CORREO ELECTRONICO

martes, 3 de diciembre de 2013

"Sorbo Amargo"


“Y de repente la sombra.
Para renovar el ánimo,
Busco el sol en ti”.

Mujer manantial:

Es la mañana del domingo, mucho sol y verdor recalcan que estaremos por largo rato acompañados de este porfiado verano. Al escribirte siento que me desplazo en tiempo y espacio para estar a tu lado y disfrutar contigo una eterna primavera, esa misma que ya tú gozas. ¿Estaremos siempre en mundos diametralmente opuestos desde todos los puntos de vistas? Aún recuerdo tu último viaje a la isla y me doy cuenta que Cayo Largo se me detuvo en la memoria y reafirmó este amor que ya es eterno. Allí comprendí lo mucho que te amo. He encontrado en ti tantas cosas lindas, tantas cualidades, tanta entrega y paciencia por mantener viva esta llama a pesar de la distancia y el tiempo. Traté de escribirte después de lo ocurrido en el trabajo, pero me faltaron fuerzas y decidí tomarme el tiempo necesario para procesar y digerir bien el hecho.

Ayer, cuando me enteré de la existencia de tu carta, partí velozmente al rescate. Me fui en bicicleta porque no hay medio más seguro y rápido en este lindo país. Juan Carlos vive en un barrio de esos que llaman “alto riesgo” y créeme que me costó dar con su apartamento, entre escombros y oscuros recovecos. Tenía que subir por una escalera, si es que se puede llamar así a aquellas tablas del siglo dieciocho carcomidas por el paso del tiempo que de alguna manera conforman una maltrecha escala. Hablamos algún tiempo, perdón hablé yo. Me brindó gentilmente su casa aunque yo dudo que pueda volver a tal lugar. Para deprimirme me basta mi reparto y los negritos de Burundi. ¡Suficiente!

Tomé la carta con mucha alegría y como el niño que recibe el juguete nuevo, salí corriendo a todo pedalear en busca de un parque donde poder egoístamente disfrutar tanta emoción. Pero no podía ser cualquier parque, el momento exigía un lugar especial.

Allí estaba aquel lindo Flamboyant, ese que tú conoces porque nos cobijó durante nuestro arrebato de amor, y si llovían estrellas nunca supimos porque su frondosidad nos cubrió totalmente aquella noche. Ahora de día, descubro que todos los bancos están maltrechos, será difícil hallar uno hecho y derecho, están como la misma ciudad. Me tiré en el césped, me metí de cabeza en el sobre y engullí cada palabra y frase creyéndome dueño del mundo y aunque fuese por un instante me sentí el hombre más feliz de la tierra. Porque pude leer sin atropellar palabras tus sanos consejos, esos que llegan cuando más los necesito. Poco a poco dejé de ser yo, para convertirme en Nosotros. Y cuando la sombra fue desplazándose y me dejó al descubierto, me acordé que ya era tarde y debía seguir el camino.

En casa siempre hay cosas que hacer, además, antes que anochezca, porque sin luz no es mucho lo que se puede adelantar. Los apagones no dan tregua. Con ellos aumenta la incertidumbre de estos días de los cuales me cuesta contarte. Pedaleos, colas, trámites, averiguaciones, todo junto en este endemoniado mundo de la Mierdocracia. Todo este último tiempo estuve pensando en mi futuro laboral porque sabes cuanto dependo de él y además cuánto lo disfruto y en mis reflexiones meditaba: “No sé qué sería de mí sin mi trabajo, sin mi actividad de guía, sin el contacto amplio con la gente, sin la conversación diaria, sin las posibilidades de disfrute y descanso que hoy por hoy este trabajo me proporciona”. Y me creí seguro hasta el día del desenlace.

El veredicto fue el pasado jueves pero como ves hasta hoy no tuve la fuerza suficiente para poder relatarte mi desgracia. Ese día estuvimos largas horas que parecieron días esperando en una fila el resumen de la comisión. En lugar de poner listas con los nombres de los que habíamos quedado fuera, nos hicieron participes de una comedia donde los cuadros del partido nos levantaban el ánimo. En este antipaís hasta para desemplear hace falta hacer filas. Mientras ellos me hablaban con su acostumbrada retórica, yo intuía el final y el veredicto. De todo el discurso verborreico alcancé a retener las últimas palabras de mi jefe “... la revolución no deja a nadie en la calle y como quiera que no queremos deshacernos de tanto talento, te tendremos en una bolsa para utilizar tus servicios una vez que lo necesitemos. Tenemos que salvar la revolución y tú nos ayudarás a ello.”

Salí de allí con las orejas hirviendo. Cuánta impotencia. Siempre creí que estaba preparado para aquel momento, pero no era cierto. Me fui a tomar la brisa del malecón porque necesitaba de aire fresco y a mi angustia se sumó otro hecho, esos que tienen que ver con las historias de los balseros. Historias que nos afectan a todos por igual y no me importa que "Quien tú sabes" insista en hacernos creer que son desafectos, porque sabemos que no es así. Ante mí estaba este grupo, seis personas tratando de arrancarse al norte en una precaria embarcación hecha a manos. Casi se estaban ahogando a vista y paciencia de unos y alboroto de otros. A pesar del empuje violento de las olas y al clamor de terror de la gente que aguardaba en la orilla el desencadenamiento obvio de esta loca aventura, ellos continuaron remando sin rumbo y no supe el final porque no soporté ver tanta desgracia. Entonces comprendí el desespero de tanto cubano bueno.

En la casa todo es igual. Las visitas se han vuelto tediosas porque el tema siempre es el mismo “no hay... no hay... no hay....” La gente como loca quiere a toda costa abandonar el país. No todos tienen la misma capacidad para resistir, ni la fuerza de mi madre que cada vez se pone más roja.

Ahora tengo demasiado dolor y muchas ideas lamentablemente desagradables. Se me han truncado los planes de bienestar, entiéndase bienestar comunista. Ahora más que nunca necesito de tu coraje y sabiduría y de la prudencia con la que siempre hemos actuado. De nada sirvieron mis conocimientos del idioma, mis largas jornadas en la Unión Soviética, mi entrega absoluta a la revolución y sus demandas; igual me dieron la patada por el culo. Es muy difícil asimilar esto, y muy triste aceptarlo. Me despido con un dolor tremendo. Dios quiera que pueda salir pronto de este infierno.

No te mando un beso, te sabría muy amargo y muy triste.


Te quiero mucho


Un año después de haber escrito esta carta, él estaba partiendo de Cuba.


La Habana 1994