CORREO ELECTRONICO

domingo, 2 de marzo de 2014

JJ







"J.J"
(Joel el Jinetero)



Joel, en aquel entonces, era la única persona en toda la isla, que decía las cosas por su nombre y quien a muchos con sus comentarios espontáneos había hecho aterrizar. Cuando alguien alguna vez lo increpó porque no le parecía bien eso de que anduviera detrás de las turistas para pasarla mejor, para que le invitaran a tomar un par de cervezas o un trago que después se convertirían en varios, le hizo saber que él hacía lo mismitico que otros, o sea las enamoraba, les coqueteaba con sus diminutos trajes de baño que dejaba muy poco a la imaginación femenina, y las enloquecía con la magia de blanco salvaje, porque en Cuba, es bueno aclarar, no solo viven negros, por exótico y raro que parezca.

En la difícil coyuntura del período especial, Joel introdujo en nuestra sociedad socialista el concepto de balance estructural de las finanzas sobre la base del jineterismo, que no es otra cosa que andar detrás de las pálidas pero exuberantes europeas y cándidas latinoamericanas, que están siempre dispuestas a apoyar el régimen desde cualquier ángulo sin importar el precio.

Rubias o trigueñas lo invitaban a la disco, y él que se conocía todo Varadero con sus movidas, prometía una noche iracunda y versátil. Una vez me dijo que yo hacía lo mismo, solo que a mi me respaldaba un documento de guía profesional, varios idiomas y muchos contactos oficiales; en cambio él se movía underground con su inglés de bachillerato y su ruso aprendido por televisión con esmero y tesón con la ilustre profesora Sonia Bravo.

Joel a sus 26 años tenía un empleo de modelo que no le alcanzaba más que para la buena facha, ésta, exaltada por su metro noventa de estatura, su esbeltez, su blanco peculiar, barnizado por los rayos del Caribe; “a golpe de tantas horas en las paradas” - decía él. De vez en vez lo contrataban en un hotel de la península para animar fiestas o desfiles de moda criolla, ropa que al fin de cuentas nadie compraba porque evidentemente era de mala calidad. Sin importar el esmero y dedicación de modistos de renombre nacional, las máquinas, los hilos y los tejidos no podían competir con la moda internacional. El resto del tiempo lo dedicaba al jineteo cotidiano y calculador. Y ese trabajito de pasarela mal pagado le servía de una u otra forma para neutralizar las suspicacias que despertaban sus atuendos y las jabas cargaditas de comida que llevaba los domingo a su hogar, en la mañana si, porque en la noche había que trabajar.


Sus padres que vivían en un pueblito de cuyo nombre el mismo no quería acordarse, situado al sur de Varadero, juraban que a Joel le iba de maravilla como modelo porque todo lo que traía a casa desde la mantequilla hasta las cajitas de mermelada de tamarindo y guayaba eran producto de su sano trabajo en las pasarelas, cuando en realidad todo, o casi todo, era fruto de lo que ustedes se imaginan y que por decoro no puedo aquí detallar.

Se le veía rondar por la playa bajo el sol esplendido para los bañistas, implacable para los isleños, con una grabadora con audífonos de última generación con música de Maná y Mecano. Colgado al hombro con estilo particular, un saquito con un short y una botellita de “Dorador” que él enriquecía con unas gotas de gasolina y un poquito de mantequilla, para lograr y mantener el bronceado ideal. En mente llevaba siempre la respuesta oportuna ante la acción de control de la autoridad, que eventualmente podría consultarle qué hacía por esos lares sin rumbo aparente. Su ingenio superaba la realidad.

Su personalidad lo convertía en un favorito del enclave del divertimiento. Despertaba confianza y empatía y ahogaba sus sueños frustrados con momentos inolvidables y sublimes. De día se divertía en la playa nadando, corriendo, escudriñando alguna mirada que no fuera casual. De noche daba rienda suelta a su incansable vitalidad juvenil.


Joel jugaba con las turistas a quererlas, ellas se lo comían a besos, mientras él las endulzaba con piropos caribeños y rígidos destellos de su cuerpo sano, joven y regio. Comía, bebía y entregaba a plenitud su ser tornando las noches en nada, y aunque despertaba cada amanecer con unos cuantos dólares, intentaba encontrar el norte que arrebataba el brillo a su madurez desaliñada. Nadie nunca entenderá su tiempo, su espacio, mucho menos su lema profesional “Lo que no mata, fuerza te da”.

Lo embrujó el amor, el placer, la moneda convertible, la economía nacional.


Y así anduvo de playa en playa, de mar en mar, hasta que logró empatarse con una mexicana que lo sacó del país y lo portó como trofeo de guerra a otra nueva dimensión.




Fin
Varadero 1998

Comentario.Este cuento se lo dedico a Cristopher Soto y a Macarena Donoso porque aunque entiendan y aborden el tema de distintos ángulos, saben respetar mis ideas socio-políticas y culturales respecto de la situación cubana.