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miércoles, 1 de julio de 2015

“La Habana, tal cual es”







                                       “La Habana, tal cual es”




Cuando alguien juzgue su camino, ofrézcale sus zapatos”


07:15 am

Hace solo unos días atrás, en la sala de mi casa en Santiago, Macarena, una amiga chilena, me enrostró que yo, con mis comentarios llenos de agrios detalles, estaba siendo demasiado crítico y duro con Cuba, con la isla que se deja amar y disfrutar tal como ella se presenta, con sus encantos y desaciertos, que son hartos, con su movimiento lento y coqueteo perverso casi fantasmal.

Ahora, instalado en esta isla, la misma de la cual hablábamos entonces, trato de disfrazar los defectos para no pecar de crítico visceral. ¿Qué habrá calado en Macarena que vuelve una y otra vez desde tan lejos? Creo entenderlo pero no voy, al menos hoy, a hacer elucubraciones al respecto. Observo el techo a punto de caerse, las paredes roídas, las tristes vigas a la vista, la pintura saltada, las ventanas sin bisagras, la casa sin luz. No lograrán esos detalles, insignificantes para algunos, arrastrarme hacia ácidas conclusiones.  


07:30 am

De pura curiosidad intento descifrar la lógica de la estructura del apartamento, recovecos que obedecen a la urgente necesidad de acomodo y practicismo más que a lo relativamente estético. Me percato que por la ventana abierta desde siempre de par en par comienza a colarse la luz del día que presagia ser caluroso e intenso, dejando la luna desnuda afuera, como retraída mirando de reojo a La Habana que despierta lenta amarrada al apagón general.

Desde la cama sigo observando los estragos que el tiempo ha provocado en las añosas paredes. Quiero incorporarme. Las grietas que vienen y van componiendo un rompecabezas me detienen por curiosidad. Ese manto de hoyos y parches se multiplica por años y grita por una manito de gato. Estoy solo en casa porque mi hermana y mi madre, anfitrionas, han tenido que ir a trabajar. ¡Qué no solo de cháchara vive el pobre!- dice mi madre. Ambas están empleadas en una casa de un extranjero en la zona del bienaventurado reparto habanero de Miramar. Si consideramos que la jubilación de cada una es de trece dólares al mes, con esta entrada extra se van abriendo camino, no al estrellato precisamente porque en realidad toda la platica se diluye ayudando al prójimo y a la numerosa familia del interior. Pero vaya que sirve ese dinerito extra.

Mi madre antes de salir ya había regado sus plantas con esmero para evitarles un día sediento. Los pajaritos, que son muchos y anidan en los huecos que hay en el techo, revolotean sin cesar con su canto que rompe el silencio yendo y viniendo entre el escombro y las húmedas hojas de las múltiples verdes maticas.

Antes de marcharse me aclararon por enésima vez que les gustaría quedarse conmigo para charlar y recordar, pero el deber obliga. Mi madre marcada de por vida por las consignas y mi hermana ceñida a las obligaciones aprendidas desde que era pionera comunista, saben que esta es ahora su nueva y más importante trinchera de lucha. ¡No podemos fallar! ¡Ay que ganarse los chícharos, mi hermano! . De todas formas han rearmado la agenda y ya tendremos tiempo suficiente para ir a la playa y recorrer esos rincones de La Habana que ellas saben tanto me entusiasman: entrar por un mojito espléndido en yerba buena a los bares nostálgicos llenos de música y sabor tropical. Habrá tiempo para reconfortar la memoria en cada espacio habanero desde donde siempre aparece un eco lleno de soledad y pérdida. Hay que vivir el día a día con toda calma y como dijo Macarena. “Hay que saber querer a La Habana tal y como ella se presenta”.

Tengo ganas de empezar el día. Me percato que no hay mucho ruido, excepto el de los pajaritos, y a lo lejos de vez en vez el ronquido de algún auto. El silencio es casi total. El apagón sorprendió al barrio cuando estaba despertando. Cada familia, acostumbrada de por vida a este suceso, se desenvolvió como pudo y salió presto a trabajar. Me tiro de la cama para prepararme una taza de té pero tropiezo con la cruda realidad. No podré ocupar el microondas, ni escuchar la radio, ni podré ver tele, ni podré bañarme porque el motor quedó varado a falta de fluido eléctrico. ¡Nada, hay que esperar!

