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domingo, 1 de abril de 2018

"Entre la rabia y el apego"






"Entre la rabia y el apego"


Yo viajo con nuestro territorio y siguen
viviendo conmigo, allá lejos,
las esencias longitudinales de mi patria.

                                         Pablo Neruda


El cielo se había despejado por completo. La porfiada humedad se desparramaba por Miami prometiendo un día agotador. Manny deja atrás su exquisito apartamento en Bay Road. Hoy prefiere el aire libre. Hay momentos en que hasta el confort lo ahoga, no es suficiente. Dobla por el boulevard de Lincoln rumbo al mar. El viento cálido sopla del este y lo despeina, no tanto como él quisiera. Ya no está la frondosa cabellera de antaño. El calendario no perdona, incluso a él que lo ha tratado bastante bien. Empujado por profundas cavilaciones camina por esa avenida que atraviesa todo el apéndice desde la bahía hasta el océano. Llegará con sus cavilaciones hasta la playa frente al atlántico para depositar en él la pesada mochila de su pasado.

Por su lado pasan trotando jóvenes atléticos, enfundados en multicolores mallas deportivas, parejas de ancianos, oficinistas a juzgar por la vestimenta, un niño con un perro, gringos, hispanos. Es que la ciudad despierta de a poco. Pero su mirada se detiene solo en el ayer. Trata de retener imágenes, cruzar límites, buscar a noventa millas las luces que dejó para no perderse cuando quisiera regresar. Cuba está en el brillo de sus ojos, anclada al pasado que por momentos se torna presente y abrumador. Un suspiro se pronuncia espontáneo. Hace pocas noches, después de cuarenta y pico de años, encontró en las redes sociales a uno de los pocos amigos que tuvo en su tierra "Manolito Rodríguez en Chile, ¡carajo!". Y le escribió al instante. En honor a la verdad Manuel no le reconoció de inmediato pero gracias a un fluido diálogo ambos fueron hilvanando las hebras del pasado, un recorrido por el ayer en el querido Camagüey, transitando por recuerdos de la niñez y adolescencia que culminaban en entretenidas, disparatados y desafortunados pasajes que se sucedieron desde que eran chiquitos hasta que la vida los separó.

"Eramos vecinos en San José y Rosario, y juntos estuvimos en la escuela pública número 1, y estudiamos en la secundaria básica Cándido Gonzalez, hasta que te fuiste a otro plantel y te perdí el rastro ¿te acuerdas Manolito?"

Manny al andar recupera parte de la memoria perdida. Como un torrente vertiginoso acuden a su mente muchos momentos de Camagüey. Un cúmulo de imágenes se le viene encima. Manny sigue culebreando sin rumbo aparente esas calles entretenidas de Miami con sus comercios, restaurantes y cafés. No sabe si detenerse a tomar algo en su favorito "Deli Hans and Harry" o seguir directo al mar. De vuelta podría pasar a comer un bocadillo kosher. " My goodness I love this place". Pero el apetito no puede más que su deseo de seguir hurgando el pasado mientras camina sin interrupciones. Respira hondo y siente que se trasporta a otra dimensión, a esa tierra tan cerca y tan lejana a la vez donde su inocencia se fue perdiendo paulatinamente a medida que iba creciendo. 

Manny nació y vivió en San José casi esquina a Palma. Lo que podría haber sido una infancia feliz se desmoronó con el transcurso del tiempo. Con la revolución vino un período de incertidumbre para toda su familia. El líder comunista, cuyo nombre prefiere no pronunciar, cada día se aferraba más al poder. En eternos y encendidos discursos trataba de mostrarse desprovisto de pretensiones personales. El comandante aparentaba ser un hombre humilde que se conformaba con poco y nada, pero en verdad era un exhibicionista de sus propias virtudes. "Ese lo que busca es que la gente se entere de sus gestos de humildad, que la prensa que va quedando lo alcance justo en los momentos importantes para que lo transporte a la posteridad como el único benefactor"- decía su tía mientras se balanceaba y ladeaba la cabeza en signo de desaprobación. Su tía y mamá fueron maestras reconocidas y muy queridas en la escuela y en el barrio pero el destino les tenía preparadas zancadillas a la vuelta de la esquina. En la puerta de su casa cantaron a coro “somos socialistas p’lante y p’lante, y al que no le guste que empuje y aguante”.

