CORREO ELECTRONICO

martes, 1 de diciembre de 2015

“La marcha de Laura”



“La marcha de Laura”

Laura, con la vista fija en sus flores, sumergida entre el verde de su patio y el azul del mar, está pensando en su único hijo, quien al igual que ella desde otra óptica pero con sus mismas fuerzas, trata de imprimirle a su vida un matiz diferente, emprendiendo su propio vuelo a pesar de las rejas que lo retienen en el cautiverio inhumano y primitivo. Laura peina su cabello canoso y poblado. Deja el peine sobre el sofá y se incorpora para acercarse al televisor en el preciso momento en que los medios de comunicación emiten imágenes de las Damas de Blanco durante las protestas de esta última semana. Una periodista las está acusando de mercenarias por prestarse para una campaña de desprestigio a la Revolución. Laura apaga el televisor de tanta impotencia y rabia.
Una vecina le grita desde afuera: “Laura están hablando de ustedes. Ay mi madre!”

“¡Que ya lo he escuchado mujer!” Grita ella con desgano. Retoca su peinado y alisa su pulcra ropa blanca almidonada.

A siete años de su encarcelamiento, después de ver vejados sus sueños, las madres y esposas de muchos opositores al régimen se han unido en un suceso sin precedente que ha provocado una movilización de ambas fuerzas, los que están a favor y los que están en contra. En su cuadra algunos la evitan, otros le han quitado el saludo matinal pero ninguno la increpa porque saben la raíz de su verdad.

Laura hoy espera completar su recorrido por los callejones de La Habana Vieja, llevando con orgullo sus gladiolos, blandiéndolos cual arma indestructible. Le gritarán “gusana”, a ella que siempre estuvo del lado del deber, nacida para luchar y ganar en cada batalla que le encomendaba la joven revolución. Fue una de las fundadoras de los Comité, fue maestra alfabetizadora, anduvo de campo en campo en cuanto trabajo voluntario inventaba el gobierno. Cuando su marido se fue a luchar a Angola, allá por el setenta y ocho, se dedicó por completo a la educación de su hijo y a la Revolución con sus metas cotidianas, pensando en el mañana luminoso que le habían prometido y nunca llegó.

Ya es la hora. Otras mujeres con similares atuendos tocan a su puerta. Besos y abrazos. “En la calle está el resto” “¡Vámonos!”

Por delante está la calle Obispo, Neptuno y otras cuadras que sabrán de su marcha. No está segura si podrá reponerse y tolerar la gritería que ha de desatarse a su alrededor. Que alguien le vuelva a gritar “Negra de mierda”, en un país que cree en la igualdad y condena la discriminación, no es nada comparado con su dolor interno. La marcha últimamente la ha hecho más fuerte y cada vez más le permite establecer lazos y relaciones verdaderamente estrechas con otras mujeres, madres y esposas de la misma causa. El gobierno intentando mostrar su fuerza, ha puesto en la palestra su verdadera debilidad y fragilidad. El gobierno fomentará la bulla, en cambio ellas seguirán la marcha en silencio.

Su silencio es su esperanza, su silencio es su venganza, su silencio es su reclamo. La marcha hablará por si sola, desde la vida común, desde las formas en que se manifiesta el descontento contenido. Hablan los rostros de quienes marchan, el rostro de Laura que ya no es parte del rebaño. Laura siente que algo importante en ella ha cambiado. Y entiéndase que no está reclamando por la escasez de alimentos y medicinas, ni por los eternos apagones, ni por la falta de agua que es común en su barrio, ni por la desigualdad entre turistas y pobladores, ni porque le tienen intervenido el teléfono, ni por las cartas que nunca le llegan, ni por su vida que se ha visto envuelta en llamas. Laura cree fervientemente en esta nueva lucha, está peleando para que se reconozcan y respeten los derechos mínimos de su hijo que aunque piense diferente es y será un ser humano.



Fin

miércoles, 4 de noviembre de 2015

“Cumpliendo deseos”





                                     “Cumpliendo deseos”



Una amiga chilena me comentó que su marido siempre ha sido simpatizante del gobierno de Cuba y su sistema equitativo de repartir la pobreza. Últimamente ha estado acariciando la idea de irse a vivir a la isla.

Yo le ofrecí que, cuando se decida a regresar el primer cubano, lo vestimos de verde olivo, lo subimos a la misma balsa y lo embarcamos para allá.

No dudo que tendrá excelente acogida y saldrá en primera plana en el Granma, diario del Partido Comunista. Capaz que le otorguen de inmediato casa y tarjeta de abastecimiento de por vida.

Y sería un ¡Caso cerrado!


Santiago 2015

jueves, 1 de octubre de 2015

“Le zumba la berenjena”



                                                         “Le zumba la berenjena”

A Karelia tú sabes que de repente se le cruzan los cables y se pone de madre, pero nunca pierde la cordura total. Le basta un par de canciones para desarmarla y ponerla mansa y tierna. Te cuento que entró a la casa agilitada, cualquiera diría que andaba ese día con el moño virado, que desde que salió del edificio como a la una y pico todo le había salido mal. Aprovechando un respiro en el trabajo y que Alejandro estaba hasta tarde en la escuela se fue a Cojimar en busca de unas vianditas porque por esos lugares de repente aparecen cositas buenas y baratas. Ya tú sabes, cambalache y mercado negro nacional, porque con la tarjeta definitivamente no se vive en este país. Estuvo como tres horas “resolviendo”. Durante su recorrido creyó ser protagonista de una esas películas del sábado que vemos cuando hay luz. Se veía a si misma atravesando dos bosques y un cementerio que nunca existieron sino que eran resultado de su amarga aventura ceñida a su ingenua imaginación.¡Acá no he de volver ni muerta! Después de andar entre edificios miserables e iguales, de evadir unos cuantos cerros de escombros y tupidos matorrales que algunas vez fueron jardines o parques, terminó arrastrando dos javucos en Alamar. Y a pesar que tuvo suerte, porque hasta unas mazorcas de maíz encontró, el verdadero show comenzó al regreso. De vuelta estuvo una hora al resistero del sol en la parada de guaguas, a la salida de Alamar. Recién vino a entender porque a ese reparto lo llaman “La Siberia”, obvio: por lo feo, por lo destartalado, y por lo lejos que está de todo. Con esas calles trazadas en extraños ángulos cualquiera se puede perder. Es como si el mundo se acabara allí en ese barrio simple y popular. ¿Tú no has leído ese libro ruso que circula a escondidas “Doctor Zhivago”? Bueno, pues el panorama desolador es el mismo pero sin nieve. Es como una Siberia tropical, diría yo, donde la gente no se revela ante el sistema ni los problemas propios de él, sino que se limita a sufrirlos. La cotidianidad de esta otra Siberia es como una lucha sin cuartel, un tren varado en el pasado sin estación ni destino, un barrio lleno de negros delincuentes, descripción redundante para algunos, pero cotidiana en esta sociedad donde se supone se erradicó para siempre el racismo.

Pero chica, como aquí hasta las paredes tienen oído y capaz que me metan presa por hablar mierda, mejor sigamos con la historia.

