“Cuando
alguien juzgue su camino, ofrézcale sus zapatos”
07:15
am
Hace
solo unos días atrás, en la sala de mi casa en Santiago, Macarena,
una amiga chilena, me enrostró que yo, con mis comentarios llenos de
agrios detalles, estaba siendo demasiado crítico y duro con Cuba,
con la isla que se deja amar y disfrutar tal como ella se presenta,
con sus encantos y desaciertos, que son hartos, con su movimiento
lento y coqueteo perverso casi fantasmal.
Ahora,
instalado en esta isla, la misma de la cual hablábamos entonces,
trato de disfrazar los defectos para no pecar de crítico visceral.
¿Qué habrá calado en Macarena que vuelve una y otra vez desde tan
lejos? Creo entenderlo pero no voy, al menos hoy, a hacer
elucubraciones al respecto. Observo el techo a punto de caerse, las
paredes roídas, las tristes vigas a la vista, la pintura saltada,
las ventanas sin bisagras, la casa sin luz. No lograrán esos
detalles, insignificantes para algunos, arrastrarme hacia ácidas
conclusiones.
07:30
am
De
pura curiosidad intento descifrar la lógica de la estructura del
apartamento, recovecos que obedecen a la urgente necesidad de acomodo
y practicismo más que a lo relativamente estético. Me percato que
por la ventana abierta desde siempre de par en par comienza a colarse
la luz del día que presagia ser caluroso e intenso, dejando la luna
desnuda afuera, como retraída mirando de reojo a La Habana que
despierta lenta amarrada al apagón general.
Desde
la cama sigo observando los estragos que el tiempo ha provocado en
las añosas paredes. Quiero incorporarme. Las grietas que vienen y
van componiendo un rompecabezas me detienen por curiosidad. Ese manto
de hoyos y parches se multiplica por años y grita por una manito de
gato. Estoy solo en casa porque mi hermana y mi madre, anfitrionas,
han tenido que ir a trabajar. ¡Qué no solo de cháchara vive el
pobre!- dice mi madre. Ambas están empleadas en una casa de un
extranjero en la zona del bienaventurado reparto habanero de Miramar.
Si consideramos que la jubilación de cada una es de trece dólares
al mes, con esta entrada extra se van abriendo camino, no al
estrellato precisamente porque en realidad toda la platica se diluye
ayudando al prójimo y a la numerosa familia del interior. Pero vaya
que sirve ese dinerito extra.
Mi
madre antes de salir ya había regado sus plantas con esmero para
evitarles un día sediento. Los pajaritos, que son muchos y anidan en
los huecos que hay en el techo, revolotean sin cesar con su canto que
rompe el silencio yendo y viniendo entre el escombro y las húmedas
hojas de las múltiples verdes maticas.
Antes
de marcharse me aclararon por enésima vez que les gustaría quedarse
conmigo para charlar y recordar, pero el deber obliga. Mi madre
marcada de por vida por las consignas y mi hermana ceñida a las
obligaciones aprendidas desde que era pionera comunista, saben que
esta es ahora su nueva y más importante trinchera de lucha. ¡No
podemos fallar! ¡Ay que ganarse los chícharos, mi hermano! . De
todas formas han rearmado la agenda y ya tendremos tiempo suficiente
para ir a la playa y recorrer esos rincones de La Habana que ellas
saben tanto me entusiasman: entrar por un mojito espléndido en yerba
buena a los bares nostálgicos llenos de música y sabor tropical.
Habrá tiempo para reconfortar la memoria en cada espacio habanero
desde donde siempre aparece un eco lleno de soledad y pérdida. Hay
que vivir el día a día con toda calma y como dijo Macarena. “Hay
que saber querer a La Habana tal y como ella se presenta”.
Tengo
ganas de empezar el día. Me percato que no hay mucho ruido, excepto
el de los pajaritos, y a lo lejos de vez en vez el ronquido de algún
auto. El silencio es casi total. El apagón sorprendió al barrio
cuando estaba despertando. Cada familia, acostumbrada de por vida a
este suceso, se desenvolvió como pudo y salió presto a trabajar. Me
tiro de la cama para prepararme una taza de té pero tropiezo con la
cruda realidad. No podré ocupar el microondas, ni escuchar la radio,
ni podré ver tele, ni podré bañarme porque el motor quedó varado
a falta de fluido eléctrico. ¡Nada, hay que esperar!
08:00
am
Recurro
a la nota que me dejó mi hermana en la puerta del refrigerador.