En verdad la revolución los fue acorralando y ahogando. A mediados del sesenta ya el objetivo del régimen comunista era simple, quería quedarse con la masa empobrecida que aplaudía y gozaba de los subsidios que de vez en vez le lanzaba, por eso alentó la migración masiva pero no exenta de obstáculos pues hasta para salir le complicaban la vida a los interesados. Su tía que no veía futuro en la isla fue la primera que presentó los papeles para emigrar. Inmediatamente fue expulsada del colegio; y a Carmen Blanco, su madre, la sacaron de educación por practicar la religión católica. De la noche a la mañana Carmen dejó de ser confiable y desde entonces sus vastos conocimientos pasaron a ser incompatibles con la ideología del hombre nuevo. Las sombras del régimen invadieron sus vidas y hogar. Esa fue una época de miedo, un pasado de represión interna muy grande, por eso Manny guarda tantos recuerdos en su estado nítido. Permanentemente ocultó sus miedos y aspiraciones . ¿Dónde estaban los ángeles que debían protegerle? La rutina y la monotonía empañaban sus vivencias emocionales y no se hallaba bien con nadie, ni en su cuadra, ni en su escuela, ni en los "trabajos voluntarios". 

Hoy día no sabe si uno u otro episodio ocurrió antes, durante o después, porque no es la cronología lo más importante sino los hechos.

Manny recuerda esas noches de eternos apagones cuando alumbraban su casa con mecheros, porque velas tampoco habían. Los mecheritos eran confeccionados con latas de carne rusa y un trozo de algodón a modo de candiles. Y cuando podían disfrutar del esquivo fluido eléctrico, paseaban de una pieza a otra el mísero bombillo que les iba quedando. Ya habían desaparecido las ferreterías, no había donde comprar absolutamente nada. Manny se pasaba gran parte del día refugiado en la literatura como método de evasión y confort personal. Llegada la noche, su madre, privilegiando las lecturas de su hijo, le pasaba el único bombillo que tenían. Aunque la atmósfera era fría y gris, porque el bombillito enclenque que colgaba del cable proyectaba una tenue luz y débil, como derrotada por las circunstancia, él se entretenía entre páginas de fantásticos libros. Devoraba cuanto libro caía en sus manos, algunos prohibidos por el nuevo régimen, ejemplares muy cotizados underground, materiales que habían logrado cruzar el mar de incongruencias ideológicas y reparos. También le llegaban fotocopias de otros que pese a la censura saltaban de casa en casa, de mano en mano buscando ojos ávidos de buena literatura más allá de prejuicios políticos. Aprendió a leer rápido, apurando párrafos, engullendo páginas porque de un momento a otro podrían ser cercenados, silenciados en nombre del partido por considerarlos textos enemigos del pueblo. No había plata para andar de librerías, pero su prima le prestaba muchos libros. Recuerda cuánto disfrutó uno de esos libros prohibidos por el gobierno: "El rostro de una victima", escrito por elizabeth Lermodo, víctima de la dictadura de Stalin. Víctima de esa otra dictadura, la cubana, su familia seguía esperanzada en salir cuanto antes hacia Miami. Ya no cabían en la isla. Estaban rodeados de vecinos indiferentes o resignados. No recuerda que alguien hubiese tenido un gesto de compasión o de solidaridad porque ante el más mínimo reclamo se les venía encima la consigna "Para la Revolución todo, contra la Revolución nada". 

Se apodera de él esa imagen de su madre y tía buscando por Camagüey algo con qué alimentar a la familia. En las tardes ya no se merendaba. Desaparecieron las torticas de morón, el pan de caracas y los masas reales rellenos con mermelada de guayaba que su mamá acostumbraba a comprar en el Fenix. "Nos teníamos que conformar con un jarrito de café con leche y un trozo de pan pelado. Y en esa época me bajó un hambre terrible. El hambre me volvía arisco, irritable e impaciente. Decía mi tía que yo comía más que el remordimiento. Se comentaba que en La Habana tenían mantequilla. Oh! ¿Quién pudiera vivir en la capital?- le decía a mi madre. Las comidas fueron empeorando cada vez más; chícharo al almuerzo, chícharo a la cena todos los santos días y los domingos mi mamá con ese espíritu que nunca la abandonaba nos decía, hoy para cambiar de menú tendremos croquetas de chícharo. Nada qué hacer, de todas formas caíamos rendidos a su ingenio. Ya vendrán tiempos mejores. El lunes de nuevo a esperar a María Cristina y junto a ella pasar a buscar a Manuel". En esos dos amigos había encontrado un atisbo de felicidad y una cálida sensación de afecto el mismo que recibía solo entre las cuatro paredes de su hogar.