Después de tanta espera llegó aquel traste viejo echando humo y sacudiendo ruido. A ella la subieron a empujones y cuando se creyó a salvo y feliz ( lo de feliz es para darle color al cuento, tú me entiendes, ¿verdad?) la guagua empezó a corcovear. Nada, que a un kilómetro y en medio el guagüero se encabronó y dijo que hasta allí llegaba el viaje “caballero, esta guagua se rompió” y se formó un arroz con mango de esos que se arman cuando reparten la papa, llega el pescado a la bodega o se acaba el pan. ¡Ni juicio hay! - se dijo a si misma parafraseando a su vecino Pedro, que ese si no coge lucha con nada y cuando se pone mala la cosa se toma un trago y se entusiasma el solo entonando cualquier antiguo bolero para borrar el sinsabor del presente que es efímero.

Bueno, pues te contaba que karelia quedó varada entre Cojímar y Alamar. Estaba en casa de las quimbambas y caminando no llegaría nunca al Vedado. El tumulto de gente que desembarcó como ganado de feria, se regó a lo largo de toda la carretera cual campo de batalla y ella que estaba a punto de fallecer por la debilidad, la humedad y el calor se detuvo sobre la mansa yerba que brotaba sin control a esperar un milagro. A esa hora el estómago, reclamando como corresponde, le pedía aunque fuese una croqueta con cebollita picada y harto perejil, miró la java como queriendo escarbarla con el pensamiento pero lo que llevaba necesitaba al menos una buena cocción. ¡Qué terrible!

Por lo menos había tenido la precaución de llenar una botellita plástica con agua, que por el calor ya sabía a té tibio sin azúcar. Antes que la sed se hiciese presente se percató que debía buscar refugio a la sombra. Divisó a lo lejos un cartel y corrió hacía allá. Se cobijó bajo la única pancarta que había en el camino. Ni te imaginas cómo agradeció aquel letrero gigante “Socialismo o Muerte” que por lo menos le brindaba un poco de confort a esa hora de la tarde cuando el astro solar incisivo raja las piedras.

Como no se veía un puñetero camello y aquella avenida parecía más potrero sin novillos que carretera central se vio obligada a coger una botella. Bueno lo de botella es un decir porque igual tuvo que pagar por el viaje. El almendrón le cobró en moneda convertible, como si ella con aquella java de viandas tuviera pinta de extranjera o de jinetera. Imagínate, ella que gana no más de catorce dólares al mes, tener que pagar con divisas. ¡Asesino!. Bueno, la desgracia tiene cara de hereje. Desenvolvió aquellos billeticos que olían a gloria y se entregó a lo que Dios le había puesto en el camino. Le pidió al chofer que la acercara hasta el parquecito de lo chinos o que la cruzara hasta La Habana eso era ya suficiente, lo importante era salir de esa pesadilla. Le tocó sentarse al lado de un gallego en camiseta y chancletas y cara de polilla, que andaba con una peste a grajo almacenado como de cinco días. Parece que venía de la playa Santa María por la mezcla de perfume, hedor y bronceador. “_¿Pero mijito, ustedes en España no conocen el desodorante? Legisla gallego, que acá con estos calores y esta maldita humedad se te fríen hasta los huevos”. Bueno, a decir verdad ella no dijo nada de esto que te cuento, pero sí que lo pensó.

En aquel carro fabricado en la década del cincuenta para que pasearan cuatro personas cómodamente, iban siete, cotorreando cada uno su tema, discutían de actualidad, nada de política que siempre se evita, sino de la cotidianidad, de lo bien que le va a alguien con la dieta, de lo importante que es hacer ejercicios, del calor que está haciendo en estos días. Cada uno se guarda su verdadero drama, ese del día a día y se enrolla en chistes y conversaciones banales que sirven para vomitar las dificultades disfrazadas con humor y alegría. El gallego en un arranque de sensiblería decía que le encantaba la libertad que se respiraba en Cuba, que los cubanos vivían con poco y que no necesitaban más en verdad, que un día de estos vendía su apartamento en Madrid y se radicaba definitivamente en esa isla encantada. Karelia lo miró de reojo y volteando la cara hacia la ventanilla contra el viento exclamó: ¡Comemierda! Si algún día lo llega a hacer, yo quisiera ver cuánto le durará el encantamiento. ¡Qué código!

Por suerte el galleguito dejó su trova barata y se bajó a la salida del túnel. Ella cree que andaba detrás del fondillo de alguna mulata con grandes guanabanas de esas que se entretienen en el malecón matando las horas hasta que aparece un bendito extranjero. Porque era evidente que ese andaba buscando jeba, trajín, folclor. Nada amiga, intercambio cultural entre nuestros pueblos.

Fíjate que a pesar del día tan ajetreado, esto de andar por acá y por allá resolviendo una maldita malanga, Karelia mantenía su grácil figura y su aspecto virginal. Nada, que andaba con el lindo subido, y las greñas paradas no le quedaba mal. Y eso que vestía sencillo y por collar llevaba esa cinta azul con las llaves del almacén que ella administra. Esas llaves no las pierde de vista porque si se descuida los compañeros la desvalijan de lo poquito y nada que hay para satisfacer las necesidades del establecimiento. Imagínate trabajar para alimentar a dirigentes y tener que ir a Siberia a buscar qué comer. Mientras no sea recompensada por su entrega en lo laboral, tendrá que seguir resolviendo a su manera.

Lo que te estaba contando es, que cuando se bajó del carro el gallego, se subió una negra gordísima que al parecer no tenía idea de lo que era el período especial. Toda aquella humanidad se la tiró encima a karelia. La apretujó contra el chofer sin posibilidades de reclamar. ¡Caballero, qué es esto!

El chofer que al parecer era candela y venía como ajumao, aprovechando la cercanía con ella le metió tremenda muela durante todo el recorrido, o lo que quedaba de viaje, que a esa hora ya no era tanto. Ella no soporta los curdas pero en este largo bregar le ha tocado compartir con varios. ¡Qué tipo más tártaro! Le empezó a decir que él tenía dos jimaguas, si, dos vejigos esperando por una madre, pues su esposa, que dicho sea de paso fue la mujer de su vida desde que él le voló el cartucho, había muerto en un accidente, dejando a los chamacos huérfanos. Karelia se preguntaba: “qué culpa tengo yo que la mujer haya cantado el manisero. Si la mujer se metió en la cajita de dulce de guayaba, que se busque otra, pero conmigo, nananina jabón candado. ¡Los fósforos!

Qué tipo mas guayabero. Insistía que tenía mucho dinero, que gracias a los viajecitos con las jinetreas y los encargos de los gallegos que venían a Cuba solo a templar ganaba más que cuando era administrador de una paladar en Cojimar. Ella no se iba a tragar ninguna de sus guayabas pues harto vieja estaba para andar creyendo sandeces. Andaría en la fuacata pero digna hasta el final. Además en su casa, destartalada, apuntalada y todo, la esperaba su mulatón y el chiquitico. Así que se empujó la cháchara hasta llegar a linea y malecón. Y el muy descarado hasta un beso de despedida le tiró cuando ella del cacharro se bajó. Karelia se apeó con un portazo que estremeció no solo el carro entero sino  hasta los muros que nunca pensamos puedan oír. Se mordió la lengua para no decir un par de malas palabras, porque ganas no le faltaban, y echó a andar.

Tranquila karelia- pensaba- para superar situaciones incómodas sé tú misma y recuperarás la cordura. El resto del trecho lo hizo arrastrando la java de malanga y mazorcas como queriendo borrar el pasado aunque sin alentador presente.¡Cuántas desventuras! 
Karelia era un corazón acompasado y lento que trasmitía con su andar la alicaída fuerza de la tarde que envejecía en todo El Vedado.

