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jueves, 19 de mayo de 2022

“Lo que leo en tus ojos”

 



“Lo que leo en tus ojos”

Atravesar en tiempos de paz una ciudad en medio de un apagón y bajo una estrepitosa lluvia tropical es una experiencia imponente y delirante. Santa Clara dejaba ver su rostro menos amable. A esas horas de la noche ofrecía una imagen sombría y muerta. Tras suma de portales, por aquí o por allá, se divisaban algunas puertas abiertas y a grupos de personas frente a un candil o mecheros. Un sinnúmero de fachadas se erguían majestuosas, muchas de ellas sin duda habían conocido años mejores.

Por suerte, al llegar al hotel situado a las afuera, la lluvia había amainado y la luz alegraba el lugar, bien porque se había restaurado la falla eléctrica o porque el recinto contaba con un generador particular. Manuel no lo averiguó.

Esa noche Manuel se hospedó en el hotel Los Caneyes, una villa con espaciosas cabañas cónicas revestidas en piedra y madera, con techo de paja y adornos que evocaban una Cuba prehispánica. La villa situada en un ambiente verdaderamente tranquilo rodeado de mucha vegetación tropical le hacía muy bien a Manuel que huyendo del asfalto y ruido mundanal quería sólo un momento de paz y relajación.

Después de dejar su equipaje en la habitación se dirigió al amplio restaurante con comida sin mucho aspaviento, pero con excelente atención. Aunque estaban por cerrar, eso no impidió que fuera acogido con mucha hospitalidad. Disfrutó una cena que consistía en frijoles negros, nunca tan buenos como los que cocinaba su santa madre, acompañados necesariamente con arroz blanco graneado y una buena porción de carne de cerdo y plátanos fritos. Le apetecía un vino, pero la oferta allí era discreta y poco tentadora. Se decidió por la cerveza nacional Hatuey. ¡Genial! Después de cenar, ducha y cama porque el cuerpo se lo pedía. El libro que se había traído de Chile con pecaminoso título "Infiltrada" y que logró pasar los controles aduaneros, a veces rígidos e incomprensibles, estaba por ser devorado. Lamentablemente el cansancio lo superó y sobre la cama quedó sin tocarlo. Quería repasarlo por segunda vez, y terminarlo cuanto antes para dejárselo a Beatriz. Ya le había comentado a ella que el libro lo tenía con el pecho en recogimiento. Tocaba un tema muy sensible sobre Corea del Norte, su régimen comunista y su consabido hermetismo. Y ella le espetó sin miramientos esa vez "No quiero saber ni de Corea, ni de política, ni de guerra". Manuel porfiadamente se lo trajo porque los que le querían de verdad tendrían que bancárselo con sus ideas políticas y sus pensamientos. Atrás quedaron esos años donde el silencio impuesto por el gobierno lo mantenía atragantado. Esa noche soñó con Corea. Millones de hormigas hambrientas y famélicas poblaban sus imágenes, ranas y ratones entorpecían su descansar. Soñó con insectos que, aunque con rasgos asiáticos al principio, iban mutando a medida que avanzaba el sueño en mulatos y negritos de su antigua barrio. Entre seres buenos y malos y uno que otros guiños sobre el encuentro que tendría lugar al día siguiente con Beatriz transcurrió su noche de pesadillas.

Claro, Beatriz era la causa de esta parada obligada. Después del desayuno el grupo de chilenos con quien viajaba iría a visitar un famoso monumento, que para él no representa nada, por el contrario, le sacaba ronchas y recorrería el centro de la ciudad, sacando fotos a las casas coloniales menos ruinosas antes de seguir el tour a los cayos de arenas finas y sedoso mar. En cambio, él esperaría por Beatriz. Le dedicaría un espacio importante a su amiga cubana. Era como una tregua en esta vida tan programada que se lleva hoy día. Nunca es tarde para retribuir el cariño que los unió desde la adolescencia. Manuel volvía por sus raíces, por todas esas personas que no había podido olvidar. Beatriz es una cubana de tomo y lomo que conoce desde jovencito cuando para verle mejor tenía que alzar la vista hasta su gran altura, en cambio hoy ella es más chica. Los une un tramo común, una época de sueños bondadosos y escasas esperanzas. Ahora son dos personas muy atadas por ese vínculo de situaciones precarias del ayer donde ambos se sentían sobrevivientes a un puñado de episodios, unos felices, otros desafortunados.

