CORREO ELECTRONICO

miércoles, 7 de septiembre de 2011

"Rojo Tinajón"










"Rojo Tinajón"



Camagüey es una ciudad que duerme,
es una trampa del recuerdo,
Es un juego de pasión,
que veo ahora de otro color.

Hace dos días que estoy en Camagüey. Dos días hablando y recibiendo en casa de mi abuelo a vecinos y amistades que, tratando de colmarme de atenciones, me agolpan con miles de preguntas y hasta con sus propios eternos relatos. Aprovecho la siesta obligada para tenderme en la hamaca, rodeada de plátanos y del viejo flamboyán que sabe de tantas historias. Aquí reinan los colores verde y rojo que prefiere mi madre, no por estilo, sino por convicción política. Rojos también son los grandes tinajones que se aletargan en cada rincón.

Apenas me ha alcanzado el tiempo para sacudirme de encima los dolores que provocan tantas horas de viaje, y aunque he dormido un poco, igual sigo sin recuperar el sueño. Son muchos los compromisos y demasiadas tertulias; he hecho un paro, solo para visitar a mi amigo Roberto, porque cuando se enteró que yo viajaba, me llamó para advertirme que si no pasaba por su casa se iba a armar la candela. Acepté su invitación para no ser descortés, porque sé cuánto empeño ha puesto en recibirme. Ayer, en la tarde, caminando por estas calles que tan bien conozco, pero que ahora observo desde otra perspectiva, pude respirar el aire camagüeyano con mayor tranquilidad y saborear la brisa de tanta sabana extensa.

A medida que avanzaba por las estrechas calles de la ciudad, iba recordando olores y lo hacía lentamente para que la humedad no me atropellara definitivamente antes que llegara a mi destino. No habían vehículos circulando, unas cuantas bicicletas que en zigzag trataban de evadir los innumerables y repetidos huecos llenos de agua pestilente que adornan la otrora céntrica calle República. En la acera descansaban muchas personas aletargadas por el calor, propio de esta hora. Me entretuve dando algunas vueltas por esas callecitas que antaño recorríamos vestidas de uniforme.

Estaba tratando de descubrir la casa de Roberto. Intuía que debería estar pintada y remozada gracias a su posición y recursos. Las pocas luminarias que estaban en pie, no me acompañaban y casi paso de largo si no es por el número que se me encimó como queriéndome decir “aquí vive Roberto”.
-“ No toques el timbre” –ya me había advertido- “no funciona desde el triunfo”. “Pégame un grito que yo voy a estar al tanto”.
Procedí como habíamos acordado y apenas llamé, apareció Roberto en un balcón que colgaba peligrosamente sobre la entrada del edificio.
“Voy bajando!”, me respondió con mucho entusiasmo, y se perdió nuevamente entre las ramas de unas verdes arecas.
Mientras esperaba, me dediqué a contemplar esa mole de cuatro pisos con decorados propios del arte mudéjar. La fachada estaba derruida y maltratada por tantos aguaceros y temporales. Deduzco que hace más de veinte años que no se remozaba, pero el edificio en sí sigue siendo una joya de la arquitectura colonial cubana, con marcado acento morisco. Una verdadera pena que esté tan abandonada, como una vieja salitrera.
Tras un fuerte abrazo, me convidó a subir inmediatamente. “Aquí apenas nos vemos”- y agregó -“Ten cuidado con los peldaños, se están casi cayendo, y no te sujetes del pasamanos que está en peores condiciones.”
La lúgubre escalera llegaba al segundo piso, y debería continuar según mis cálculos, pero la oscuridad permitía sólo adivinar.

Un pequeño saloncito hacía de recibidor y límite entre tanta oscuridad detrás y la claridad que me esperaba dentro.
“No quiero dejar al descubierto mis secretos”- respondió, sin que yo preguntara, como si adivinara mi pensamiento.

“Realmente aquí, a pesar del alba, la luz entra por todas partes sin tapujos, a diferencia de la oscuridad absoluta que se da en la caja de la escalera".
Tu Roberto de antaño se mantiene como siempre, distinguido, perfumado, alto, esbelto sin barriga, a diferencia del resto de nuestros amigos camagüeyanos. “Los años no pasan por ti”, le digo y no es halago. De repente me viene a la mente aquella imagen, de hace muchos años, cuando en la piscina del club ferroviario, descubrí tras un leve tejido de algodón, sus mórbidas voluptuosidades. Entonces le decían "el burro".

Me ofrece asiento y parte a la cocina por un refresco.

Ahora te voy a relatar todo como si fuese presente, tal como lo vivieron mis ojos:

En la sala principal hay pocos adornos. Un sillón grande blanco que perteneció a sus bisabuelos y viajó en tren desde el oriente de la isla al finalizar la guerra de independencia. Cuatro exquisitos balances coronan cada esquina. Al lado del sillón, sobre el suelo, la radio que compró en su último viaje al extranjero, hace de esto ya seis meses. Está intacta porque olvidó comprar el adaptador. Claro, el enchufe es diferente. Una vez más se enfrenta el mundo oriental al occidental. Y él no quiere cortar los cables así no más. Trabajo le costó reunir los dólares, se privó de alimentarse bien y se las ingenió para evadir el impuesto aduanero. “Tarea pendiente para el próximo viaje”, me dice con tono risueño.

