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martes, 1 de septiembre de 2015

"Yo conozco un lugar lejano......"




                                 
"Yo conozco un lugar lejano, donde brotan ecos incontrolables de amor"

La primera vez que fui a Cuba fue en el año 93. Me golpeó por un lado la terrible pobreza, el sistema de racionamiento en las tiendas, los estantes vacíos. Los cubanos tienen un sistema de tarjeta con la que una persona recibe ochenta gramos de pan al día y cuatro huevos al mes. En dos palabras: Pobreza absoluta. Por otro lado noté un cierto optimismo ineludible en cada cubano. Al parecer ellos tienen un gen muy particular; por naturaleza son muy optimistas y van por la vida con un sentido de dignidad increíble, a pesar de las dificultades. Este contraste me conmovió”.


Dmitri Dmitrevich Krilov
Corresponsal de prensa de Rusia
realizador y conductor del Programa Televisivo
"Непутевые заметки".


En una entrevista de las tantas que das relacionadas con tus viajes, recordaste después de veinte años un episodio que como madeja de un grueso tejido nos vinculaba. Siempre hay hechos y personas que dejan una marca indeleble en el alma. Tu lúcida memoria del ayer, sigue el resto del pasado, enmarcando los viejos momentos que permanecen vivos en el presente. 

Exactamente corría el año noventa y tres y con un minúsculo equipo viajaste a la isla por primera vez para ver qué pasaba en la Cuba que atravesaba entonces su conocido período especial. A pesar de las observaciones y peticiones que te hizo la compañera del departamento de prensa al llegar, y lejos de la mirada acuciosa del compañero de seguridad que nos acompañaba y del chofer, también compañero de seguridad (valga la redundancia), varias veces nos salimos del protocolo y revisamos rincones y escarbamos el alma de las familias comunes y corrientes en Viñales, en Cienfuegos, en Trinidad porque querías ver más allá de lo que te ofrecía un programa turístico con abundantes valles, altivas palmeras y playas de aguas cristalinas y finas arenas.

Si bien es cierto toda Cuba te encantó, Trinidad ocupó al máximo tu atención. “Trinidad es definitivamente transculturación”- fue tu primer comentario. La dominación árabe en España durante ocho siglos facilitó la fusión de lo europeo con elementos moriscos del arte Musulmán. Todos esos elementos de la cultura árabe o morisca cuyo resultado es el arte mudéjar, surgido en Granada, Andalucía y otras regiones al sur de España, aparecen en este extremo del mundo resguardado a la sombra de exuberante vegetación y exóticas aves, custodiado de cerca por las faldas de verdes lomas y de lejos por la imponente cordillera del Escambray.

En el centro, el Palacio del Conde Brunet, noble criollo cubano, acaparó tu atención. Dos horas estuviste absorto en ese palacio de dos pisos ante las obras de artes decorativas, vajillas, muebles, platería, porcelana, y demás objetos que marcaban el lujo de una clase y una época ya distante. Empezabas a quejarte del calor a pesar de que era aún temprano y de la monótona incursión que te ofreció la guía del museo porque a pesar de su erudición, distaba mucho del entusiasmo e histrionismo del resto de los cubanos que hasta entonces habías conocido. Agotado de tanta información y demasiado dato frío que no cabía en tu ávida cámara de búsqueda constante salimos a la plaza.

Renunciaste al museo de ciencias naturales donde alojó Humbolt en 1801 porque preferías ocupar el tiempo en saber más de la gente del lugar, del trinitario de a pie. Blancos, negros y mulatos, creyentes de diversos credos y no creyentes se mezclaban en el quehacer rutinario de la vida, creándose una dependencia sociocultural que era lo que más te interesaba: Tu cámara se posaba lenta y respetuosa sobre la señora octogenaria que arrastraba una bolsa de papas, rescatabas al pregonero de ajos y cebolla, al afilador de cuchillos con su silbido especial, al reparador de colchones, al traficante de tabaco, al negro taquillero cubierto de cadenas doradas, al señor que pedía limosna en una gorra verde olivo del Ché, al niño recostado en el poste de la esquina alimentando al tomeguín que mantenía cautivo en una precaria jaula de antaño, al perro aparentemente sin dueño que se nos unió símbolo de abnegación y fidelidad indistintamente.