08:00 am

Recurro a la nota que me dejó mi hermana en la puerta del refrigerador. Advertencia: Lo más importante es no perder de vista el refrigerador pues si empieza a descongelarse se encharcará, se armará el apateo y lo más terrible, filtrará agua al piso inferior. Ya ha ocurrido antes y aunque el inquilino de abajo es buen revolucionario y de buenos modales, monta tremendo berrinche sin contemplaciones. ¡Vaya tarea! Que cuide no se eche a perder la cuota de pollo que recibieron ayer. _Mijo, tercera vez en el año que nos aplican la fórmula “Pollo por pescado”, y con las ganas que tengo de comerme aunque sea unas croqueticas de jurel- había dicho mi madre antes de salir.

08:30 am

Como no hay mucho que hacer me siento en el cómodo balance a esperar. En la sala hay varios portarretratos con fotos familiares que me acompañan. Repaso a través de las fotografías breves historias: la prima que se ahogó en su décimo intento tratando de escapar en una maltrecha balsa, el primo médico, que desde un año cumple exitosamente misión en Venezuela, el tío que se ahorcó después de volver de Angola, la sobrina que vive en Miami, la tía que falleció sin ver las grandes alamedas, el abuelo que no pudo cumplir su sueño “afeitarse con cuchilla Gillette antes de morir”, el amigo que está preso por matar una vaca, la amiga que no pudo ingresar a la compañía de ballet clásico Alicia Alonso pero sigue triunfando como corista en Tropicana a la espera de que un extranjero se enamore de ella y se la lleve fuera. Cuántas historias atrapadas tras esos pulcros vidrios.

10:15 am

Son las diez y pico. Estoy atado al ritmo del balance tomando la brisa mañanera. Todavía no hay señales de energía eléctrica y podría continuar el apagón hasta pasada las dos de la tarde, al menos eso me confirmó la vecina que como coordinadora del Comité de Defensa de la Revolución lo sabe todo. Dice que no me preocupe que “esto es una excepción que ocurre con frecuencia”, que “el incidente responde a la necesidad de terminar unos trabajos para que el futuro sea verdaderamente luminoso”. ¡Vaya forma de manejar el lenguaje! Su cándida nieta que arrastra un pálido juguete de madera y una muñeca negra sin brazos dice ingenuamente que aproveche el sol que es harto y gratis. En realidad me obligo a guardar todo el calor posible que luego de regreso a Chile echaré de menos el resto del año.

11:00 am

¡Qué sorpresa! Me acaba de llamar Ivelis Sotomayor. Amiga de muchos veranos. Me sorprendió su llamada porque yo juraba que estaba en Italia. _No muchacho, lo mío es “entra y sale” para no perder los permisos de uno u otro lado. Hay que defenderse. Después te cuento con detalles. Te voy a pasar a buscar ahorita mismo a la embajada para dar una vueltecita y conversamos. Oye muchacho desmaya, no cojas lucha con la luz que esto es Cuba y lo demás es bobería.

Cuelgo el teléfono y reflexiono: ¡Vaya filosofía!

Cuando dijo “embajada” sabía que se refería a mi casa ; bueno al departamento de mi familia, rebautizado así por el ir y venir de tantos cubanos y extranjeros. Coloquialmente le dicen la embajada porque acá pasa lleno y la mayoría viene por trámites. Mi madre es algo así como la encargada del suministro, preocupada de que no falte el bistecito de puerco, el tan requerido mamífero nacional como dice la canción de Buena Fe, los tostones a su punto y la yuca con mojo bien adobada. Ella siempre recuperando del ayer y trayendo a la memoria esos paladares exquisitos de entonces. Mi hermana en cambio es la relacionadora pública, la encargada de las excursiones y las recomendaciones de adónde ir y por dónde definitivamente no se puede pasar. Porque este país también tiene sus callejones sin salidas, su mundo tenebroso lleno de mentes oscuras y malsanas al acecho de inexpertos e ingenuos visitantes.

