CORREO ELECTRONICO

domingo, 9 de diciembre de 2012

"Un espacio en sus sueños"










"Un espacio en sus sueños"
A Anita Xandre por su naturaleza,
por su empatía, por su amor por Cuba.


La luz del amanecer la despertó. Debajo, un azul turquesa que pocas veces había visto y unas diminutas islas diseminadas a lo largo de una espléndida barrera coralina, como lentejuelas brillantes con centro verde y borde blanco impecable. No alcanzó a escuchar bien lo que la azafata anunciaba pero intuyó por la hora que estaban por aterrizar. Se incorpora un poco en el incómodo asiento, trata de mirar tras la ventanilla sobre el ala del avión para divisar qué hay más allá. Se observa una isla mucho más grande, generosa en vegetación. Se enciende el tablero que indica "Fasten yours bells, please", y antes que la aeromoza empiece a traducir ya ella ha tomado todas las precauciones porque si de viajar se trata, ella tiene vasta experiencia. Ya estuvo en España, Francia, Austria e Italia y hasta por estos mares cuando viajó a EEUU y México; pero este destino es muy especial. Cuba, es enfrentarse a un mundo que se niega a naufragar con un régimen que patalea pero se mantiene incólume a pesar de las presiones externas e internas.

Ya en la terminal aérea, una bocanada de aire caliente, demasiado para su gusto y una humedad propia de una sesión de sauna, la termina de espabilar. Frente a ella ¡Viva Cuba Carajo!, un lumínico despampanante y la algarabía de uniformados que vienen y van ordenando la masa de extranjeros que no hace más que estirarse para sacarse el calambre que producen ocho horas de ininterrumpido vuelo. El chequeo es riguroso y las preguntas, no ha lugar, pero ya le han advertido que en Cuba la situación es así, y luego la cosa será diferente, que la rectitud se esfumará una vez cruce la zona de inmigración, que no todo es metralleta y verde olivo y que otra cosa es "cubano simple de tabaco y ron".

Y ella que es tan observadora, mientras ordena sus papeles, entiéndase, pasaporte, visa y una hoja que le han entregado donde debe jurar entre otras cosas no portar material o propaganda enemiga, no deja de pensar en la teoría de la evolución de la especie, que se da sutil e imperceptiblemente cambiando a todos, a estos más, porque a los cubanos les han tocado momentos históricos muy fuertes influyendo en el estado de ánimo y en sus emociones. Los aduaneros son descorteses y se notan tan cansados como ella a pesar de que nunca han subido a un avión.

Anita, portadora de unas encomiendas para una familia cubana, apenas llega al lujoso hotel donde alojará, trata ansiosa de comunicarse con ellos. “Compañera-le dice la mulata de la recepción- tiene que llamar desde la habitación y el minuto se cobra aparte”. No sabe si la palabra "compañera" le provoca risa, rabia o pudor, pero una sensación extraña la envuelve mientras trata de adaptarse rápidamente a las nuevas circunstancias. Recordó a Cervantes: "Donde fueres, haz lo que vieres!

Una vez contactada la familia que debe visitar, empieza a descubrir un mundo mágico, lleno de tribulaciones con vetas indescriptiblemente humorísticas, con matices salvajes y sarcásticos a ratos. La casa situada en el bienaventurado barrio El Vedado, es una mansión como tantas otras, abandonada a su suerte por falta de mantención. La escalera de mármol de Carrara que lleva al segundo piso, demuestra la opulencia de un pasado que no ha de volver. El pasamanos está en tal estado de deterioro que al tratar Anita de sujetarse no lo logra y casi rueda escaleras abajo. Las risotadas y el entusiasmo de la bienvenida no le dan espacio al enfado. Según los mismos anfitriones “Así es la vida, caerse, pararse y echarse a andar”

