CORREO ELECTRONICO

miércoles, 6 de abril de 2011

“Mi abuela y su solar”


“Mi abuela y su solar”



A mí me encanta ir al solar de mi abuela aunque mi padre diga que es un lugar bastante “inhóspito”. Estas y otras palabras, que aún estoy por aprender pero por repetidas se me hacen familiares sin llegar a conocer la profundidad de su significado, las pondré entre comillas. Lo de inhóspito yo creo que se relaciona con otra de sus metáforas “el lunar dentro del sistema”, que a lo mejor tiene que ver con un vestido negro con óvalos blancos que ocupa de vez en vez mi querida abuela; bueno eso es solo los fines de semana, cuando no anda de verde con su uniforme de miliciana.


A mí me gusta quedarme a dormir con ella en esa cama tibiecita de dos plazas, cubierta por un enorme mosquitero blanco impecable, que repele a los bichitos que deambulan entre la lamparita de la mesa de noche cuando hay luz, o alrededor del candil durante los eternos apagones. Pero eso solo puedo hacerlo los sábados y tengo que ir bañado y arreglado porque en su casita no hay baño propio. Todos los vecinos del solar comparten el mismo baño. Y papi me repite lo del famoso lunar y mi extraña afición por compartir lugares “lúgubres”. Pero la verdad que ese solar es bastante pulcro a diferencia de otros que he visitado con mi madre en sus campañas por rescatar a las masas de la pobreza. Yo sé que la limpieza y el orden son resultados del esfuerzo de mi abuela porque la he visto cambiar su atuendo combatiente junto a su metralleta checa por una escoba y un cepillo metálico de limpieza.


La casita del solar es bien chica, pero mi abuela no necesita más, al menos eso dice ella. Una salita-comedor y una pieza dormitorio con el fogón a leña detrás, son suficiente para mantener un grato olor a hogar. En un rinconcito, tras una cortina, está San Lázaro, rodeado de trocitos de frutas frescas, sofocado por el calor permanente y confiado de que por mí, nadie en el vecindario sabrá, que mi abuela lo mantiene iluminado con velitas amarillas y albahaca rociada con agua de manantial.


-Pero abuela, tú me dijiste que la religión es el opio de los pueblos.
-Es y será, pero para las nuevas generaciones. Yo estoy vieja y tengo derecho a regalarme pequeñas “cuotas de misterio”.


Qué lindo explica ella las cosas y eso que apenas sabe leer y escribir, por eso yo le prometí convertirme en escritor para llevar al papel todo el caudal de información que ella sabe verter. Aunque en realidad últimamente me ha empezado a dar miedo porque mi papá tiene una amiga que escribe, y creo que lo hace muy bien porque se ha ganado varios premios en el extranjero, pero por alguna razón no la dejan salir del país porque se ha convertido en un “peligro para la sociedad”. Y yo realmente no quiero ser peligro de nadie ni de nada, sino escribir lo que veo y siento sin ataduras ni restricciones (frase copiada a mi papá).


Mientras tanto escucho a mi abuela que tiene miles de historias de la Sierra, de los Barbudos, de los guerrilleros, de los gusanos y de los balseros. Yo la visito por sus cuentos, porque la cuido y porque la quiero. Y no importa la frecuencia porque dice mi papá que a su edad hay que estar atentos. Y es cierto.


El otro día mi abuela estuvo muy enferma. Se intoxicó con el cake que el Comité reparte cada año por el Día de las Madres. Como no comía dulces desde los festejos del año pasado, se sentó con una cucharita de plata, que guarda de “los viejos tiempos”, frente a la torta y no cejó hasta empalagarse. Resultado, un ataque de vómito y un mar de diarreas. Papi la regaño muchísimo y tirando la mitad que quedaba al basurero le dijo que cómo se le ocurría comer cake añejo. Y acto seguido para remediar la “situación embarazosa”, le prometió traerle un dulce de verdad, de esos que hacen en los hoteles para turistas extranjeros.


Yo se que papi no miente y va a cumplir aunque le cueste gastar sus últimos ahorritos, como aquella vez que le llevó una lata de “espárragos” que un chileno amigo suyo le convidó. Mi abuela se puso tan contenta que se disparó, literalmente hablando, la lata entera y comentó:


-¡Desde el triunfo no comía espárragos!
-¡Menos mal que triunfamos! - refutó en tono sarcástico mi padre.


Y ella se enojó como yo nunca había visto. Se puso tan brava que empezó a hablar de logros y ventajas de vivir en esta sociedad nueva y que él era un malagradecido y coronó el estruendo de su discurso con una frase que siempre le espeta:


-¡Tú no paras chico, de hablar mierda del sistema!


Y yo me quedé perplejo porque por primera vez mi padre no había mencionado ni al Gobierno, ni al Partido, ni a la Revolución.


Esa noche mi papá recogió los bártulos y a pesar de mis súplicas, no me dejó quedarme con mi abuela. A duras penas nos sentamos a cenar pero envueltos en un aura de silencio y una rara y enlutada paz.


Antes de marcharnos del solar, me dio gusto ver como mi padre abrazando a mi abuela le decía:


-No importa mamá cuales sean nuestras “diferencias ideológicas”. Yo siempre te querré igual.


Y a mi abuela se le aguaron los ojos y yo, como quien no quiere las cosas, me volteé para no verles a ambos llorar.




FIN