Te contaba que cuando entró a la casa con cara de profunda desazón lo primero que hizo fue tirar las javas. Las mazorcas de maíz que asomaban se mostraban despeinadas e irritantes. karelia alcanzó a sacarse los zapatos plásticos que le tenían las patas hirviendo y se fue directo al baño. Aprovechando que había conseguido jabón de olor se tiró un beneficio con agua calientica que el marido le había preparado en el fogón, porque a pesar del calor, necesitaba agua tibia para sacarse de encima tanta suciedad y rencor.

Cuando salió de la ducha en bata de casa, con las greñas envuelta en una toalla blanca impoluta, se dirigió al balcón. Tomó la precaución de no apoyarse al puntal que sostiene la maltrecha viga del techo. Se paró frente a mi con aire desafiante. Mirando la puesta de sol, exclamó: “Le zumba la berenjena caballero”. Y ahí recién me largó este cuento que pude escuchar entero antes de que nos pillara el apagón.


FIN


La Habana- Santiago de Chile 2015


martes, 1 de septiembre de 2015

"Yo conozco un lugar lejano......"




                                 
"Yo conozco un lugar lejano, donde brotan ecos incontrolables de amor"

La primera vez que fui a Cuba fue en el año 93. Me golpeó por un lado la terrible pobreza, el sistema de racionamiento en las tiendas, los estantes vacíos. Los cubanos tienen un sistema de tarjeta con la que una persona recibe ochenta gramos de pan al día y cuatro huevos al mes. En dos palabras: Pobreza absoluta. Por otro lado noté un cierto optimismo ineludible en cada cubano. Al parecer ellos tienen un gen muy particular; por naturaleza son muy optimistas y van por la vida con un sentido de dignidad increíble, a pesar de las dificultades. Este contraste me conmovió”.


Dmitri Dmitrevich Krilov
Corresponsal de prensa de Rusia
realizador y conductor del Programa Televisivo
"Непутевые заметки".


En una entrevista de las tantas que das relacionadas con tus viajes, recordaste después de veinte años un episodio que como madeja de un grueso tejido nos vinculaba. Siempre hay hechos y personas que dejan una marca indeleble en el alma. Tu lúcida memoria del ayer, sigue el resto del pasado, enmarcando los viejos momentos que permanecen vivos en el presente. 

Exactamente corría el año noventa y tres y con un minúsculo equipo viajaste a la isla por primera vez para ver qué pasaba en la Cuba que atravesaba entonces su conocido período especial. A pesar de las observaciones y peticiones que te hizo la compañera del departamento de prensa al llegar, y lejos de la mirada acuciosa del compañero de seguridad que nos acompañaba y del chofer, también compañero de seguridad (valga la redundancia), varias veces nos salimos del protocolo y revisamos rincones y escarbamos el alma de las familias comunes y corrientes en Viñales, en Cienfuegos, en Trinidad porque querías ver más allá de lo que te ofrecía un programa turístico con abundantes valles, altivas palmeras y playas de aguas cristalinas y finas arenas.

Si bien es cierto toda Cuba te encantó, Trinidad ocupó al máximo tu atención. “Trinidad es definitivamente transculturación”- fue tu primer comentario. La dominación árabe en España durante ocho siglos facilitó la fusión de lo europeo con elementos moriscos del arte Musulmán. Todos esos elementos de la cultura árabe o morisca cuyo resultado es el arte mudéjar, surgido en Granada, Andalucía y otras regiones al sur de España, aparecen en este extremo del mundo resguardado a la sombra de exuberante vegetación y exóticas aves, custodiado de cerca por las faldas de verdes lomas y de lejos por la imponente cordillera del Escambray.

En el centro, el Palacio del Conde Brunet, noble criollo cubano, acaparó tu atención. Dos horas estuviste absorto en ese palacio de dos pisos ante las obras de artes decorativas, vajillas, muebles, platería, porcelana, y demás objetos que marcaban el lujo de una clase y una época ya distante. Empezabas a quejarte del calor a pesar de que era aún temprano y de la monótona incursión que te ofreció la guía del museo porque a pesar de su erudición, distaba mucho del entusiasmo e histrionismo del resto de los cubanos que hasta entonces habías conocido. Agotado de tanta información y demasiado dato frío que no cabía en tu ávida cámara de búsqueda constante salimos a la plaza.

Renunciaste al museo de ciencias naturales donde alojó Humbolt en 1801 porque preferías ocupar el tiempo en saber más de la gente del lugar, del trinitario de a pie. Blancos, negros y mulatos, creyentes de diversos credos y no creyentes se mezclaban en el quehacer rutinario de la vida, creándose una dependencia sociocultural que era lo que más te interesaba: Tu cámara se posaba lenta y respetuosa sobre la señora octogenaria que arrastraba una bolsa de papas, rescatabas al pregonero de ajos y cebolla, al afilador de cuchillos con su silbido especial, al reparador de colchones, al traficante de tabaco, al negro taquillero cubierto de cadenas doradas, al señor que pedía limosna en una gorra verde olivo del Ché, al niño recostado en el poste de la esquina alimentando al tomeguín que mantenía cautivo en una precaria jaula de antaño, al perro aparentemente sin dueño que se nos unió símbolo de abnegación y fidelidad indistintamente.

Después de atesorar el entorno y filmar en varias tomas la Iglesia de la Santísima Trinidad me pediste visitar a alguna familia al azar. A un costado de la plaza, en una callecita empedrada muy bien tenida enfilamos a la primera casa que encontré, con unos sesenta metros de longitud y pintada de color celeste con dos ventanales amplios y aristocráticos y una puerta gigante a medio abrir. Retiré el ganchito con cautela y solicité atención “Buenos días”. Una señora frágil como la pluma salió al encuentro, noventa o cien años cargaba a sus espaldas, no logramos adivinar la edad, tampoco le preguntamos porque a las mujeres no se les pregunta la edad ni en Cuba ni Rusia. Su extrema delgadez, contrastaba con su espíritu, una sonrisa amplia y unos ojos llenos de entusiasmo y bondad.¿Qué desean los señores? Incluso tú registraste inmediatamente que ella se dirigía a nosotros con ese apelativo y no como el típico “compañero”. Le expliqué tu interés por las cosas básicas, por la cotidianidad. Ella cándidamente ponía más atención a las palabras cruzadas entre tú y tus colegas en una lengua para ella discordante, que a las mías. Sin mediar mucha traducción ya estaba mostrando su sala que era espaciosa con las paredes estucadas con colores pasteles, con cenefa en todos los muros a la altura de la cintura, imprimiéndole elegancia, frescura y calidez a las amplias habitaciones.

Luego se incorporó su hermana, tan anciana como ella quien se dedicaba en ese momento a lustrar los muebles de madera finamente labrados. Ambas se enredaron en una rica interacción mostrando vasijas y adornos de otra época, también objetos simples pero realmente hermosos, muestras de la labor artesanal de los mejores ebanistas de Trinidad.

Después nos hicieron pasar a sus dormitorios y al de un bisnieto que vivía con ellas después de haber quedado huérfano tras el fallecimiento de su padres en un accidente automovilístico. Unas camas antiguas enormes de hierro y aluminio con cabeceros y largueros impecables y bien lustrados y elementos decorativos de cobre remitían sin duda al siglo dieciocho. Los armarios eran enormes y como sello personal la típica mesita de noche y el infaltable búcaro con flores del flamboyan.