Los cubanos más que conversar se entrelazan en una algarabía musical multidireccional llena de frases acarameladas y expresiones que a ella le recuerdan el ayer vivido junto a sus antepasados que eran de origen catalán, de allá de un pueblito conocido como Agramunt muy cerquita de los Pirineos. Otras palabras las ha leído ya de grande durante sus intensas incursiones en la literatura castellana; sayuela por enagua, bombillo por ampolleta, cinto por cinturón, remolacha por betarraga, y otras tantas, la trasportan a la Madre Patria. Localismos como guagua o camello, la enredan al principio, pero sólo por un rato pues su vasto domino del lenguaje la encamina derecho por la senda del entendimiento. “ Ah!, Camello es como los cubanos llaman al bus articulado o mejor dicho destartalado- Qué ingenio!”.

Se percata de que los cubanos tienen una capacidad y una intensidad de comunicación rica en verbos y colores. Extrovertidos y dicharacheros lanzan al mundo exterior sus riquezas espirituales y necesidades sin tapujos. Trasmiten información con eufemismos tales como llamar "necesidad" a la pobreza, "escasez" a la falta total de algo, "resolver" al sobrevivir diario.
Todos coexisten con sus penurias y venturas, con sus pro y sus contras, y antes de tratar de entender el complejo mecanismo de adaptación, se da cuenta que hay que aceptarlos como son, porque ellos también desinteresadamente la acogen con afecto.


Aún no ha perdido la capacidad de asombro. Mientras ellos andan por la vida del acostumbramiento y la tal llamada resolvedera, ella se cuestiona por qué tiene que callar cuando la amiga cubana sube a un taxi que las llevará a recorrer la cara menos amable de la Revolución, el contrabando. “Porque no me vas a negar que es mejor pagar por una botella de ron y un paquete de café el precio justo y no lo que impone el mercado socialista en sus tiendas para turistas extranjeros”.


Sentada en el taxi, ella que nació para conversar, porque eso decían sus padres y sus abuelos, debería hacer más que un minuto de silencio en beneficio de la amistad y la cordura. Tendría que dejar a un lado su gracia copiosa para hablar. Aunque parezca un sarcasmo se privaría del deleite de charlar tanto o más que los cubanos y casi estalla y sucumbe ante la mirada sagaz del chofer quien con el rabillo del ojo la observaba tratando de interceptar su delatadora apariencia de ingenua turista.


El "carro", un Chevrolet añoso de la década del cincuenta con un ruido ensordecedor que amenaza con dejarlas "encangrejadas" a mitad de camino, se desliza a una velocidad razonable, dándole a ella el tiempo suficiente como para leer los letreros que en lugar de promociones o réclames son consignas revolucionarias donde abunda el sustantivo pueblo, fusil, imperialismo, futuro. Se fija que las calles no tienen señalizaciones como en Chile, en cada esquina hay montículos de cemento que indican el nombre de las avenidas, 24, luego 26, después 28 y así sucesivamente. Se dirigen a la avenida 70. Entonces ella rápidamente, multiplica y calcula cuánto más deberá fingir y cuanto más deberá soportar el vaho del tabaco que fuma este chofer de guayabera blanca y mocasines café. "Este tabaco sí que está bueno"-le dice el chofer mordiendo la punta del habano. A ella le parece un comentario irónico pero le responde con una mueca y vuelve a voltear la cabeza para no echar a perder el trato. Ve a un grupo de negritos que con pantaloncitos cortos rojos, camisas blancas y pañoletas también rojas caminan ordenadamente rumbo a una plaza cercana. De repente un perro delgaducho se atraviesa y el conductor hace un giro brusco para evitar atropellarlo. El carro se desencaja, la carrocería suena como barco varado, el perro sale ileso y el chofer lanza un "Coño, perro, mira por donde caminas, casi nos matas del susto”


Se moviliza desde muy adentro su inquietud, y cree no soportar tanta tortura, hasta que el taxi se detiene en una céntrica avenida y la amiga la convida a descender "llegamos". Anita no sale del embeleso.