Cuando amaneció, Manuel se sentía relajado. El día no podía ser más radiante. El sol resplandecía y del aguacero del día anterior no quedaba más que humedad y mucho calor. Los colores de azul intenso se colaban por las persianas de su pieza. En la radio que sintonizó se escuchaba "La ciudad se derrumba y yo cantando" del cantautor Silvio Rodríguez, ¡Qué paradoja! Pensó.

Manuel sabía que éste sería un viernes distinto. Tendría que enfrentar, aunque no quisiera, esas penurias que hacía más de treinta años él había dejado atrás. “Recordar es volver a vivir”- murmuró. Como otros tantos cubanos, cuando se decidió a cruzar ese umbral, esa cortina de hierro, cansado de consignas y miserias, pudo constatar por sus propios ojos que tras la frontera de Cuba había vida y espiritualidad. Y aunque pasa el tiempo Cuba le sigue doliendo. Le duele ver que todo sigue igual.

La gente sigue cobijada bajo el alero de los largos discursos programados y trillados. Lemas empolvados de vocablos enardecidos, copia barata de otros que un su momento tuvieron efecto, pero que hoy no sirven más. Todos, creyendo en la misma casta enguayaberada que viste blanco impoluto y muestra panzas prominentes.

Beatriz, alucinada, sigue pensando en un futuro luminoso en cambio Manuel ve un país que se precipita vertiginosamente hacia la oscuridad, transitando por un período que los gobernantes han optado por llamar "Período coyuntural". Ahí está el mismo velo paternalista leninista, como fenómeno revolucionario, cubriendo cual manto al país y su gente.

Beatriz, aunque en la carrera de esta vida le lleva adelantado a Manuel sólo diez años, ya con setenta empieza a sufrir de muchos males y lo mismo le puede doler un dedo que un pelo. Dice ella que para colmo le declararon hace poco el mal de Korsakoff.

Un día, no hacía mucho, notó que su cabeza no andaba bien. Había salido a comprar algo, pero a medio andar, cuando estaba a dos cuadras de su casa llegando a la Plaza Vidal se tuvo que sentar en un banco de los pocos que no están destartalados, no por cansancio sino para reflexionar qué la había llevado a ese lugar. Registró los bolsillos de su bata azul marino que siempre lleva puesta porque es holgada y aplaca el calor sofocante de este Santa Clara seco y hostil. Dinero traía muy poco y unos dolaritos que le había enviado su hijo desde el imperio para que fuera tirando. La tarjeta de abastecimiento, arrugada y casi sin anotaciones a pesar de que ya estaba por terminar el año también la traía a cuestas. Pero seguía sin recordar el motivo de la salida. Además, eso de andar en bata de casa estaba muy lejos de su costumbre pues si algo imperaba en ella era la necesidad de arreglarse bien, aunque saliera a buscar el pan a la esquina.

Pero allí estaba sentada, meditativa. Observaba la gente que pasaba. Unos pioneritos, con pulcros uniformes, atravesaron el parque en perpendicular de vuelta de la escuela, supuso. Entonces debía ser medio día. Siguió a los niños hasta que desparecieron en la esquina. Iban alegres como lo hacía ella en los años sesenta, cuando su mundo era distinto y prometedor. Estos reían y alborotan la tarde, en cambio percibió a otras personas pasar con caras avinagradas reflejo de la falta de oportunidades y comodidades. Unos irían a fajarse con la guagua, otros a tratar de encender el fogón. Todos, náufragos de un sistema que no prosperó. Un país que había transitado de un período difícil a otro llamado período especial y de éste a uno más confuso conocido como Período coyuntural. Para hablar bonito y crear consignas con mucha parafernalia los cubanos eran campeones. Un anciano con muchos menos recursos que ella, a juzgar por la precaria vestimenta, alimentaba con unas semillitas a tres descarriadas palomas. Antes, ella recordaba que las palomas eran muchas más. Decían que se las habían ido comiendo de a poco, a ella no le constaba, pero también había oído que una brujera famosa en el barrio colaboró con el exterminio de la alicaída fauna del Parque Central. Desde ese punto del parque veía cómo la gente peleaba por un espacio en la guagua, otros hacían cola pacientemente en la bodega de la esquina a la espera de que le despacharan la cuota de arroz. Un señor, también muy mayor, mendigaba por un cigarrillo. Y un tercero vendía su cuota de picadillo de soya al buen postor. Las moscas pululan con entusiasmo sobre el señor, o sobre el picadillo, o quién sabe si sobre los dos.

