CORREO ELECTRONICO

lunes, 10 de diciembre de 2018

“Entre Hemingway y el mar”

“Entre Hemingway y el mar”


Hoy, como siempre, el mar me ha inspirado nuevas ideas. Me da libertad suficiente como para sentirme sana y fuerte. Por eso lo miro desde mi balcón, por eso trato de escucharlo desde mi cama, cuando en el barrio cesa la algarabía. “Pero esta vez no iré al malecón” - pensé al levantarme. Total, es la imagen que se repite a diario, y de todas maneras, hasta mi cuarto llega sin permiso ese aroma crudo, marino, cargado de sal y frescor.

También podría haber ido a casa de mi madre, que, mal que mal sigue siendo mi paño de lágrimas. Ya te conté que se mudó para La Habana, que logró con mucho esfuerzo sacarse de encima a Santa Cruz y Camagüey. Según ella lo ha hecho por tres fuertes razones: Apoyarme en este estado, estar cerca de mi hermano que está estudiando licenciatura en la Universidad de La Habana, y por último, cortar definitivamente con mi padre. Comentarios textuales de Maria Rabassa: “Prefiero estar bien lejos, tanto, que no tenga que seguir viendo el carro de tu padre parqueado dos cuadras más allá donde sus famosas guaricandillas”. Papi no ha cambiado para nada, sigue pellizcando fondillos ajenos y revolcándose en cuanta cama se le ofrece.

“No. No voy a ir a Buena Vista- me dije-, porque vendrán las recriminaciones, las mismas quejas de mi madre, los mismos reproches”. “Voy a ir hasta el Coppelia y me voy a subir a la primera guagua que aparezca”-concluí, mientras me emperifollaba- “Ojalá no tenga que esperar mucho, porque el solo hecho de ver al frente esa cola inmensa para comprar un maldito helado, me desanima por completo y se me mete la depresión en el cuerpo”.

Por suerte llegó la dichosa guagüita y sin darme cuenta ya estaba rumbo a Cuatro Caminos y seguí más allá, hasta San Francisco de Paula donde el verde es más intenso y cálido. Pude haberme bajado en La Cumbre, donde vive temporalmente Isabel, una amiga camagüeyana, pero no sabía con qué panorama iba a encontrarme, así es que decidí apearme en La Vigía para visitar el museo Ernest Hemingway. Ya había estado allí en otras ocasiones, consultando y buscando detalles para algún trabajo del taller de literatura, trabajos que se convertían en placer por toda la magia que encierra el lugar. No, si el viejo era astuto y se buscó el rincón más apartado de La Habana, sin llegar a estar lejos del bullicio del Caribe mundanal. Se mudó a ese paraíso en el cuarenta, cuando su esposa se cansó de las cuatro paredes del Hotel Ambos Mundos, de su atropello machista y de las visitas intempestivas de tantos cubanos. Pero según cuentan, los amigos cada vez fueron más y esta casa no lo vio tan seguido como su yate Pilar y su Bodeguita del Medio. Algún día tendré que tomarte un mojito en ese bar bohemio y tradicional. Vive lleno de extranjeros, porque es la parada obligada de cuan turista llega a la isla, y mira que no son pocos.

Pero yo te estaba contando de La Vigía. Imagínate, diez hectáreas cubiertas de exuberante vegetación, helechos, orquídeas, rosas, mantos, buganvillas, frondosos árboles, jagüey, yagrumas, fícus, palmas, sauce llorón, entre muchos otros. García Márquez una vez dijo, que este había sido el verdadero hogar del artista. Yo lo percibo así por todo lo que hay en él, por el amor que entregó en cada planta, en cada detalle, en cada locación. No en vano vivió aquí sus últimos veintidós años , si mal no recuerdo. Yo me enteré que dos de sus obras más importantes fueron terminadas aquí: “Por quién doblan las campanas” y “El Viejo y el Mar”. Y trato de entender ese encanto que sale de su pluma con esta vista maravillosa hacia La Habana. Así cualquiera puede escribir, dando rienda suelta a su imaginación cual manantial de limpias ideas. Paseé por el parque antes de echar una mirada a la casa. Total, ya la conozco de memoria y al final del sendero, frente a la piscina, al lado de la tumba de sus perros Black, Negrita , Nerón, y un cuarto que no recuerdo, me tiré en una de las sillas que él también ocupó y que gracias a Dios, aún no han enmarcado en el contexto museístico con el famoso letrero “prohibido sentarse”. Y estuve tan ida o ensimismada en mis propios pensamientos, que tuvieron que tocarme en el brazo para advertirme que ya estaban por cerrar el museo.

La negra regordeta, con delantal blanco y cofia parada frente de mí, me hizo creer de repente que me anunciaba la llegada del escritor. Pero luego esa imagen fue tomando su cruda realidad y el blanco cambió por el verde olivo y la cofia por la boina de rebelde. La miliciana, custodia del museo, me dijo: -“Muchacha, usted lleva aquí más de tres horas. Yo creo que debe ser artista, porque su mirada refleja alucinación por este lugar”.

Yo, sin responder, pensé: - ¿Qué cubano no es artista?

Por su gesto entendí que ya no podía visitar la casa y que por esta vez, me privaría de ver, aunque a través de las ventanas, la colección de nueve mil libros, sus trofeos, sus cuadros, sus rifles, todo en un orden tan personal y distinguido que da la sensación que Hemingway aún vive y que tarde o temprano deberá regresar, de un momento a otro, de una cacería o de su yate. Suspiré profundamente y sujetándome con fuerza de ambos brazos de la poltrona donde descansaba, me impulsé para erguirme. El peso de esta barriga se siente, este criatura se hace notar.
Con qué poco se conforma el ser humano. Yo fui feliz en un entorno familiar y ajeno a la vez. Me olvidé de que no tengo todo lo que necesitará el bebé cuando nazca, que no he podido conseguir aún la lavadora, que se me hará la vida más difícil cuando tenga que lavar tantos pañales, que tendré que acudir a la vieja chismosa de al lado cuando necesite ayuda. Porque no solo de pan vive el hombre, dijo Martí y tenía razón. La espiritualidad trae consigo la humildad.
La crisis sirve para aprender. Si uno está alerta a sus emociones puede en lugar de reprimirlas, buscarle cauce a través de detalles armoniosos y momentos cumbres. A mí, la visita no planificada a este lugar, me dio la posibilidad de sentirme más feliz, más libre y más plena. Y ese estado quiero trasmitírtelo a ti para contagiarte con buenas vibras, para que sientas que desde acá sigo tus pasos y cuido tu espíritu. Estas horas me devolvieron la cordura y las ganas de seguir viviendo con más entusiasmo por mí, por los míos, por mis amigas, como tú. Llegué a la casa con más bríos y me senté a orarte para hacerte partícipe de tanta maravilla y reflexión.

¡Comisión Vencedora Africana!, protégeme siempre y concédeme la posibilidad de hablarte hasta la eternidad.
Ay, se me olvidaba preguntarte: ¿El nombre del cuarto perro no será Jack?

Fin

Comentario: Extracto y versión de uno de los capítulos de la novela “Parece que fue ayer”.

jueves, 1 de noviembre de 2018

“Déjenlo en paz”


"Déjenlo en paz”

Al pobrecito lo persiguen por doquier, aquí, allá, al doblar. Lo han pillado escarbando los tiestos de basura, le han tomado fotos orinando en la esquina, lo han tratado de espantar cuando sigue al manisero con su aroma peculiar. Y él, solo quiere que no le arrebaten su genuina libertad, para codearse a sus anchas, con el resto de los perros de esta gran ciudad.