La llevaron a Miramar, un barrio con cientos de verdes palmeras donde convive la opulencia del régimen con verdaderos enjambres de casonas abandonadas con derruidas fachadas y antejardines descuidados. Empujada por la ansiedad, el entusiasmo de su acompañante más que por la necesidad, que realmente no existía, se encontró dentro de un edificio de tres pisos, subdividido en no se sabe cuántas partes para hacer de cada rincón una vivienda. Olor a humedad y hacinamiento la trasladaron momentáneamente a los maltrechos cité de Santiago, esos que subsisten cerca de La Vega Central. De repente se vio rodeada de chinos, vietnamitas o coreanos, difícil diferenciar, que comerciaban aceite, jabones, cordones y embutidos pero que no hablaban de kilos ni de gramos sino de trozos y botellas. Al más estilo oriental la transacción es rápida y dinámica: Lo tomas o lo dejas, porque no hay tiempo para reflexiones ni dudas. Todo es tempestivo como la lluvia que arrecia afuera del insalubre lugar que l0s cubanos llaman "bodeguita alternativa”. De vuelta a la calle, tratando de esquivar el aguacero tropical que se ha desatado sin avisar, con vientos huracanados que le tuercen el paraguas e intentan hacerlo volar, la cubana le explica la razón por la cual debe permanecer muda durante el trayecto de vuelta "Chica, si te escuchan hablar, van a saber que eres extranjera y el tipo nos va a querer clavar la carrerita en dólares".

Así de un lado para otro, guiada por cubanos se va empapando de la cotidianidad.

Ni Tropicana, ni las exquisitas playas de Varadero le proporcionan tanto placer como el de poder compartir con gente comunes y corrientes. Ahí, sentada frente a María Rabassa, una revolucionaria de armas tomar, escucha anécdotas del pasado. En un país ahogado por la estrechez todavía hay gente que piensa en el futuro, como esta señora que gusta le digan compañera, que independientemente de que hayan disminuido sus fuerzas producto de la edad no ha aflojado su entusiasmo ni su deber para con la Patria y su Revolución.


Y tanto en Miramar, como en El Vedado o en La Habana Vieja en esas callecitas adoquinas, detrás de los balcones con ropa colorida colgando, de los portones del siglo pasado y antepasado, de las desvencijadas persianas maltratadas por falta de mantenimiento o presencia de huracanes donde se almacena la supuesta miseria material hay una vasta riqueza espiritual, un incomprendido sosiego, una calma aparente una energía vitalizadora y ante todo una espontaneidad sorprendente.

Cada tarde al volver a su lujoso hotel, donde la calma y confort contrasta sobremanera con lo que ha vivido durante el día, trata de volcar al papel aquellas frases que ha logrado amarrar a su memoria con esfuerzo para que no se les escapen porque evidentemente serán dignas de recordar. Que el cubano, en lugar de correr, "echa un patín", que eso fue lo que tuvo que hacer una vecina cuando la pilló el marido en su propia cama "pegándole los tarros" con un "vejigo" de dieciocho años, que esa tarde se armó "un arroz con mango" de tal envergadura que ni el famoso Comité pudo intervenir.

Se va de Cuba con poco equipaje porque allá no hay mucho que comprar pero con muchas dudas, intrigada, estupefacta, agradecida de poder conocer gente maravillosa, humilde y sana, con un enigma a cuesta y muchas preguntas que solo el futuro sabrá resolver.

Le pareció un pueblo estimulante, lleno de dicharachos y risas, tanta que contagian y minimizan sus propias penas y carencias, que no son pocas. Y no encontró cordero magallánico, ni riñones al jerez, pero si unos exquisitos frijoles y postres acaramelados y mucha conversación y mucho cariño, afecto y bondad.

Y Anita, que por naturaleza es analítica y muy lógica, trata de recordar los detalles en cada situación y sabe que llegando a Santiago de Chile tendrá que escribir y volcar todo lo que no puede callar. Y aunque podrá olvidar algunas cosillas y omitirá otras, por razones obvias, Cuba ocupará, indiscutiblemente cada noche, un espacio privilegiado en sus sueños.



Fin