Ella insistía en buscar la razón de la salida intempestiva de su hogar sin rumbo aparente. No iba donde la peluquera a quien acudía aunque fuera solo por el placer de conversar un rato siempre y cuando la casa no estuviera llena de esas mujeres parlanchinas, de esas que gustaban dar rienda suelta a la lengua independiente de que no tuvieran nada sensato y cuerdo que decir u opinar. Descartaba también como destino el trabajo de su esposo quien estaría a esa hora en la fábrica. Su esposo siempre hacía turnos de tarde, pero la administración desde un tiempo a la fecha había instaurado la guardia diurna del establecimiento para evitar que inescrupulosos rayaran las paredes con consignas anti-gobierno. Corrían nuevamente tiempos difíciles y había que salvaguardar los logros del socialismo costara lo que costara. Bueno en esa fábrica ya no había nada que salvaguardar, pensó ella cándidamente. Además ¿quién en su sano juicio iba a andar rayando paredes a pleno sol del día? Si bien es cierto que los dirigentes del Partido habían declarado que esta medida "Guardia popular" era por un tiempito, ya Beatriz que había perdido su ingenuidad hacía muchos años atrás, entendió que esas eran las cosas que en Cuba llegaban para quedarse. Una perpetuidad como otras de las tantas que el régimen había instaurado bajo la consigna “mientras tanto”. Y el pobre de su marido ya no estaba para esos trotes, tenía hartos achaques. El largo “período especial” declarado en la década del noventa (que algunos se atrevían a decir que nació en 1959) y luego la llegada del “período coyuntural” le habían pasado la cuenta. Ya no estaban esas fuerzas juveniles para afrontar batallas titánicas. Desapareció el entusiasmo que lo llevó a enarbolar consignas, que lo empujó iluso a los cortes de caña en los campos de Camagüey durante la zafra de los diez millones, cifra que nunca se pudo alcanzar y un sinfín de tareas que asumió con verdadero compromiso confiado en que a la vuelta de la esquina estaba el futuro luminoso que tanto le comentaban en las asambleas partidistas. Para remate se le había declarado una alergia, algo así como soriasis producto del estrés. ¡Qué raro! Piensa Manuel irónicamente cuando Beatriz le comenta por internet y lo pone al tanto de las vicisitudes por las que atraviesa el país. En honor a la verdad Manuel desde afuera está más informado que los habitantes de la isla y logra ver con mayor claridad lo que hay detrás de cada consigna o notición propagandístico revolucionario. Manuel está despercudido y no tiene obligación para con el régimen que le borró los sueños a tantas gentes. Ya no pueden decirle a estas alturas del partido que todo el que se había ido de la isla era escoria, apátrida recalcitrante y malagradecido.

Beatriz le contó a Manuel que nunca llegó a saber qué la motivó ese día a salir de casa. Esa vez, allí en el parque Vidal recuperó la cordura. Volvió la quietud y poco a poco fue ordenando sus pensamientos. Tras otros episodios más o menos parecidos, aunque de menor calibre, decidió acudir al médico. El doctor después de un examen y comprobado que para Beatriz los últimos meses habían sido una suma de días con grandes desafíos e intenso esfuerzo físico y mental, le había diagnosticado un estrés y recomendado reposo absoluto por un tiempo.

¿Reposo? - pegó el grito al cielo - ¿Y quién se encargaría de la cola para el pan, de conseguir aceite, de terminar de pintar su casita, obra que había parado por falta de pintura? ¿Quién iba a corretear todo Santa Clara en busca de algo para comer? ¿En qué planeta vivía ese doctor? Imposible. La cama no estaba hecha para ella. No lo estuvo nunca cuando estudió en La Habana. No lo estuvo cuando sacó adelante tareas importantísimas, esas mismas que le merecieron un viaje a Checoslovaquia antes de la caída del muro socialista, no lo estaría bajo ningún concepto ahora, con la situación como estaba.

Además, tenía que estar sana para ocuparse del marido que también acarreaba sus propios males. Manuel en broma le había preguntado a Beatriz que de qué hospital había sacado a su actual pareja porque tenía más achaques que locomotora del siglo antepasado. Es que tenía tantas enfermedades que no cabía otra pregunta. – “¿De qué película de terror lo sacaste?, chica. Nadie puede tener tantas dolencias juntas, además eso que me contaste que le hace mal el olor a cloro ya es suficiente”. Beatriz solo se reía y mostraba esa candidez tan propia de ella. Esa modestia y candidez que él desde la distancia, aunque no podía verla, intuía.



Hoy la distancia desaparecería.