En un pasillo lateral hacían guardia unas mecedoras , entre ellas una otra mesita con flores y encima dos cuadros enormes de Camilo Cienfuegos y el Sagrado Corazón de Jesús.- “¡Vaya mezcla!” Exclamaste. Pero ellas te explicaron que ambos buscaban el bien por tanto eran venerados en la casa, total no hacían mal.
Entre entretenidas chácharas nos llevaron a la inmensa cocina que en algún período estuvo pensada para cocinar al carbón o leña, luego remodelada para ocupar el gas y últimamente producto de la escasez vuelta a reacondicionar para encender fuego con lo que apareciese. Un exquisito olor a café recién colado envolvía la atmósfera. Al fuego una cacerola cocía arroz blanco, y unos trozos de maíz, al parecer el único plato durante el día para las tres personas: la dos ancianas y el bisnieto.

El patio interior era un oasis de frescura y espiritualidad conjugándose las flores y las plantas con una fuente central. Ahora sin agua; un pozo mantenía su decorado brocal mudéjar con infinidad de detalles moros. Un par de raídos bancos de madera donde supusimos descansarían las señoras en las tardes bajo la sombra de enormes árboles para aplacar el calor del verano tropical, hacían del lugar idilio de descanso y paz. Aves multicolores revoloteaban por doquier y un pavo real abría su extenso abanico sin poner reparo a las fotografías. Desde el patio se podía apreciar mejor el techo cuidadosamente mantenido, con tejas color terracota y cubiertas a dos aguas. Este sistema era idóneo para recolectar el preciado líquido en los aljibes y tinajas interiores sustituyendo inteligentemente otras fuentes de abasto.

Como el tiempo corría y las manecillas de un reloj antiquísimo colgado a la pared marcaba casi las dos, hora correcta pues lo comprobamos con nuestros relojes, comenzamos a despedirnos cargados de rica energía y placer.
Al salir a la calle nos detuvimos a filmar la arquitectura de la casa y las fachadas de las otras colindantes. Fuimos interrumpidos por un tropel de turistas que avanzaba calle abajo rumbo a algún restaurante. Alemanes, españoles y argentinos en su mayoría, venían exhaustos después de las expediciones de compras y regateos, otros se dejaban arrastrar por lugareños que acarreaban instrumentos musicales en dirección a La Canchánchara, un animado bar colonial. Nosotros nos dejamos llevar por el entusiasmo bajo el lema ¡A almorzar!

Recurro nuevamente a parte de tu entrevista:

Nos sentamos en un restaurante turístico donde, por supuesto, los cubanos corrientes no podían entrar, porque para ellos el pollo y las langostas eran platos paradójicamente exóticos y prohibitivos. Mientras comíamos, de repente me di cuenta de que nuestro guía había dejado parte de su porción y había acomodado un pedazo de pollo en una servilleta. Al ver nuestras miradas de sorpresa, respondió que iba a llevarles esas presas a las ancianas que recién habíamos conocido. Por supuesto que a nosotros se nos atascó el almuerzo en la garganta. Terminamos todos, al igual que el guía, colocando unas porciones en una servilleta y las llevamos donde las abuelas. Y había que ver con qué sentido de dignidad aceptaron el almuerzo, porque para ellas el restaurante aunque estaba a solo doscientos metros, era un lugar inaccesible. Este episodio de solidaridad aunque es muy típico en los cubanos, definitivamente me marcó.”

Dmitri Dmitrevich, reconozco que no fue cómodo haber hecho eso delante de personalidades como tú. Fue un acto de generosidad carente de todo cálculo, quizás pensando en mi abuela o en mi madre porque muchas veces me llevé a casa un par de panes o unas lascas de queso o un trozo de mantequilla abundantes solo en las mesas de los turistas. Ustedes tratando de entender con inquietud y sorpresa lo sucedido, yo tratando de mitigar el dolor, aportando con un grano de arena en esa Cuba destartalada. No podía dejar a su suerte a esas tiernas ancianitas, informales, coloquiales. llenas de plena sinceridad, padeciendo los rigores del sistema con el que podrían estar o no de acuerdo pues nunca les preguntamos. Ellas vivían a la sombra del desabastecimiento crónico del período especial, sometidas junto a su bisnieto a la precariedad, sin sobresaltos a lo mejor, pero rodeadas a esas alturas de sus vidas de un sinfín de vicisitudes y padecimientos económicos que no se merecían.

Así es Dmitri Dmitrevich. Ese hecho también a mi me marcó, por tanto agradezco que lo hayas atesorado como resumen del placer que se obtiene al entregar sin pedir nada a cambio.

El tiempo ha pasado pero en Trinidad todo sigue igual. Aún sopla el aire prístino desde la cordillera envolviendo a esa preciosa ciudad varada en el tiempo. Desde la distancia pretendo ver aquella casona ancestral, y en ella a esas dos ancianas con las manos aferradas a la balaustrada de madera, con la mente aparentemente perdida. No, en realidad ellas están repasando y revisando los momentos que no volverán. De futuro, ya no les quedará nada. Hablan quedo con una melodía abandonada que se expande por los rincones de su Trinidad natal. Desde sus rostros surcados por múltiples arrugas se encienden sus ojos castaños, como si el sol saliera de sus miradas, agradeciendo los pequeños gestos que otros hicieron por ellas ayer.

El susurro de sus vidas nos acompañará en la complicidad de nuestros recuerdos. Navegaremos como amigos aferrados a una emoción permanente que nadie podrá desatar porque lo vivido, así ha de quedar.

Moscú-Santiago de Chile- La Habana
2012-2015


Дми́трий Дми́триевич Крыло́в — советский и российский тележурналист, актёр, автор и ведущий телепередач «Непутёвые заметки», «Телескоп».







sábado, 1 de agosto de 2015

Teresa y Daniel - remando por un sueño



  Teresa y Daniel - remando por un sueño


Devuélveme un minuto de tu vida,
regrésame con ese instante la calma”

Teresa lleva a su hija hasta el malecón habanero. Una vez más se siente abandonada como la aurora en cualquier polo. Y si sigue amarrada a la existencia es únicamente por su pequeña Yusnaisis. El mar la transporta a otra dimensión y desde allí se comunica con Daniel que se deja ver de vez en vez entre las olas que irrumpen suaves y lánguidas sobre el dañado muro. Quisiera llevarle flores, pero la tomarían por loca o santera, y no es ni lo uno ni lo otro.

Teresa no le cuenta a su pequeña niña, pero verbaliza consigo mismo lo que está experimentando. En estas idas y venidas al malecón de tarde en tarde, ha encontrado cierto consuelo, una ayuda para controlar sus múltiples emociones, minimizando el impacto del evento traumático que le tocó vivir. Está ahí rindiendo homenaje a ese hombre del cual hoy solo conserva la imagen y algunas medallas que recibió años atrás cuando volvió de Angola, después de haber luchado por una causa ajena, con uniforme cubano y fusil ruso. Teresa ve a Daniel expuesto al olvido, teme que sea borrado porque cada vez va quedando menos de él. Los libros de marxismo leninismo, comunismo científico y otros cachivaches que pertenecieron a la era soviética y que fueron la única propiedad que heredó de su marido, los revendió en el mercado negro a un comerciante de la Plaza de Armas, donde ingenuos y soñadores turistas se los pelean como trofeo. ¡Que se deleiten ellos de tanta mierda y farsa histórica!- exclamó Teresa cuando despachó sin asco la última caja llena de papelería barata con prematuros huevos de cucarachas.