Después de atesorar el entorno y filmar en varias tomas la Iglesia de la Santísima Trinidad me pediste visitar a alguna familia al azar. A un costado de la plaza, en una callecita empedrada muy bien tenida enfilamos a la primera casa que encontré, con unos sesenta metros de longitud y pintada de color celeste con dos ventanales amplios y aristocráticos y una puerta gigante a medio abrir. Retiré el ganchito con cautela y solicité atención “Buenos días”. Una señora frágil como la pluma salió al encuentro, noventa o cien años cargaba a sus espaldas, no logramos adivinar la edad, tampoco le preguntamos porque a las mujeres no se les pregunta la edad ni en Cuba ni Rusia. Su extrema delgadez, contrastaba con su espíritu, una sonrisa amplia y unos ojos llenos de entusiasmo y bondad.¿Qué desean los señores? Incluso tú registraste inmediatamente que ella se dirigía a nosotros con ese apelativo y no como el típico “compañero”. Le expliqué tu interés por las cosas básicas, por la cotidianidad. Ella cándidamente ponía más atención a las palabras cruzadas entre tú y tus colegas en una lengua para ella discordante, que a las mías. Sin mediar mucha traducción ya estaba mostrando su sala que era espaciosa con las paredes estucadas con colores pasteles, con cenefa en todos los muros a la altura de la cintura, imprimiéndole elegancia, frescura y calidez a las amplias habitaciones.

Luego se incorporó su hermana, tan anciana como ella quien se dedicaba en ese momento a lustrar los muebles de madera finamente labrados. Ambas se enredaron en una rica interacción mostrando vasijas y adornos de otra época, también objetos simples pero realmente hermosos, muestras de la labor artesanal de los mejores ebanistas de Trinidad.

Después nos hicieron pasar a sus dormitorios y al de un bisnieto que vivía con ellas después de haber quedado huérfano tras el fallecimiento de su padres en un accidente automovilístico. Unas camas antiguas enormes de hierro y aluminio con cabeceros y largueros impecables y bien lustrados y elementos decorativos de cobre remitían sin duda al siglo dieciocho. Los armarios eran enormes y como sello personal la típica mesita de noche y el infaltable búcaro con flores del flamboyan.

En un pasillo lateral hacían guardia unas mecedoras , entre ellas una otra mesita con flores y encima dos cuadros enormes de Camilo Cienfuegos y el Sagrado Corazón de Jesús.- “¡Vaya mezcla!” Exclamaste. Pero ellas te explicaron que ambos buscaban el bien por tanto eran venerados en la casa, total no hacían mal.
Entre entretenidas chácharas nos llevaron a la inmensa cocina que en algún período estuvo pensada para cocinar al carbón o leña, luego remodelada para ocupar el gas y últimamente producto de la escasez vuelta a reacondicionar para encender fuego con lo que apareciese. Un exquisito olor a café recién colado envolvía la atmósfera. Al fuego una cacerola cocía arroz blanco, y unos trozos de maíz, al parecer el único plato durante el día para las tres personas: la dos ancianas y el bisnieto.

El patio interior era un oasis de frescura y espiritualidad conjugándose las flores y las plantas con una fuente central. Ahora sin agua; un pozo mantenía su decorado brocal mudéjar con infinidad de detalles moros. Un par de raídos bancos de madera donde supusimos descansarían las señoras en las tardes bajo la sombra de enormes árboles para aplacar el calor del verano tropical, hacían del lugar idilio de descanso y paz. Aves multicolores revoloteaban por doquier y un pavo real abría su extenso abanico sin poner reparo a las fotografías. Desde el patio se podía apreciar mejor el techo cuidadosamente mantenido, con tejas color terracota y cubiertas a dos aguas. Este sistema era idóneo para recolectar el preciado líquido en los aljibes y tinajas interiores sustituyendo inteligentemente otras fuentes de abasto.