Advertencia: Lo más importante es no perder de vista el refrigerador
pues si empieza a descongelarse se encharcará, se armará el apateo
y lo más terrible, filtrará agua al piso inferior. Ya ha ocurrido
antes y aunque el inquilino de abajo es buen revolucionario y de
buenos modales, monta tremendo berrinche sin contemplaciones. ¡Vaya
tarea! Que cuide no se eche a perder la cuota de pollo que recibieron
ayer. _Mijo, tercera vez en el año que nos aplican la fórmula
“Pollo por pescado”, y con las ganas que tengo de comerme aunque
sea unas croqueticas de jurel- había dicho mi madre antes de salir.
08:30
am
Como
no hay mucho que hacer me siento en el cómodo balance a esperar. En
la sala hay varios portarretratos con fotos familiares que me
acompañan. Repaso a través de las fotografías breves historias: la
prima que se ahogó en su décimo intento tratando de escapar en una
maltrecha balsa, el primo médico, que desde un año cumple
exitosamente misión en Venezuela, el tío que se ahorcó después de
volver de Angola, la sobrina que vive en Miami, la tía que falleció
sin ver las grandes alamedas, el abuelo que no pudo cumplir su sueño
“afeitarse con cuchilla Gillette antes de morir”, el amigo que
está preso por matar una vaca, la amiga que no pudo ingresar a la
compañía de ballet clásico Alicia Alonso pero sigue triunfando
como corista en Tropicana a la espera de que un extranjero se enamore
de ella y se la lleve fuera. Cuántas historias atrapadas tras esos
pulcros vidrios.
10:15
am
Son
las diez y pico. Estoy atado al ritmo del balance tomando la brisa
mañanera. Todavía no hay señales de energía eléctrica y podría
continuar el apagón hasta pasada las dos de la tarde, al menos eso
me confirmó la vecina que como coordinadora del Comité de Defensa
de la Revolución lo sabe todo. Dice que no me preocupe que “esto
es una excepción que ocurre con frecuencia”, que “el incidente
responde a la necesidad de terminar unos trabajos para que el futuro
sea verdaderamente luminoso”. ¡Vaya forma de manejar el lenguaje!
Su cándida nieta que arrastra un pálido juguete de madera y una
muñeca negra sin brazos dice ingenuamente que aproveche el sol que
es harto y gratis. En realidad me obligo a guardar todo el calor
posible que luego de regreso a Chile echaré de menos el resto del
año.
11:00
am
¡Qué
sorpresa! Me acaba de llamar Ivelis Sotomayor. Amiga de muchos
veranos. Me sorprendió su llamada porque yo juraba que estaba en
Italia. _No muchacho, lo mío es “entra y sale” para no perder
los permisos de uno u otro lado. Hay que defenderse. Después te
cuento con detalles. Te voy a pasar a buscar ahorita mismo a la
embajada para dar una vueltecita y conversamos. Oye muchacho desmaya,
no cojas lucha con la luz que esto es Cuba y lo demás es bobería.
Cuelgo
el teléfono y reflexiono: ¡Vaya filosofía!
Cuando
dijo “embajada” sabía que se refería a mi casa ; bueno al
departamento de mi familia, rebautizado así por el ir y venir de
tantos cubanos y extranjeros. Coloquialmente le dicen la embajada
porque acá pasa lleno y la mayoría viene por trámites. Mi madre es
algo así como la encargada del suministro, preocupada de que no
falte el bistecito de puerco, el tan requerido mamífero nacional
como dice la canción de Buena Fe, los tostones a su punto y la yuca
con mojo bien adobada. Ella siempre recuperando del ayer y trayendo a
la memoria esos paladares exquisitos de entonces. Mi hermana en
cambio es la relacionadora pública, la encargada de las excursiones
y las recomendaciones de adónde ir y por dónde definitivamente no
se puede pasar. Porque este país también tiene sus callejones sin
salidas, su mundo tenebroso lleno de mentes oscuras y malsanas al
acecho de inexpertos e ingenuos visitantes.
