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sábado, 2 de noviembre de 2013

"Entrañable Flamboyant"

"Entrañable Flamboyant”

¿Cómo olvidarte Flamboyant, si tú eras el centro del gran patio de la casona de Camagüey, partícipe silencioso de tantos acontecimientos?. Has estado siempre presente. Eres parte de mi eterna manía de escarbar el pasado, pieza indisoluble de mi mundo de melancolía e ilusión. Quiero recordar lo feliz que era con tu desplante y prestancia, con tu aroma seductor y esa mezcla de verdor intenso con rojo fulgor. Nunca interrumpimos tu crecimiento, tus ramas sublimes con múltiples hojas se desparramaban por todos lados. ¿Recuerdas cómo correspondíamos tu sed en los meses de sequía?. Luego despertabas la pasión en mayo con las lluvias tempestuosas del eterno verano. Con mi hermana leíamos juntos los cuentos de antaño y los versos sencillos de Martí bajo tu sombra. Nos cubrías y desamparabas como si supieras lo que nos divertía. Ese bamboleo nos quería decir algo, aunque nunca supimos descifrar qué era.

En las noches prefería esquivarte porque temía que de repente tras de ti apareciese “José en calzoncillos”, ese muerto porfiado que había quedado en el limbo, por no querer entender que ya no pertenecía al mundo de los vivos. Él tuvo que haberte molestado, tanto como a nosotros, con sus sepulcrales ruidos y apariciones.

También mi abuela te maltrataba con su presencia. Te golpeó y reventó varios bates de béisbol contra tu tronco, primero adolorido por sus estruendosos y soeces insultos. Sobre tu envejecida corteza desataba ella su ira, culpándote de que su esposo tuviese “una querida por ahí”. En esa época el tiempo pasó lento y cruel.

Mi madre colgó de una de tus fuertes ramas a nuestro gato por haberse comido el bistec que nos tocaba por tarjeta. “Ahí te vas a quedar hasta que nos vuelvan a dar carne”. Hubiésemos tenido que esperar cuarenta y cinco días pero nuestro gato no tenía siete vidas, como se supone, y murió casi al instante. Para evitar el hedor hubo que retirarlo de inmediato, cortando de un machetazo uno de tus tantos brazos.

Pero tú, inmutable seguiste creciendo, nos viste surgir y luego partir. Hoy día continúas altivo mirando ese cielo que añoro. Por eso te pido que no te marchites, que he de volver para abrazarte fuertemente y a la vez rescatar todos esos recuerdos que en ti quedaron alguna vez. Juntos hemos de cantar ese bolero que hace mucho tiempo sembraste en mí:

“Aunque quiera olvidarte, ha de ser imposible
porque eternos recuerdos, tendré siempre de ti
mis caricias serán el fantasma terrible,
de lo mucho que sufro, alejado de ti”.


Fin