Concurso Cuento corto DUOC 2018
Tercer lugar



lunes, 8 de octubre de 2018

"Ni más ricos, ni más libres"


Resultado de imagen para ,mar
"Ni más ricos, ni más libres"


Robertico con sus cortos quince años ya anda alebrestado con la música rock. El siempre ha estado metido en los conciertos underground del Vedado. Le hace el quite a las tocatas de Marianao porque según él allá se reúnen puros negros chusmas y además hay demasiado ruido de tambor. Ahora viene saliendo de la "Casa de Amistad con los pueblos", ese edificio imponente, retazo del pasado, que aún se mantiene digno y elegante. Estuvo como hasta las tres frente al escenario que encandila a entusiastas participantes y atormenta al vecindario. Escuchaba tocar a un grupo rockero que hoy hizo un programa especial para una causa muy particular "Mar para Bolivia". Apenas se acabó el concierto bajó por Paseo rumbo al mar con María José y Andrés, dos bolivianos que viven en Cuba y con los que comparte, música, política y literatura. María José le pasó las cajas de banderas bolivianas que serán repartidas por el malecón y lugares adyacentes a cuanto transeúnte encuentren: escolares, turistas, jineteras, traficantes y vagos. Es una tarea amplia y democrática le dice Andrés quien destila patriotismo por los poros. Se saltan el semáforo de la calle 17 porque el entusiasmo los obnubila.
Anoche cuando su padre se enteró lo que tramaba, le comentó que no le parecía bien que estuviese haciendo suya una causa ajena. "¿Te imaginas hijo que yo saliera por La Habana a repartir banderas chilenas? De seguro me meterían preso a los cinco minutos. Además no es justo". Y cuando Robertico trató de rebatirle, su padre le argumentó que no es el mar quien garantiza el bienestar de un pueblo. Enumeró muchos países que no tienen mediterraneidad y cuentan con una economía pujante y otros en cambio como Cuba, rodeado de mar por todos lados pero sin un bendito pescadito para llevarse a la boca. "¿Cuántos meses, hijo, llevamos recibiendo picadillo en lugar de pescado? ¿seis, siete, ocho? Hijo céntrate en tu país y sus problemas que no son pocos. Los cubanos no somos ni más ricos ni más libres por tener mar"- remató su conversación y dio por concluido el tema.
Pero Robertico hizo caso omiso. Ahí va bajo ese sol abrazador junto a su amigos. Lo central para él ahora es apoyar a Bolivia, y de paso olvidar sus propias penurias. "¿ Y si nosotros los cubanos le compartiéramos mar? -No, eso es un disparate"- Se echa a reír.
Sigue cargando las cajas y las dudas que le sembró el padre. Al cabo de tres horas ya está por concluir la tarea. No le ha ido mal. Ha sacado aplausos, sonrisas y complacencias. ¿Y qué decir de María José y Andrés quienes hasta lograron una cuña para la televisión? Eso es pura libertad de expresión- piensa.
Frente al Hotel Riviera, acalorado, confuso y traspirado aborda a unas extranjeras. Cree que son rusas. Entrega las últimas banderitas que ellas recibieron amablemente sin entender nunca de qué se trataba. María José y Andrés están fascinado mirando el mar, mientras Robertico piensa "Deja ver si con este gesto de solidaridad internacional mis amigos me regalan aunque sea un refresquito. ¡Qué calor caballeros!"
FIN
Octubre 2018

miércoles, 5 de septiembre de 2018

"Tú tienes los ojos más tiernos del mundo"




Resultado de imagen para abuela silueta

"Tú tienes los ojos más tiernos del mundo"

Para mamá (mi abuela Rafaela)


De vez en vez renaces en imágenes del ayer
gozo de tu bondad, de tu cariño y pasión
y con la aurora el jarrito de café clarito
llega calientico en tus manos de algodón.

Me conquistas con unos platanitos, 
o un pan de caracas; ¡Qué disparate!
¿Cómo olvidar tus mermeladas de tomate,
y del chino, tu vecino, sus merenguitos?

Veo tus ollas dormidas sobre el carbón
mientras tú viajas en tren de caña
tras los parientes que se esparcieron 
por los campos de Guano Alto, Timbalito y Redención

En Julio Sanguily todos te conocen;
te deleitas con Carlos Puebla, un bolero o  un danzón,
saben de tu planchita entre camisas blancas
y el  indiscutible dulzor del olor a almidón. 

A ver si un día de estos, despacito
te apareces en mis sueños y me arropas
si es la distancia en lo que topas
me conforma tu susurro "Gusanito"

Fin

martes, 7 de agosto de 2018

"Esquivo equilibrio"



Картинки по запросу balanza







"Esquivo equilibrio"


Apenas son las seis menos cuarto. LLego a mi pulcro y bien amoblado departamento. Dejo el maletín sobre el atiborrado escritorio de libros y papeles. Me saco los zapatos y los calcetines y dejo respirar mis dedos atropellados durante todo el día por tanto andar y calor. Apago el celular para no ser molestado, lo mismo hago con el teléfono de red fija, lo desconecto, no quiero ver violentada mi intimidad por un desagradable e insistente ring. Cambio la tenida de ejecutivo por una camiseta deportiva y un holgado short. Me detengo en el retrato de mis padres que conservo sobre el velador. Respiro profundo. Me dirijo a la cocina, extraigo de la heladera una lata de Coca Cola y un limón, rebano el cítrico, saco pequeños trozos de hielo y cierro nuevamente el congelador. Me paro frente al bar, contemplando las botellas Vodka Smirnov, Popov, Stolichnaya. Pienso: “Moskovskaya es la mejor”. Finalmente me decido por un ron, Bacardí, que dicho sea de paso, bien poco que me ha durado esta semana.


Vierto en el vaso unas cuantas líneas y me voy a sentar a la terraza. Afuera hay un ruido ensordecedor. La bulla en mi barrio de antaño también era incesante pero con un ritmo distinto e inigualable. Evoco el ayer y saboreando el trago me dejo llevar por la nostalgia. Creo haber escuchado algo así como “Juanito, se acabó el pan” y luego “Compañeros recuerden que hoy toca apagón”. Pero todo esto es solo alucinación. Regreso al presente inmediato. Concentro la vista en tanto ir y venir de la gente allá abajo. A través de las ramas de los árboles que cada vez están menos copiosos y más amarillos, repaso los anuncios y letreros lumínicos que ya comienzan a encenderse. Los departamentos del edificio del frente están comenzando a iluminarse. Mi vista se regocija con tanto orden y pintura. Acá no hay ropa colgando de los balcones. Todo es sobrio.
Sorbo el trago. Me doy cuenta que falta música. Vuelvo al living y sin mucho escarbar extraigo un disco de Buena Vista Social Club, ese grupo que descubrí, una tarde como esta, en un cine de Ñuñoa.


Parte la música. Ahora la cosa está más amena. Ahogo el ruido de Santiago con los parlantes de última generación. Lo tengo todo. He logrado la atmósfera ideal pero presiento que me sigue faltando algo. No estoy seguro. Me falta quizás el ambiente cumbanchero de mi tierra, el sabor de mi barrio, el traqueteo de mi aparatosa callecita habanera, la mesa de dominó, el perro que jugaba con su amo, sin amarras, la negra con los moños de cartón, el permanente olor a mar. Me falta encontrar definitivamente el esquivo justo equilibrio.


jueves, 5 de julio de 2018

¡Volver!


¡Volver!



Ayer, cuando me enteré que venías salí corriendo a la casa en busca del cajoncito donde guardo todas las cartas que te estuve escribiendo durante todos estos largos treinta y cinco años. Algunas de ellas las conservo en borradores y otras en originales. Sí, esas nunca las llegué a echar al buzón de correo por varias razones; Que si no había sellos o estampillas como dice mi hermano, que si cuando aparecían había que pagar en divisas y, de dónde carajo iba a sacar yo un maldito dólar si ni para desodorante tenía. Además estaba prohibida su circulación. Cuando despenalizaron el dólar aparecieron otras prioridades, esas que no podía cubrir ni con los cupones de la tarjeta de abastecimiento ni con la moneda nacional en el mercado del contrabando. Si de acá salía alguien rumbo al norte me enteraba sólo un mes después. Entonces ya era muy tarde para hacértelas llegar. Pero siempre te seguí escribiendo, guardando una carta sobre otra esperando la oportunidad para mandártelas por una u otra vía. Fíjate que no las puse en cualquier parte sino en ese cajón carmelita que me regalaste hasta con candado y todo. “Para que tu madre no te ande escarbando tu mente”- me dijiste.


El cofre fue el regalo de despedida que me entregaste aquella tarde cuando apareciste en el portal de la casa con una cara de espanto y tristeza, destilando agua por todas partes. Ya no te quedaban lágrimas, sólo amarguras. El viaje que tanto habías deseado tú y los tuyos ya era realidad, pero la despedida era terrible. Entrabas en el laberinto de contradicciones, viajar hacía un destino nuevo y soñado pero dejando atrás a seres queridos, tu tierra, tus cosas y lo más importante, creo, a tu novio Roberto. Eso te complicaba tanto que te secó el aliento y enmudeciste. Nos sentamos en el portal a balancearnos como dementes, sin ritmo aparente, con el silencio como único testigo del sinsabor del momento. ¿Tú recuerdas que llovía torrencialmente?. Me dijiste que la lluvia era un regalo del cielo porque así la gente no saldría a gritarles “Gusanos”, cuando llegara el taxi a buscarlos. Y fue cierto porque tanta era la lluvia que no alcanzó a llegar el responsable del Comité de Defensa de la Revolución a dar fe de que todos los muebles estaban en su lugar antes de pasar al acto brutal de sellar la casa por fuera.