Entonces
el apartamentico es la sede de todo evento, pues vienen del interior
al médico, otros realizan sus trámites de salida a EEUU en la
oficina de intereses, unos vienen a la playa como si las de ellos no
fueran buenas. Y no falta el que pasa a desayunar, a tomar una
coladita de café, a almorzar o merendar porque si algo se cultiva
aquí son las buenas relaciones y como dice María Rabassa “De acá
no se marcha nadie sin comer”. Recién la semana pasada estuvo
Sonia, una prima camagüeyana, quien de vez en vez se da un salto
desde Miami con su retahíla de bártulos inundando el espacio,
revoloteando el ambiente con sus entretenidas tertulias e
interminables rondas de traguitos de café. Cuando se marchó no
alcanzaron a cambiar las sábanas y ya había otra prima
anunciándose. Es que está embarazada y necesitaba venir a La Habana
por enseres de maternidad. ¡Qué horror! En realidad ellas lo
disfrutan y se mantienen atareadas y chachareando gran parte del día.
Ahora la embajada me acoge a mí por quince días. Soy el ilustre
visitante en medio del apagón.
12:30
pm
Ivelis
pasó a recogerme en su carro para dar una vuelta corta.
Inmediatamente después de los abrazos y saludos correspondientes me
pide agua porque según ella “hasta el agua sabe mejor en esta
casa”. ¡Qué curioso! Le ofrezco jugo de guayaba que aún se
mantiene bien frío. En el trayecto que el vaso va de la mesita a su
sedienta boca me dice:
_Nosotros
somos bien parecidos, ambos seguimos obsesionados con La Habana.
Necesitamos de ella siempre, su pasión, su ternura
_¡Cuánta
verdad!
_Mírame,
yo podría quedarme para siempre en Italia, pero tú sabes que la
cosa en Europa está difícil y acá uno se defiende. ¿Tú me
entiendes?. Además tengo a mi madre que no se mueve ni a palos de su
terruño. Por el momento ella es mi karma
Está
tan rico el jugo que se dispara dos y antes de que pida el tercero ya
vamos camino al auto.
12:45
pm
Ivelis
anda en un Lada bastante destartalado del cual, a pesar de parecer un
verdadero despojo de chatarra, está muy orgullosa. Arrancamos como
decimos los cubanos, pero la partida fue a duras penas, uno, dos,
tres intentos, nada. El carro estaba como sofocado. Se bajó rauda,
abrió el capó, estrujó unas cuantas tuercas, se frotó las manos
en un paño con tremenda parsimonia y ayudada por dos negros
fortachones que empujaban desde atrás, logró hacer andar el
cacharro. Salió aquella máquina envuelta en humo, emitiendo gases
contaminantes disimulados en una gran nube de humo negro que gracias
al clima de la isla se diluía rápidamente y luego se perdía en el
prístino aire capitalino. El sufrido motor rugía de espasmos, los
hierros sonaban como lata de carnaval, creí que habían algunos
tornillos sueltos. -Tranquilo chico, la mayoría anda así. Si te
fijas las puertas no cierran bien, los asientos han perdidos su
follaje, la suspensión mala, el chasis casi pegado al asfalto o lo
que va quedando de él ( del asfalto y del chasis) ¿Tú me
entiendes, verdad?
Enfrentamos
la calle Linea y luego doblamos la calle M con tremendo aspaviento.
El recorrido es lento, porque el auto así lo requiere, pero
placentero. La brisa marina enfurecida y agradable golpea sutilmente
la piel y ya empezamos a broncearnos. ¿Cómo podría dejar de soñar
con este sol?. Es que en Chile siempre llevo a Cuba a la espalda, es
como una mochila muy pesada, cargada de fuertes emociones que me
hacen regresar una y otra vez.
Disfruto
la conversación con Ivelis, la graciosa y espontánea manera de
comunicarse, la sobreabundancia de movimientos naturales. La escucho
y no dejo de grabar en mi memoria todo alrededor. Los cubanos sonríen
más, a pesar de los pesares, saludan con los brazos en alto,
palmotean, se expresan con discursos estentóreos llenos de modismos
y pocos garabatos, un “coño o cojones” de vez en vez como
expresión de sorpresa pero que no enlutan para nada el lenguaje
genuino. La incontinencia verbal se ve en cada esquina. Sobran los
ojos grandes, sobran nalgatorios voluminosos, sobran negros atléticos
que se han hecho vigorosos pedaleando, traspirados pero contentos,
sobran niños esbeltos impecablemente uniformados con rojas pañoletas
anudadas al cuello. También se ven otros muchachitos en short y
descalzos por opción, quienes, ajenos a todo, corren ágiles y
felices tras una maltratada pelota. Digo “por opción” porque no
me cabe la menor duda de que sus padres al igual que los míos no se
contentan con los dos pares anuales que tocan por la tarjeta de
abastecimiento: los famosos colegiales y el par de salir, que servía
lo mismo para ir a la playa, que al cine o a misa. Bueno lo de la
misa duró, como ya se supone, hasta que el Partido prohibió la
religión.