Manny, busca en el celular y relee trozos de textos de Manuel: ".......Ayer estuve por esos lugares que mencionas, escarbando la memoria, lustrando los fiordos de mi cerebro para encontrar respuestas al pasado , con ese ejercicio busco las fichas que nos juntaron y luego nos separaron. Es cierto, nuestra ciudad se empobrecía y faltaba de todo. Para hacer arroz con leche faltaba el azúcar, para las torrejas en almíbar faltaba el pan y así sucesivamente. Al igual que tú , no creas, también en casa celebrábamos cualquier evento austeramente donde cada cual aportaba con lo que podía, con lo poco y nada que se conseguía. Mi mamá era la presidente del comité pero no hacía magia. A todos nos tocaba por igual. Fueron tiempos difíciles. Manny, ¿sabías tú que la existencia del ser humano se resume como una larga cadena con eslabones de simples elecciones? Nosotros elegimos quedarnos y también tuvimos momentos grises".

Manuel reconoce que el vivió el mismo conflicto desde otra vereda viendo su Cuba con otro color. Lamenta enormemente que no haya podido hacer mucho por su amigo, ese que pasaba cada mañana a buscarlo para ir juntos al colegio, un joven taciturno que se sentía ignorado, marginado por la revolución. Manuel entonces no tenía ni la menor idea de los entretelones de las familias que querían salir de Cuba , "las ciquitrilladas" por la revolución. Estaba preservado en un medio distinto, como dice Manny, en la otra acera, refugiado en un mundo ordenado, distinto pero seguro, disfrutando de lo que le caía bajo el alero de un padre protector y proveedor, una madre que se las ingeniaba para satisfacer sus necesidades, veranear en otras playas cuando los balnearios exclusivos se clausuraban. En su hogar se derrochaba mucha energía porque su mamá lo arrastraba a todas las actividades que no eran pocas, y el gobierno lo estaba educando para negar las cosas desfavorables. Todo en aras de un futuro luminoso. 

Manuel vivía momentos de gran entusiasmo, de alegría y credulidad. Creyó en el sacrificio. "..........Cuántas veces fuimos hasta la linea del ferrocarril con mi mamá con unas latas o cubos de agua con hielo para repartir a sedientos jóvenes que estaban horas y horas varados en aquellos vagones, achicharrados al sol. Tengo bien fresca en la memoria la imagen de esos vagones de carga de caña de azúcar, acondicionados malamente para trasladar personas. Mi abuelo reñía a mi madre por ayudar a esos muchachos, sólo por el hecho de llevar ropa verde. Los tildaba de comunistas cuando en realidad eran reclusos unos, reclutas otros. Y mi mamá le respondía que uno debía ayudar sin preguntar a quién, que ese era el lema de la Cuba revolucionaria y que el día de mañana yo podría estar en igual situación y ella lo mínimo que esperaba era que alguien me tendiera un jarrito de agua para beber. A cada cosa le poníamos entusiasmo. Como ves también en mi casa se respiraba discordia. ¿Qué importa ya?. Mientras mi abuelo paterno disparaba contra la dictadura marxista , mi madre se abstenía de criticar al régimen porque ella era partícipe activa del nuevo sistema y veía todo con otros ojos. En mi familia también hubo de todo. Muchos parientes se vieron beneficiados, por tanto estaban regocijados con el sistema; en cambio los primos adventistas tuvieron que salir al igual que ustedes del país. La situación con los religiosos yo la viví en primer plano. Recuerdo a Ana Nieves, una amiga de mi abuela, desencantada con el sistema y desesperada hasta el último día antes de marcharse. Pero no discriminamos a nadie. El único hecho deplorable en mi casa fue que cambiaron de un día para otro el cuadro de Cristo por el del Ché, pero eso hoy es anecdótico, porque pasaron cosas peores en el país".

"...Manny, el problema lo tenían los mayores, yo recuerdo que la pasábamos bien, que compartíamos aquellas croquetas que se pegaban al cielo de la boca y que bajábamos con un jarrito de sirope, ¿de qué sabor?, de lo que viniera pues no estaban los tiempos para regodearse. Y no te acuerdas que con improvisados banco de tablones esperábamos ansiosos el cine-móvil. El barrio podía estar a oscuras producto del apagón pero el camión cine contaba con energía propia con su ruido infernal que no dejaba escuchar los diálogos en su idioma original (ruso generalmente) , casi siempre eran películas soviéticas épicas, patrióticas que a mi me gustaban mucho. Y después a mediado de los setenta llegó el cine español y hacíamos aquellas largas colas para ver a Sebastián Palomo Linares, Cera Virgen y Marianela."