Realmente tus padres fueron bien astutos, entiéndase que no son recriminaciones, tomaron las precauciones necesarias para dejar las cosas de valor a sus parientes antes que le hicieran el consabido inventario. El cajoncito fino quedó en mi poder con algunas fotos tuyas y otra mías, preciosas aunque estén en blanco y negro, fotos que cuentan de nuestros reinados que organizaba el Comité para los festejos de San Juan. Casi siempre resultábamos las dos ganadoras, por lindas y por pertenecer a familias combatientes. El último año no te presentaron, porque tus padres dejaron de ser honorables, pero en el fondo todos sabían que tú seguías siendo bella y que sólo la condición de ellos impedía tu presencia. Yo sé que tú sufriste mucho, pero no fuiste la única, también yo y no hubo más eventos ni fotos porque “quien tú sabes” encontró este concurso una vanidad propia de los países capitalistas. Al poco tiempo de tu partida ya no teníamos ni San Juan, ni reinados y lo más cómico, José Martí dejó de ser el Apóstol que siempre conocimos para convertirse en Héroe Nacional. No, si aquí cambiaron tanto las cosas que tú te vas a morir cuando las veas.

Por eso recurrí hoy al cajoncito para escarbar en la memoria escrita, en los pasajes de mi vida, para refrescar el ayer y enfrentarte con el presente sabiendo que hubo un pasado lleno de tantas cosas, buenas y malas. Quiero que me encuentres más sabia pero la misma Marlene de antes, quiero que me reconozcas en cada palabra gesto y discurso, en esos que colmaron estas hojas durante tu larga ausencia.

¡Te espero!


La Habana 2007

sábado, 30 de junio de 2018

"Santiago al desnudo"

Santiago al desnudo



Santiago, ciudad que se ensanchó para acogerme. A un costado del Museo de Bellas Artes estoy completamente desnudo. Todos iguales. Los bancos silenciosos miran como cambia el parque forestal. Torrente de gente, cuerpos descubiertos empujados por el entusiasmo espontáneo. El frío desaparece, el ejercicio hace el resto. Es un acto fraternal, comunicativo, original, respetuoso, humanista y comprensivo. Espontáneamente corren los diálogos, abiertos sin importar de donde viene el otro porque en este estado donde solo la piel nos identifica pasas a ser uno más en este gran mundo de cuerpos. Santiago cada vez menos individualista menos monótono y más sensible.

Comentario:Con este cuento participé en el concurso metro 2006 "Santiago en 100 palabras". Es un extracto del cuento "CONTRA FRIO Y PUDOR"

Comentario:Fecha del evento 30 de junio de 2002 , hace 16 años.


viernes, 4 de mayo de 2018

El mismo aroma de siempre



El mismo aroma de siempre


"Cuba qué linda es Cuba....." se expandía la melodía cual masaje seductor para los oídos tempraneros de cualquier habanero. Pero es interrumpida desde otra dirección con una canción yorubá con su típico repique de tambores y más allá se escabulle a empujones un reggaeton bullanguero. Una mañana tibia y en el barrio el ajetreo de siempre; los niños con sus pañoletas rojas rumbo a la escuela, la parada atiborrada de gente a la espera del camello que al parecer hace rato que no pasa, otros con más dinero en el bolsillo a la caza de algún almendrón. Y Leandro desde el destartalado balcón, cual pasivo observador con el diario en las manos, contempla el marchito esplendor de aquel magnífico y antiguo Vedado que le sonríe picarescamente.

Leandro se levantó hoy con un nuevo Presidente. "Se acaba la era de los Castros" le grita entusiasmada su vecina desde la acera y él le hace un gesto cómplice de silencio llevándose el índice a los labios. Ella ya viene de vuelta de hacer la tremenda cola para conseguir el puñetero pan. Agitada le grita " ¡Terrible la cosa!". El sonríe e inmutable sigue leyendo el artículo del Granma mientras espera que la cafeterita que le trajo un pariente de Miami le anuncie la primera colada del día. Si en algo coincide con el artículo del diario es que comienza una nueva era con un compañero que no será distinto, sino el resultado del diseño comunista de los hermanos Castro, fraguado durante décadas. ¡Vaya novedad! En verdad él duda de las capacidades del nuevo Presidente quien gracias a un esquema totalitario fue aprobado curiosamente por 603 votos de 604 en total. Hasta ahora no se sabe adónde fue a parar el voto disidente, ni se sabrá. Lo que tiene muy claro es que se aprobó lo dispuesto a dedo por el padrino político Raúl Castro, quien seguirá teniendo la última palabra desde las alturas del Partido Comunista y las Fuerza Armadas. 

Leandro tenía esperanzas de que hicieran elecciones de verdad, libres desde la base, con la participación de todos incluyendo a los movimientos cívicos. Esto de ayer no es más que el triunfo de la dictadura sobre la libertad de opinión y expresión. Siente que todos estos años ha atravesado un período ingenuo y utópico del cual aún no tiene certeza que pueda salir. Los vientos de cambios no se ven, al menos no llegan hasta él.

Juanita, otra vecina del primer piso, a la que tildan de loca porque no tiene pelos en al lengua, dice que "Esto es la misma mierda con las mismas moscas". Hay para todos los gustos, pues el jefe de vigilancia del Comité opina que ahora si se van a hacer las cosas bien. Y Leandro se pregunta "¿ Qué carajo hemos hecho entonces todos estos 59 años? ¿De quién es la culpa de que estemos como estamos? ¿Podrá el nuevo Presidente frente a la ortodoxia de la vieja guardia? ¿Podrá contra este monstruo de falencias y vicisitudes? ¿Se enfrentará a los errores del pasado? ¿Qué opinará sobre la guerra de Angola, sobre Nicaragua y El Salvador, sobre el envío de armas a Chile, sobre la arenga de "Mar para Bolivia?, ¿Acaso levantará el velo sobre el porqué de Mariel, los balseros, Ochoa, el acontecimiento del remolcador en la había? Estas y otras interrogantes le traen muy confundido

A Leandro le hubiese encantado haber escuchado un programa de gobierno del nuevo Presidente, pero se ha quedado con las ganas. Al menos espera por el bien de su pueblo que con éste hayan avances, que se tome en cuenta a la juventud, que no haga como Fidel quien consideraba que la sociedad socialista no podía permitir ciertas degeneraciones, refiriéndose a aquellos muchachos a los que consideraba vagos, porque "andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; con una guitarrita en actitudes ‘elvispreslianas’, organizando sus showsfeminoides por la libre. La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones". ¡Qué ridiculez!.

De ahí surgen sus inquietudes: ¿Su nieto podrá circular sin problemas con sus pitusas ajustados y sus sueños de volar? Porque si de algo está convencido es que su nieto no es lumpe, entiende la libertad como la posibilidad de tener un mejor empleo, ganar dinero, comer mejor, tener participación en las decisiones del país, labrarse un mejor futuro.

Pero mientras ese futuro llegue, Leandro seguirá haciendo malabares con sus catorce dólares de jubilación. Luchará para poder conseguir el litro de aceite a dolar y medio, esperará ansioso que aparezcan las medicinas que necesita. A la falta de agua y luz ya se acostumbró en tantos años de precariedad. Arruga el diario rojo y negro pero sin botarlo porque ya tendrá que necesitarlo cuando vaya al baño.

En resumen Leandro seguirá por la senda de la austeridad, aplaudiendo, marchando y apoyando las consignas vacías porque lo único que quiere a esta altura de la vida es morir en paz.

De repente la cafetera larga su ruido ensordecedor. Automáticamente se empieza a inundar el estrecho apartamento con el inconfundible aroma de siempre.


FIN


Abril 2018
Un día después del cambio. .........¿Cuál cambio?





















domingo, 1 de abril de 2018

"Entre la rabia y el apego"






"Entre la rabia y el apego"


Yo viajo con nuestro territorio y siguen
viviendo conmigo, allá lejos,
las esencias longitudinales de mi patria.

                                         Pablo Neruda


El cielo se había despejado por completo. La porfiada humedad se desparramaba por Miami prometiendo un día agotador. Manny deja atrás su exquisito apartamento en Bay Road. Hoy prefiere el aire libre. Hay momentos en que hasta el confort lo ahoga, no es suficiente. Dobla por el boulevard de Lincoln rumbo al mar. El viento cálido sopla del este y lo despeina, no tanto como él quisiera. Ya no está la frondosa cabellera de antaño. El calendario no perdona, incluso a él que lo ha tratado bastante bien. Empujado por profundas cavilaciones camina por esa avenida que atraviesa todo el apéndice desde la bahía hasta el océano. Llegará con sus cavilaciones hasta la playa frente al atlántico para depositar en él la pesada mochila de su pasado.