Beatriz

Esa mañana Beatriz se levanta con entusiasmo. Ha llegado el momento de entregarse en un abrazo cálido que ha esperado muchos años. Está invitada con su marido a la villa para juntarse con Manuel. Cuarenta años sin verle ¿O más? La emoción la embarga. Junto a la mesita de la cocina se pierde en el humo que despide la tacita de café recién colado. El alucinante líquido le sabe más dulce. La mañana se le antoja gigante. Observa el reloj de pared permanentemente porque se debe a la puntualidad. Antes de salir quiere dejar unas prendas en la lavadora aprovechando que hoy toca agua en su sector. Su marido con turno de tarde y sin horario de guardia, por el momento, ya ha salido temprano a resolver. Tuvo que ir a buscar un saco de arroz que le prometieron y en este país esas oportunidades son únicas, tiene que disponer de la mañana para ello. El hombre es empeñoso y a pesar de sus achaques lo mismo se le ve cargando una java de frijoles que una bolsa de boniato. Y como es un poco celosillo quiere ver qué hará su mujer metida en un hotel desde temprano. Valora la amistad, pero como es un viejo chapado a la antigua tiene sus propios prejuicios y complicaciones.

Ya ella le había espetado cuando él empezó con recriminaciones –“carajo, anímate. -Si no quieres ir, allá tú. Te fríes un huevo con el aceite que está en la latica y se acabó. A mí no me vas a amargar la mañana”. Cocinar no era el punto fuerte de su marido. En verdad no era el punto no más.




Bernardo no alcanza a emitir palabras, o, mejor dicho, respondió entre dientes con un sonido gutural ininteligible. No faltará al almuerzo en honor al decoro y las buenas relaciones, pero considera que no es bien visto juntarse a charlar con gente que se fue del país. ¡A lo hecho pecho! Manuel por su parte telepáticamente entiende que este señor no pueda dejar tan sola ni un minuto a un encanto de mujer, pero lo de ellos es como una hermandad. “Cero peligros, pierda cuidado”.

Beatriz que ya se ha bañado y está engalanada con la mejor tenida y su amplia y encantadora sonrisa sale al centro en busca de la guagua que la llevará al hotel. Al cerrar la puerta, su vecina, la encargada de vigilancia del Comité diligente y entrometida como siempre, deja la escoba a un lado y le pregunta que a dónde va emperifollada y perfumada tan temprano.

-A la bodega no ha llegado nada todavía, y el pollo brilla por su ausencia. ¡Ya tú sabes!

Que ganas de responderle “Métase en lo suyo y siga barriendo, que eso le sale mejor” pero la contención es necesaria en estos casos y la ansiedad no le pueda ganar – Nada, voy donde una amiga.

- ¿Y tan solita? - Con una cuota de sarcasmo.

-Yo sola me sé cuidar-responde ella si parar.



Beatriz apresura el paso y deja de mirar hacia atrás. Una, dos, tres cuadras. Pasa frente a la iglesia de Santa Clara. Ahora podría entrar sin problema alguno para agradecer. Atrás ha quedado esa nefasta época donde creer era un verdadero pecado. Llegó tarde a la fe por culpa del dogma impuesto por el gobierno, porque “la religión era el opio de los pueblos”. Ella no pertenece a ninguna iglesia en particular como la mayoría de su generación. Se acuerda de Dios solo cuando el zapato aprieta y de hecho ha participado en una que otra misa. Pero hoy no está para santos, el tiempo apremia.

Manuel y Beatriz

Después de los consabidos abrazos y aleteos de emoción tan típicos entre los cubanos, intercambio de obsequios y cortas frases de bienvenida y parabienes, ambos se instalan en la cafetería del hotel, con bar abierto mirando hacia la piscina. Había muchas mesas despejadas. A esa hora deambulan unos turistas con unas copitas de más reminiscencia de la noche anterior. Un par de viejucos, al parecer canadienses, se deja acompañar de regias mulatas jineteras, que con su contoneo habitual sostenido por dos metros de exuberantes piernas se disponen a darse un chapuzón. ¡Que no se puede andar a las 10:00 de la mañana con esos tacones tan altos, además es incompatible tanta belleza con esas minifaldas de mala factura y dudosa confección! Le comenta Manuel a Beatriz en tono bajo.

“Escapando de la escasez”- Le dice Beatriz con un guiño. Ambos se echan a reír con esa complicidad sana que los envuelve.

_Esos gorditos con panzas cerveceras, aparentando bolsillos llenos de dinero, no son ricos necesariamente. La gente de plata en el capitalismo cuida la figura, vive a dieta y busca otros mercados. Hasta en eso Cuba lleva la de perder.

_jajaja ¡eres tremendo!

