CORREO ELECTRONICO

viernes, 15 de agosto de 2014

“Mi tía Dora”



“Mi tía Dora”





¡Tengo hambre!. Qué no daría ahora por comerme un pan con croquetas de palos. Las famosas “Pasadores” que se pegaban al cielo de la boca y que nadie nunca pudo saber a ciencia cierta de qué estaban hechas. Con el tiempo desaparecieron y sólo cuando nos dimos cuenta de su ausencia empezamos a añorarlas. Nadie sabe lo que tiene hasta que no lo pierde. Ahora que menciono las croquetas me acuerdo de mi tía de Bayamo, la persona que más las disfrutaba. Si, la tía Dora, la misma que tantas horas nos dedicó y tantos cuentos me contó mientras se balanceaba en el portal de esta casa con la penca en la mano.

Por eso voy a centrarme en mi tía Dora que está más vieja, con más pellejo y menos carne, pero con la misma energía, la misma forma de actuar y de decir porque esa sí que no tiene pelos en la lengua. Yo creo que los viejos tienen una gran ventaja. Perdieron el miedo de expresar sus divergencias o diferencias con el sistema, porque en su calidad de jubilados, ya no influye lo que opinen para encontrar un buen empleo. Y si hablan mucho lo más que puede alegar el Comité es que son unos viejos de mierda y punto.

Ella alegaba por todo, pero nunca se quedaba sentada esperando. La tía Dora se las ingeniaba para hacer andar una radio del año de Matusalén. Con las hojitas de las íntimas y unos conos de cartón hacía lindas muñecas de papel, y los desechos de cables los convertía en aretes, el último grito de la moda. Se instalaba en casa para sus temporadas de vacaciones que no eran cortas porque de ella se sabía cuándo llegaba pero no por cuánto tiempo. Cuando los negocios empezaban a andar no tan bien como ella esperaba recogía la maleta y se iba a la terminal sin rumbo fijo pero con la convicción de que regresaría cuando tuviera en mano un nuevo proyecto. Qué no inventaba con sus manos y su ingenio. Se ponía a cantar en la acera para palear el calor de la tarde y a pelear con los personajes de las novelas radiales si el libreto no satisfacía sus necesidades e interés. Que si llovía, ahí estaba Dora encaramada en el techo buscando los agujeros por donde se escurría el agua hasta las habitaciones “cogiendo las goteras”, acarreando cubos de cementos y mezcla que sólo ella sabía inventar. Que si se tupía el inodoro, se arremangaba la camisa, porque blusa no llevaba, y a empujones con la perfidia del taco más allá de lo que uno alcanza a ver por el tragante de la tubería, lograba que el agua volviera a correr. Ella rompía aquí, arreglaba allá. Y no sólo eso; como era buena para las películas, se mandaba las colas de cinco y seis horas sin chistar, porque ella era de esas que se llevaba el termo de café para la fila y una sillita plegable y ya está.

Cuando exhibieron la película española de Julio Iglesias, que yo pude ver en estreno con María Tato, Dora se empeñó en que volviéramos a verla con ella, por tanto, estuvo marcando durante tres días, peleando su derecho y el nuestro que sólo aparecimos al último momento cuando ya estaban compradas las entradas. Después cuando entramos a la sala y no había asientos metió el escándalo del siglo y prometió hablar con el Cuadro del Partido Provincial si no le garantizaban sus asientos. Bueno ante tanto alboroto terminamos sentados en los mejores puestos. Nunca antes había coincidido el título de la película con nuestra realidad. “La vida sigue igual”

Yo y mis primas lo pasábamos bien, también los mayores aunque ellos se quejaran de vez en vez, porque según sus propias conclusiones, Dora comía mucho y hablaba ininterrumpidamente y estas dos cosas son defectos en nuestra sociedad. Cuando dejó de venir se le echó de menos.

Hoy día Dora está postrada pero lúcida. Sigue siendo polémica, elocuente, controvertida, imaginativa, diligente, enérgica. Le gusta el diálogo pero siempre termina siendo un monólogo porque en su coloquio se finge la conversación, ella habla y ella responde. Si no hay personas a su alrededor se contenta con el perro y la lumbre. Así la conocí y así ha seguido siendo. Los años han mermado su movilidad pero no su entusiasmo que espera la acompañe hasta su último aliento, incitando a los más jóvenes, que también estamos viejos, a que no seamos complacientes, a que alcemos nuestras voces, a que denunciemos lo que vemos, a que luchemos por algo más digno porque esto definitivamente ya no tiene arreglo.


FIN