CORREO ELECTRONICO

lunes, 20 de agosto de 2012

“Mujer enamorada aferrada al volante”




“Mujer enamorada aferrada al volante”



La mañana ha sido en rigor una mala mañana para esta mujer que trata, a toda velocidad, de sortear un tráfico infernal y desmedido. Ella sin darse cuenta aparente, rejuvenece con el sol que entra impetuoso por la ventana calentando su brazo izquierdo, ese que lleva apoyado con marcado desdén sobre el marco de la puerta. Se lleva a la boca un pedazo de galleta y masculla frases que sólo ella logra interpretar. Trata de concretar los anhelos postergados y volcar a su vez el caudal de energía que le ayuden en cierta medida a poner punto final a los conflictos de su pasado. Atrás está una familia quebrada por situaciones que no vale la pena mencionar, una mujer dañada, una pareja trunca, una relación a medio andar por el fruto que de ella quedó, sus tiernos hijos.

No ha sido víctima de la ciber-infidelidad, ni de la infelicidad común y trasparente, pero definitivamente le ha tocado vivir un cuadro de soledad, del cual intentó escapar abruptamente. Se salió sin aviso de una existencia que la estaba metiendo por caminos tormentosos. Se convenció que no podía vivir como proyección del otro, eso era falso, porque estaba perdiendo en cada amanecer el espacio natural de la intimidad, se frustraban los sueños individuales y se malograban una a una las buenas causas, y entonces cuando creyó que todo andaba bien, o mejoraría, la relación dejó de ser equilibrada y distendida.
Hoy día sus necesidades no están propiamente insertas al volante, pero éste se torna canal de respuestas al curso definido de sus inquietudes y preocupaciones. Sabe a ciencia cierta que las contingencias del pasado no son más que eso, por tanto no vale la pena recordarlas ni compartirlas. Avanza a su ritmo acelerado, aunque el resto diga lo contrario. ¿Y qué es el resto? Sólo un tumulto de esto y de lo otro, que no da color a su vida, aunque le aporte un cierto matiz indiscutiblemente. Agotada del sarcasmo e ironía de algún colega de trabajo ha optado por dejar de lado los comentarios y fija su vista al frente, en ese vericueto de carros que se deslizan a igual, menor, o mayor velocidad. A su propio pulso, los evade temeraria, los enfrenta sin consentimientos y los vence.

Vuelve a la oficina a las dos y pico y se sirve una ensalada rociada con aceite de palta porque sabe que además de sabrosa, ayuda a disminuir los niveles de colesterol sanguíneo y reduce el riesgo de sufrir enfermedades cardiacas, en otras palabras, colabora desde su interior con su estado de ánimo reposado cuando está lejos de su auto. No se deja influir por las opiniones derrotistas e inocuas de algunos de sus pares, por los temas obsoletos o discusiones insulsas. Sabe que tratar bien a los otros, es un valor positivo que hay necesariamente que inculcar tanto en los mensajes verbales que pueden ser cortísimos, como hasta en las acciones concretas, cuidadosas y leales para con el resto.

Después de disfrutar su verde ensalada vuelve a su timón firme y decidida. En uno de los largos tacos de Américo Vespucio, sintoniza la radio de su recién enchulada camioneta y deja escapar un bolero que le empieza a emborrachar el corazón:

Camino del puente me iré,
A tirar tu cariño al rio,
Miraré como cae al vacío,
Y se lo lleva la corriente.
Un hoyo profundo abriré,
En una montaña lejana,
Para enterrar las mañanas,
Que entre tus brazos pasé.

Sus ojos dejan de ser azul opaco, toma su botella de agua mineral y se engulle otra galleta dietética. Porque está en sus manos volver a sentirse segura y reconfortada. Está convencida que la ansiedad y el intento de control, sumados, llevan a las personas a tomar malas decisiones, repitiendo los mismos errores, sometiéndose a las mismas nimiedades. “El lenguaje interno es una poderosa forma de conocimiento de si mismo”, leyó días atrás en una revista de esas que circulan sin dirección ni destino en su estrecha y convulsionada oficina. Recuerda que era un ejemplar de “Ya” del Mercurio, que recibe todos los martes, pero que ella sólo alcanza a hojear los domingos en la tarde, después que ha bajado el cerro con igual intensidad, atropelladora e incansable. Para ella el artefacto lúdico de dos ruedas no es más que la continuidad de su auto desbocado. Su tarde no termina con el entretenido paseo y esfuerzo bicicletero. El hogar, los niños, los sueños colman su mente alegre y optimista.

Deja de lado sus cavilaciones y vuelve a concentrarse en el timón. Intenta calmar su ritmo, pero la palanca de cambio y el acelerador son, juntos, más fuertes. En dirección contraria, bajando la cuesta hay un taco de igual magnitud, peor al que ha sido sometida ella. Una carroza fúnebre y sus fieles se derriten bajo este sol veraniego de Santiago. Todos se notan impacientes porque el cortejo es más lento de lo normal. Los dolientes se acaloran en sus asientos y reclaman cambiando el llanto por los perjurios. Cierto que el muerto tendrá todo el tiempo del mundo, en cambio ellos, se deben al reloj terrenal y sus impertinentes cotidianas obligaciones. Unos deben regresar a su oficina aunque sólo sea para timbrar la hora de salida, otros tienen pendiente el encuentro ocasional en el Happy hour: “El muerto al hoyo y el vivo al pollo”, otras deben pasar aún por la peluquería, la manicure, la modista, porque se avecina el tan esperado fin de semana con su eterno carrete capitalino.

“Ve, ve, todos están apurados”. Se justifica para si misma, comentándole al copiloto que salta de vértigo en su asiento. Ipso facto trata de esquivar el taco. Con su risa como manantial continúa su apogeo, majadero en ocasiones, llenando el resto de inquietud sin proponérselo.

Por el retrovisor alcanza a ver la hilera de autos que se pierden cuesta abajo entre el hollín del atardecer. Una ambulancia con su vómito de sirena obliga a todos a hacerse a un lado y ella, astuta, se cuelga al trasero de la clínica rodante para ganar espacio y tiempo. Logra, como otras tantas veces, escabullirse entre este tropel de aluminio y ruido. Y sigue velozmente con sus llagas de amor, llanto , olvido, amarguras, soledad, ansiedad, esas que yacen en su tierno corazón y que no puede lanzar al mar porque le queda demasiado lejos pero que intenta verter de algún modo al asfalto de este gran Santiago contaminado.

Y por delante una luz, que sólo ve ella porque sigue estando totalmente enamorada de esta vida que le tocó vivir y que para mal o para bien seguirá vinculándola a su dócil y a la vez firme e inquietante volante.

Fin

Comentarios: Los versos arriba descrito, son estrofas del Bolero “Camino del puente”
Santiago de Chile, Noviembre 2008.

Comentarios de los seguidores: 25/08/2012. Conociendo tu trayectoria literaria y recordando esas anécdotas e historias que nos contabas, intuyo que ésta es vivencial. Retratas muy bien el trajín de Santiago y a esa mujer cuya historia personal la descarga frente al volante de su auto o "carro" como tú decías. Gracias Manuel. pd:Parece que en todas las oficinas hay ángeles y diablos.