Por su lado pasan trotando jóvenes atléticos, enfundados en multicolores mallas deportivas, parejas de ancianos, oficinistas a juzgar por la vestimenta, un niño con un perro, gringos, hispanos. Es que la ciudad despierta de a poco. Pero su mirada se detiene solo en el ayer. Trata de retener imágenes, cruzar límites, buscar a noventa millas las luces que dejó para no perderse cuando quisiera regresar. Cuba está en el brillo de sus ojos, anclada al pasado que por momentos se torna presente y abrumador. Un suspiro se pronuncia espontáneo. Hace pocas noches, después de cuarenta y pico de años, encontró en las redes sociales a uno de los pocos amigos que tuvo en su tierra "Manolito Rodríguez en Chile, ¡carajo!". Y le escribió al instante. En honor a la verdad Manuel no le reconoció de inmediato pero gracias a un fluido diálogo ambos fueron hilvanando las hebras del pasado, un recorrido por el ayer en el querido Camagüey, transitando por recuerdos de la niñez y adolescencia que culminaban en entretenidas, disparatados y desafortunados pasajes que se sucedieron desde que eran chiquitos hasta que la vida los separó.

"Eramos vecinos en San José y Rosario, y juntos estuvimos en la escuela pública número 1, y estudiamos en la secundaria básica Cándido Gonzalez, hasta que te fuiste a otro plantel y te perdí el rastro ¿te acuerdas Manolito?"

Manny al andar recupera parte de la memoria perdida. Como un torrente vertiginoso acuden a su mente muchos momentos de Camagüey. Un cúmulo de imágenes se le viene encima. Manny sigue culebreando sin rumbo aparente esas calles entretenidas de Miami con sus comercios, restaurantes y cafés. No sabe si detenerse a tomar algo en su favorito "Deli Hans and Harry" o seguir directo al mar. De vuelta podría pasar a comer un bocadillo kosher. " My goodness I love this place". Pero el apetito no puede más que su deseo de seguir hurgando el pasado mientras camina sin interrupciones. Respira hondo y siente que se trasporta a otra dimensión, a esa tierra tan cerca y tan lejana a la vez donde su inocencia se fue perdiendo paulatinamente a medida que iba creciendo. 

Manny nació y vivió en San José casi esquina a Palma. Lo que podría haber sido una infancia feliz se desmoronó con el transcurso del tiempo. Con la revolución vino un período de incertidumbre para toda su familia. El líder comunista, cuyo nombre prefiere no pronunciar, cada día se aferraba más al poder. En eternos y encendidos discursos trataba de mostrarse desprovisto de pretensiones personales. El comandante aparentaba ser un hombre humilde que se conformaba con poco y nada, pero en verdad era un exhibicionista de sus propias virtudes. "Ese lo que busca es que la gente se entere de sus gestos de humildad, que la prensa que va quedando lo alcance justo en los momentos importantes para que lo transporte a la posteridad como el único benefactor"- decía su tía mientras se balanceaba y ladeaba la cabeza en signo de desaprobación. Su tía y mamá fueron maestras reconocidas y muy queridas en la escuela y en el barrio pero el destino les tenía preparadas zancadillas a la vuelta de la esquina. En la puerta de su casa cantaron a coro “somos socialistas p’lante y p’lante, y al que no le guste que empuje y aguante”.

En verdad la revolución los fue acorralando y ahogando. A mediados del sesenta ya el objetivo del régimen comunista era simple, quería quedarse con la masa empobrecida que aplaudía y gozaba de los subsidios que de vez en vez le lanzaba, por eso alentó la migración masiva pero no exenta de obstáculos pues hasta para salir le complicaban la vida a los interesados. Su tía que no veía futuro en la isla fue la primera que presentó los papeles para emigrar. Inmediatamente fue expulsada del colegio; y a Carmen Blanco, su madre, la sacaron de educación por practicar la religión católica. De la noche a la mañana Carmen dejó de ser confiable y desde entonces sus vastos conocimientos pasaron a ser incompatibles con la ideología del hombre nuevo. Las sombras del régimen invadieron sus vidas y hogar. Esa fue una época de miedo, un pasado de represión interna muy grande, por eso Manny guarda tantos recuerdos en su estado nítido. Permanentemente ocultó sus miedos y aspiraciones . ¿Dónde estaban los ángeles que debían protegerle? La rutina y la monotonía empañaban sus vivencias emocionales y no se hallaba bien con nadie, ni en su cuadra, ni en su escuela, ni en los "trabajos voluntarios". 

Hoy día no sabe si uno u otro episodio ocurrió antes, durante o después, porque no es la cronología lo más importante sino los hechos.

Manny recuerda esas noches de eternos apagones cuando alumbraban su casa con mecheros, porque velas tampoco habían. Los mecheritos eran confeccionados con latas de carne rusa y un trozo de algodón a modo de candiles. Y cuando podían disfrutar del esquivo fluido eléctrico, paseaban de una pieza a otra el mísero bombillo que les iba quedando. Ya habían desaparecido las ferreterías, no había donde comprar absolutamente nada. Manny se pasaba gran parte del día refugiado en la literatura como método de evasión y confort personal. Llegada la noche, su madre, privilegiando las lecturas de su hijo, le pasaba el único bombillo que tenían. Aunque la atmósfera era fría y gris, porque el bombillito enclenque que colgaba del cable proyectaba una tenue luz y débil, como derrotada por las circunstancia, él se entretenía entre páginas de fantásticos libros. Devoraba cuanto libro caía en sus manos, algunos prohibidos por el nuevo régimen, ejemplares muy cotizados underground, materiales que habían logrado cruzar el mar de incongruencias ideológicas y reparos. También le llegaban fotocopias de otros que pese a la censura saltaban de casa en casa, de mano en mano buscando ojos ávidos de buena literatura más allá de prejuicios políticos. Aprendió a leer rápido, apurando párrafos, engullendo páginas porque de un momento a otro podrían ser cercenados, silenciados en nombre del partido por considerarlos textos enemigos del pueblo. No había plata para andar de librerías, pero su prima le prestaba muchos libros. Recuerda cuánto disfrutó uno de esos libros prohibidos por el gobierno: "El rostro de una victima", escrito por elizabeth Lermodo, víctima de la dictadura de Stalin. Víctima de esa otra dictadura, la cubana, su familia seguía esperanzada en salir cuanto antes hacia Miami. Ya no cabían en la isla. Estaban rodeados de vecinos indiferentes o resignados. No recuerda que alguien hubiese tenido un gesto de compasión o de solidaridad porque ante el más mínimo reclamo se les venía encima la consigna "Para la Revolución todo, contra la Revolución nada". 

Se apodera de él esa imagen de su madre y tía buscando por Camagüey algo con qué alimentar a la familia. En las tardes ya no se merendaba. Desaparecieron las torticas de morón, el pan de caracas y los masas reales rellenos con mermelada de guayaba que su mamá acostumbraba a comprar en el Fenix. "Nos teníamos que conformar con un jarrito de café con leche y un trozo de pan pelado. Y en esa época me bajó un hambre terrible. El hambre me volvía arisco, irritable e impaciente. Decía mi tía que yo comía más que el remordimiento. Se comentaba que en La Habana tenían mantequilla. Oh! ¿Quién pudiera vivir en la capital?- le decía a mi madre. Las comidas fueron empeorando cada vez más; chícharo al almuerzo, chícharo a la cena todos los santos días y los domingos mi mamá con ese espíritu que nunca la abandonaba nos decía, hoy para cambiar de menú tendremos croquetas de chícharo. Nada qué hacer, de todas formas caíamos rendidos a su ingenio. Ya vendrán tiempos mejores. El lunes de nuevo a esperar a María Cristina y junto a ella pasar a buscar a Manuel". En esos dos amigos había encontrado un atisbo de felicidad y una cálida sensación de afecto el mismo que recibía solo entre las cuatro paredes de su hogar.

Manny, busca en el celular y relee trozos de textos de Manuel: ".......Ayer estuve por esos lugares que mencionas, escarbando la memoria, lustrando los fiordos de mi cerebro para encontrar respuestas al pasado , con ese ejercicio busco las fichas que nos juntaron y luego nos separaron. Es cierto, nuestra ciudad se empobrecía y faltaba de todo. Para hacer arroz con leche faltaba el azúcar, para las torrejas en almíbar faltaba el pan y así sucesivamente. Al igual que tú , no creas, también en casa celebrábamos cualquier evento austeramente donde cada cual aportaba con lo que podía, con lo poco y nada que se conseguía. Mi mamá era la presidente del comité pero no hacía magia. A todos nos tocaba por igual. Fueron tiempos difíciles. Manny, ¿sabías tú que la existencia del ser humano se resume como una larga cadena con eslabones de simples elecciones? Nosotros elegimos quedarnos y también tuvimos momentos grises".