Entonces el apartamentico es la sede de todo evento, pues vienen del interior al médico, otros realizan sus trámites de salida a EEUU en la oficina de intereses, unos vienen a la playa como si las de ellos no fueran buenas. Y no falta el que pasa a desayunar, a tomar una coladita de café, a almorzar o merendar porque si algo se cultiva aquí son las buenas relaciones y como dice María Rabassa “De acá no se marcha nadie sin comer”. Recién la semana pasada estuvo Sonia, una prima camagüeyana, quien de vez en vez se da un salto desde Miami con su retahíla de bártulos inundando el espacio, revoloteando el ambiente con sus entretenidas tertulias e interminables rondas de traguitos de café. Cuando se marchó no alcanzaron a cambiar las sábanas y ya había otra prima anunciándose. Es que está embarazada y necesitaba venir a La Habana por enseres de maternidad. ¡Qué horror! En realidad ellas lo disfrutan y se mantienen atareadas y chachareando gran parte del día. Ahora la embajada me acoge a mí por quince días. Soy el ilustre visitante en medio del apagón.

12:30 pm

Ivelis pasó a recogerme en su carro para dar una vuelta corta. Inmediatamente después de los abrazos y saludos correspondientes me pide agua porque según ella “hasta el agua sabe mejor en esta casa”. ¡Qué curioso! Le ofrezco jugo de guayaba que aún se mantiene bien frío. En el trayecto que el vaso va de la mesita a su sedienta boca me dice:

_Nosotros somos bien parecidos, ambos seguimos obsesionados con La Habana. Necesitamos de ella siempre, su pasión, su ternura

_¡Cuánta verdad!

_Mírame, yo podría quedarme para siempre en Italia, pero tú sabes que la cosa en Europa está difícil y acá uno se defiende. ¿Tú me entiendes?. Además tengo a mi madre que no se mueve ni a palos de su terruño. Por el momento ella es mi karma

Está tan rico el jugo que se dispara dos y antes de que pida el tercero ya vamos camino al auto.

12:45 pm

Ivelis anda en un Lada bastante destartalado del cual, a pesar de parecer un verdadero despojo de chatarra, está muy orgullosa. Arrancamos como decimos los cubanos, pero la partida fue a duras penas, uno, dos, tres intentos, nada. El carro estaba como sofocado. Se bajó rauda, abrió el capó, estrujó unas cuantas tuercas, se frotó las manos en un paño con tremenda parsimonia y ayudada por dos negros fortachones que empujaban desde atrás, logró hacer andar el cacharro. Salió aquella máquina envuelta en humo, emitiendo gases contaminantes disimulados en una gran nube de humo negro que gracias al clima de la isla se diluía rápidamente y luego se perdía en el prístino aire capitalino. El sufrido motor rugía de espasmos, los hierros sonaban como lata de carnaval, creí que habían algunos tornillos sueltos. -Tranquilo chico, la mayoría anda así. Si te fijas las puertas no cierran bien, los asientos han perdidos su follaje, la suspensión mala, el chasis casi pegado al asfalto o lo que va quedando de él ( del asfalto y del chasis) ¿Tú me entiendes, verdad?

Enfrentamos la calle Linea y luego doblamos la calle M con tremendo aspaviento. El recorrido es lento, porque el auto así lo requiere, pero placentero. La brisa marina enfurecida y agradable golpea sutilmente la piel y ya empezamos a broncearnos. ¿Cómo podría dejar de soñar con este sol?. Es que en Chile siempre llevo a Cuba a la espalda, es como una mochila muy pesada, cargada de fuertes emociones que me hacen regresar una y otra vez.

Disfruto la conversación con Ivelis, la graciosa y espontánea manera de comunicarse, la sobreabundancia de movimientos naturales. La escucho y no dejo de grabar en mi memoria todo alrededor. Los cubanos sonríen más, a pesar de los pesares, saludan con los brazos en alto, palmotean, se expresan con discursos estentóreos llenos de modismos y pocos garabatos, un “coño o cojones” de vez en vez como expresión de sorpresa pero que no enlutan para nada el lenguaje genuino. La incontinencia verbal se ve en cada esquina. Sobran los ojos grandes, sobran nalgatorios voluminosos, sobran negros atléticos que se han hecho vigorosos pedaleando, traspirados pero contentos, sobran niños esbeltos impecablemente uniformados con rojas pañoletas anudadas al cuello. También se ven otros muchachitos en short y descalzos por opción, quienes, ajenos a todo, corren ágiles y felices tras una maltratada pelota. Digo “por opción” porque no me cabe la menor duda de que sus padres al igual que los míos no se contentan con los dos pares anuales que tocan por la tarjeta de abastecimiento: los famosos colegiales y el par de salir, que servía lo mismo para ir a la playa, que al cine o a misa. Bueno lo de la misa duró, como ya se supone, hasta que el Partido prohibió la religión.

