CORREO ELECTRONICO

viernes, 5 de julio de 2013

"Retazos de colores pasteles"



"Retazos de colores pasteles"

"Porque todo lo que cuento, lo he visto; y si pude equivocarme viéndolo, ciertamente no les engañaré al decírselos hoy día."
Stendhal.

Ayer, bajo un sol implacable, dieron cristiana sepultura en el cementerio de la ciudad de Camagüey a Esteban Andrés, el señor que durante largo tiempo, allá por la década del setenta nos proveyó de retazos de cortes de telas que se utilizaban entonces, y hasta hoy día, para forrar los ataúdes por dentro.

En la fábrica de sarcófagos que había sido propiedad de sus padres y de los padres de su padres y así sucesivamente hasta remontarnos al primer ataúd que se fabricó en Camagüey, él creció y se desarrolló. Con el frenesí de los cambios revolucionarios y las leyes de nacionalización, desde el sesenta y pico Esteban Andrés dejó de ser el dueño de su fábrica para pasar a desempeñarse como administrador, empleado de aseo y remodelación, responsable de mantenimiento y cuidador nocturno, todas estas tareas a la vez, porque la gente en todo el pueblo se manifestaba reticente a trabajar en lugares mal pagados, lúgubres y tan cercanos a la muerte. Esteban Andrés que ya no era "don" pero tampoco le gustaba que le llamaran "compañero", se acomodó como pudo a las nuevas circunstancias y trató de mantener el lugar donde nació, surgió y se fortaleció gracias a su esfuerzo y el de los suyos. Con el paso del tiempo la fábrica se fue deteriorando. Sin más alternativas y con recursos del partido provincial logró instalar en la maltrecha fachada de la fábrica un anuncio lumínico muy particular “Con entusiasmo socialista y devoción aumentaremos la producción”. Siempre que yo pasaba por allí, de vuelta de la escuela, me quedaba largo rato mirando la consigna, tratando de interpretar el disparatado mensaje.

Al llegar a casa encontraba a mi madre, como se había hecho costumbre habitual, sentada frente a la máquina Singer, trabajando entre la abuela y la jaula de tomeguines y canarios que se disputaban las migajas que dejaba a exprofeso la cotorra porque como ella salía con la anuencia de los humanos dos veces al día a picotear mangos y guayabos en flor, no necesitaba tanto pan agrio.

Mi madre con su ingenio habitual se cabeceaba buscando alternativas para palear la escasez. "Sobre esta tela parchada, una petaca y sobre esta petaca un botón". Gracias a las donaciones voluntarias y desinteresadas de Esteban Andrés, mami vistió a media familia con el forro de los sarcófagos. Los tonos iban del azul al beige y aunque el tejido no era de buena calidad con el paso del tiempo, un par lavadas y mucho almidón entraban en órbita. Se le podía encontrar horas enteras uniendo tejidos, combinando hilos y chachareando con mi abuela sobre las bondades de esas telas y el desprendimiento espontáneo de Esteban Andrés que le traía esta mercancía a cambio solo de una buena taza de café y alguna prenda dominguera de estilo único diseñada por ella con gracia y esmero. A María se la podía ver con las cejas fruncidas, apurada por cumplir la tarea antes que llegara el apagón, o con la frente despejada por el júbilo expreso, cuando sabía con certeza hacía dónde iban sus puntadas.

Nos hicimos de muchos metros de telas, tantos como pudo sacar este señor de su taller, hasta que algún envidioso de la cuadra lo chivateó acusándolo de malversar los bienes del Estado y defraudar la memoria de los fieles difuntos. Al pobre cincuentón lo enjuiciaron en un dos por tres. El alegato de mi madre en su defensa y la influencia que ella tenía en las altas esferas solo sirvió para rebajar un poco la condena.

Cambió de administrador la fábrica, sustituyeron el anuncio lumínico por uno de cartón "Proletarios usuarios....", ridícula expresión. Se agotó la materia prima con que mi madre trabajaba, se oxidó la máquina. Y aunque nos cambiamos de barrio , nos acordamos de Esteban Andrés y de los sarcófagos hasta que el tiempo hizo desaparecer definitivamente las prendas que llevábamos puestas.


Después de muchos años, volvió Esteban Andrés a la memoria colectiva familiar. Mis recuerdos se remontaron a esa época, sin interrupciones, como si cuanto ocurrió hubiese sucedido sólo ayer. Con este suceso volvimos a escarbar sin querer los estorbos del pasado, a remover la ingratitud, a evocar la bondad, a honrar la memoria de un simple mortal. Hoy volvemos en silencio a dejarlo, en sus mismos retazos, descansar para siempre en paz.


Fin