Un árbol con amplia copa desplegaba su sombra sobre una mesa de hierro forjado al estilo colonial. Lugar ideal para cobijar a un cubano que ya no soporta el calor. Allí se sentaron para dar rienda suelta a tanta historia por contar. El camarero solícito les pregunta si desean tomar algo. “Espero que a nuestra edad no piense mal intencionado que estoy ligando a la cubana. Lo nuestro es verdadera amistad en el más amplio sentido de la palabra” piensa Manuel

Manuel la invita a un café, sería para ella el segundo en la breve mañana pero cómo desperdiciar ese aroma exquisito que embriaga el entorno. Cuando tiene ante sí la tacita de café entre breves cortos buchitos percibe el aroma e inmediatamente una sensación poderosa se apodera de ella. Algo distinto había despertado en su memoria. Ese café hacía tiempo que no lo probaba, pero estaba allí en su subconsciente, venía arrastrando recuerdos de cuando en Cuba alguna vez hubo café de verdad. Pasado y presente se unen para hacer más mágico el encuentro.

-Te agradezco tanto este espacio. Independientemente de todo lo que hemos conversado por whatsapp, no es lo mismo.

-Siempre que las conexiones lo han permitido porque la comunicación con Cuba siempre es difícil. Cuba ha convertido un tema tan sencillo en un verdadero parto con fórceps que dicho sea de paso no está exento de riesgos.

-Tienes toda la razón

- ¿Pero estás a gusto, Beatriz?

-Obvio. Solo que estoy cansada. Cansada de las labores hogareñas. No tiene remedio. Y no me quedan muchas fuerzas, aunque el deseo esté. Estas cosas deben andar parejas, pero lamentablemente el tiempo no me acompaña. Porque a veces no encuentro el sosiego necesario para seguir - Piensa en esa presión en el pecho que la paralizaba, esa ansiedad alojada en cada una de sus células. _Es frustrante Manuel, ver que no alcanzas la felicidad plena. Un día se te funde un bombillo y no hay donde comprarlo, otro día se tupe el alcantarillado y no hay quien lo repare. La economía ahora es más precaria y hay que saber ajustarse el cinturón.

_Me imagino.

_La vida y el trajín de casa te consume. Aunque planifiques las tareas siempre habrá inconvenientes. Estoy lavando o cocinando y alguna vecina me grita que llegó el pollo y como todo cae a gotas debo dejar lo que estaba haciendo a un lado y partir a buscar el famoso pollo antes que se acabe. Acá no existe el “voy después”.

El estar frente a Beatriz no impide que Manuel se mantenga alerta a todo lo que ocurre a su alrededor, incluso los diálogos que un poco más allá se desarrollan. Las palabras que no lo logra captar, las interpreta a su manera. Se percata de que desde un camión distribuidor de cervezas que está abasteciendo el recinto turístico, unas cajas pasan al bar y otras tantas son desviadas a carros parqueados cerca de la entrada. Allí se tranzan negociaciones importantes. Hay dinero de por medio. Manuel no puede precisar el trasfondo de ese comercio aparentemente ilícito por la forma de actuar de los involucrados, pero sabe que es trapicheo nacional. El espiaba con el rabillo del ojo izquierdo involuntariamente. Lo malo de ser una persona observadora es que a veces termina entendiendo y notando cosas que era mejor no saber.


Conversando de todo y pescando un tema por aquí y por allá repasan su salud. Hablan de sus respectivas familias, de nimiedades, del trabajo, uno que otro chiste.

Manuel repara en que encuentra muy lúcida a Beatriz y le comenta que eso del mal Korsakov no corre para ella.

- ¿Es que te conté lo del mal ese de Korsakov?

-Sí, algo me habías contado por whatsapp.

- ¡Oh! ¡Qué torpe fui!

-Tranquila Beatriz. Pero te cuento que te han diagnosticado mal. Ese mal afecta a las personas que abusaron del alcohol y no es tu caso, según lo que conozco de ti. La vejez trae consigo lagunas mentales que no necesariamente tienen que ser locura o alzhéimer. Incluso es la defensa a la que recurre el ser humano para escapar de la realidad, aunque sea por un instante. Olvidar es dar espacio al no reconocimiento de nuestras propias penurias y culpas.

- ¿Tú crees?

-Olvidar a veces resulta placentero. Así no notas lo que dejaste atrás, ni por qué luchaste, si valió o no la pena.

-Sí, es verdad. También me cuestiono muchas cosas.

-Entonces no todo está perdido mientras te des cuenta de que esto no tiene remedio

-Pero ¿cuándo se empezó a joder esto Manuel?