Ahí está el grandilocuente edificio Focsa. Abajo, en sus sucias y lúgubres tiendas con artículos en divisas, dos ordenadas filas a la espera de no sé qué, flanquean dos de sus entradas. Ivelis, que se conoce el barrio al derecho y al revés, específicamente por arriba y por abajo pues se codea además con el mundillo intelectual underground, me explica que alguien dio el dato que están por sacar a la venta nuevos modelos de zapatos. Atendiendo a mi cara incrédula y un silencio delator, antes que yo le plantee que eso es consumismo ya ella me ha leído el pensamiento y agrega;_En ninguna parte Marx escribió que para ser buen revolucionario había que andar con los zapatos rotos. - Eso es totalmente cierto, chica- respondo yo.

Llegamos a 23 e Ivelis propone subir por esa céntrica arteria. Pasamos por la esquina de L, a un costado el cine Yara . Hoy no exhiben “Pieza inconclusa para piano mecánico” ni “La gaviota” de Chejov. Desde hace dos décadas han olvidado el cine soviético sin que haya decaído la calidad cinematográfica. Ahora están dando “Habanastation”. Ivelis rápida como ella sola, mientras gira el manubrio y manipula la caja destartalada de cambio me cuenta que se trata de una tremenda película aparentemente ingenua sobre niños, quienes a pesar de estar en la misma escuela tienen realidades diametralmente opuestas. Uno es de un barrio marginal y el otro del lujoso entorno de Miramar. A través de una aventura donde se ven unidos e identificados en una historia común se devela la Cuba de hoy. Ivelis aclara que ya la ha visto el Partido, y los órganos competentes han dado el “vamos” y que estará varios días en cartelera. Eso de que ya lo ha visto el partido me hizo regresar al año noventa y tres cuando se estrenó “Fresa y Chocolate”, una película que puso a los cubanos frente a sus propios prejuicios sexuales. Antes de ser exhibida, primero tuvo que cruzar el escrutinio de los cuadros del partido para que a través de desmedidos debates los militantes aprendieran a bajar la información sobre el contenido de dicha película a las masas populares.

La cola es larga y como espejo surrealista se aprecia la misma fila, con igual o mayor longitud, al otro lado, en Coppelia, la heladería más grande de Cuba. ¡Que va Ivelis, con estas filas no tendré tiempo ni para helados ni para películas!

Paramos en algunos lugares con el riesgo de quedar encangrejados pero la providencia nos acompañó. En un portal de una casona decimonónica una veterana custodiaba celosamente ingeniosos atriles repletos de cientos de CD pirateados. Ivelis me recomendó comprar un disco de Laritza Bacallao y de La Charanga Habanera, dice que en ritmo ambos la llevan. ¡Veremos!

La céntrica calle 23 se ve con bastante movimiento. Se nota que hay muchos más timbiriches que antes, donde fríen y refríen productos de dudosa procedencia, con cero higiene. Un carnicero, intuyo que lo es por la bata que alguna vez fue blanca, manipulaba la carne y el dinero sin escrúpulos y hasta le alcanzaba el ingenio para espantarse las moscas y las gotas de sudor que corrían por su cara. Ivelis, alzando la voz por encima del ruido estrepitoso del motor, corrige- es que con esta humedad, muchacho, ya tú sabes, a cualquiera le corren las gotas, ¿tú me entiendes?

Eso es verdad pero no todos se rascan las presas con tanto esmero y parsimonia como lo hacía este. Una vez escarbado con deleite sus genitales se llevó los dedos a la nariz para olfatear su bajo fondo con genuino gesto de animal de potrero. ¡Atroz!

Cierto que no se ven las pizzas de la década del noventa hechas con preservativos ni los famosos pan con bistec que no eran más que frazadas de piso adobadas con mucho ajo y cebolla, pero acoto “paso” cuando Ivelis me invita a comer algo.

