CORREO ELECTRONICO

miércoles, 7 de agosto de 2013

"Casualidad o causalidad"




"Casualidad o causalidad"



Ella tuvo intenciones de escribirle a su amiga apenas llegó de la calle, pero venía tan estropeada y sudada que decidió primero darse una ducha bien fría, aprovechando que a su zona le tocaba el agua. El suministro del preciado líquido sería solo hasta las tres de la tarde, por eso estaba obligada a posponer cualquier tipo de actividad que fuese ajena a su higiene personal.

Después de la ducha se preparó una limonada de esas que le hacen bajar la presión a cualquiera. Azúcar bien prieta y limón verde de su viejo y preciado árbol. Se tiró en ese, el sillón de siempre, para escribirle unas letras a su otra alma gemela allende los mares, y contarle que se había encontrado en la mañana con un tipo que no estaba nada mal. Fue pura casualidad.
“¡Tú no cambias chica!”. Se imaginó estaría pensando su amiga, y tenía absoluta razón. Agradeció la ineficiencia del gobierno en los temas del transporte y al bloqueo imperialista, porque si en el momento que regresaba a casa hubiese tomado la guagua como Dios manda, entonces se hubiera perdido para siempre la posibilidad de encontrarse con ese hombre. “Tremendo pollo”, así decían allá en Camagüey cuando las muchachas se fijaban en algún pepillo que valía la pena entre tantos guajiros desbocados y flacos destartalados.

Ella quiso contar en esta misiva todo desde el principio, porque intuía que lo que había ocurrido hoy había sido realmente providencial y tendría de ahora en adelante varios capítulos. En la mañana tuvo que ir al hospital Amejeiras para hacerse un chequeo ginecológico. Una vez más tuvo que mostrarle el aparato al doctor, quien no solo se ha acostumbrado a ver sus pliegues vaginales y otros conductos, sino al cafecito matinal que le llevaba calientico en un termo. Su sacrificio no era en vano. La atiende sin hacer cola. Se toma todo el tiempo para explicarle lo que tiene por aquí o le falta por allá. También se ha hecho amiga de la secretaria que al principio no la toleraba, quizás pensando que le quería arrebatar a su doctorcito cariñoso, pero luego, con el paso del tiempo entendió, definitivamente, que su simpatía para con él era sana y desinteresada. Al doctor lo conoce desde que vivía en Camagüey. Se enteró que había sido transferido a la capital y no cejó de buscarlo hasta encontrarlo. Ese mismo doctor recibió a su niña cuando nació. Así son los camagüeyanos. Andan siempre buscándose unos a los otros por todo el territorio nacional, como si fueran exiliados dentro del mismo país. Ella recuerda, que en aquella época cuando él ejercía en Camagüey, era muy atractivo, con perfil griego y estatura confortable, pero hoy día los años que corren implacables por cada arruga, han instalado gruesas bolsas debajo de sus ojos, el pelo lo tiene totalmente blanco con visos amarillos, timbre indeleble de los fumadores. Hasta ha perdido tamaño y aumentado en grosor. Camina con desgano, arrastrando los pies, como quien barre las penas invisibles a su alrededor. Su encanto radica solo en su labia y profesionalismo. Crítico acérrimo del régimen que aplaude una vez al mes en las sesiones del partido del cual es miembro en el Hospital, toma con humor todas sus tribulaciones. La hace reír muchísimo con sus comentarios y relatos. Si no fuera por la situación incómoda de estar con las piernas abiertas durante cinco minutos y los ojos fijos en el techo, pero sin querer mirar, aparentando que esto es muy normal, ella acudiría a su consulta con más frecuencia. “Estas nueva de paquete” fue ese día su diagnóstico.

