CORREO ELECTRONICO

martes, 5 de marzo de 2019

"Fuera del tablero"





"Fuera del tablero"

 Дмитрий Дмитриевич Крылов,

Dmitri Dmitrievich Krilov, corresponsal de prensa y conductor de la radio-televisión “Ostankino”, había escogido a Cuba para su programa estelar de debate sobre el desarrollo, la democracia y la libertad de expresión. Antes de conocerle personalmente ya había escuchado que su primer viaje al extranjero había sido en el año sesenta y ocho encima de un tanque ruso en calidad de soldado cuando las tropas soviéticas intervinieron en Checoslovaquia. “Ese fue mi primer viaje sin visa ni controles aduaneros”; y de ahí en adelante no había parado cautivando a la teleaudiencia que cada domingo en la mañana esperaba frente al televisor para a través de su lente observar el mundo con una óptica controversial, distinta y abierta.

Al conocer sus éxitos alcanzados con estilo humilde y austero uno se daba cuenta que no se trataba de suerte sino de perseverancia y trabajo, de entrega absoluta, porque la gente que le veía sentía que estaba frente a la realidad, con un lenguaje tan especial donde siempre había espacio para la reflexión, porque en este nuevo mundo de interacción y libertad de expresión la última palabra la tenía indiscutiblemente el telespectador. Con esa forma de pensar y actuar se vino a la isla Dmitri Dmitrievich Krilov en busca de un buen reportaje. El departamento encargado de recibir a los periodistas extranjeros estaba algo preocupado por la ola de información desventajosa que sobre Cuba se hablaba en los medios internacionales, pero tratándose de un periodista soviético el tema ya no era si dejarlo entrar o expulsarlo a la primera señal negativa, sino cómo manejar el asunto para que nada rompiera la concordia ente ambos pueblos

Krilov Conocía Cuba muy bien pero venía en esta oportunidad con otro espíritu, quería relatarla con sus propios ojos para entregar a la teleespectador ruso la Cuba de verdad, con sus virtudes y falencias, porque de sus playas, educación y salud ya se había hablado demasiado. No le costaría plasmar en su lente el deterioro de este país que atravesaba por el momento más crudo del periodo especial. Los logros de la revolución costaba palparlos a simple vista. La prostitución y la legalización del dólar habían minado la igualdad social. El desempleo, aunque enmascarado, igual se hacía sentir y los presos políticos seguían pudriéndose en las cárceles. La disidencia, poca pero real, sobrevivía con grandes dificultades. Juntar las fichas de este enmarañado tablero se convirtió en su justo objetivo.

Me entusiasmó la idea de poder colaborar con Krilov desde otra óptica en esta hazaña, pero para eso tenía que valerme no solo del dominio del idioma sino de peripecias para evitar el permanente control a que estábamos sometidos. Durante el recorrido por la ciudad, sus museos y rincones históricos, me insinúo que quería más que eso pero que no tenía apuro en conseguir un buen material porque intuía que todo estaba a flor de piel.

Aprovechando que el compañero que nos acompañaba se distrajo mirando a las lindas mulatas que vestidas a la usanza de la colonia española se paseaban con cestas llenas de flores, le dije a Krilov que ya encontraríamos el modo de filmar lo que él buscaba y conversaríamos sobre temas vedados para el turista extranjero. La complicidad fue nuestra aliada en todo momento, estuvimos varios contactos con gente de pueblo, con esos que no tenían pelos en la lengua a la hora de contar su drama cotidiano.

En Cienfuegos me las ingenié para que fuera recibido en la casa de una familia que treinta años antes había formado parte de la clase media. Entre los muebles bien mantenidos, jarrones escultóricos, una tela precolombina enmarcada en acero y muchas plantas ornamentales su asistente instaló las cámaras. Completaban la ambientación finos objetos de porcelana y destacaban dos butacas gemelas situadas delante de un espejo gigante enmarcado con canto negro pintado a mano. La señora de la casa dio rienda suelta a su imaginación y recuerdos del pasado con mucha elocuencia y sin que le pidiésemos nos mostró el resto de la vivienda y el patio donde mantenían a un puerco que alimentaban y bañaban todos los días para evitar que el hedor propio de estos animales se expandiera a otras casas. Todo era tan pulcro que Krilov lejos de sorprenderse se largó a reír por largo rato, porque cada vez se maravillaba más del modo de actuar del cubano en aras de la supervivencia. Había visto en La Habana cerdos en los balcones y había fotografiado a un señor tirando de una correa a su chanchito como quien saca el perro en las mañanas a pasear, pero tal como me contó más tarde no se imaginó que entre tanto lujo también cupiera la necesidad.