Ahí están los mismos antiquísimos estanquillos con otra generación de viejos esperando. El mismo Granma y Juventud Rebelde de siempre está por llegar, con la salvedad de que hoy día adquirir el diario a veinte centavos es una verdadera odisea. Se agotan rápidamente pero luego a vista y paciencia de las autoridades aparecen los revendedores ofreciendo el mismo peridicucho a peso. Ya son conocidos en La Habana como la mafia de los estanquillos.

El parquecito del Quijote sigue anhelando mejores tiempos. A un costado una pequeña carpa blanca con techo amarillo anunciaba venta de libros. Ivelis se detiene en un lugar donde está señalizado “prohibido estacionarse” -No te preocupes, echa una mirada a ver si encuentras algo, mientras yo fingiré que arreglo el carro. Mitad mentira ,mitad verdad -y se echa a reír. Sale con su trapo engrasado, abre el capó. La dejo con sus menesteres y me interno en la carpa literaria. No hay mucho que vitrinear pero me decido por un libro que parece ser prometedor. No sé, pura intuición “País con litteras” si, con doble T, a solo diez pesos cubanos, o sea, cuarenta y cinco centavos dólar. Hecho. Me lo llevo.

14:00 pm

Bajamos La Rampa hasta el malecón. En el trayecto siguen apareciendo paladares, casas remozadas y edificios destartalados. Me sorprende que el Somellian esté aún vacío y la grúa que lleva más de tres lustros anclada a él, siga impertérrita. Somellian es uno de los tantos edificios emblemáticos terminado en el año cincuenta y siete. Qué despilfarro, con tanta gente sin viviendas y esta mole de treinta pisos que alguna vez fue elegante se derrite frente al malecón. Es una jaula triste de mar y sal que gritando permanentemente “Auxilio”.

Hubiera paseado más, total ya me acostumbré al olor a gasolina que despide el carro, pero recordé que debo estar atento al refrigerador. Iveliss se despide recurriendo a un antiguo chiste local _Me voy directo al trabajo o sea voy a hacer como que trabajo, para que el Estado haga como que me paga.

Me apeo en casa. Trato de subir al apartamento entre dos bicicleteros quienes han dejado de pedalear sus bicitaxis un rato para concentrarse en en un tablado de ajedrez que han tendido en el suelo frente a la escalera de acceso.
_Permiso.
_Pasa broder.
Una vez que he atravesado el muro de fichas plásticas uno de ellos exclama _cojones men, cuando estamos en lo mejor, siempre viene alguien a interrumpir. ¡Le zumba el mango!
Yo, con una amplia sonrisa, les respondo en chileno ¡Váyanse a la chucha!. No corro riesgo de que contesten, ellos no entienden esa expresión. Chucha no es más que el nombre de alguna vecina.

14:30 pm

Me he saltado el trámite del trasvasije de piezas de pollos porque hay luz. Quiero ponerme al día y enciendo el ventilador, pongo a hervir la tetera, caliento unas croqueticas al horno, prendo la tele. Recojo agua en baldes. Todo, con movimientos supersónicos por si se vuelve a ir la corriente.

Sin prestar mucha atención a las imágenes de la tele, escucho desde la cocina que hablan de cumplimento y sobrecumplimento de metas cuando en la calle el desabastecimiento es evidente y las colas para esto o lo otro dan fe de ello. Los cubanos que están atentos a cuándo tendrán papa en su mesa se enteran de que las primeras ya se distribuyen en La Habana y Alquízar, pronto en el resto del país equitativamente. Ver para creer. Acto seguido hablan del Comandante Eterno y Supremo refiriéndose a Chávez que ha alcanzado más grados que el Comandante de acá. ¡Qué lata! Luego se meten en el tema de Bolivia. Presto atención y pienso ¿Qué opinarán los izquierdistas chilenos ante tanto uso y abuso de la propaganda socialista cubana a favor de la demanda del compañero Evo “Mar para Bolivia”? ¿Se indignarían? ¿reconocerían que Cuba está haciendo jugada de injerencista?. A lo mejor perdonarían pensando que es parte de la diplomacia de los países con buenas intenciones, que esas fatuas consignas son frutos de las descabelladas ideas del decrépito Comandante en Jefe; al viejo se le perdona todo, total de qué sirve contrariarle si está en el ocaso de su vida. Apago la tele agobiado de tanta letanía.