Como el tiempo corría y las manecillas de un reloj antiquísimo colgado a la pared marcaba casi las dos, hora correcta pues lo comprobamos con nuestros relojes, comenzamos a despedirnos cargados de rica energía y placer.
Al salir a la calle nos detuvimos a filmar la arquitectura de la casa y las fachadas de las otras colindantes. Fuimos interrumpidos por un tropel de turistas que avanzaba calle abajo rumbo a algún restaurante. Alemanes, españoles y argentinos en su mayoría, venían exhaustos después de las expediciones de compras y regateos, otros se dejaban arrastrar por lugareños que acarreaban instrumentos musicales en dirección a La Canchánchara, un animado bar colonial. Nosotros nos dejamos llevar por el entusiasmo bajo el lema ¡A almorzar!

Recurro nuevamente a parte de tu entrevista:

Nos sentamos en un restaurante turístico donde, por supuesto, los cubanos corrientes no podían entrar, porque para ellos el pollo y las langostas eran platos paradójicamente exóticos y prohibitivos. Mientras comíamos, de repente me di cuenta de que nuestro guía había dejado parte de su porción y había acomodado un pedazo de pollo en una servilleta. Al ver nuestras miradas de sorpresa, respondió que iba a llevarles esas presas a las ancianas que recién habíamos conocido. Por supuesto que a nosotros se nos atascó el almuerzo en la garganta. Terminamos todos, al igual que el guía, colocando unas porciones en una servilleta y las llevamos donde las abuelas. Y había que ver con qué sentido de dignidad aceptaron el almuerzo, porque para ellas el restaurante aunque estaba a solo doscientos metros, era un lugar inaccesible. Este episodio de solidaridad aunque es muy típico en los cubanos, definitivamente me marcó.”

Dmitri Dmitrevich, reconozco que no fue cómodo haber hecho eso delante de personalidades como tú. Fue un acto de generosidad carente de todo cálculo, quizás pensando en mi abuela o en mi madre porque muchas veces me llevé a casa un par de panes o unas lascas de queso o un trozo de mantequilla abundantes solo en las mesas de los turistas. Ustedes tratando de entender con inquietud y sorpresa lo sucedido, yo tratando de mitigar el dolor, aportando con un grano de arena en esa Cuba destartalada. No podía dejar a su suerte a esas tiernas ancianitas, informales, coloquiales. llenas de plena sinceridad, padeciendo los rigores del sistema con el que podrían estar o no de acuerdo pues nunca les preguntamos. Ellas vivían a la sombra del desabastecimiento crónico del período especial, sometidas junto a su bisnieto a la precariedad, sin sobresaltos a lo mejor, pero rodeadas a esas alturas de sus vidas de un sinfín de vicisitudes y padecimientos económicos que no se merecían.

Así es Dmitri Dmitrevich. Ese hecho también a mi me marcó, por tanto agradezco que lo hayas atesorado como resumen del placer que se obtiene al entregar sin pedir nada a cambio.

El tiempo ha pasado pero en Trinidad todo sigue igual. Aún sopla el aire prístino desde la cordillera envolviendo a esa preciosa ciudad varada en el tiempo. Desde la distancia pretendo ver aquella casona ancestral, y en ella a esas dos ancianas con las manos aferradas a la balaustrada de madera, con la mente aparentemente perdida. No, en realidad ellas están repasando y revisando los momentos que no volverán. De futuro, ya no les quedará nada. Hablan quedo con una melodía abandonada que se expande por los rincones de su Trinidad natal. Desde sus rostros surcados por múltiples arrugas se encienden sus ojos castaños, como si el sol saliera de sus miradas, agradeciendo los pequeños gestos que otros hicieron por ellas ayer.

El susurro de sus vidas nos acompañará en la complicidad de nuestros recuerdos. Navegaremos como amigos aferrados a una emoción permanente que nadie podrá desatar porque lo vivido, así ha de quedar.

Moscú-Santiago de Chile- La Habana
2012-2015


Дми́трий Дми́триевич Крыло́в — советский и российский тележурналист, актёр, автор и ведущий телепередач «Непутёвые заметки», «Телескоп».