En Varadero le pidieron encarecidamente que no conversara con las prostitutas, pero él fue más astuto y se levantó de madrugada mientras los compañeros de seguridad dormían y las jineteras estaban en su máximo apogeo. Al día siguiente, tumbados en la arena, revisábamos con su colaborador las escenas y yo traducía los textos.

El destino final era visitar el Valle de Viñales en el occidente del país. Filmaría entre otras cosas las famosas “Casita del médico”, la tranquila vida agraria, los campos de cultivo del tabaco. Tomamos un atajo nada turístico para poder ahorrar tiempo y al mismo tiempo poder disfrutar de alguna playa antes del almuerzo. El camino estaba en muy mal estado pero acortaba en dos tercios el recorrido. Durante el trayecto, donde imperaba el polvo y poca vegetación, se apareció de repente un pequeño pueblito y al inicio de éste una tienda. Solicité al chofer que parara con el pretexto de estirar los pies y le dije a Krilov:

“Haremos una parada fuera de protocolo, quiero que veas lo que no quieren mostrarte tus anfitriones. Tú sacaras tus propias conclusiones.”

Entramos en la tienda, una casona grande estilo colonial con techo de tejas rojas, coronada con un gran portal amplio tan limpio como el cielo después de una tormenta. Dentro, una dependencia enorme con muchos estantes de madera, todos vacíos y pulcros y un mostrador tan largo como el portal de afuera, que separaba a los clientes del dependiente. Solo un fuerte olor nos indicaba si es que el olfato no nos traicionaba que alguna vez aquí se había vendido gasolina o kerosene.

El dialogo lo relataré en presente tal como sucedió:

-¡Buenos días compañeros!
-¡Buenos días!
-Estamos esperando el camión de las papas que debe llegar de un momento a otro, pero no se preocupen, adelante y conversemos mientras tanto- dice una negra robusta sin sacarse de la boca un enorme tabaco aromático.
Al notar la mirada perpleja de Krilov agrega:
-Estos si son buenos, son de aquí mismitico, de Vuelta Abajo - señalando con su brazo fuerte como queriendo decir "de al lado".
-Por su entusiasmo, no dudo que sean buenos.
-Claro que si, mijo. Los vengo fumando desde que tenía doce años y ya voy para setenta.
-¿Setenta?. ¿Y se conserva tan bien?
-Así pues, y eso que hoy no ha sido mejor día. En la mañana tuvimos mucho culipandeo. Se me juntó el despacho del pan y las remolachas y como ve ya no estoy para esos trajines.
-¿Cuánto pan entregan por persona?
-Ochenta gramos.
-Poco.
-No es mucho, pero uno se las arregla. El mío se lo doy a mi nieto para que lleve un panecillo con mermelada de guayaba a la escuela.
-Oiga, ¿pero aquí no hay mucho que hacer?
-Por eso que estoy trabajando aquí a estas alturas de la vida. No es mucho lo que hay que hacer y como ya se habrá fijado, no hay nada que ordenar. Los días más complicados son los últimos del mes porque se entregan los mandados para el mes siguiente.
-¿Mandados?
-Si los productos alimenticios: arroz, azúcar, sal, frijoles, jabón de olor, jabón de lavar, pasta dental, etc.
-¿La verdura?
-Esas llegan de a poquito, como lo hace la gallina cuando alimenta a sus pollos. ¡Como pasó hoy con la remolacha!.
-¿Y cómo la gente se entera que llegó algo?.
-Oiga, se avisan como las hormigas cuando va a llover. A galope llegan los guajiros por sus cositas.
-Qué simpático.
-La primera semana de mayo estuvimos ocupados con la entrega del cake y fue todo un éxito.
-¿Se refiere a la torta?.
-Claro, la revolución entrega a todas las madres del país un cake de chocolate con crema y todo eso. Todas las mujeres de esta circunscripción recibieron su dulce para el día de las madres.
-¿Y no corren el riesgo que alguna mujer se quede sin torta?.
-¿Sin cake?, Que va mijito, para eso está el censo de población y los registros.
-Pero supongo la gente se muda, llegan parientes nuevos, se casan otros.
-Claro en esos casos traen su RD-3.
-¿Qué es eso?
-Un formulario de la provincia autorizando a recibir los productos. Le dan de baja donde vivía y comienza a recibir sus cositas por acá. Por eso llevamos un parte organizado de altas y bajas. RD-3 significa Registro de Dirección.
-¿Bajas?
-Sí. Los que se van a hacer el servicio militar, los que se van al extranjero o los que se van al más allá.
-Todo controlado.
-Hasta el más mínimo detalle. Fíjese que cuando murió Clementino del Rosario, su familia estuvo aprovechándose de los productos que a él le tocaban y yo me hacía la de la vista gorda, total si con ellos alimentaban al resto de los chiquillos. Se llevaban todos los días el medio litro de leche que le correspondía al difunto por ser mayor de sesenta y cinco años, pero tuve que pararles el caballo porque se venía encima un inspección y me podría meter en un lío. Yo creo que Clementino del Rosario igual entendió y desde allá-apuntando al cielo- me agradeció el gesto.
-Usted es muy considerada.
-Se hace lo que se puede sin fallarle a la revolución.
-Me parece correcto.
-Mire, los testigos de Jehová no comen carne y yo reparto sus cuotas entre los más necesitados. Con los tabacos y cigarros no pasa lo mismo porque ellos aunque no lo consumen, igual lo retiran y luego hacen sus trueques.
-¿Trueques?.
-Bueno, los cambian por otros productos o los venden. Yo ahí no me meto. Cada cual resuelve a su manera.
-No está mal.
-Pero fíjese que nadie se queja, además de los mandados, todos tienen sus hurtas y se ayudan entre si y no falta el tomate. La lechuguita, los pepinos.
-Me han dicho que los matrimonios reciben productos extras para su fiesta. ¿Cierto?.
-No, solo los novios, también las niñas que cumplen quince años, pero ese trámite lo hacen en el municipio, es que acá estamos muy lejos de todo.

En ese momento la vida apacible del pueblo fue interrumpida por un sonido que cada vez se hacía más agudo. Se trataba del camión que traía algo, nunca se sabía lo que portaba hasta que bajasen los sacos, porque nada venía rotulado, ningún producto era de marca. Como entendimos que ella estaría ocupada con la mercancía comenzamos a despedirnos pero con el rigor de la foto pues ella así lo había solicitado. “¿Y no me van a retratar?” “Tírenme un foto pero que salga bien linda”.

Nos regaló dos poses y una sonrisa espléndida tan grande como el tabaco que no se había quitado ni un instante de la boca.
-¿Y qué tan lejos van?.
-Por ahora, hasta la playa. Después veremos el Valle de Viñales.
-Bueno para esos lugares no hay restaurante ni nada por el estilo, así que si gustan les invito a almorzar. Ablandamos en un dos por tres unos boniatos y le torcemos el cuello a la gallina y listo.
-Gracias pero preferimos tomar sol y hacer dieta de paso.
-Bueno, ustedes se lo pierden.
-Igual le agradecemos Sra....perdón, no nos dijo cómo se llama.
-Engracia de la Caridad.
-Hasta luego Sra. Engracia.
-¡Compañera!. Dígame solo compañera, por favor. ¡Hasta mas ver!.
-¡Hasta luego!

Y seguimos el camino levantando una estela de polvo que apenas dejaba ver la mano de Engracia despidiéndonos. Por delante una playa exquisita, tan cálida como esta negra linda y tan apacible como estos campos verdes. Cotejando sus piezas, se le veía sonreír satisfecho a Dmitri Dmitrievich Krilov.


Fin

Comentario: Pasajes de la visita del ilustre corresponsal Dmitri Dmitrievich Krilov a Cuba en 1993