Nunca antes ni Teresa ni Daniel habían hablado mal del Partido y menos del sistema. Aunque Daniel había perdido toda esperanza de “un mañana mejor” sabía que si se caía el comunismo no podría seguir dando clases de Materialismo Histórico y Dialéctico ni de Comunismo Científico. “_Teresa, de qué carajo voy a vivir si lo único que sé es dar charlas del futuro luminoso bajo la bandera del socialismo mundial”. Definitivamente se sintió perdido entre mitos. Desde chico se había quemado las pestañas registrando y atesorando libros y manifiestos del mundo de izquierda hasta que, ya adulto, empezó a hacerse más preguntas que las que estaban permitidas. Cómo iba a enfrentar a sus estudiantes (a los díscolos) en la universidad de La Habana cuando cuestionaran el “modelo económico cubano” del que tanto se hablaba. Esos, los que no temen desobedecer y rebelarse contra un régimen obsoleto lleno de normas y órdenes caducas le cuestionaban: ¿Qué modelo es este que no termina con la falta de pan, con las colas eternas, con los apagones, con el burocratismo, con lo inoperante que se tornó del Comité?.

Cuando a Daniel se le metió en la cabeza que quería abandonar el país en busca de un futuro mejor para su hija, Teresa al principio no le creyó. A él, que tenía en su puerta un letrero insigne “Esta es tu casa Fidel”, no lo veía haciendo fila frente a la oficina de intereses de los Estados Unidos para abandonar la isla. Harto había criticado en su momento a esas almas que vagaban entre la funeraria de Calzada y el parquecito de la calle K esperando por la entrevista para solicitar visa. Pero con el tiempo también Daniel vio el recinto imperialista como una opción. Pacientes y nerviosos bajo los almendros, siete cree haber contado, permanecían cientos de resignados llegados desde todos los confines de la isla, quienes en silencio o conversando a media voz abanicaban el tiempo en eterna espera. Daniel evitaba pasar por el centro del parque para evadir de alguna forma la cámara de video instalada en un poste, que no se sabía a ciencia cierta para quién grababa y reportaba. “Hay que andarse con cuidado”- había comentado alguien en más de una ocasión- “Hay espías que espían para los espías”. Daniel sintonizaba con la gente de los alrededores sin acercarse al parquecito, fingía merendar en la deprimente cafetería de los bajos de la funeraria, donde todos se expresaban ideológicamente muy correcto, de política- nada. Se hablaba bien quedo de las expectativas y oportunidades al otro lado del muro. Así iba entendiendo que tampoco cabía en ese grupo. La balsa era su única salida, y se armó de valor y unos pocos utensilios para el corto largo viaje.

Esa noche cuando se despidió de Teresa con un beso más amargo que idílico le pidió que si no llegaba a la Florida le recordase como lo que siempre había sido, un héroe. ¿Acaso Daniel presentía que no tenía ni destino ni regreso? Es posible, hasta hoy día muchos siguen lanzándose al mar. Son menos que antes -escuchó Teresa decir- unos nueve mil en el primer semestre de este año. Nueve mil cubanos que no quieren esperar el supuesto puente a raíz del aparente deshielo entre ambos países porque temen que se acaben las ventajas que reciben quienes actualmente llegan a costas norteamericanas como balseros. Para muchos la espera se les hizo demasiada larga.

En esas cavilaciones la intenta pillar la noche. Las farolas del malecón empiezan a encenderse tímidamente. Cuatro años lleva Teresa sin noticias de Daniel. Una vez más ha honrado su memoria. Cuando cree haber vomitado su rencor y amargura se retira del malecón con un poco más de luz interior y sosiego. Se da cuenta que el amor no se acaba, que ha aprendido a ser y seguirá siendo siempre una mujer alerta y centrada. Esperando los sueños que se cumplirán mañana, mantendrá el cartel en la puerta “Este es tu casa Fidel” y anudará cada mañana la pañoleta roja de Pionero Comunista a su hija porque por ella ha de seguir remando en este otro mar de concreto y vil hipocresía.

Fin

Agosto 2015









miércoles, 1 de julio de 2015

“La Habana, tal cual es”







                                       “La Habana, tal cual es”




Cuando alguien juzgue su camino, ofrézcale sus zapatos”


07:15 am

Hace solo unos días atrás, en la sala de mi casa en Santiago, Macarena, una amiga chilena, me enrostró que yo, con mis comentarios llenos de agrios detalles, estaba siendo demasiado crítico y duro con Cuba, con la isla que se deja amar y disfrutar tal como ella se presenta, con sus encantos y desaciertos, que son hartos, con su movimiento lento y coqueteo perverso casi fantasmal.

Ahora, instalado en esta isla, la misma de la cual hablábamos entonces, trato de disfrazar los defectos para no pecar de crítico visceral. ¿Qué habrá calado en Macarena que vuelve una y otra vez desde tan lejos? Creo entenderlo pero no voy, al menos hoy, a hacer elucubraciones al respecto. Observo el techo a punto de caerse, las paredes roídas, las tristes vigas a la vista, la pintura saltada, las ventanas sin bisagras, la casa sin luz. No lograrán esos detalles, insignificantes para algunos, arrastrarme hacia ácidas conclusiones.  


07:30 am

De pura curiosidad intento descifrar la lógica de la estructura del apartamento, recovecos que obedecen a la urgente necesidad de acomodo y practicismo más que a lo relativamente estético. Me percato que por la ventana abierta desde siempre de par en par comienza a colarse la luz del día que presagia ser caluroso e intenso, dejando la luna desnuda afuera, como retraída mirando de reojo a La Habana que despierta lenta amarrada al apagón general.

Desde la cama sigo observando los estragos que el tiempo ha provocado en las añosas paredes. Quiero incorporarme. Las grietas que vienen y van componiendo un rompecabezas me detienen por curiosidad. Ese manto de hoyos y parches se multiplica por años y grita por una manito de gato. Estoy solo en casa porque mi hermana y mi madre, anfitrionas, han tenido que ir a trabajar. ¡Qué no solo de cháchara vive el pobre!- dice mi madre. Ambas están empleadas en una casa de un extranjero en la zona del bienaventurado reparto habanero de Miramar. Si consideramos que la jubilación de cada una es de trece dólares al mes, con esta entrada extra se van abriendo camino, no al estrellato precisamente porque en realidad toda la platica se diluye ayudando al prójimo y a la numerosa familia del interior. Pero vaya que sirve ese dinerito extra.

Mi madre antes de salir ya había regado sus plantas con esmero para evitarles un día sediento. Los pajaritos, que son muchos y anidan en los huecos que hay en el techo, revolotean sin cesar con su canto que rompe el silencio yendo y viniendo entre el escombro y las húmedas hojas de las múltiples verdes maticas.

Antes de marcharse me aclararon por enésima vez que les gustaría quedarse conmigo para charlar y recordar, pero el deber obliga. Mi madre marcada de por vida por las consignas y mi hermana ceñida a las obligaciones aprendidas desde que era pionera comunista, saben que esta es ahora su nueva y más importante trinchera de lucha. ¡No podemos fallar! ¡Ay que ganarse los chícharos, mi hermano! . De todas formas han rearmado la agenda y ya tendremos tiempo suficiente para ir a la playa y recorrer esos rincones de La Habana que ellas saben tanto me entusiasman: entrar por un mojito espléndido en yerba buena a los bares nostálgicos llenos de música y sabor tropical. Habrá tiempo para reconfortar la memoria en cada espacio habanero desde donde siempre aparece un eco lleno de soledad y pérdida. Hay que vivir el día a día con toda calma y como dijo Macarena. “Hay que saber querer a La Habana tal y como ella se presenta”.