-Esto nació Jodido Beatriz, no seas ilusa.

-Tuvimos años muy buenos ¿O no?

-Eso crees tú. Tuvimos años menos malos, que no es lo mismo. Cuando nos dieron un trocito de chocolate nos creímos que estábamos en el paraíso. Cuando repartían el cake para el día de las madres nos sentíamos protegidos y mimados. Era parte de la estrategia comunicacional. ¿Que solo pudiéramos comer un trozo de cake una vez al año te parece suficiente?

- ¡Ay! no sé. Tengo mis dudas.

-Y es normal que las tengas. Todos las tenemos. ¿Crees que yo después de enarbolar tantas consignas, participar en marchas, apoyar eslóganes, reuniones, dejar el lomo en la limpieza de la cuadra, me acosté a dormir y al día siguiente cambié de idea y de parecer? ¿que dejé de ser excelente revolucionario de un día para otro? Todo fue paulatino. Ahora me doy cuenta de que participar y gritar en la multitud era la forma de estar seguro. ¡Véanme, yo soy del pueblo! ¡Véanme yo estoy con ustedes!

- ¿Tanto así?

- Obvio Había que aparentarlo para llegar un poquito más lejos. Y no me refiero en el plano físico. Tú estuviste tres años en Usti Nad Orlicí y Hradec Králové y la pasaste muy bien. Pero eso fue una estrella fugaz. Zas! Ya no está y de ella quedó solo el recuerdo.

-Sí es cierto, pero teníamos vida propia ¿o no?

-No Beatriz. Nunca tuvimos vida propia porque tener vida propia era mal interpretado, era egocentrismo e individualidad. ¿Te acuerdas de que no era bien visto y hasta un acto corajudo llevar pantalones estrechos y pelo largo? Eso eran actitudes elvispreslianas decía el comandante.

-Pero andaban por la calle muchos así

_Andaban así los desajustados que no tenían nada que perder y la mayoría terminaba en la UMAP que si no te has enterado hasta Pablo Milanés los catalogó de campo de concentración marxista. Y muchos de esos corajudos pepillos terminaron pelados al rape en una estación de policía. ¿Te olvidaste Beatriz?

_ Es que tengo la cabeza mala y estoy presente solo en el presente.

_ ¡Olvidar! Eso es conveniente y volvemos al punto de partida.

_ ¿Tú crees que con el período especial empezó a joderse esto?

_Quizás antes. Mucho antes. Cuando enviaron a los campos de Camagüey a cortar caña a todo el que quería irse de la isla. Cuando al comandante se le ocurrió tantos planes y programas que nunca fructificaron, cuando lo del Mariel y los actos de repudio, y seguimos sumando.

-De repente recuerdo algunas cosas.

_Te acuerdas de las asambleas de idoneidad en las universidades, en las fábricas ¿o las olvidaste también.? El objetivo de esas asambleas era centrarnos. Y ya sabes el camino que les esperaba al que quería salirse del tiesto.

_Era un proceso de corrección ideológica

_Desde el triunfo hemos estado corrigiendo. Yo he seguido de cerca el desarrollo de este programa económico que no tiene pie ni cabeza. Pero sin ir más lejos tenemos el picadillo de soya, las croquetas fricandel, el bistec de cascaras de toronjas, el huevo frito sin aceite, el pollo en lugar de pescado, la tripa de no sé qué y el embutido de sé cuánto. Sin olvidar la limonada de Canel. Y lo último, lo más chistoso, el avestruz hidropónico y sus huevos, noticia que sorprendió a muchos, e hizo reír a todo el mundo.

_Qué malo eres, chico

_ Yo no inventé esos disparates.

Beatriz como queriendo cambiar de tema se acomoda en la silla, se estira su impoluta blusa blanca y hace como que se entretiene con sus aretes. Lleva una mano a su nuca por detrás y con los dedos abre surcos en su melena que lleva corta. Como muestra de confianza o quizás como guiño de sinceridad agrega.

_Pero hay gente que está peor.

_No lo dudo

_No por el tema de la comida solamente. Viven en casas apuntaladas con techos a punto de caerse.

_Qué terrible

_ Están pidiendo el agua por seña. ¡Si tú supieras! El agua llega cada cuatro días, es cierto, en cambio hay sectores que llevan 15 días sin agua. La presidente del Comité y la delegada de zona no tiene respuestas para nada.

Tenemos un amigo, Andrés, quien construyó su ranchito con tablas de las cajas de muertos del cementerio colindante. Cuando a ese viejito le entreguen dos tablas y un saco de cemento va a decir "Gracias a la revolución" La gente sigue siendo agradecida.

