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lunes, 12 de julio de 2021

“El mundo y sus caderas”

“El mundo y sus caderas”

Ella supuestamente viene de vuelta a esta hora del día. Abandona el Paseo del Prado con su belleza innegable, con su sabor a trópico y al aroma que provienen de esos saludables árboles, los mismos que proveen de sombra y frescor al tumulto de negritos sin camisas que improvisan un juego de béisbol. Esquiva ligeramente y con gracia una pelota que se le viene encima. Sin fijarse en la luz del semáforo, porque carros no hay tantos, cruza la calle. Atraviesa el Parque Central en diagonal. Detrás los conductores de bicitaxis, que esperan por turistas para acarrearlos hacia el casco histórico, se extasían con su meneo y el derroche de primavera que despide su piel. Todos se voltean para apreciar su retaguardia, en lenguaje más vivaz, para disfrutar sus nalgas frescas, esa mole de carne y fibra africana, gacela lucumí que llegó reencarnada en mujer exuberante a estas tierras caribeñas. Nadie se imagina que tiene más de treinta, pero algunos saben que se llama María Cristina y que es oriunda de un batey de Camagüey. Ella percibe orgullosa los chiflidos de sus admiradores. Sin detenerse, se lleva una mano a la cintura y aspira fuertemente el olor a sal que viene del malecón cual droga natural que la hace delirar en este ir y venir por su gran ciudad.

Todo el mundo quiere opinar. De ella se dice que es santa, otros juran que es puta, que tiene a los hombres alborotados con su bemba colorada y esas sayas tan ceñidas; que anda por La Habana cambiando por plata su cuerpo; que no sabe de sentimientos, solo de tragos, de aventuras; que no apaga nunca su sed de consumo y sexo.

Lo cierto es que muchos extranjeros prendados de su exquisita sabrosura “amplia y democrática”, le salen a su encuentro robándole el tiempo. Ella con sus desventuras y angustias está siempre a la vanguardia, ávida de emociones fuertes, pero concentrada en sus

retoños. Su corazoncito pertenece a sus hijos, a esos que van de pañoleta color rojo furioso a la escuela del barrio. Aunque estén concientizados porque quieren ser como el Che, le deben su pulcritud al dólar que ella consigue con sus mundanos servicios y al trueque diario en el mercado no tradicional.

¡Que el mundo comente!; Qué importa. Ella sigue su recorrido habitual.

Atrás quedan las palmeras que rodean el monumento a José Martí, despeinadas por el viento. Pasa contoneándose como rabiosa batidora frente a un edificio neoclásico que se resiste al abandono del tiempo, y a otros de antaño mucho más añejos y deteriorados con vitrinas vacías con cierto deje de tristeza vespertina. Se detiene en los portales del hotel kempinski y el aroma que sale de su interior, muy distinto a este otro de esta habana nauseabunda, la trasporta al mañana que cree será suyo. Su objetivo está trazado. Logrará salir de la isla de la mano de un tipo con plata aunque sea en el último asiento de clase económica de algún avión. Será el puente entre dos orillas que siempre anheló. Afuera llevará una vida sana sin preocupaciones, comerá bien (está pensando en un bistec), olvidará que alguna vez compraba con talones. En un restaurante sin que la miren como prostituta, disfrutará de un verdadero café. Vestirá de seda, fumará otra vez. Escuchará boleros que le sabrán a nostalgia con reminiscencia del ayer y junto a sus hijos bajo otra bandera y lengua extraña renacerá de esta vida ruinosa. El claxon estrepitoso de un almendrón la devuelve al Ahora y el Aquí.

Desde allí divisa el emblemático bar El Floridita. A las afuera del recinto, donde el nobel norteamericano Ernest Hemingway solía disfrutar el refrescante Daiquirí, un turista a la estampa del escritor intenta comprender fugaces momentos de los cubanos mientras se deshace de un negro que a hurtadillas le ofrece Habanos, según el traficante, de verdadera calidad. El yanqui al verla, le hace una seña. Ella no se hace de rogar, cruza la calle en puntillas, se le acerca erótica. Desparramando gracia, esboza una sonrisa lasciva y tomando de la mano confianzudamente al vetusto semental, entra altiva cual morena desafiante al famoso restaurant.

FIN


Participación en el taller de literatura Duoc 2021