Tengo ganas de empezar el día. Me percato que no hay mucho ruido, excepto el de los pajaritos, y a lo lejos de vez en vez el ronquido de algún auto. El silencio es casi total. El apagón sorprendió al barrio cuando estaba despertando. Cada familia, acostumbrada de por vida a este suceso, se desenvolvió como pudo y salió presto a trabajar. Me tiro de la cama para prepararme una taza de té pero tropiezo con la cruda realidad. No podré ocupar el microondas, ni escuchar la radio, ni podré ver tele, ni podré bañarme porque el motor quedó varado a falta de fluido eléctrico. ¡Nada, hay que esperar!

08:00 am

Recurro a la nota que me dejó mi hermana en la puerta del refrigerador. Advertencia: Lo más importante es no perder de vista el refrigerador pues si empieza a descongelarse se encharcará, se armará el apateo y lo más terrible, filtrará agua al piso inferior. Ya ha ocurrido antes y aunque el inquilino de abajo es buen revolucionario y de buenos modales, monta tremendo berrinche sin contemplaciones. ¡Vaya tarea! Que cuide no se eche a perder la cuota de pollo que recibieron ayer. _Mijo, tercera vez en el año que nos aplican la fórmula “Pollo por pescado”, y con las ganas que tengo de comerme aunque sea unas croqueticas de jurel- había dicho mi madre antes de salir.

08:30 am

Como no hay mucho que hacer me siento en el cómodo balance a esperar. En la sala hay varios portarretratos con fotos familiares que me acompañan. Repaso a través de las fotografías breves historias: la prima que se ahogó en su décimo intento tratando de escapar en una maltrecha balsa, el primo médico, que desde un año cumple exitosamente misión en Venezuela, el tío que se ahorcó después de volver de Angola, la sobrina que vive en Miami, la tía que falleció sin ver las grandes alamedas, el abuelo que no pudo cumplir su sueño “afeitarse con cuchilla Gillette antes de morir”, el amigo que está preso por matar una vaca, la amiga que no pudo ingresar a la compañía de ballet clásico Alicia Alonso pero sigue triunfando como corista en Tropicana a la espera de que un extranjero se enamore de ella y se la lleve fuera. Cuántas historias atrapadas tras esos pulcros vidrios.

10:15 am

Son las diez y pico. Estoy atado al ritmo del balance tomando la brisa mañanera. Todavía no hay señales de energía eléctrica y podría continuar el apagón hasta pasada las dos de la tarde, al menos eso me confirmó la vecina que como coordinadora del Comité de Defensa de la Revolución lo sabe todo. Dice que no me preocupe que “esto es una excepción que ocurre con frecuencia”, que “el incidente responde a la necesidad de terminar unos trabajos para que el futuro sea verdaderamente luminoso”. ¡Vaya forma de manejar el lenguaje! Su cándida nieta que arrastra un pálido juguete de madera y una muñeca negra sin brazos dice ingenuamente que aproveche el sol que es harto y gratis. En realidad me obligo a guardar todo el calor posible que luego de regreso a Chile echaré de menos el resto del año.

11:00 am

¡Qué sorpresa! Me acaba de llamar Ivelis Sotomayor. Amiga de muchos veranos. Me sorprendió su llamada porque yo juraba que estaba en Italia. _No muchacho, lo mío es “entra y sale” para no perder los permisos de uno u otro lado. Hay que defenderse. Después te cuento con detalles. Te voy a pasar a buscar ahorita mismo a la embajada para dar una vueltecita y conversamos. Oye muchacho desmaya, no cojas lucha con la luz que esto es Cuba y lo demás es bobería.

Cuelgo el teléfono y reflexiono: ¡Vaya filosofía!

Cuando dijo “embajada” sabía que se refería a mi casa ; bueno al departamento de mi familia, rebautizado así por el ir y venir de tantos cubanos y extranjeros. Coloquialmente le dicen la embajada porque acá pasa lleno y la mayoría viene por trámites. Mi madre es algo así como la encargada del suministro, preocupada de que no falte el bistecito de puerco, el tan requerido mamífero nacional como dice la canción de Buena Fe, los tostones a su punto y la yuca con mojo bien adobada. Ella siempre recuperando del ayer y trayendo a la memoria esos paladares exquisitos de entonces. Mi hermana en cambio es la relacionadora pública, la encargada de las excursiones y las recomendaciones de adónde ir y por dónde definitivamente no se puede pasar. Porque este país también tiene sus callejones sin salidas, su mundo tenebroso lleno de mentes oscuras y malsanas al acecho de inexpertos e ingenuos visitantes.

Entonces el apartamentico es la sede de todo evento, pues vienen del interior al médico, otros realizan sus trámites de salida a EEUU en la oficina de intereses, unos vienen a la playa como si las de ellos no fueran buenas. Y no falta el que pasa a desayunar, a tomar una coladita de café, a almorzar o merendar porque si algo se cultiva aquí son las buenas relaciones y como dice María Rabassa “De acá no se marcha nadie sin comer”. Recién la semana pasada estuvo Sonia, una prima camagüeyana, quien de vez en vez se da un salto desde Miami con su retahíla de bártulos inundando el espacio, revoloteando el ambiente con sus entretenidas tertulias e interminables rondas de traguitos de café. Cuando se marchó no alcanzaron a cambiar las sábanas y ya había otra prima anunciándose. Es que está embarazada y necesitaba venir a La Habana por enseres de maternidad. ¡Qué horror! En realidad ellas lo disfrutan y se mantienen atareadas y chachareando gran parte del día. Ahora la embajada me acoge a mí por quince días. Soy el ilustre visitante en medio del apagón.

12:30 pm

Ivelis pasó a recogerme en su carro para dar una vuelta corta. Inmediatamente después de los abrazos y saludos correspondientes me pide agua porque según ella “hasta el agua sabe mejor en esta casa”. ¡Qué curioso! Le ofrezco jugo de guayaba que aún se mantiene bien frío. En el trayecto que el vaso va de la mesita a su sedienta boca me dice:

_Nosotros somos bien parecidos, ambos seguimos obsesionados con La Habana. Necesitamos de ella siempre, su pasión, su ternura

_¡Cuánta verdad!

_Mírame, yo podría quedarme para siempre en Italia, pero tú sabes que la cosa en Europa está difícil y acá uno se defiende. ¿Tú me entiendes?. Además tengo a mi madre que no se mueve ni a palos de su terruño. Por el momento ella es mi karma

Está tan rico el jugo que se dispara dos y antes de que pida el tercero ya vamos camino al auto.

