional, está por dejar atrás las penurias que le ha causado en el último tiempo la escuelita rural de Sevilla, allá por “El Colmenar”. No le llena ya su verde, ni sus murallas adoquinadas, ni el encanto de tantos sonrisas de niñitos por educar. Tampoco quiere darle más vueltas al asunto porque anuncian el vuelo de Cubana. Aborda entre las primeras como si con tanta desmedida prisa fuese a llegar más rápido al destino final. Se acomoda en el asiento con vista, por ahora, a la loza del aeropuerto. Nerviosa, ajusta arriba el aire para combatir el calor. Dispone, en el bolsillo que tiene enfrente, su cámara fotográfica y un sobre carmelita con todos sus documentos. Con la gracia de sus manos moras hojea un libro de José Martí que ha comprado recién. Vuelve a mirar por la estrecha ventanilla y recuerda los versos de una canción de Silvio: “Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí, ni el recuerdo los puede salvar”. Una azafata, oscura como la noche le tiende un diario que ella deja reposar junto al libro en su regazo.

Se da vuelta y le comenta a su compañera de viaje- “¡Ay, qué emoción!”, pero un árabe intraducible y un gesto de hombros le da a entender que no podrán conversar durante la travesía. Mejor así, porque prefiere concentrarse solo en su otra mitad, esa que quedó anclada al otro lado del océano desde hace dos años ya.
Se alza por los aires la nave, y ella empieza poco a poco a olvidarse de los toros, de las coplas, de Andalucía en general. Escucha una guitarra loca que expande al viento boleros del corazón pero es solo su imaginación. Va decidida a cambiar su vino por un rico trago de ron en la Bodeguita del Medio o en cualquier otro bodegón donde el “Arsa que toma y olé” se reencuentre con un genuino “Goza chica mi vacilón”.
Sus pensamientos se van perdiendo entre tantas nubecillas oscuras que intentan apagar el sol y miles de estrellitas que se empujan ansiosas por aparecer. Abajo el mar se torna color plata radiante. Acomoda su cabeza, cierra sus bellos ojos negros y se conecta con su lado interno, recordando el ir y venir de esta eterna relación epistolar en la que ella ha visto permanentemente el puño firme del amor que ahora quiere rescatar. En cada carta se han mirado a los ojos, se han hablado tiernamente con el corazón, y ella ha llegado a pensar que en alguna de esas líneas se encontrará a si misma, aquella tarde, en aquel hotel, y con aquel deseo latiendo en lo más profundo de su pecho. ¡Ay, Qué dolor!
Se duerme prisionera de la nostalgia. Tratando de evitar el pecado, navega por el mundo de los sueños, pero alerta para cuando anuncien el aterrizaje no perderse la entrada a la isla, para ver desde lo alto sus tierras rojas con sus esbeltas palmeras, sus lagunas y villorrios. Sueña que ha llegado. Mientras ella toma una agüita de avellano, él saborea un jugo de guayaba endulzado con azúcar prieta del verde cañaveral. Ahí está él, mirando ansioso tras el vidrio de la sala de espera, vestido de blanco y azul, pulcro, distinguido, radiante. Luego viajan raudos al centro de la capital. Juntos piden una pieza con vista al mar y sentados en un balcón, cuentan las interminables olas que revientan en el malecón. La envuelven enredadas escenas: cerniendo fina arena, armando descomunal fuego, provocando apetente el deseo, paseando desnuda por el Prado con sus erguidos leones de bronce, seguida de unos musculosos rumberos con tambores que apagan su sed con esta canción:
“La Habana es Cádiz con más negritos,
Cádiz es La Habana con más salero” .

Despierta bruscamente tras un tirón del avión. Estira plácidamente sus largas piernas, descalza sus zapatos nuevos que la han torturado durante estas horas de viaje. Vuelve a tomar el libro del poeta cubano en sus manos pero no logra definitivamente concentrarse. Evoca la ciudad de La Habana en su totalidad, con su extensa bahía, sus diminutas callecitas, sus plazas, su catedral, recurre a "El Floridita" e inevitablemente a su "Daiquirí" que es un trago tradicional. Le asustan los sentimientos y sus nuevas emociones que quiere vivir intensamente, y al mismo tiempo la atrapa el desequilibrio entre lo que piensa y lo que siente en esta relación abrasiva y pasional.
Hace mucho que no se escriben, pero pronto podrán conversar y dar rienda suelta a la pasión, la misma que tuvieron que ocultar la primera vez porque entonces sobró cordura y temor. Ahora va definida y decidida a enfrentar la realidad pero lamentablemente sin saber que él, a esa misma hora, cansado de esperar, va dejando atrás su isla y vuela, aunque muy apesadumbrado, también resuelto en otra dirección.
Fin

Comentario: “Arsa que toma y olé ” entiéndase “Alza, que toma y olé ” voz popular andaluza; una forma muy flamenca para marcar el compás.