_Ustedes están en la etapa del acostumbramiento hace rato. Cada vez que pregunto a algún cubano, a mis tías, a mis primos, cómo está el tema del agua, me responden “Eso no es un tema, el agua llega sin problemas cada cuatro días” ¿Crees tú que eso es una respuesta coherente?

-Es la vida, Manuel

-No Beatriz. Es la vida que nos tocó en este país socialista. Los socialistas exigen para su causa trabajo y propiedad ajena porque es una filosofía del fracaso, el credo de los ignorantes, el reparto igualitario de la miseria. No lo digo yo, lo leí alguna vez. Estoy convencido de ello.

_ El descontento se manifesta en insignificantes quejas. Vivir por etapas, así estamos acostumbrados en Cuba. Si estamos en función del pollo, hay que olvidarse del resto, enfocarse en el pollo, vivir y morir por el pollo, esa es la etapa que hay que sortear cada día. Nadie cuestiona la doctrina del partido, y si alguna duda surge, ésta cobra fuerza solo cuando se ve alterada tu propia vida. Mientras no toquen a los míos o mis cosas el resto que siga su curso, que las aguas lleven la mierda por su propio peso hasta la desembocadura del río.

Beatriz tenía claro cuándo aplaudir y vitorear; también cuando pifiar, esto último solo bajo la ducha de la casa donde nadie podría intuir sus propias necesidades y su rabia. Ahí volcaba todo, se desahogaba y vertía su malestar.

El calor se hace sentir y eso que están a la sombra. Manuel propone tomar algo con alcohol, pero refrescante.

-Podríamos tomarnos algo más fuerte como aperitivo. Allá en Santiago acostumbro siempre antes de almorzar servirme un trago Cuba Libre y algo de picoteo. Siempre aparece algo, unos quesitos de cabra, aceitunas, alguna pasta casera con tostaditas, maní, qué sé yo. Es casi un ritual porque es el único día de la semana que disfruto el almuerzo distendido y este preámbulo se hace necesario de todas maneras. Como estoy suscrito al diario los fines de semana me pongo al día con el acontecer internacional mientras me tomo el trago.

Manuel levanta la mano y acto seguido se acerca el camarero, quien no tiene mucho que ofrecer porque su carta habla de bocaditos y dulces. Ante la insistencia de Manuel y varios viajes a la cocina para ver si puede satisfacer con algún aperitivo el exquisito paladar del turista, el camarero le dice en tono algo enojado que él recién está entrando al turno y que además ha llegado atrasado por culpa de la maldita guagua que no pasaba y que está sudado y que esto y que lo otro. Está a punto de contarles cuánto le pagan y los esfuerzos que tiene que hacer cada día para llegar a este recóndito lugar. Manuel no lo dejó continuar.

_Tranquilo. Nos contentamos con un par de Mojitos. No te preocupes por el resto.

Cuando se retira le hace ver a Beatriz que situaciones como esas cunden el país, lo maltratan y lo destruyen.

_Así no se puede, Beatriz. Así no se avanza. Así no se vive.

Mientras esperan los tragos siguen disfrutando de una charla muy entretenida. Ambos lideran la conversación con humor sarcasmo y mucha sabiduría. No hay competencia. Beatriz quien no quiere que se pierda la magia de este encuentro, trata de ser menos profunda y Manuel por su parte menos incisivo, pero cada uno lee en los ojos del otro lo que no manifiestan las palabras y las emociones.

Llegan esos mojitos con trozos de brillante hielo y unas hojas de verde y aromática yerbabuena que despierta el paladar. Sorben el trago y sólo allí se dan esos escuálidos momentos de silencio, pero es un silencio cálido y acogedor, lleno de miradas placenteras. Es una pausa obligada para dos personas que gustan de hablar.

-Manuel, yo te noto renovado, ágil, con mucho entusiasmo. Veo tus fotos en Facebook haciendo deporte, en la bicicleta, en la playa. ¿No será que andas persiguiendo permanentemente la juventud que se te escapa?

-Para nada, totalmente al revés. Intento tener una vejez afortunada.

- ¿cómo se logra eso?

-Uno aprende con los años. Y justamente la edad me ha dado de posibilidad de decir No cuando quiero. Ya ando sin compromisos. Ya no me vienen con cuentos de planes quinquenales ni sobre cumplimientos de metas porque yo soy mi meta, aunque te suene arrogante.

-Dime ¿Por qué te fuiste de Cuba?