12:45 pm

Ivelis anda en un Lada bastante destartalado del cual, a pesar de parecer un verdadero despojo de chatarra, está muy orgullosa. Arrancamos como decimos los cubanos, pero la partida fue a duras penas, uno, dos, tres intentos, nada. El carro estaba como sofocado. Se bajó rauda, abrió el capó, estrujó unas cuantas tuercas, se frotó las manos en un paño con tremenda parsimonia y ayudada por dos negros fortachones que empujaban desde atrás, logró hacer andar el cacharro. Salió aquella máquina envuelta en humo, emitiendo gases contaminantes disimulados en una gran nube de humo negro que gracias al clima de la isla se diluía rápidamente y luego se perdía en el prístino aire capitalino. El sufrido motor rugía de espasmos, los hierros sonaban como lata de carnaval, creí que habían algunos tornillos sueltos. -Tranquilo chico, la mayoría anda así. Si te fijas las puertas no cierran bien, los asientos han perdidos su follaje, la suspensión mala, el chasis casi pegado al asfalto o lo que va quedando de él ( del asfalto y del chasis) ¿Tú me entiendes, verdad?

Enfrentamos la calle Linea y luego doblamos la calle M con tremendo aspaviento. El recorrido es lento, porque el auto así lo requiere, pero placentero. La brisa marina enfurecida y agradable golpea sutilmente la piel y ya empezamos a broncearnos. ¿Cómo podría dejar de soñar con este sol?. Es que en Chile siempre llevo a Cuba a la espalda, es como una mochila muy pesada, cargada de fuertes emociones que me hacen regresar una y otra vez.

Disfruto la conversación con Ivelis, la graciosa y espontánea manera de comunicarse, la sobreabundancia de movimientos naturales. La escucho y no dejo de grabar en mi memoria todo alrededor. Los cubanos sonríen más, a pesar de los pesares, saludan con los brazos en alto, palmotean, se expresan con discursos estentóreos llenos de modismos y pocos garabatos, un “coño o cojones” de vez en vez como expresión de sorpresa pero que no enlutan para nada el lenguaje genuino. La incontinencia verbal se ve en cada esquina. Sobran los ojos grandes, sobran nalgatorios voluminosos, sobran negros atléticos que se han hecho vigorosos pedaleando, traspirados pero contentos, sobran niños esbeltos impecablemente uniformados con rojas pañoletas anudadas al cuello. También se ven otros muchachitos en short y descalzos por opción, quienes, ajenos a todo, corren ágiles y felices tras una maltratada pelota. Digo “por opción” porque no me cabe la menor duda de que sus padres al igual que los míos no se contentan con los dos pares anuales que tocan por la tarjeta de abastecimiento: los famosos colegiales y el par de salir, que servía lo mismo para ir a la playa, que al cine o a misa. Bueno lo de la misa duró, como ya se supone, hasta que el Partido prohibió la religión.

Ahí está el grandilocuente edificio Focsa. Abajo, en sus sucias y lúgubres tiendas con artículos en divisas, dos ordenadas filas a la espera de no sé qué, flanquean dos de sus entradas. Ivelis, que se conoce el barrio al derecho y al revés, específicamente por arriba y por abajo pues se codea además con el mundillo intelectual underground, me explica que alguien dio el dato que están por sacar a la venta nuevos modelos de zapatos. Atendiendo a mi cara incrédula y un silencio delator, antes que yo le plantee que eso es consumismo ya ella me ha leído el pensamiento y agrega;_En ninguna parte Marx escribió que para ser buen revolucionario había que andar con los zapatos rotos. - Eso es totalmente cierto, chica- respondo yo.

Llegamos a 23 e Ivelis propone subir por esa céntrica arteria. Pasamos por la esquina de L, a un costado el cine Yara . Hoy no exhiben “Pieza inconclusa para piano mecánico” ni “La gaviota” de Chejov. Desde hace dos décadas han olvidado el cine soviético sin que haya decaído la calidad cinematográfica. Ahora están dando “Habanastation”. Ivelis rápida como ella sola, mientras gira el manubrio y manipula la caja destartalada de cambio me cuenta que se trata de una tremenda película aparentemente ingenua sobre niños, quienes a pesar de estar en la misma escuela tienen realidades diametralmente opuestas. Uno es de un barrio marginal y el otro del lujoso entorno de Miramar. A través de una aventura donde se ven unidos e identificados en una historia común se devela la Cuba de hoy. Ivelis aclara que ya la ha visto el Partido, y los órganos competentes han dado el “vamos” y que estará varios días en cartelera. Eso de que ya lo ha visto el partido me hizo regresar al año noventa y tres cuando se estrenó “Fresa y Chocolate”, una película que puso a los cubanos frente a sus propios prejuicios sexuales. Antes de ser exhibida, primero tuvo que cruzar el escrutinio de los cuadros del partido para que a través de desmedidos debates los militantes aprendieran a bajar la información sobre el contenido de dicha película a las masas populares.

La cola es larga y como espejo surrealista se aprecia la misma fila, con igual o mayor longitud, al otro lado, en Coppelia, la heladería más grande de Cuba. ¡Que va Ivelis, con estas filas no tendré tiempo ni para helados ni para películas!

Paramos en algunos lugares con el riesgo de quedar encangrejados pero la providencia nos acompañó. En un portal de una casona decimonónica una veterana custodiaba celosamente ingeniosos atriles repletos de cientos de CD pirateados. Ivelis me recomendó comprar un disco de Laritza Bacallao y de La Charanga Habanera, dice que en ritmo ambos la llevan. ¡Veremos!

La céntrica calle 23 se ve con bastante movimiento. Se nota que hay muchos más timbiriches que antes, donde fríen y refríen productos de dudosa procedencia, con cero higiene. Un carnicero, intuyo que lo es por la bata que alguna vez fue blanca, manipulaba la carne y el dinero sin escrúpulos y hasta le alcanzaba el ingenio para espantarse las moscas y las gotas de sudor que corrían por su cara. Ivelis, alzando la voz por encima del ruido estrepitoso del motor, corrige- es que con esta humedad, muchacho, ya tú sabes, a cualquiera le corren las gotas, ¿tú me entiendes?

Eso es verdad pero no todos se rascan las presas con tanto esmero y parsimonia como lo hacía este. Una vez escarbado con deleite sus genitales se llevó los dedos a la nariz para olfatear su bajo fondo con genuino gesto de animal de potrero. ¡Atroz!

Cierto que no se ven las pizzas de la década del noventa hechas con preservativos ni los famosos pan con bistec que no eran más que frazadas de piso adobadas con mucho ajo y cebolla, pero acoto “paso” cuando Ivelis me invita a comer algo.

Ahí están los mismos antiquísimos estanquillos con otra generación de viejos esperando. El mismo Granma y Juventud Rebelde de siempre está por llegar, con la salvedad de que hoy día adquirir el diario a veinte centavos es una verdadera odisea. Se agotan rápidamente pero luego a vista y paciencia de las autoridades aparecen los revendedores ofreciendo el mismo peridicucho a peso. Ya son conocidos en La Habana como la mafia de los estanquillos.

El parquecito del Quijote sigue anhelando mejores tiempos. A un costado una pequeña carpa blanca con techo amarillo anunciaba venta de libros. Ivelis se detiene en un lugar donde está señalizado “prohibido estacionarse” -No te preocupes, echa una mirada a ver si encuentras algo, mientras yo fingiré que arreglo el carro. Mitad mentira ,mitad verdad -y se echa a reír. Sale con su trapo engrasado, abre el capó. La dejo con sus menesteres y me interno en la carpa literaria. No hay mucho que vitrinear pero me decido por un libro que parece ser prometedor. No sé, pura intuición “País con litteras” si, con doble T, a solo diez pesos cubanos, o sea, cuarenta y cinco centavos dólar. Hecho. Me lo llevo.

