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miércoles, 6 de junio de 2012

"Carmela, Cola y Bacardí"




"Carmela, Cola y Bacardí"



Anoche murió el viejo, el mismo avaro que maltrató sus días con sus noches, desde que ella llegó al pueblito hacía cinco años atrás con una mano adelante y otra detrás. Carmela venía escapando del inevitable enfrentamiento entre las fuerzas del ejército y el grupo de alzados que estaba por desintegrarse, por allá arriba en la loma. Estuvo involucrada en una guerrilla sin cuartel donde un bando primero, otro después, le quiso arrebatar su futuro.

Él, sin preguntas explícitas, le ofreció refugio a cambio de su tiempo y su servilismo. Y desde entonces se encargó, con su absurda actitud y mezquindad, de limar su bondad, su corazón y sus recuerdos. No la dejó reencontrarse con sus pocos parientes, o sus pocos amigos de antaño si es que alguna vez los tuvo. El rancho se convirtió en otro presidio del que ella no osó escapar. Carmela aturdida y humillada, mantuvo su cordura, la ayuda inconsciente, una sonrisa que aliviaba su cansancio matinal. La rutina intentaba acabar con todas sus fantasías, pero ella sabía que esta tortura no podría durar toda la vida. Sus sueños inocentes y quiméricos fueron sustituidos por el diario quehacer; vaciar el orinal, preparar sus alimentos, lavarle y mandarlo planchado a pasear. El viejo pasaba la mañana en el club de dominó, almorzaba en el comedor obrero del central azucarero y volvía bien tarde después de haber pasado por el bar que atendían las guaricandillas quienes maltrataban una decrépita vitrola a punta de boleros. Comía en silencio y se acostaba no sin antes impregnar el ambiente con sus desechos estomacales. Para entonces ya Carmela le tenía dispuesta en la mesa de noche una botella de Bacardí y un vaso de coca cola, que ella misma debía retirar una vez el viejo se hubiese quedado dormido. Mientras tanto, ella lavaba y acomodaba los últimos calderos, escogía el arroz para el día siguiente y remojaba la ropa que debía lavar. En una ocasión cuando se disponía a cobijarlo notó que el viejo tenía un bulto demasiado grande entre las piernas como para ser materia genital. Descubrió que él dormía con el rollo compacto de billetes debajo de sus testículos custodiando su avaricia por su flácido pene. ¡Qué genialidad!.

Entonces entendió los comentarios que aseveraban que el viejo estaba podrido en plata, a pesar de que en aquel ranchito no había mucho donde esconder o guardar.

Carmela no hizo el menor comentario, en realidad tampoco tenía con quien conversar, pero esa noche por primera vez se tomó un trago de cola y Bacardí. El hallazgo no le cambió para nada la vida por el contrario siguió su pesadilla, siguió hablando con las gallinas, siguió practicando su deteriorado estilo de vida. Y así continuó religiosamente durante un año, hasta la noche cuando él, mudo, largó su mano decrépita hacía ella, dejó caer su bastón y de un solo suspiro profundo y un ruido gutural murió.

Carmela, aparentemente inmutable, recordó el rollo de pesos. Tendió al viejo en la cama y desvistiéndolo solo tuvo que tirar de la liga que amarraba el manojo debajo del péndulo fallecido.

Por primera vez, una luz alumbra su noche, no hay lágrimas porque ya las ha llorado durante todos estos años. Desde el patio una brisa entra por la ventana, aliviando el calor de este eterno verano. Bebe un cafecito fuerte que se ha preparado con azúcar prieta y se sienta frente al ventiladorcito con aspas oxidadas y torcidas que con generosidad la relaja. Así pasa toda la noche en vela, al lado del difunto y su botella de Bacardí.

Carmela bebe un trago con limón. Mientras huele con la palma de la mano su aliento, se da cuenta que se ha convertido en la dueña indiscutible de la fortuna sin testamentos ni testigos.Se acomoda su cuerpo en el único vestido decente que tiene para salir. En un pequeño morral vierte un par de prendas. Se ata el pelo revuelto con cintas de colores frente al espejo sin azogue donde apenas se logra reflejar, se maquilla tenuemente y sin mirar hacia atrás, abre la puerta y echa a volar. Sin rencor ni remordimientos aparente camina por el sendero de tierra que termina donde un cartel desvencijado anuncia “Fin de Camajuaní”. Suspira profundo. La inunda el aroma a guarapo de caña de azúcar. Tras sus espaldas el sol empieza a calentar y el azul del cielo la deja ver más allá que ayer. Con su mano derecha se toca el corazón, con la izquierda se aferra al fajo de billetes, dentro del morral. Tiene mucho camino aún por andar por estos matorrales y potreros enyerbados, para alcanzar llegar al entronque, donde el tren del olvido la llevará hasta la gran ciudad. Ningún obstáculo la superará esta vez. Carmela tiene muy seguro, que de ahora en adelante nadie le arrebatará la infinita felicidad.



Fin
Cuento de carácter vivencial, como todo lo que lo que en este blog escrito está, inspirado en una isla de esperanza y pasión.



Santiago 2008