Ahí
está el grandilocuente edificio Focsa. Abajo, en sus sucias y
lúgubres tiendas con artículos en divisas, dos ordenadas filas a la
espera de no sé qué, flanquean dos de sus entradas. Ivelis, que se
conoce el barrio al derecho y al revés, específicamente por arriba
y por abajo pues se codea además con el mundillo intelectual
underground, me explica que alguien dio el dato que están por sacar
a la venta nuevos modelos de zapatos. Atendiendo a mi cara incrédula
y un silencio delator, antes que yo le plantee que eso es consumismo
ya ella me ha leído el pensamiento y agrega;_En ninguna parte Marx
escribió que para ser buen revolucionario había que andar con los
zapatos rotos. - Eso es totalmente cierto, chica- respondo yo.
Llegamos
a 23 e Ivelis propone subir por esa céntrica arteria. Pasamos por la
esquina de L, a un costado el cine Yara . Hoy no exhiben “Pieza
inconclusa para piano mecánico” ni “La gaviota” de Chejov.
Desde hace dos décadas han olvidado el cine soviético sin que haya
decaído la calidad cinematográfica. Ahora están dando
“Habanastation”. Ivelis rápida como ella sola, mientras gira el
manubrio y manipula la caja destartalada de cambio me cuenta que se
trata de una tremenda película aparentemente ingenua sobre niños,
quienes a pesar de estar en la misma escuela tienen realidades
diametralmente opuestas. Uno es de un barrio marginal y el otro del
lujoso entorno de Miramar. A través de una aventura donde se
ven unidos e identificados en una historia común se devela la Cuba
de hoy. Ivelis aclara que ya la ha visto el Partido, y los órganos
competentes han dado el “vamos” y que estará varios días en
cartelera. Eso de que ya lo ha visto el partido me hizo regresar al
año noventa y tres cuando se estrenó “Fresa y Chocolate”, una
película que puso a los cubanos frente a sus propios prejuicios
sexuales. Antes de ser exhibida, primero tuvo que cruzar el
escrutinio de los cuadros del partido para que a través de
desmedidos debates los militantes aprendieran a bajar la información
sobre el contenido de dicha película a las masas populares.
La
cola es larga y como espejo surrealista se aprecia la misma fila, con
igual o mayor longitud, al otro lado, en Coppelia, la heladería más
grande de Cuba. ¡Que va Ivelis, con estas filas no tendré tiempo ni
para helados ni para películas!
Paramos
en algunos lugares con el riesgo de quedar encangrejados pero la
providencia nos acompañó. En un portal de una casona decimonónica
una veterana custodiaba celosamente ingeniosos atriles repletos de
cientos de CD pirateados. Ivelis me recomendó comprar un disco de
Laritza Bacallao y de La Charanga Habanera, dice que en ritmo ambos
la llevan. ¡Veremos!
La
céntrica calle 23 se ve con bastante movimiento. Se nota que hay
muchos más timbiriches que antes, donde fríen y refríen productos
de dudosa procedencia, con cero higiene. Un carnicero, intuyo que lo
es por la bata que alguna vez fue blanca, manipulaba la carne y el
dinero sin escrúpulos y hasta le alcanzaba el ingenio para
espantarse las moscas y las gotas de sudor que corrían por su cara.
Ivelis, alzando la voz por encima del ruido estrepitoso del motor,
corrige- es que con esta humedad, muchacho, ya tú sabes, a
cualquiera le corren las gotas, ¿tú me entiendes?
Eso
es verdad pero no todos se rascan las presas con tanto esmero y
parsimonia como lo hacía este. Una vez escarbado con deleite sus
genitales se llevó los dedos a la nariz para olfatear su bajo fondo
con genuino gesto de animal de potrero. ¡Atroz!
Cierto
que no se ven las pizzas de la década del noventa hechas con
preservativos ni los famosos pan con bistec que no eran más que
frazadas de piso adobadas con mucho ajo y cebolla, pero acoto “paso”
cuando Ivelis me invita a comer algo.
