CORREO ELECTRONICO

lunes, 11 de enero de 2016

“Abrir los ojos duele...........pero es un dolor necesario”






Abrir los ojos duele...........pero es un dolor necesario”


El bullicio ahoga el amanecer en el Vedado, uno de los barrios más decentes de la capital. María Rabassa no quiere asomarse al balcón porque con los vítores que llegan desde los alrededores de la recién inaugurada embajada norteamericana, ya le es suficiente. Se imagina el panorama afuera. El jolgorio la aturde. No sabe si llorar, reír o aplaudir. Se ha inventado miles de actividades dentro de la casa y hasta decidió no salir a hacer la cola del pan porque quiere evitar a toda costa el desorden de la zona y a muchos de sus vecinos que despertaron efervescentes y discordantes. “Esto parece como estar en un parque de diversiones”. Las emociones la superan y entre múltiples bocinazos de algún lumpen que ya jura estar en Estados Unidos, se sumerge en sus propias reflexiones. “¡Comemierdas!”

Le viene a la mente la frase típica de su suegro quien murió esperando ansioso volver a afeitarse con cuchilla Gillette: “No hay mal que dure cien años, María Rabassa”. No sabe a ciencia cierta a qué se refería entonces pero conociendo su forma de pensar y su desaprobación del régimen revolucionario, empieza María a atar cabos. Si el viejo se hubiese aguantado un poco, quién sabe si estuviese ahora gozando de tanto entusiasmo pueblerino, apoyando a los gusanos que siguen pregonando que Cuba es esclava de una tiranía perversa y una ideología absurda. Ella sin embargo cree que “absurdo” es desconocer la historia.

A María la intoxica el alboroto desmedido, la falta de prudencia y la desfachatez de muchos frente al glorioso pasado. Con sabor a culpa y dolor se prepara un vaso de agua con azúcar prieta. Su corazón late buscando los registros del ayer. Inagotable, dinámica, ella fue unas de las primeras en romper con el imperio, en desechar el árbol de navidad con bolas, guirnaldas y todo porque del gobierno emanaban nuevas órdenes. Dejó de ir a misa, se peleó con el cura del barrio y hasta apoyó la decisión del Comandante de que en menos de cuarenta y ocho horas los religiosos tenían que abandonar el país. “Qué se vayan a Estados Unidos si quieren propagar su fe cristiana”. Su forma de pensar estuvo condicionada por el nuevo régimen y fue capaz de imaginar un orden moral sin un Dios. Que hubiera censura entonces, era la única forma de que el populacho no inventara cosas. Colgó en su puerta un cartel: Para la Revolución -todo, contra la Revolución-Nada. Hizo suya esa frase soviética “Conduzcamos la humanidad con mano de hierro hacia la felicidad”, lema del proletariado nacido en el seno del bolchevismo más puro.

Ella se fue a la agricultura donde sus labios se agrietaron por tanto sol, a los campos de caña que le otorgaron callos a sus delicadas manos, a los centrales azucareros a laborar voluntariamente para contrarrestar el brutal bloqueo impuesto por el enemigo norteamericano. Estuvo en el cordón que conformaba la seguridad del Comandante cuando discurseaba encendidamente y sin pausa en la plaza ante el pueblo. Se vistió de verde olivo, marchó, custodió, tiró tiros, se enfrentó a los desafectos del reparto, se convirtió en espía a la caza de enemigos del régimen, se esforzó tremendamente como nadie antes lo había hecho en aras de una patria libre y soberana, pisoteando una y otra vez la bandera norteamericana, símbolo del imperio. Con el tiempo y durante tres décadas abrazó y respetó la otra bandera, la de la hoz y el martillo, la bandera roja que le daba de comer y vestir.

