CORREO ELECTRONICO

lunes, 5 de marzo de 2012

"Mulata con tacones altos"




"Mulata con tacones altos"



He venido hasta acá por la carta que me enviaste y he tenido doble sorpresa. Al llegar al hotel, me encontré con una mujer de la cual ya no tenía registros. Fue ella quien me reconoció. “Pero chica, si no has cambiado para nada!” . Tras esa frase, traté de hurgar en el pasado y revolver mis recuerdos de infancia y adolescencia para dar con el ayer, porque entendí que esta mujer que estaba parada frente a mí, con aire de Cecilia Valdés, la protagonista de la obra de igual nombre de Cirilo Villaverde, tan animosa, tan estupenda, no podría haber sido puta toda la vida.

Me arrastró de la mano a su lado. “ ¿Cómo está Maria Rabassa?”. Se acordaba del nombre de mi madre, de los reinados, de las colectas que hacíamos juntas por la cuadra buscando los tubos vacíos de pasta de dientes para cumplir las metas del Comité y de no sé cuantas cosas más que yo ya había borrado.

Era María Cristina, aquella negrita fea, con las pasas paradas, que vivía a dos puertas de tu casa. El tiempo le ha hecho mucho bien y del ayer no ha quedado nada. Ahora se dedica al jineteo. “Con estas fulas, estoy montando mi casa” –me dijo sosteniendo en alto el monedero en son de victoria.

Mientras hablaba, se arreglaba el vestido y las medias. Ella completa era un envoltorio ajustado, brillante, bien pintada y perfumada para destacar entre el resto. Le conté que precisamente estaba allí porque me habías escrito. Bueno, con ella me ahorré el tener que documentar que desde cuándo los hoteles son correos.

Como el tiempo, al parecer, es lo que más aquí sobra, y ella no está para nada apurada, me cuenta y hace observaciones sobre la fauna reinante.

“También hay hombres jineteros”- señala con la mirada. “Ahí tienes a uno de ellos”- sus pestañas largas apuntan a un negro atlético meloso y sabroso, que va de la mano de una española. Otra negra golpea con sus caderas al andar, a la pareja que le ha tocado en el día de hoy. “No siempre se tiene buena suerte. Lo importante es tener trabajo, ojala bien remunerado” - comenta María Cristina, que se las sabe todas y en este mundo no hay quien le haga cuento. Recuerda, en voz alta, aquella vez que le presentaron a un español tan, pero tan apestoso a pata, que estuvo tres días vomitando de asco y de infelicidad, porque con lo que el viejo gordo le pagó no le alcanzó más que para unas zapatillas y un trozo de mantequilla. ¡Qué estómago!

Con el tiempo, a medida que fue aumentando su guardarropa y mejorando sus fragancias, se puso más refinada y exquisita. Ahora cuando advierte algún mal olor, se da el lujo de decir “No mi negro, no estoy para ti”.

Se acomoda en el mullido asiento cruzando elegantemente sus largas piernas.
“Lo mío son los italianos: blancos, finos y buenos pa lo que tú sabes. Además, perfeccioné el idioma durante dos años en una academia. Imagínate el sacrificio, de día a clases, y de noche al ajetreo por los callejones de la Habana Vieja. Pero valió la pena. Ahora soy una negra sofisticada y con título. Ya no ando en guaguas ni uso Moscú Rojo. Bueno, mis clientes no siempre han sido europeos, un tiempo estuve saliendo con argentinos, pero me atraganté con tanto “Yo”: yo esto, yo lo otro. Se quieren demasiado y dejan muy poco para una”.