15:00 pm

Dentro de un par de horas, quizás antes, si es que mi hermana consigue trasporte, tendré la  compañía de ambas. Como el apartamento me da claustrofobia decido ir al malecón buscando que el milagro aparezca de la nada. Mientras avanzo hacia la ancha avenida custodiado por un sol sano, veo gente de todo tipo, el empedernido alcohólico urbano, cocido mucho antes de que se ponga el sol, la señora con la bemba bien colorada que con desgano quizás llena de frustraciones arrastra al perro feo y flaco, un gringo aperado de vistosa cámara fotográfica, fumando un gran puro, dejándose perseguir coquetamente por tres negros, efebos musculosos, dispuestos a hacer de la diversidad sexual su lema de acción. Un pedazo de música callejera y remota me acompaña. El texto irreproducible. ¿No había leído que el Partido Comunista había intervenido el tipo de reggaeton que podían escuchar los cubanos? Lo mismo ocurrió en mi adolescencia cuando no podíamos ni mencionar a los Beatles o a Celia Cruz porque eso era diversionismo ideológico. Muchos artistas entonces fueron desterrados de la radio por el aparato marxista. ¡Qué código!

Sigo rumbo al malecón viendo gigantografías que proclaman la igualdad. Esa igualdad que se empareja hacia abajo, pues asegura el Estado que es el bloqueo norteamericano quien no da tregua al pueblo.

16:30 pm

En esta hora que llevo sentado en el malecón se ha enmudecido mi vida. He visto por doquier traficantes de tabacos, maleantes sin escrúpulos, jineteras que no cumplen muchas primaveras, todo lo intolerable con un gobierno a la cabeza que se define comunista. No era esta la Cuba que yo tendría en mi mundo adulto, según las charlas en las escuelas al campo y las reuniones comunistas. Nos hicieron creer que todos éramos y seríamos iguales, en cambio yo veo hoy con desazón como el billete verde se torna cada vez más poderoso, veo un país de doble moneda y doble moral donde unos pocos tienen mucho y muchos no tienen nada. ¿Están los cubanos condenados a perderse? ¿Todo ese fervor revolucionario fue sólo parte de un periodo succionado por la nada?

De soslayo miro al grupo de negritos que sobre las rocas lanzan cordeles de nylon a la usanza del otro Manuel de El Viejo y el Mar de Hemingway. Buscan con anhelo algo en ese mar que se extiende hoy como regia barrera y extenso muro en lugar de ser franco puente.

Trato de pensar diferente y ver esta Cuba desde otro ángulo, quiero creer que los quince días serán fantásticos y quizás aunque no cambie de opinión, me reserve mis ácidas criticas para darle el gusto a Macarena cuando vuelva a Santiago, porque, ¿qué culpa tiene ella, como otros tantos chilenos que no entiendan esta irrefutable realidad? ¿cómo hacerles ver que una corta estadía en Cuba no les develará la cruda verdad? ¿descubrirán que detrás de tantas sanas sonrisas se esconden arruinadas esperanzas y un sinnúmero de sueños mutilados? No creo. No me vengan con historias de logros. No me hagan cuento chino porque yo soy de allí, de la gente de a pie, vengo de conocer el rigor del desabastecimiento crónico, del trabajo voluntario impuesto, del agobiante calor del surco de caña improductivo, de la rudeza del indomable azadón que se enfrentó a la zafra millonaria que nunca fue, de las eternas marchas multitudinarias, del inminente y eterno apagón.

17:15 pm

Los minutos transcurren velozmente mientras yo sigo enredado en el análisis de lo que es y no debió ser. Me revuelco sobre las mismas angustias que me invaden cada vez que visito mi tierra. Sentado en el malecón quiero interpretar a mis espaldas una ciudad más optimista y más sutil, tal como si estuviera esperando pacientemente un prodigio. Los negritos ya se han marchado y en su lugar un viejo trompetista acomoda su melodía a mis reflexiones. Pasa una morena pregonando flores. Ignoro su alucinante colorido y vuelvo a mirar las olas. Si, ahí está La Habana, espiándome, tal como ella es, reflejada sobre las quietas aguas del inmenso Atlántico.

Falta mucho para que el sol empiece a sumergirse en el horizonte, pero debo regresar ya antes que el mar me trague con sus tibias caricias y su perspicaz locuacidad.


Fin

 La Habana 2015