En la década del noventa cuando los soviéticos empezaron el distanciamiento y se fueron tras otras conquistas, ella entendió con temblor en las entrañas que se venían tiempos difíciles. Se empujó con mucha dignidad el período especial tras el corte de todos los suministros. Empezó a vivir una nueva vida espartana. Se quedó sin pasta de dientes y sin dientes porque no había en todo el país materiales para poder arreglar su desgastada dentadura. Aprendió a comer carne de soya, que al principio le pareció asquerosa; se las ingenió para inventar un bistec de cáscara de Toronjas y a freírlo sin aceite, a repartir entre los suyos ochenta gramos de pan agrio y duro, pero pan al fin y al cabo; se acostumbró a lavar con hojas de henequén en lugar de detergente, a lustrar los zapatos de sus hijos con clara de huevo porque había desaparecido el betún.

Cinco décadas viviendo entre restricciones e improvisaciones. ¿Por qué ahora tenían que volver donde los norteamericanos, si durante cincuenta y pico de años se creyeron autosuficientes? ¿Acaso la pobreza no los hacía ser más dignos? ¿Por qué renegar lo que el gobierno les inculcó siempre?

Ahora por ahí andan esas negras con pitusas americanos y unos pullover con esas malditas letras en inglés. La mayoría de los jóvenes no habla de producir, cumplir, sino de viajar, comprar, disfrutar, comer bien. Ninguno se ha detenido a pensar lo que dijo clarito Raúl Castro, que a él no lo eligieron presidente para restaurar el capitalismo en Cuba, ni para entregar la revolución sino para defender, mantener y continuar perfeccionando el socialismo. Bueno, habría que partir por el hecho de que a él no lo eligieron, eso es un error semántico de gran envergadura. Raúl fue designado por su hermano, en lo que si María coincide es que las conquistas del socialismo, aunque muchos digan que son pocas, hay que preservarlas.

María comenta en voz baja: “Ojalá que esto sea un avance positivo, siempre por el bien del pueblo, pero hay que esperar que pase el tiempo a ver qué sucede. ¿De qué me sirve que ahora vengan los yanquis y construyan un montón de hoteles, si con mi salario no puedo ir a ninguno?. Si alguien me pregunta qué me gustaría, le respondería:- Me gustaría tener acceso a nuestras propias cosas en nuestro propio país. Sin ir tan lejos, comerme un buen filete de res, tomarme una malta con leche condensada, qué se yo. Me gustaría una mejora económica para acceder a todas esas simplezas que pueden estar aquí mismo. Quisiera alcanzar esos pequeños detallitos, chicos pero necesarios para tener mejor calidad de vida, porque ya no estoy para sacrificios”.

Su mejor vecina, una compañera destacada y muy revolucionaria, el otro día le dijo que había entendido y con mucho dolor, que el sistema se venía desmoronando desde que nació y que los cubanos solo habían tenido pequeños momentos cumbres, con matices mágicos, el resto era bobería e incertidumbre. “No pueden existir tantas personas equivocadas, María, tienes que abrir los ojos”. Y esa noche María no pudo conciliar el sueño como correspondía.

María no quiere abandonar su palpitar pero la situación es más compleja que abrir o cerrar una embajada. Eso que aprendió en los círculos de estudio acerca de que “En el socialismo, el proletariado es dueño de los medios de producción y construirá a corto plazo un futuro luminoso” no lo ve por ninguna parte. El temor de lo que vendrá es más profundo. Ella no puede abandonar sus ideas. No, no puede. Mientras muchos disfrazan sus dudas ella quiere seguir estoica creyendo en el futuro que le prometieron. Cree que esto de la embajada y tantas banderas no traerá un beneficio real sino que es puro espectáculo. La vergüenza la corroe. ¿Qué dirá mañana el Granma, el diario que siempre ha condenado las artimañas del enemigo a noventa millas, sus maniobras para desestabilizar el modelo económico?. Balbucea: “Desde el otro lado del mar se tejerán nuevas maniobras para hacer sucumbir la revolución, todo bajo esa misma bandera de múltiples estrellas”.

El tiempo se mueve rápido. La mañana avanza tempestiva. María se niega a salir al balcón porque se va a topar con esa bandera, hoy altiva, la mismitica que quemaron con mucho fervor revolucionario en tantas manifestaciones antiimperalistas, y que todos juraron en nombre de la revolución socialista aborrecer para siempre. Esa bandera americana aunque sea solo un pequeño guiño diplomático, está enterrando hoy día su gran pasado.


Fin

Julio 2015