Lo importante, según deduzco por el interés que demuestra al mostrarme cada detalle. Es que pudo concretar sus sueños decorando y amueblando su casa a su antojo, con colores propios del Caribe. No tiene nada regalado ni heredado de sus padres o abuelos más que su casa y el sillón. El resto es fruto del sacrificio, el intercambio, y el trueque común y corriente. Me contó que siempre la casa está llena de amigos, “no será esta la única ocasión en que nos reunamos para recibir, acoger o despedir a alguien”.

“Los fines de semana mejor ni te cuento- relataba- Como estoy tan céntrico y el transporte se ha puesto tan malo, es esta la parada oficial de los que vienen o van de un a lado a otro de la ciudad. Tampoco falta comida para invitar, si hasta me traen latas de carne para improvisar una sabrosa cena. No siempre puedo contar con todo, para eso pongo el techo sin goteras y este acogedor lugar. ¿No crees tú?”
Miro a mi alrededor para constatar lo que me cuenta. Cada viaje significa adquirir algún objeto que sirva para decorar sus ambientes. Aquí están los discos de Nana Mouskori que se trajo de Chile, en uno de sus innumerables viajes de negocios, pantalla que utiliza el partido regional para reencontrarse con los socialistas moderados del cono sur.

Me muestra el armario recién barnizado. Muchos zapatos, tantos como para ir a parar a la cárcel. Zapatos para muchos años, porque el pie a esta edad ya no le crecerá más. Parece una colección, digo mal, parecen obras de arte, porque no escatima en buenos ejemplares. “Los mejores se compran en España”.

En el comedor, una mesa moderna, cubierta por un grueso vidrio que deja ver la baldosa del piso. Como centro de mesa, un adorno que no alcanzo a descifrar si se trata de un frutero o un cenicero por su forma ovalada con terminaciones complicadas. De todas maneras sirve como portavela, porque con esto de la escasez, las pocas frutas que se consiguen se comen en el día. En los muros cuelgan cuadros modernos, acuarelas de artistas cubanos contemporáneos, de esas que se venden en la feria artesanal de La Catedral por unos pocos dólares, aunque creo que estas son genuinas obras camagüeyanas. Además, hay dos esculturas de madera. Son caras exóticas de negras africanas. No erré en mi apreciación. Me comenta que todo esto lo compra a los artesanos locales que exponen sus trabajos en la plaza vieja que está frente al otrora hospital colonial.

Hay velas por todas partes y no es que Roberto “le meta a lo afro”, son solo para alumbrarse durante los largos apagones. Como quiera que el techo es tan alto, las velas no alcanzan a iluminar totalmente el interior de estas piezas.

Aquí no hay un estilo definido, porque todo se fusiona, se mezcla lo asiático con lo europeo, lo caribeño con lo suramericano, lo de ayer con lo de hoy, abriendo paso a un ambiente lúdico y colorido que se agradece y disfruta. En un mueble antiguo, pero elegante, guarda celosamente en frascos sus especias favoritas: tomillo, pimienta, albahaca, romero, ají de color, cilantro, eneldo. Son la base de sus encantos culinarios. Con las latas de carne rusa o “span” chino que trae del extranjero, prepara platos nuevos, inventos improvisados y aliñados a la manera cubana, predominando el comino, el laurel y el orégano. Los platos, sin llegar a ser sofisticados, se ven atractivos, todos coronados por finas ramitas de cilantro y trocitos pequeños de pimentón rojo.

Voy al cuarto de baño. La tina ya no se ocupa. La escasez de agua apenas da para tirarse unos cuantos cubos encima. El sector de repisas, que en una época sirvió para guardar cosméticos y medicamentos, está completamente vacío. Pero no se lamenta. Cuando le duele algo, se aguanta. A veces, por aburrimiento más que por necesidad, va donde el médico de la familia. Hay muchos libros: José Martí, Carpentier, Gabriel García Márquez, Dostoyevski, Tolstoi y Chejov y revistas de decoración que se ha traído de España- supongo yo.

No llevábamos quince minutos hablando, cuando empezaron a aparecer sus amigos. Todos en bicicleta, el último grito de la moda. No venían en bicicletas cualquiera, como esas chinas que han atiborrado las calles. Estas son sofisticadas, fruto del bussines y del mercado negro. Acá al igual que en el resto del país, se practica a todo nivel el doble estándar. El lenguaje de las paredes internas, en contraste con el deterioro de la fachada exterior y el evidente derrumbe de los balcones, representa el testimonio locuaz de esta realidad cubana. “Yo defiendo lo que está afuera, pero quiero que me dejen disfrutar lo que tengo adentro.”

Se conversa de lo que a cada uno se le ocurra con la extroversión propia del cubano y la libertad de expresión que se ahoga fuera de este recinto: de béisbol, de sexo, de política, de árboles genealógicos, de cine. Si alguien tiene duda de su integridad revolucionaria, acude a la letra de una canción de Silvio que dice algo como:
“No necesariamente el que tiene mucho, es egoísta,
No el que nada tiene, es dueño de la virtud “

Fue un velada estupenda. Así está Roberto hoy día. Agradece las vueltas del destino, porque no te imagino a ti de comunista, ni haciendo de secretaria de un inmaculado burgués. Nunca le hablé de ti, ni de tu bienestar en Miami. Pasé esa página.

Nada que aprender. Camagüey es una alucinación.



FIN