Se acerca el mozo con un trago:
-¡Tu mojito mulata!
Gira hacía mí y me pregunta: -“¿La joven, se va tomar algo?”
-“No, gracias, yo espero a una amiga que está por bajar”- señalo con la mano en dirección al ascensor.
Ganas no me faltarían con este calor, pero no tengo ni dinero ni el desplante de estas jineteras para sentirme cómoda en este lugar. Si estoy aquí, es solo para recibir la carta que me has enviado desde Miami. ¡Las cosas que hay que hacer para que una pueda comunicarse!. Obligada por las circunstancias, porque la gringa no entiende que en Cuba las cosas son totalmente diferentes y que venir a un hotel no es ni bien visto, ni tan fácil. A la entrada tuve que mostrar el carné de identidad y hacer entender al guardia de seguridad, con breves palabras, que soy una mujer decente y comprometida con la revolución.
-¿Viene por alguien de la comunidad?
-No, yo vengo a ver a una señora que participa en un encuentro de arte y cultura.
-Bueno, pase y espere allí sentadita donde yo la vea –me dijo burlonamente el negro seguroso.
Avisé a la gringa desde la recepción y acá llevo veinte minutos comiéndome las uñas de nervio y navegando por las historias que nunca quise escuchar.

Nunca había estado en un lugar con tanto espacio, a excepción del hospital donde tuvimos a papi. Ahora entiendo por qué decían que parecía un hotel. Bueno, allá había otro olor y mucha gente en batas blancas y verdes. También había otra música, de relajación, Keny G. Mi preferido. Acá, en cambio hay más bulla. Los VanVan, Los Irakeres y todo el folklore cubano junto. La luminosidad y el espacio son casi iguales. Me dedico a observar, a analizar por qué hay tanto aquí adentro y tan poco allá afuera. La tienda que tengo al lado, tras el sofá, no tiene nada parecido con las tiendas del proletariado, destartaladas esas pocas que quedan en el barrio. Y hasta las tenderas se ven distinguidas, no transpiran, llevan maquillaje y uniforme elegante. ¡Qué contraste!
María Cristina deja el trago sobre un cartoncito ilustre, que dice “Viva Cuba Libre” y continua con su cháchara:

“Un turista con jinetera gasta tres veces más que uno solo. Por eso nos dejan actuar, porque de una u otra forma, proveemos de divisas al país. Te has fijado que la última moda es que los turistas lleguen con todo incluido y como son tan arrancados no sueltan la yira tan fácil. En cambio, con una al lado, pagan el taxi, pagan la cena, el trago, los trapos, dejan propina y para garantizar el silencio de los de la seguridad los mojan con billeticos para que te dejen subir a la habitación. Esta es la verdadera cadena turismo- transporte-economía interna. Te lo digo yo con propiedad que estudié economía y mira donde estoy”.

¡Las jineteras! Quién me iba a decir que estaría tan cerca de una de ellas. Ante me gustaba llamarlas por la otra palabra, la de dos sílabas, “ Puta”. Las de acá son artistas y políticas seduciendo con la inocencia y susurros candorosos. Los españoles hipócritas las llaman dama acompañante. Lo considero escandaloso, un modo fácil y grato, según ellas, de ganarse la vida en esta sociedad justa y equitativa. Se multiplican y salpican el malecón con su presencia que se torna cada vez más ciclónica. Es cierto, gasta más un turista acompañado que sólo, entonces que vivan las jineteras y la promiscuidad, esa que nos trae dólares.

A mi derecha un negro con cara de bisnero le hace un chiste a un extranjero:
“Dicen que Adán y Eva fueron los primeros cubanos sobre la tierra”
“¿Cómo así, hombre?”
“Claro, chico, porque no tenían ropa, andaban descalzos, no los dejaban comer manzanas de su propio jardín y todavía creían que estaban en el paraíso”.

Justamente el paraíso terminó cuando bajó tu amiga y en un dos por tres, retirada la carta, me despedí de ella y de María Cristina, quien seguía feliz de la vida chupándole el rabo a la jutía como si fuese la anfitriona del hotel. Acá afuera, un calor que raja las piedras y la consabida interminable espera en la parada. Se anuncian unos nubarrones bien oscuros sobre el Atlántico, que espero se demoren más que la guagua en caer. No quiero empaparme en agua.

Y mientras aguardo, respiro profundo para luego concentrarme en las tareas pendientes, el trabajo, el hogar, los niños, el marido, y todo cuanto nos hace sentir plenamente realizadas, mientras ella en el hotel seguirá graciosamente contoneándose con sus relucientes tacones altos.


Fin