Manuel reconoce que el vivió el mismo conflicto desde otra vereda viendo su Cuba con otro color. Lamenta enormemente que no haya podido hacer mucho por su amigo, ese que pasaba cada mañana a buscarlo para ir juntos al colegio, un joven taciturno que se sentía ignorado, marginado por la revolución. Manuel entonces no tenía ni la menor idea de los entretelones de las familias que querían salir de Cuba , "las ciquitrilladas" por la revolución. Estaba preservado en un medio distinto, como dice Manny, en la otra acera, refugiado en un mundo ordenado, distinto pero seguro, disfrutando de lo que le caía bajo el alero de un padre protector y proveedor, una madre que se las ingeniaba para satisfacer sus necesidades, veranear en otras playas cuando los balnearios exclusivos se clausuraban. En su hogar se derrochaba mucha energía porque su mamá lo arrastraba a todas las actividades que no eran pocas, y el gobierno lo estaba educando para negar las cosas desfavorables. Todo en aras de un futuro luminoso. 

Manuel vivía momentos de gran entusiasmo, de alegría y credulidad. Creyó en el sacrificio. "..........Cuántas veces fuimos hasta la linea del ferrocarril con mi mamá con unas latas o cubos de agua con hielo para repartir a sedientos jóvenes que estaban horas y horas varados en aquellos vagones, achicharrados al sol. Tengo bien fresca en la memoria la imagen de esos vagones de carga de caña de azúcar, acondicionados malamente para trasladar personas. Mi abuelo reñía a mi madre por ayudar a esos muchachos, sólo por el hecho de llevar ropa verde. Los tildaba de comunistas cuando en realidad eran reclusos unos, reclutas otros. Y mi mamá le respondía que uno debía ayudar sin preguntar a quién, que ese era el lema de la Cuba revolucionaria y que el día de mañana yo podría estar en igual situación y ella lo mínimo que esperaba era que alguien me tendiera un jarrito de agua para beber. A cada cosa le poníamos entusiasmo. Como ves también en mi casa se respiraba discordia. ¿Qué importa ya?. Mientras mi abuelo paterno disparaba contra la dictadura marxista , mi madre se abstenía de criticar al régimen porque ella era partícipe activa del nuevo sistema y veía todo con otros ojos. En mi familia también hubo de todo. Muchos parientes se vieron beneficiados, por tanto estaban regocijados con el sistema; en cambio los primos adventistas tuvieron que salir al igual que ustedes del país. La situación con los religiosos yo la viví en primer plano. Recuerdo a Ana Nieves, una amiga de mi abuela, desencantada con el sistema y desesperada hasta el último día antes de marcharse. Pero no discriminamos a nadie. El único hecho deplorable en mi casa fue que cambiaron de un día para otro el cuadro de Cristo por el del Ché, pero eso hoy es anecdótico, porque pasaron cosas peores en el país".

"...Manny, el problema lo tenían los mayores, yo recuerdo que la pasábamos bien, que compartíamos aquellas croquetas que se pegaban al cielo de la boca y que bajábamos con un jarrito de sirope, ¿de qué sabor?, de lo que viniera pues no estaban los tiempos para regodearse. Y no te acuerdas que con improvisados banco de tablones esperábamos ansiosos el cine-móvil. El barrio podía estar a oscuras producto del apagón pero el camión cine contaba con energía propia con su ruido infernal que no dejaba escuchar los diálogos en su idioma original (ruso generalmente) , casi siempre eran películas soviéticas épicas, patrióticas que a mi me gustaban mucho. Y después a mediado de los setenta llegó el cine español y hacíamos aquellas largas colas para ver a Sebastián Palomo Linares, Cera Virgen y Marianela."

"Recuerdo que tú Manny hablabas lo justo, más bien María Cristina llevaba la voz cantante. Tú te contentabas con asentir, por eso recuerdo que hablabas lo necesario, a veces nada. Con aire cohibido y atribulado, asentías obediente. Estabas solitario en tu mundo. ¿Caviloso? quizás. Llevabas tus libros con desgano y acarreabas una pasividad deliberada impropia de un chico de tu edad. Te faltaba vitalidad. ¿Estabas deprimido? nunca me detuve a preguntártelo. Yo sé que te costaba integrarte, que eras de pocos amigos y que te envolvía una capa de angustia. Por eso te acompañaba a la calle Jesús María a revisar las pocas vidrieras que iban quedando con revistas de historietas y postalitas decorativas para recortar y pegar. Todo iba desapareciendo por arte de magia". 

Es cierto, a veces daban una vuelta más larga y se entretenían saltando los travesaños de la linea del ferrocarril, se metían en algunos vagones vacíos, que permanecían días y días varados en los andenes porque no había nada que transportar y terminaban bajo un frondoso flaboyán, sentados en los banquitos de madera frente al Asilo de Ancianos viendo el tráfico de la Avenida Carlos J Finlay. Manny los consideraba amigos suyos de verdad, no íntimos pero amigos al fin y al cabo. Con ellos compartía comida, libros, momentos de nostalgia, sueños y pesadillas. Manny sabía que Manuel no quería lastimarlo pero se molestaba cada vez que éste le hablaba de los beneficios de la revolución como si ella no hubiese sido la responsable de todos los males. Manuel por su parte pensaba que el colectivo era siempre más importante que el individuo y si éste era débil, peor. Les inculcaban permanentemente en el colegio que el objetivo final y la misión llegaban a ser irremediablemente más importante que un hombre. No eran los muchachos culpables de nada, solo eran peones de esa tragicómica partida de ajedrez.

Ya de vuelta Manny se detiene y resollando aspira prístino aroma de café que salea de alguno de los tantos negocios del sector, y lo cambia por el aire oxidado, impuro y contaminado del pasado en Cuba. Camagüey aparece en imágenes flash, el casino campestre con sus leones hediondos, la pizzería El gallo con sus eternas filas, el Museo Ignacio Agramonte, Amalia Simoni, La gran Tula, Guillén el camagüeyano ñangara, la abandonada Capilla de San José, La Volanta, Rancho Luna, El París, la dulcería Pérez Sosa. También se ve a si mismo, frente a la linea de ferrocarril esperando que pase el último vagón y levanten la barrera, con los libros apretados contra el pecho cual escudo defensor. Esboza una esplendida sonrisa que corrige el rostro severo y huraño con que amaneció. Atrás quedó esa hosca actitud que descubrió en el espejo del tocador al levantarse. Es otro en ese instante. El recordar definitivamente lo hizo más grande. Un trecho lo ha caminado lento, otro con más ánimo; da igual. Por pequeño que sea el paso hay que seguir caminando, eso es lo importante.

Hoy día ambos mantienen el mismo espíritu crítico respecto de la realidad cubana independientemente de que a esta edad de la vida se empieza a ver el pasado con una mirada nostálgica y sanadora. Con el tiempo también Manuel escapó de ese sistema. Nunca más volvió pero sabe que su casa de Rosario se convirtió en un racimo de truchas casuchas, desvencijadas y mal pintadas con un gusto que surge de las necesidades de la isla. Un verdadero desperdicio. En cambio Manny regresó motivado por la rabia y el apego a esos rincones que lo vieron crecer. Comprobó con sus ojos lo que entonces intuyó venir; ahí estaba Cuba presa del tiempo, acorralada, devastada, triste. 

El recorrido ha sido extenuante pero a la vez gratificante. Después de tantos recuerdos Manny ve una luz prístina que emana de su corazón, la que abraza con cada guiño amistoso de Manuel y la que regará cada día de ahora en adelante para que siempre perduren en ambos los recuerdos y la verdadera amistad.

Ya en su hogar, sin mirar atrás y sin vacilar, cierra de un golpe la puerta a sus espaldas.

2018 ( Entre Santiago y Miami)

FIN


lunes, 19 de marzo de 2018

Yo era un niño normal

"Yo era un niño normal"


Chile 2018


"¡No señora, qué va!; no siempre tuve una cadera más alta que la otra...... ¡ Yo era un niño normal!"