-Me agotó tanta chabacanería, guapería de barrio y marginalidad.

-Sí, siempre fuiste distinto.

- ¿Crees tú? Me liberé de los apegos y de los miedos. Lo importante es compatibilizar los impulsos emocionales, esas ganas de escapar con armonía para hacer las cosas bien respetando los tiempos.

-Acá con tus conocimientos y contactos hubieras llegado muy lejos

-No. Esto es un callejón sin salida. Yo no quería ser preso de un destino dibujado por el gobierno impositivo en esta angosta isla

-Pero tú tenías de todo.

-Tenía lo que me dejaban tener. Y te respondo tu pregunta. Me fui por los libros que no nos dejaron leer, por las canciones que no nos dejaban escuchar, por la religión que no me dejaban profesar. Me había cansado de las trabas, las mordazas, de los muros.

-Han sido años muy difíciles.

-Mis padres, ambos, me dieron no todo lo que quise, no eran magos, pero sí todo lo que ellos pudieron con gran esfuerzo. De ellos, diametralmente opuestos desde el punto de vista ideológico, me nutrí y desarrollé como persona.

-Te entiendo. Tu mamá fiel a la causa revolucionaria, en cambio tu papá no quería saber ni del Comité.

-“Participa, pero no te destaques demasiado, mira que el mundo da muchas vueltas”- decía un amigo de él de esa época. Coquetea con el sistema que te maltrata, si quieres esa es tu opción. No, yo no pude más.

-Tiempos complejos.

-Sin ir más lejos, recuerdo las palabras del ministro Ricardo Alarcón que dijo en una conferencia, casi chochando, que los cubanos no podían viajar porque “¿se imaginan a todo el mundo viajando?, esto sería un descalabro con tantos aviones de un lado para otro”

-jaja. Sí, se han dicho cosas peores.

-Menos mal que lo reconoces.

- ¿Cómo nos ves desde afuera?

-Deterioro en la economía, sociedad sin prosperidad ni justicia. Después de tantos años sigue habiendo pobreza cultural en los barrios, limitaciones en el ámbito educacional, acumulación de problemas no resueltos, una casa sin puerta, una calle sin asfaltar.

- ¿Y se puede resolver algo?

-Claro que se puede. Hay que priorizar; Qué vamos a sembrar, qué necesitamos sembrar, dónde es mejor sembrar. A mi tío Elio a cargo de grandes hectáreas de mangales le hicieron sacar todos los árboles para convertir la tierra en campos de caña de azúcar. Hoy no hay ni azúcar ni mangos. ¿Entiendes eso? Un país con tierra fértil, ríos caudalosos, sin escasez hídrica. No Beatriz, es la mano que gobierna la que no lo está haciendo bien. Hay que dejar de tener miedo al emprendimiento.

-No sé, parece una quimera

-Pero no es imposible si se toma la dirección correcta. No es a mí a quien corresponde dictar el norte. Yo estoy fuera.

-Y a salvo

-No sé sin tan a salvo, pero al menos disfruto de mi esfuerzo. Y vivo y rezo sin temores, y escribo lo que me place. Donde vivo hoy día es un país de riesgos y grandes oportunidades, pero hay que ser disciplinado….

-! ¡Ay Machi, me alegro por ti! ¡no sabes cuánto!

-Gracias, aquí me tienes reviviendo el pasado. Te aseguro que voy a sentarme a escribir todo lo que veo y por supuesto todo lo que siento e interpreto.

-Puedes ocupar mi historia, pero no pongas mi nombre, ni datos que puedan vincularme. ¡Ya tú sabes!

-Pero si este es un país libre ¿En qué podría yo perjudicarte?

-Es que hay cosas que tú no entiendes.

-Crees tú que no entiendo, Beatriz. Dejémoslo ahí y vayamos a recibir a tu marido que debe estar por llegar. Ya sé que el señor es celoso y además el almuerzo no espera.

A esa hora la piscina ya estaba casi repleta. La música, salsa y boleros, estaba a máximo volumen, cosa esta que dificultaba la distendida comunicación.



Manuel apura el último trago y mastica con placer el trocito de hielo dulzón que quedaba. Ambos se incorporan lentamente. Los helechos frondosos, en hilera, arman el camino empedrado hacia la entrada del hotel. Unos periquitos, de color verde encendido con pintas rojas, inquietos coquetean animosos entre sí. A Manuel le brillan los ojos. A Beatriz le palpita con fuerza el corazón.

-Eres muy cómico, Manuel-dice ella sin mirarlo.

-Y tú eres genial Beatriz



Continuará