Ella salió de allí muy contenta, felicidad que duró hasta que llegó a la parada. Un tumulto enardecido anunciaba larga espera. Y al cabo de la hora, cuando llegó el “camello”, mezcla de camión, tractor y dinosaurio, se produjo la avalancha. Entre forcejeos y empujones, casi con un pie en el estribo, sintió algo así como una cabilla que quería acomodarse sutilmente entre sus mullidas nalgas. "Realmente es el colmo que te quieran violar a plena luz del día, tratando de subir al transporte urbano"- pensó para sí. No podía darse vuelta, pero alcanzaba a ver por su izquierda la mano grande y fuerte de un negro, y luego vio el brazo erecto como su miembro, asido a la manilla de la puerta intentando subirse él y empujarla a ella hacia adelante al mismo tiempo con su cuerpo. La invadió la rabia y prefirió perder el viaje. Con un codazo se lo sacó de encima y logró, a puntapiés y con mucho esfuerzo, llegar al suelo. Se sacudió de tanta agonía como lo hacen los perros y cruzó el parque a la velocidad de un rayo rumbo al malecón. Respiró la brisa marina para sacarse de arriba ese olor repugnante a negro grosero y continuó la marcha hasta la casa tratando de llenar, mirando las olas, su cabeza con otros pensamientos.

Caminó despacio, saltándose algunos tramitos con más velocidad porque las olas estaban bravas y al romper con el muro contenedor del malecón, salpicaban con gran fuerza la acera y parte de la avenida.

“¡Muchacha, te vas a empapar!” - la interpeló un joven que también hacía las mismas peripecias para evadir las tempestuosas olas.

Ella correspondió con una sonrisa en señal de agradecimiento por su preocupación.
“Hay muchos tramos así, parece que “mentirología” hoy no se equivocó. Se espera tormenta tropical”
Y a este ¿quien le pidió que me recitara el parte meteorológico?- pensó ella, pero sin dejar de mirarlo, porque ya estaba cediendo al impacto que provoca el encuentro con un físico monumental y unos ojos azules despampanantes.

El siguió hablando y así se enteró ella que venía caminando desde La Habana Vieja rumbo a la oficina de intereses norteamericana, porque estaba tramitando su salida para Miami; que llevaba en estos menesteres más de un año pero en el último mes, teniendo en cuenta la nueva política migratoria, había empezado nuevamente a mover los papeles a ver si se largaba de una vez por todas de este infierno.
Ella inmediatamente pensó: Este me vio cara de “gusana” o simplemente movido por su entusiasmo quiere compartir con el primero que encuentra sus experiencias.

A medida que empezaban a acercarse a la calle Línea, disminuyeron a propósito el paso para no perder charla y encantamiento. El pepillo llevaba un diario Granma en su mano y una javita llena de papeles. Al parecer eran documentos para sus trámites. Cuando él notó que ella fijó su mirada en el Granma, aclaró: “No es de hoy. Hace una semana que ando con este por si encuentro algo de comer y no hay papel para envolver. Además cuando me da hambre, leo los titulares”. Abrió una página del endeble periódico y le mostró los encabezados en rojo: “Sobrecumplimos las metas de recolección de papas”. “Gracias al trabajo voluntario de los estudiantes pinareños, este año no careceremos de hortalizas”. Ella comprendió su insinuación arrojándole una carcajada espontánea. Ya se estaban entendiendo.

Al llegar a Línea, tenían intercambiados los números telefónicos y un mar de miradas ingenuas, pero al mismo tiempo, pecaminosas. Cada cual tomó su rumbo y estuvieron contemplándose de reojo casi media cuadra, hasta que los edificios los separaron. Ahora se entiende cómo ella no iba a llegar a su casa acalorada.

Sumida en su regocijo, con desmedido entusiasmo, sonríe a la vida. Desde su ventana mira al horizonte, agradece las olas lujuriosas que se rompían en el malecón, y por primera vez, la falta de transporte. A lo lejos se ven las nubes negras tumultuosas, pero allí, a su lado, hay mucha luz y un sol que sigue rajando las piedras, iluminando cada rincón de su alma y enardeciendo sus más íntimos deseos.

Y si le preguntan por su otro novio, responderá con un fragmento de un poema de Nicolás Guillén que guarda en su memoria desde que estaba en la secundaria.

“Siento que se despega su recuerdo
de mi mente, como una vieja estampa;
su figura no tiene ya cabeza
y un brazo está deshecho, como en esas
calcomanías desoladas
que ponen los muchachos en la escuela
y son después, en el libro olvidado
una mancha dispersa”.

Ella está definitivamente curada de la pasión antigua. Ahora es otra.


Fin