Hace poco durante un chequeo médico producto de un dolor en la columna salió a relucir el problema: "-Usted tiene una cadera más alta, entre dos y tres centímetros, depende de cómo se coloque y cómo maneje su propio cuerpo"-dijo la doctora mientras me obligaba a tomar diferentes posiciones; unas difíciles, otras incómodas. Me extrañó el exhaustivo examen de la especialista. Estamos acostumbrados en la actualidad a recibir una atención despersonalizada; "matando y salando" como decía mi abuela que traducido era algo así como "Rapidito, rapidito, que detrás hay otros esperando". Hoy día los doctores no tienen la capacidad para diagnosticar sin apoyarse en costosos exámenes de todo tipo. Impávidos se les ve frente al computador tecleando como verdaderos autómatas o empleados públicos. Esta doctora, en cambio, me hizo desnudar y con instrumentos en mano me demostró mi falta de simetría pélvica. Sin necesidad de radiografías comentó: "Sus piernas flacas y largas a simple vista demuestran tener longitudes diferentes". "¡Es cierto!"- le respondí-"Si gusta le puedo contar los detalles pero para eso tendré que remontarme a Cuba, cincuenta años atrás".

Ella placenteramente se recostó en su mullido sillón, se sacó el estetoscopio, e hizo vista gorda del reloj. En tono imperativo pero con una sonrisa cálida me dijo: "¡Cuénteme, soy todo oidos!"
Y como soy bueno para conversar empecé a contar mi larga historia.


Cuba 1968

Corrían los primeros años de la Revolución. La escasez se hacía notar y la tarjeta de racionamiento,  que había debutado cuatro años atrás como algo pasajero, ya era parte inseparable de nuestras vidas. La Tarjeta ( la colocaremos en mayúsculas por su importancia) era  muy apreciada por los partidarios del socialismo como mecanismo regulador en la distribución de alimentos, ropa y enseres. Mi madre desde entonces era fiel defensora del disparatado plan de distribución y no había en todo Camagüey alguien que  pudiera contradecirla. Inmiscuida en ese proyecto colectivo donde unos participaban por convicción, la mayoría por entusiasmo y otros tantos por obligación, aprendió a manejar La Tarjeta  con exactitud. Concatenado a la Tarjeta como medio de censo y apoyo a la gestión estatal estaba el Comité de Defensa de la Revolución que ella fundó a regañadientes de mi abuelo. El Comité abarcaba tres cuadras, desde Francisquito por la calle Rosario hasta San José. Era un barrio residencial con algunos talleres de mecánica, una pequeña fábrica de ron, una triste panadería que moría lánguida por falta de dulces y pan, y un bar de dudosa reputación. También había una barbería  reconocida por su  poste giratorio a la entrada que creaba una ilusión visual muy especial. No se sabía si las rayas azules y rojas subían o bajaban cual carrusel. Bueno en realidad éste ya no giraba y la exquisita clientela de antaño se había esfumado. Unos estaban en Miami, otros presos por rebeldía y otros tantos cortando caña para poder salir del país, según las condiciones que había impuesto el gobierno. "si quieren abandonar Cuba, que trabajen primero". Así de sencilla era la ley.

Dos preocupaciones invadían a mi mamá, ordenar el variopinto barrio y conseguirme un par de zapatos. Corría de un lugar a otro, coordinando,  implantando las medidas comunista en un sector con mucha energía y vitalidad, al cual  si  hiciéramos una incisión  como a una rana,   encontraríamos cuánta sangre diferente fluía por sus venas. A mi mamá a veces  se le veía como perdida en una batalla solitaria. Estaba al frente de un rompecabezas de lo que parecía una galería interminable de personajes: familias disfuncionales, jóvenes rebeldes, mujeres federadas, laboriosos  trabajadores, villanos, delincuentes, burgueses disfrazados de comunistas, inadaptados sociales. En resumen, un verdadero festín de excesos. 

Como le contaba, desaparece el mercado y con él todos los bienes de consumo. Conseguir algo para vestirse era una epopeya. Por doquier se veían largas colas en las que había que marcar días y noches enteras sin garantía alguna de poder comprar lo que se pretendía. Con las camisas y pantalones yo no tenía problemas porque mi mamá tomaba las prendas de mi padre heredadas de la época de Batista. Sin su permiso, obvio, y gracias a la vieja máquina singer sacaba dos piezas de una. Los zapatos en cambio pasaron a ser una  verdadera complicación. Mi padre tenía varios pares pero calzaba un número demasiado grande. ¿Cómo conseguía un par de zapatos para mí?

Fue entonces cuando a  mi mamá se le ocurrió conectarse con la única persona que podía salvarla en ese momento, el vecino, un médico devenido en administrador de una tienda de calzado  ortopédico después que manifestó su intención de irse de Cuba. Recuerdo que el señor tenía un carácter tremendo, era de armas  tomar, no participaba en ninguna reunión de la cuadra, tampoco dejaba que sus hijos se juntaran con la masa comunista y constantemente echaba agua en el quicio de entrada a su casa para que los chicos no se sentaran a charlar en su frente jardín. Mi madre no encontraba ocasión para abordarlo pero conociendo que el señor coincidía con mi padre en el bar de tarde en tarde, le encomendó la tarea. "-Trata de conversar con el viejo camaján ese, a ver si le consigues a tu hijo un par de zapatos. Mira que el pobrecito anda con un huraco en el derecho y el izquierdo pidiendo auxilio". Y antes que mi padre reclamara agregaba: "-Ya que no haces nada por la Revolución, al menos haz algo por tu hijo".

Mi padre, con su humor particularmente agudo, respondía  dando un portazo y se iba a refrescar al  bar de la esquina. El barsito era conocido por todos como "El Bar de la sorda" porque su dueña era corta de audición, por no decir nula. Además  era  coja y  poco agraciada, según mi tierna observación. Dicen que tuvo figura de sirena pero cuando yo la conocí ya distaba de tal apelativo, tanto así que  desde que engordó había dejado de ponerse las manos en la cintura para evitar que los hombres le dijeran tazón de consomé. Y desde el punto de vista cognitivo tampoco era una estrella, creo que de tanto alisarse el pelo se le quemaron todas las neuronas y solo sabía servir un buen café con mucha espuma y contentar a los clientes con  exuberantes tragos de ron. 
Se le veía siempre feliz pendiente del traganiquel, un  tocadiscos traga-monedas de última generación adquirido antes del triunfo revolucionario. Ella se movía ágil entre el aparato de música, la humeante cafetera y el pedido de los clientes.  La mayoría eran mecánicos que andaban ociosos por falta de  trabajo. Es que no había insumos para reparar los autos norteamericanos que circulaban por Camagüey.  Los mecánicos se distinguían por llevar overoles engrasados pero manos impecables y rostros bien lavados. Si algo exigía la señora era pulcritud a la hora de sentarse a la barra.  Opulenta y muy cómoda era esa barra larga y angosta con no más de doce sillas que giraban en 360 grados. Los asientos estaban forrados en cuero rojo que hacían juego al triste letrero lumínico que habían hecho retirar del frente del negocio pero que su dueña celosamente exhibía en el interior del inmueble. Las mañanas eran apacibles pero de repente aparecían como enjambre los mecánicos  sedientos de entretención. Y a medida que avanzaba el día se llenaba el bar con variada clientela. Entre tantos era habitual ver a un borrachito  con pelo desordenado, nariz prominente y  ojos enrojecidos por la ingesta de tanto alcohol que siempre repetía:  "Tomar antes de que se acabe el ron". Y luego agregaba: "Algún día lo pondrán por tarjeta, jijiji". Sus frases cortas con lengua enredada, exponiendo a la luz del día su borrachera a medias, no estaban lejos de la realidad.

Allí pasaba de todo. Una vez vi como uno de los mecánicos se frotaba el overol desde donde  se alzaba un bulto prominente resultado de la lujuria que le provocaban las tetas caídas de aquella señora decrépita y discordante. Mi madre que era muy intuitiva, sin haber puesto jamás los pies en el interior del local, decía que no cejaría hasta ver el último bar mezquino de la ciudad intervenido y cerrado por la Revolución en aras del hombre nuevo. Qué bonito hablaba mi mamá pero en verdad el lugar no era un antro como lo pintaban algunos vecinos.

Los hombres alebrestados  charlaban  con esa intensidad única que les caracteriza pero sin profundizar mucho en los temas. Era como vomitar pero absteniéndose de criticar los desaciertos del nuevo gobierno que ya llevaba nueve años en el poder.  Comentaban de la falta de piezas de repuestos, criticaban el transporte urbano que para tomarlo era como participar en una operación milagro. Mi padre repetía que tenía la corazonada de que el sistema no duraría mucho; "Nadie será capaz de soportar dos años más de desfachatez ideológica y falta de comida. El eco del deterioro se arrastra de esquina a esquina". Era cierto, los servicios públicos estaban mal evaluados, el desarrollo estaba postergado. Todos los días bajaban letreros y anuncios de locales particulares intervenidos y en su lugar ponían encendidas consignas comunistas. Los dueños desaparecían y se instalaban  burócratas con cerros de carpetas, papeles y registros de no se sabía qué. En el bar se vivía una catarsis general que terminaba cuando entraba algún partidario del nuevo sistema. Entonces se centraba cada uno en su tabaco, su vaso de ron o taza de café y de vez en vez levantaba la cabeza en dirección al televisor que en blanco y negro trasmitía el partido de béisbol entre ganaderos y otro equipo nacional.

