CORREO ELECTRONICO

jueves, 5 de julio de 2018

¡Volver!


¡Volver!



Ayer, cuando me enteré que venías salí corriendo a la casa en busca del cajoncito donde guardo todas las cartas que te estuve escribiendo durante todos estos largos treinta y cinco años. Algunas de ellas las conservo en borradores y otras en originales. Sí, esas nunca las llegué a echar al buzón de correo por varias razones; Que si no había sellos o estampillas como dice mi hermano, que si cuando aparecían había que pagar en divisas y, de dónde carajo iba a sacar yo un maldito dólar si ni para desodorante tenía. Además estaba prohibida su circulación. Cuando despenalizaron el dólar aparecieron otras prioridades, esas que no podía cubrir ni con los cupones de la tarjeta de abastecimiento ni con la moneda nacional en el mercado del contrabando. Si de acá salía alguien rumbo al norte me enteraba sólo un mes después. Entonces ya era muy tarde para hacértelas llegar. Pero siempre te seguí escribiendo, guardando una carta sobre otra esperando la oportunidad para mandártelas por una u otra vía. Fíjate que no las puse en cualquier parte sino en ese cajón carmelita que me regalaste hasta con candado y todo. “Para que tu madre no te ande escarbando tu mente”- me dijiste.


El cofre fue el regalo de despedida que me entregaste aquella tarde cuando apareciste en el portal de la casa con una cara de espanto y tristeza, destilando agua por todas partes. Ya no te quedaban lágrimas, sólo amarguras. El viaje que tanto habías deseado tú y los tuyos ya era realidad, pero la despedida era terrible. Entrabas en el laberinto de contradicciones, viajar hacía un destino nuevo y soñado pero dejando atrás a seres queridos, tu tierra, tus cosas y lo más importante, creo, a tu novio Roberto. Eso te complicaba tanto que te secó el aliento y enmudeciste. Nos sentamos en el portal a balancearnos como dementes, sin ritmo aparente, con el silencio como único testigo del sinsabor del momento. ¿Tú recuerdas que llovía torrencialmente?. Me dijiste que la lluvia era un regalo del cielo porque así la gente no saldría a gritarles “Gusanos”, cuando llegara el taxi a buscarlos. Y fue cierto porque tanta era la lluvia que no alcanzó a llegar el responsable del Comité de Defensa de la Revolución a dar fe de que todos los muebles estaban en su lugar antes de pasar al acto brutal de sellar la casa por fuera.

Realmente tus padres fueron bien astutos, entiéndase que no son recriminaciones, tomaron las precauciones necesarias para dejar las cosas de valor a sus parientes antes que le hicieran el consabido inventario. El cajoncito fino quedó en mi poder con algunas fotos tuyas y otra mías, preciosas aunque estén en blanco y negro, fotos que cuentan de nuestros reinados que organizaba el Comité para los festejos de San Juan. Casi siempre resultábamos las dos ganadoras, por lindas y por pertenecer a familias combatientes. El último año no te presentaron, porque tus padres dejaron de ser honorables, pero en el fondo todos sabían que tú seguías siendo bella y que sólo la condición de ellos impedía tu presencia. Yo sé que tú sufriste mucho, pero no fuiste la única, también yo y no hubo más eventos ni fotos porque “quien tú sabes” encontró este concurso una vanidad propia de los países capitalistas. Al poco tiempo de tu partida ya no teníamos ni San Juan, ni reinados y lo más cómico, José Martí dejó de ser el Apóstol que siempre conocimos para convertirse en Héroe Nacional. No, si aquí cambiaron tanto las cosas que tú te vas a morir cuando las veas.

Por eso recurrí hoy al cajoncito para escarbar en la memoria escrita, en los pasajes de mi vida, para refrescar el ayer y enfrentarte con el presente sabiendo que hubo un pasado lleno de tantas cosas, buenas y malas. Quiero que me encuentres más sabia pero la misma Marlene de antes, quiero que me reconozcas en cada palabra gesto y discurso, en esos que colmaron estas hojas durante tu larga ausencia.

¡Te espero!


La Habana 2007