14:00 pm

Bajamos La Rampa hasta el malecón. En el trayecto siguen apareciendo paladares, casas remozadas y edificios destartalados. Me sorprende que el Somellian esté aún vacío y la grúa que lleva más de tres lustros anclada a él, siga impertérrita. Somellian es uno de los tantos edificios emblemáticos terminado en el año cincuenta y siete. Qué despilfarro, con tanta gente sin viviendas y esta mole de treinta pisos que alguna vez fue elegante se derrite frente al malecón. Es una jaula triste de mar y sal que gritando permanentemente “Auxilio”.

Hubiera paseado más, total ya me acostumbré al olor a gasolina que despide el carro, pero recordé que debo estar atento al refrigerador. Iveliss se despide recurriendo a un antiguo chiste local _Me voy directo al trabajo o sea voy a hacer como que trabajo, para que el Estado haga como que me paga.

Me apeo en casa. Trato de subir al apartamento entre dos bicicleteros quienes han dejado de pedalear sus bicitaxis un rato para concentrarse en en un tablado de ajedrez que han tendido en el suelo frente a la escalera de acceso.
_Permiso.
_Pasa broder.
Una vez que he atravesado el muro de fichas plásticas uno de ellos exclama _cojones men, cuando estamos en lo mejor, siempre viene alguien a interrumpir. ¡Le zumba el mango!
Yo, con una amplia sonrisa, les respondo en chileno ¡Váyanse a la chucha!. No corro riesgo de que contesten, ellos no entienden esa expresión. Chucha no es más que el nombre de alguna vecina.

14:30 pm

Me he saltado el trámite del trasvasije de piezas de pollos porque hay luz. Quiero ponerme al día y enciendo el ventilador, pongo a hervir la tetera, caliento unas croqueticas al horno, prendo la tele. Recojo agua en baldes. Todo, con movimientos supersónicos por si se vuelve a ir la corriente.

Sin prestar mucha atención a las imágenes de la tele, escucho desde la cocina que hablan de cumplimento y sobrecumplimento de metas cuando en la calle el desabastecimiento es evidente y las colas para esto o lo otro dan fe de ello. Los cubanos que están atentos a cuándo tendrán papa en su mesa se enteran de que las primeras ya se distribuyen en La Habana y Alquízar, pronto en el resto del país equitativamente. Ver para creer. Acto seguido hablan del Comandante Eterno y Supremo refiriéndose a Chávez que ha alcanzado más grados que el Comandante de acá. ¡Qué lata! Luego se meten en el tema de Bolivia. Presto atención y pienso ¿Qué opinarán los izquierdistas chilenos ante tanto uso y abuso de la propaganda socialista cubana a favor de la demanda del compañero Evo “Mar para Bolivia”? ¿Se indignarían? ¿reconocerían que Cuba está haciendo jugada de injerencista?. A lo mejor perdonarían pensando que es parte de la diplomacia de los países con buenas intenciones, que esas fatuas consignas son frutos de las descabelladas ideas del decrépito Comandante en Jefe; al viejo se le perdona todo, total de qué sirve contrariarle si está en el ocaso de su vida. Apago la tele agobiado de tanta letanía.

15:00 pm

Dentro de un par de horas, quizás antes, si es que mi hermana consigue trasporte, tendré la  compañía de ambas. Como el apartamento me da claustrofobia decido ir al malecón buscando que el milagro aparezca de la nada. Mientras avanzo hacia la ancha avenida custodiado por un sol sano, veo gente de todo tipo, el empedernido alcohólico urbano, cocido mucho antes de que se ponga el sol, la señora con la bemba bien colorada que con desgano quizás llena de frustraciones arrastra al perro feo y flaco, un gringo aperado de vistosa cámara fotográfica, fumando un gran puro, dejándose perseguir coquetamente por tres negros, efebos musculosos, dispuestos a hacer de la diversidad sexual su lema de acción. Un pedazo de música callejera y remota me acompaña. El texto irreproducible. ¿No había leído que el Partido Comunista había intervenido el tipo de reggaeton que podían escuchar los cubanos? Lo mismo ocurrió en mi adolescencia cuando no podíamos ni mencionar a los Beatles o a Celia Cruz porque eso era diversionismo ideológico. Muchos artistas entonces fueron desterrados de la radio por el aparato marxista. ¡Qué código!

Sigo rumbo al malecón viendo gigantografías que proclaman la igualdad. Esa igualdad que se empareja hacia abajo, pues asegura el Estado que es el bloqueo norteamericano quien no da tregua al pueblo.

16:30 pm

En esta hora que llevo sentado en el malecón se ha enmudecido mi vida. He visto por doquier traficantes de tabacos, maleantes sin escrúpulos, jineteras que no cumplen muchas primaveras, todo lo intolerable con un gobierno a la cabeza que se define comunista. No era esta la Cuba que yo tendría en mi mundo adulto, según las charlas en las escuelas al campo y las reuniones comunistas. Nos hicieron creer que todos éramos y seríamos iguales, en cambio yo veo hoy con desazón como el billete verde se torna cada vez más poderoso, veo un país de doble moneda y doble moral donde unos pocos tienen mucho y muchos no tienen nada. ¿Están los cubanos condenados a perderse? ¿Todo ese fervor revolucionario fue sólo parte de un periodo succionado por la nada?

De soslayo miro al grupo de negritos que sobre las rocas lanzan cordeles de nylon a la usanza del otro Manuel de El Viejo y el Mar de Hemingway. Buscan con anhelo algo en ese mar que se extiende hoy como regia barrera y extenso muro en lugar de ser franco puente.

Trato de pensar diferente y ver esta Cuba desde otro ángulo, quiero creer que los quince días serán fantásticos y quizás aunque no cambie de opinión, me reserve mis ácidas criticas para darle el gusto a Macarena cuando vuelva a Santiago, porque, ¿qué culpa tiene ella, como otros tantos chilenos que no entiendan esta irrefutable realidad? ¿cómo hacerles ver que una corta estadía en Cuba no les develará la cruda verdad? ¿descubrirán que detrás de tantas sanas sonrisas se esconden arruinadas esperanzas y un sinnúmero de sueños mutilados? No creo. No me vengan con historias de logros. No me hagan cuento chino porque yo soy de allí, de la gente de a pie, vengo de conocer el rigor del desabastecimiento crónico, del trabajo voluntario impuesto, del agobiante calor del surco de caña improductivo, de la rudeza del indomable azadón que se enfrentó a la zafra millonaria que nunca fue, de las eternas marchas multitudinarias, del inminente y eterno apagón.

17:15 pm

Los minutos transcurren velozmente mientras yo sigo enredado en el análisis de lo que es y no debió ser. Me revuelco sobre las mismas angustias que me invaden cada vez que visito mi tierra. Sentado en el malecón quiero interpretar a mis espaldas una ciudad más optimista y más sutil, tal como si estuviera esperando pacientemente un prodigio. Los negritos ya se han marchado y en su lugar un viejo trompetista acomoda su melodía a mis reflexiones. Pasa una morena pregonando flores. Ignoro su alucinante colorido y vuelvo a mirar las olas. Si, ahí está La Habana, espiándome, tal como ella es, reflejada sobre las quietas aguas del inmenso Atlántico.

Falta mucho para que el sol empiece a sumergirse en el horizonte, pero debo regresar ya antes que el mar me trague con sus tibias caricias y su perspicaz locuacidad.


Fin

 La Habana 2015