En honor a la verdad mi papá no iba al bar de la esquina por placer, me explicaba que sus lugares preferidos eran  La Volanta frente al Parque Ignacio Agramonte y El Cochinito, célebres ambos antes del triunfo revolucionario  por la calidad y cantidad. Con las nuevas leyes económicas habían desaparecido de estos restaurantes hasta las masitas de puerco y las cervezas heladas. "Fíjate que en la Pizzeria El Gallo hay que bajar el plato de fideos con un vaso de refresco prieto ( producto nacional). ¡ Qué barbaridad!". Y me llevaba a ese lugar porque la heladería a falta de insumos básicos como la leche y el azúcar se vio obligada a cerrar. Allí al menos tenían todavía refrescos y otras chucherías.

En las tardes a veces la sorda sin percatarse ponía su traganiquel tan alto que se escuchaba en nuestro portal. Nos llegaban boleros pegajosos como ese que rezaba así "mi corazón en amores no me engaña" y yo me ponía contento porque sabía que mi padre de un momento a otro me arrastraría al bar con él.  Mi papá  guardaba sus herramientas en la cochera o en su carro, religiosamente revisaba los galones de gasolina y colocaba en su lugar el matavaca  y un juego de llaves inglesas que valían un dineral. "-Si me roban, no sé donde coño voy a conseguir estas cositas". De ahí al bar. Qué rica una materva o una piñita,  que eran las únicas gaseosas que iban quedando. La coca cola ya estaba perdida. Mientras yo disfrutaba el refresquito, él se dirigía al aparato tragamonedas y se deleitaba buscando música que en casa no podía escuchar, porque hasta para oír a Portabales tenía que dar explicaciones a su propia mujer. Guillermo Portabales  para entonces ya estaba crucificado, lo habían sacado de la disquera nacional. Allí mi padre, con tabaco en mano, se quedaba un buen rato escuchando sus lánguidas, melancólicas y líricas guajiras. ¿En qué se iba a entretener si tampoco había peleas de gallo y la única verdadera distracción que iba quedando era el bendito bar? Y entre tanto bolero y son, él  olvidaba el tema de mis zapatos.

"-Tú padre está sólo para sus amigotes- decía mi madre- y no fue capaz de hablar con el famoso ortopédico".

En honor a la verdad mi papá era de muchos amigos pero no le gustaba andar pidiendo favores. Los hombres allí se juntaban por muchas otras razones; unos andaban sedientos, la mayoría, mangrinos que se contentaban con unas empanadillas de queso donde predominaba la masa y el aceite refrito y escaseaba el producto principal. Las empanadillas y unas masitas de carne de dudosa procedencia eran ofrecidas por la sorda  por pura caridad. De repente aparecía un nuevo cliente con historias sabrosas del territorio nacional. Recuerdo cuando se integró al grupo un guajiro llegado de Guaracabulla, un pueblito extraviado cerca de Santa Clara, que venía a instalarse en Camagüey huyendo de la hambruna que atravesaba esa parte de la isla. ¡ Y vamos brindando por el nuevo vecino! como si en Camagüey nos fuera tan bien.  ¡Al carajo con la necesidad!

A la vuelta del bar mi madre que se había esmerado en mandarlo a la calle almidonado, planchado y perfumado para que ninguna guaricandilla pudiera decir que él no era atendido por su esposa, se lamentaba que el malagradecido  estrujara su pulcra ropa en esos bares malolientes y tétricas cantinas sin poder cumplir el objetivo principal. ¿Cuál?, Conseguir un derecho a un par de zapatos decentes. En la Gran Tula  solo los hijos de los altos dirigentes vestían pulcros mocasines o lustradas botas proletarias, en cambio nosotros teníamos que conformarnos con los zapaticos de plástico si es que llegábamos a  alcanzar alguno por cupón una vez al año.

Cuando mi mamá entendió que con mi papá era imposible negociar se fue ella misma a tocar la puerta del  doctor o como se le llamase. Allí estuvimos ambos y después de una larga conversación, se cerró el tema. "-Mañana lleve al niño al negocio, lo censaremos como dependiente de zapatos ortopédicos y de esa manera de ahora en adelante nunca le faltará un par".

El doctor - administrador cumplió su promesa y en la Tarjeta de racionamiento quedó estampado el sello que certificaba que desde entonces yo tenía que usar zapatos ortopédicos con ciertas medidas. Una vez al año tendría ese privilegio hasta que la situación del calzado nacional mejorase. Incierto panorama.

Desde ese entonces tuve par de zapatos ortopédicos que si bien no respondían a mi íntegra fisonomía, resolvía un  problema real. Solo que nadie intuyó que el doctor no estaría para siempre. Al año siguiente se marchó del país y me dejó atado a un dictamen fraudulento y errado. Para acortar la historia, le cuento que tuve que seguir durante varios años calzando zapato nuevo con veredicto irracional; dos centímetros más en el lado izquierdo. Al cabo de muchos años gracias a otra movida genial de mi madre que involucró a importantes funcionarios se logró obtener una nueva Tarjeta sin el timbre de "necesita un zapato especial" y pasé a ser nuevamente, a esa altura de la vida, un joven "normal". 

¿Podría hoy día juzgar al doctor o a mi madre por querer dar solución a un problema real? La vida va dando vueltas y lo que ayer encontramos ideal hoy nos castiga y retuerce. La situación del calzado nunca mejoró como tampoco mejoraron otras tantas cosas en mi Cuba querida. En resumen, esa el razón de mi desbalanceada fisonomía. Como ve doctora, esto no resiste otro análisis. 

¡Valor!- sólo alcanzó a exclamar ella.

Acto seguido se incorporó para abrazarme. Ambos nos echamos a reír.


FIN

Santiago de Chile 2018 



lunes, 5 de febrero de 2018

“El suave brillo del amanecer”

“El suave brillo del amanecer”

Sonia retrospectivamente se ha puesto a pensar mientras tararea estrofas de una canción que hubo de haber escuchado inconscientemente cuando venía en el carro desde Fort Lauderdale hacia la playa:

“Sueña con lo que es querido,
Calla lo que hay que callar”.

No debe tratarse de un bolero, porque esos se los conoce todos. La música romántica la traslada al pasado. Inevitablemente regresa donde Alberto, porque hay y habrá cosas al otro lado, que jamás podrá olvidar.

Sonia y Alberto habían dedicado toda su vida con mucho fervor a la causa revolucionaria, habían sudado la gota gorda en las largas jornadas de trabajo voluntario, cortando caña o sembrando café, habían colaborado en las tareas de construcción de escuelas y hospitales y se les veía participar activamente en las reuniones del Comité de Defensa de la Revolución. Juntos habían sacado adelante la empresa y no con cifras infladas como hacían sus colegas para congraciarse con los altos dirigentes, sino revisando hasta altas horas de la noche cada detalle, modificando procesos, reutilizando materiales, optimizando. Últimamente habían acudido al llamado del partido para formar parte de las Milicias de Tropas Territoriales. Estaban al pie del cañón, pero no podían comulgar con desmanes, ni avalaban el despilfarro propio de las fiestas que hacían los grandes camaradas. Poco a poco empezaron a sufrir los rigores del que va contra la corriente. El cartel que cada mañana veían al llegar al trabajo “Este país es para los revolucionarios”, los fue lacerando, se fueron atragantando con tanta consigna sin sentido y cuando el país se les hizo definitivamente chico decidieron marcharse. “No se puede ensayar la libertad estando encerrado en paredes construidas por la dictadura”-era una de las tantas frases que les escuchó decir.