Ahí
están los mismos antiquísimos estanquillos con otra generación de
viejos esperando. El mismo Granma y Juventud Rebelde de siempre está
por llegar, con la salvedad de que hoy día adquirir el diario a
veinte centavos es una verdadera odisea. Se agotan rápidamente pero
luego a vista y paciencia de las autoridades aparecen los
revendedores ofreciendo el mismo peridicucho a peso. Ya son conocidos
en La Habana como la mafia de los estanquillos.
El
parquecito del Quijote sigue anhelando mejores tiempos. A un costado
una pequeña carpa blanca con techo amarillo anunciaba venta de
libros. Ivelis se detiene en un lugar donde está señalizado
“prohibido estacionarse” -No te preocupes, echa una mirada a ver
si encuentras algo, mientras yo fingiré que arreglo el carro. Mitad
mentira ,mitad verdad -y se echa a reír. Sale con su trapo
engrasado, abre el capó. La dejo con sus menesteres y me interno en
la carpa literaria. No hay mucho que vitrinear pero me decido por un
libro que parece ser prometedor. No sé, pura intuición “País con
litteras” si, con doble T, a solo diez pesos cubanos, o sea,
cuarenta y cinco centavos dólar. Hecho. Me lo llevo.
14:00
pm
Bajamos
La Rampa hasta el malecón. En el trayecto siguen apareciendo
paladares, casas remozadas y edificios destartalados. Me sorprende
que el Somellian esté aún vacío y la grúa que lleva más de tres
lustros anclada a él, siga impertérrita. Somellian es uno de los
tantos edificios emblemáticos terminado en el año cincuenta y
siete. Qué despilfarro, con tanta gente sin viviendas y esta mole de
treinta pisos que alguna vez fue elegante se derrite frente al
malecón. Es una jaula triste de mar y sal que gritando
permanentemente “Auxilio”.
Hubiera
paseado más, total ya me acostumbré al olor a gasolina que despide
el carro, pero recordé que debo estar atento al refrigerador.
Iveliss se despide recurriendo a un antiguo chiste local _Me voy
directo al trabajo o sea voy a hacer como que trabajo, para que el
Estado haga como que me paga.
Me
apeo en casa. Trato de subir al apartamento entre dos bicicleteros
quienes han dejado de pedalear sus bicitaxis un rato para
concentrarse en en un tablado de ajedrez que han tendido en el suelo
frente a la escalera de acceso.
_Permiso.
_Pasa
broder.
Una
vez que he atravesado el muro de fichas plásticas uno de ellos
exclama _cojones men, cuando estamos en lo mejor, siempre viene
alguien a interrumpir. ¡Le zumba el mango!
Yo,
con una amplia sonrisa, les respondo en chileno ¡Váyanse a la
chucha!. No corro riesgo de que contesten, ellos no entienden esa
expresión. Chucha no es más que el nombre de alguna vecina.
14:30
pm
Me
he saltado el trámite del trasvasije de piezas de pollos porque hay
luz. Quiero ponerme al día y enciendo el ventilador, pongo a hervir
la tetera, caliento unas croqueticas al horno, prendo la tele. Recojo
agua en baldes. Todo, con movimientos supersónicos por si se vuelve
a ir la corriente.
Sin
prestar mucha atención a las imágenes de la tele, escucho desde la
cocina que hablan de cumplimento y sobrecumplimento de metas cuando
en la calle el desabastecimiento es evidente y las colas para esto o
lo otro dan fe de ello. Los cubanos que están atentos a cuándo
tendrán papa en su mesa se enteran de que las primeras ya se
distribuyen en La Habana y Alquízar, pronto en el resto del país
equitativamente. Ver para creer. Acto seguido hablan del Comandante
Eterno y Supremo refiriéndose a Chávez que ha alcanzado más grados
que el Comandante de acá. ¡Qué lata! Luego se meten en el tema de
Bolivia. Presto atención y pienso ¿Qué opinarán los izquierdistas
chilenos ante tanto uso y abuso de la propaganda socialista cubana
a favor de la demanda del compañero Evo “Mar para Bolivia”? ¿Se
indignarían? ¿reconocerían que Cuba está haciendo jugada de
injerencista?. A lo mejor perdonarían pensando que es parte de la
diplomacia de los países con buenas intenciones, que esas fatuas
consignas son frutos de las descabelladas ideas del decrépito
Comandante en Jefe; al viejo se le perdona todo, total de qué sirve
contrariarle si está en el ocaso de su vida. Apago la tele agobiado
de tanta letanía.