"Recuerdo que tú Manny hablabas lo justo, más bien María Cristina llevaba la voz cantante. Tú te contentabas con asentir, por eso recuerdo que hablabas lo necesario, a veces nada. Con aire cohibido y atribulado, asentías obediente. Estabas solitario en tu mundo. ¿Caviloso? quizás. Llevabas tus libros con desgano y acarreabas una pasividad deliberada impropia de un chico de tu edad. Te faltaba vitalidad. ¿Estabas deprimido? nunca me detuve a preguntártelo. Yo sé que te costaba integrarte, que eras de pocos amigos y que te envolvía una capa de angustia. Por eso te acompañaba a la calle Jesús María a revisar las pocas vidrieras que iban quedando con revistas de historietas y postalitas decorativas para recortar y pegar. Todo iba desapareciendo por arte de magia". 

Es cierto, a veces daban una vuelta más larga y se entretenían saltando los travesaños de la linea del ferrocarril, se metían en algunos vagones vacíos, que permanecían días y días varados en los andenes porque no había nada que transportar y terminaban bajo un frondoso flaboyán, sentados en los banquitos de madera frente al Asilo de Ancianos viendo el tráfico de la Avenida Carlos J Finlay. Manny los consideraba amigos suyos de verdad, no íntimos pero amigos al fin y al cabo. Con ellos compartía comida, libros, momentos de nostalgia, sueños y pesadillas. Manny sabía que Manuel no quería lastimarlo pero se molestaba cada vez que éste le hablaba de los beneficios de la revolución como si ella no hubiese sido la responsable de todos los males. Manuel por su parte pensaba que el colectivo era siempre más importante que el individuo y si éste era débil, peor. Les inculcaban permanentemente en el colegio que el objetivo final y la misión llegaban a ser irremediablemente más importante que un hombre. No eran los muchachos culpables de nada, solo eran peones de esa tragicómica partida de ajedrez.

Ya de vuelta Manny se detiene y resollando aspira prístino aroma de café que salea de alguno de los tantos negocios del sector, y lo cambia por el aire oxidado, impuro y contaminado del pasado en Cuba. Camagüey aparece en imágenes flash, el casino campestre con sus leones hediondos, la pizzería El gallo con sus eternas filas, el Museo Ignacio Agramonte, Amalia Simoni, La gran Tula, Guillén el camagüeyano ñangara, la abandonada Capilla de San José, La Volanta, Rancho Luna, El París, la dulcería Pérez Sosa. También se ve a si mismo, frente a la linea de ferrocarril esperando que pase el último vagón y levanten la barrera, con los libros apretados contra el pecho cual escudo defensor. Esboza una esplendida sonrisa que corrige el rostro severo y huraño con que amaneció. Atrás quedó esa hosca actitud que descubrió en el espejo del tocador al levantarse. Es otro en ese instante. El recordar definitivamente lo hizo más grande. Un trecho lo ha caminado lento, otro con más ánimo; da igual. Por pequeño que sea el paso hay que seguir caminando, eso es lo importante.

Hoy día ambos mantienen el mismo espíritu crítico respecto de la realidad cubana independientemente de que a esta edad de la vida se empieza a ver el pasado con una mirada nostálgica y sanadora. Con el tiempo también Manuel escapó de ese sistema. Nunca más volvió pero sabe que su casa de Rosario se convirtió en un racimo de truchas casuchas, desvencijadas y mal pintadas con un gusto que surge de las necesidades de la isla. Un verdadero desperdicio. En cambio Manny regresó motivado por la rabia y el apego a esos rincones que lo vieron crecer. Comprobó con sus ojos lo que entonces intuyó venir; ahí estaba Cuba presa del tiempo, acorralada, devastada, triste. 

El recorrido ha sido extenuante pero a la vez gratificante. Después de tantos recuerdos Manny ve una luz prístina que emana de su corazón, la que abraza con cada guiño amistoso de Manuel y la que regará cada día de ahora en adelante para que siempre perduren en ambos los recuerdos y la verdadera amistad.

Ya en su hogar, sin mirar atrás y sin vacilar, cierra de un golpe la puerta a sus espaldas.

2018 ( Entre Santiago y Miami)

FIN