Planificaron durante un largo tiempo la fuga en balsa, pero para no correr los riesgos típicos de otros y contando con los recursos que le proporcionaba su empresa se tomaron su tiempo. Confiados se lanzaron a la vía por el cambio, pero cautelosos para evitar el fracaso. Cuando notaron que los frecuentes ruidos que escuchaban al tomar el auricular, delataban que sus llamadas eran interferidas y que en ellas participaban más de dos personas, tuvieron que apurar la causa. La gasolina que le asignaban para trasladarse en su carro soviético marca Lada, la iban almacenando en cubos metálicos que guardaban en la cochera de la casa lejos de la vista de vecinos curiosos. Se cohibieron de paseos innecesarios, pero ingresaban a la hoja de ruta destinos imaginarios para de alguna forma demostrar los gastos de bencina sin levantar sospechas. Una vez reunido todos los aparejos y comprobado que las condiciones climáticas no le jugarían una mala pasada, concretaron el viaje. Se suponía que no se enfrentarían a esa lluvia insensible y despiadada que cae y cae convirtiéndose en tormenta, arrastrando en muchos casos a los balseros a las profundidades del océano. ¿Cuántos habían muerto en el trayecto?.

Esa noche de Enero, rompiendo el silencio e interrumpiendo el murmullo del mar, que por la quietud era casi imperceptible, se propusieron zarpar sin despedirse de nadie. No habían aves revoloteando que señalaran el rumbo, ni faros. Iban a oscuras para no llamar la atención de guardacostas o patrullas. Atrás iba quedando el pueblito de Jaimanitas, que con mucha pena se desdibujaba para formar parte de todo el litoral habanero. Con sus pocas luces, la mitad de la ciudad estaba bajo la sombra siniestra del eterno apagón.

Sonia sabía que el mar no lo era todo, que había que darse prisa para salir de este trecho lleno de fantasmas, de esos que quedaron atrapados en el sueño y sucumbieron sin ver el otro lado. ¿Sospechó Sonia alguna vez antes de partir el riesgo que esto significaba? No. Nunca imaginó que no era lo mismo el sonido de las olas cuando rompen en la orilla, que el vaivén de estar a mar adentro. Se acordó de Danielito, un vecino del barrio, que estaba hacía un par de meses en presidio después de fracasar en su cuarto intento. De nada le sirvió el entrenamiento a orillas del Tritón durante dos semanas, cuando trataba de ayunar, dejaba de tomar agua, de día se tendía en la playa con un taparrabo por traje de baño para ir curtiendo la piel, se embadurnaba a falta de bronceador con una poción compuesta por mantequilla y petróleo y de noche se iba con un amigo a ver el comportamiento de la luna con respecto al movimiento de las olas. Luego tuvo que desplazar el lugar de entrenamiento a otra playa cercana, pues ya la Seguridad estaba al tanto de los menesteres de los cubanos que se van a la costa supuestamente a ver las estrellas. Si seguían allí podrían detenerlos. ¿Qué podían alegar en su defensa dos jóvenes que se entretenían contemplando el infinito a altas horas de la noche? Los metían al calabozo por maricón y subversivos a la vez. Todos rogaban que el entrenamiento les ayudara a soportar la travesía en una precaria balsa que consiguieron, donde la realidad superaba toda expectativa. Fue su último intento por hacerse héroe balsero porque antes que lograra esfumarse en el horizonte, un medio naval de Tropas Guardafronteras detectó la precaria embarcación y los detuvo. Apretado como sardinas lo encontraron junto a otros tres jóvenes. Y juntos siguen hoy en una oscura celda de rehabilitación.

Sonia con los manos apretadas y los dedos entrecruzados oraba por el éxito de la travesía. Sonia pensaba en la muerte pero no había descartado para nada la vida, pues era ella quien los había obligado a tomar esta dura decisión. La patria quedaba atrás, tan adolorida como ella misma, con la diferencia de que al menos tenía ilusiones, quería rehacer su vida, empezar de nuevo. Sus sensaciones eran intensas, y prefería no hablar porque el dolor no tenía lenguaje. Pensaba en su pasado y presente pero su corazoncito latía más por el futuro, que estaba en la otra orilla esperándola ya.

Repentinamente un estruendo seguido de un silencio los alertó que había problemas con el bote. A Sonia el detenimiento definitivo de la lancha la hizo devolverse a la indiscutible realidad. Trataron de hacer andar el motor nuevamente. Alberto echó manos a la caja de herramientas que portaba para casos de emergencias. Estuvo más de una hora juntando cables y tuercas sin resultado alguno. Se dio por vencido. Hasta allí llegaban sus sueños. El motor estaba averiado y ante la imposibilidad de remar hasta la Florida tuvieron que regresar a suelo patrio con la misma premura con la que partieron.

Remaban y remaban con la orilla registrada en la esperanza. Sonia miraba hacia abajo o al lado pues daba lo mismo, por doquier agua y ese inmenso profundo que había condenado a tantos a una desaparición definitiva. ¿Y si naufragan?. En el peor de los casos, algún diario de Miami hubiese hablado de ellos si es que alcanzaban a ver restos de la embarcación, pero en Cuba, su tierra querida, no se diría nada, el silencio los cubriría como castigo perpetuo. Sus parientes seguirían empujándose al subir a las guaguas, continuarían haciendo las mismas colas para comprar los ochenta gramos de pan ácido y volverían a asistir a los multitudinarios actos en la plaza como si nada hubiera pasado, hasta que el tiempo los dejara por si solos lucubrar.

Por suerte para Sonia y Alberto, las costas cubanas estaban siendo cada vez menos patrulladas por los guardafronteras y podían evitar un desagradable encuentro. Tenían que llegar pronto a La Habana. A la mañana siguiente cuando notaran su ausencia o más tarde cuando fuese ya una realidad que ambos se habían fugado, en el diario mural de la entrada del trabajo aparecería escrito “Abajo los traidores”. Imaginarse ver sus nombres con letras bien negras le ponía a Sonia la piel de gallina. No sería capaz de tolerar un acto de repudio. Tenían que apurarse y llegar ya. En pocas horas deberían presentarse a trabajar como si nada hubiese pasado. ¿Podrían esconder tanta desgracia junta?. ¿Serían capaces de disfrazar lo acontecido?.

Dios estuvo de su lado. Les pilló el alba recogiendo de vuelta los enseres. Al parecer nadie en la cuadra se percató de nada, menos en la oficina donde se incorporaron nuevamente con su rutina habitual, pero sin alas en el corazón. Los cubrió la sombra de la desdicha y días más tarde su esposo fallecía en una clínica cubana producto de un derrame cerebral. Recostada al ataúd donde ya descansaba su esposo le prometió que ella insistiría en salir del país y llevaría consigo su sueño.

Sonia se sumó en la angustia pero no cejó en su empeño y un año más tarde gracias a su dedicación y empuje logró abandonar Cuba por la vía legal. Un Ilushin 62 la llevó a la tierra que quiso compartir con su marido, la remontó a los sueños que juntos tejieron y la separó definitivamente de la cara obscura de la luna, como ella decía refiriéndose a Cuba.

Ahora desde la otra orilla recuerda con tristeza y pasión, mientras ve aparecer frente a ella, por el horizonte, una vez más, el suave brillo del amanecer.

Fin

La Habana 2006

domingo, 21 de enero de 2018

"El Abandono"





"El Abandono"

Se levantó la absurda restricción. Bueno, una de las tantas. Se abre una ventanita, estrecha pero abierta al fin y al cabo. La esperanza de ahora en adelante tendrá más que rendijas clandestinas para escabullirse a sus anchas en la isla que nos cobijó durante treinta y picos de años.
Desde anoche un grupo de cubanos se ha vestido de fiesta. Hoy las banderas ondean con más ganas, batidas por las brisas de abril de este Miami mañanero con su primavera atípica. Desde mi ventana escucho algarabía y música. Trato de acompañar mi nostalgia y tu ausencia con cualquier melodía para ver si me toca alguna nota espontanea que arranque esta soledad perversa. Tu vacío sigue perpetuo en el tiempo, y tu recuerdo se transforma en ese poco de ti que me sirve para sobrevivir a este otro encierro en esta tierra extranjera.

Aquí está mi futuro como tú querías, pero tú no estás en él desde que aquellas olas atrevidas, de otro abril parecido a este, separaron nuestros caminos. Esa noche, antes de perder la razón susurrabas algo, besé tus rasguños salados y dejé de existir hasta que me rescataron inconsciente en esta otra orilla. Yo logré el salto, mientras tú quedaste atrapado en ese enredo de obscuridad y naufragio.

Hoy que puedo volver, algunos preguntarán para qué. No entienden la necesidad de conversarte desde la misma tierra que también amaste y donde tejimos nuestros sueños truncos. Llegando a La Habana se que se me erizará la piel. Voltearé la cabeza para acá y para allá tratando de hallarte. Te inventaré en cualquier esquina, restaurada o maltrecha con vista al mar donde pueda llorarte, sin que el resto me vea sufrir, para con mis lágrimas cicatrizar las profundas heridas de este siniestro abandono.


Fin

Abril 2009