15:00
pm
Dentro
de un par de horas, quizás antes, si es que mi hermana consigue
trasporte, tendré la compañía de ambas. Como el apartamento
me da claustrofobia decido ir al malecón buscando que el milagro
aparezca de la nada. Mientras avanzo hacia la ancha avenida
custodiado por un sol sano, veo gente de todo tipo, el empedernido
alcohólico urbano, cocido mucho antes de que se ponga el sol, la
señora con la bemba bien colorada que con desgano quizás llena de
frustraciones arrastra al perro feo y flaco, un gringo aperado de
vistosa cámara fotográfica, fumando un gran puro, dejándose
perseguir coquetamente por tres negros, efebos musculosos, dispuestos
a hacer de la diversidad sexual su lema de acción. Un pedazo de
música callejera y remota me acompaña. El texto irreproducible. ¿No
había leído que el Partido Comunista había intervenido el tipo de
reggaeton que podían escuchar los cubanos? Lo mismo ocurrió en mi
adolescencia cuando no podíamos ni mencionar a los Beatles o a Celia
Cruz porque eso era diversionismo ideológico. Muchos artistas
entonces fueron desterrados de la radio por el aparato marxista. ¡Qué
código!
Sigo
rumbo al malecón viendo gigantografías que proclaman la igualdad.
Esa igualdad que se empareja hacia abajo, pues asegura el Estado que
es el bloqueo norteamericano quien no da tregua al pueblo.
16:30
pm
En
esta hora que llevo sentado en el malecón se ha enmudecido mi vida.
He visto por doquier traficantes de tabacos, maleantes sin
escrúpulos, jineteras que no cumplen muchas primaveras, todo
lo intolerable con un gobierno a la cabeza que se define
comunista. No era esta la Cuba que yo tendría en mi mundo
adulto, según las charlas en las escuelas al campo y las reuniones
comunistas. Nos hicieron creer que todos éramos y seríamos iguales,
en cambio yo veo hoy con desazón como el billete verde se torna cada
vez más poderoso, veo un país de doble moneda y doble moral donde
unos pocos tienen mucho y muchos no tienen nada. ¿Están los cubanos
condenados a perderse? ¿Todo ese fervor revolucionario fue sólo
parte de un periodo succionado por la nada?
De
soslayo miro al grupo de negritos que sobre las rocas lanzan cordeles
de nylon a la usanza del otro Manuel de El Viejo y el Mar de
Hemingway. Buscan con anhelo algo en ese mar que se extiende hoy como
regia barrera y extenso muro en lugar de ser franco puente.
Trato
de pensar diferente y ver esta Cuba desde otro ángulo, quiero creer
que los quince días serán fantásticos y quizás aunque no cambie
de opinión, me reserve mis ácidas criticas para darle el gusto a
Macarena cuando vuelva a Santiago, porque, ¿qué culpa tiene ella,
como otros tantos chilenos que no entiendan esta irrefutable
realidad? ¿cómo hacerles ver que una corta estadía en Cuba no les
develará la cruda verdad? ¿descubrirán que detrás de tantas sanas
sonrisas se esconden arruinadas esperanzas y un sinnúmero de sueños
mutilados? No creo. No me vengan con historias de logros. No me hagan
cuento chino porque yo soy de allí, de la gente de a pie, vengo de
conocer el rigor del desabastecimiento crónico, del trabajo
voluntario impuesto, del agobiante calor del surco de caña
improductivo, de la rudeza del indomable azadón que se enfrentó a
la zafra millonaria que nunca fue, de las eternas marchas
multitudinarias, del inminente y eterno apagón.
17:15
pm
Los
minutos transcurren velozmente mientras yo sigo enredado en el
análisis de lo que es y no debió ser. Me revuelco sobre las mismas
angustias que me invaden cada vez que visito mi tierra. Sentado en el
malecón quiero interpretar a mis espaldas una ciudad más optimista
y más sutil, tal como si estuviera esperando pacientemente un
prodigio. Los negritos ya se han marchado y en su lugar un viejo
trompetista acomoda su melodía a mis reflexiones. Pasa una morena
pregonando flores. Ignoro su alucinante colorido y vuelvo a mirar las
olas. Si, ahí está La Habana, espiándome, tal como ella es,
reflejada sobre las quietas aguas del inmenso Atlántico.
Falta
mucho para que el sol empiece a sumergirse en el horizonte, pero debo
regresar ya antes que el mar me trague con sus tibias caricias y su
perspicaz locuacidad.
Fin
La Habana 2015