CORREO ELECTRONICO

martes, 8 de febrero de 2011

"Aves migratorias"


"Aves migratorias"


Siempre que voy al aeropuerto a esperar a Antonio, tengo la sensación que algún día te veré bajar también a ti de uno de esos aparatos. Esas naves de hierro que como aves migratorias surcan cielos y juntan continentes. Cuando era chica, quise ser aeromoza, pero el destino me dio otra profesión y ahora tengo que contentarme con verlos desde la terraza cuando voy a esperar a mi marido, o a despedir a algún conocido. Porque los viajes siempre son para bien y hace mucho que quedó atrás la guerra de Angola y Etiopía y la otra guerrita, de la que poco se habló, pero que terminó con mucho estruendo cuando echaron a patadas por el traste a los comunistas de la Isla de Granada.

Antes de la caída del muro de Berlín viajaban muchos vanguardias a los países socialistas. Ahora es distinto, pero de igual forma siguen saliendo los artistas a diferentes partes de Europa y deportistas a cuanto evento se hace por ahí. ¡La suerte de algunos!. Respirar otro aire, ver otros cielos, aunque digan que “No hay otro cielo tan azul como mi cielo” y chocar con otras realidades por un par de semanas. ¡Qué rico es regresar a lo tuyo y poder contar que afuera no todo lo que brilla es oro, pero brilla!. Y de paso, el champú, los jabones, las colonias, regalos para los que te quieren y para los que no te quieren también, porque con pequeños detalles te puedes abrir camino al futuro y evitar que el presidente del Comité te cague la hoja de vida cuando se te presente la oportunidad de salir.

Los más comecandelas, apenas se bajan del avión, revisan el periódico para chequear cómo van las metas del quinquenio: ¿lograremos juntar otros diez millones de toneladas de azúcar?, ¿ Cómo está funcionando la cadena puerto-transporte-economía interna?. Ellos no quieren aceptar que la cadena está oxidada hace mucho tiempo, pero está. La llevamos atada como nuestros antepasados, seguimos anclados sin movimiento a este mar de incertidumbre.

"Que el avión se atrasó sólo porque a unos tipos se les ocurrió traicionar la patria en la escala técnica de Madrid"- comenta Antonio.- "Tan malagradecidos, después que la Revolución los mandó de viaje con todos los gastos pagados". "Y ahí empezó el jaleo- me cuenta eufórico- Hicieron bajar a los pasajeros y revisar nuevamente el equipaje. Casi tres horas duró el trajín". Y yo dejo hablando solo a Antonio y me imagino que mientras esperaban la señal de abordaje las mujeres se pusieron a ver las vidrieras y soñar, mientras que los hombres fueron directo al estante de pornografía. Qué olfato tiene los hombres, pura intuición masculina. En algo tienen que pasar el tiempo, total las revistas generalmente están en inglés y no hablan de política, pura templadera sana, sin malicia ni desarrollo intelectual. Retomo el relato de Antonio quien cuenta que de vuelta al avión, no faltaron los comentarios que también él comparte : “estos cabrones se quedaron para andar en cochinadas. De nada les servirán los títulos. Ya los verán trabajando en un restaurante de mala categoría porque ni para acceder a un Hotel les va a alcanzar”. Antonio asevera: “Los voy a ver de vuelta pidiendo perdón y agradeciendo a la revolución”. Yo sonrío tímidamente.

Lo curioso es que no regresa nadie. ¿Será que no les alcanza la plata para el pasaje?. Eso no se lo he preguntado porque temo echar a perder su genuino entusiasmo.

Es cierto que otros quieren regresar, empujados por las ganas irresistibles de visitar a sus parientes. La necesidad del reencuentro es más fuerte que el odio que sienten hacía el régimen que los desechó en su momento. Cuando salieron prometieron nunca más volver, y ahí los ves, implorando que cambien las condiciones, para poder echarle nuevamente una mirada a su terruño. Las circunstancias en algunas ocasiones impiden concretar esos sueños.

Te voy a relatar algo que viví muy cerca, y que de alguna manera sirve para graficar lo que te comento.

Hace un año, Reinaldo, un amigo nuestro, anunció que venía de Puerto Rico por unos días. La madre de él y la mía participan juntas, codo a codo, en las actividades del Comité y se les ve a menudo de a dos en cada cola que aparece. Pero la amistad se remonta mucho más atrás. Eso fue allá por el ochenta y pico. En esa época él llegó al barrio donde vive mi madre. Primero trabajó en la casita del médico, luego por sus incontables méritos terminó siendo director del policlínico municipal.

En un control de rutina me contó que era camagüeyano. Bastó ese pequeño, gran detalle, para que desde entonces surgiera una estrecha amistad entre ambas familias. Enojado con el sistema, como lo estuvieron tus padres en su momento, y aprovechando un viaje de trabajo a Puerto Rico se quedó por allá. Yo siempre supe sus intenciones, marcadas por su típica frase:” Tengo que dejar atrás esta sociedad disfuncional y perversa”. Ahora, después de dos años, volvía en calidad de turista.

Su mamá y la mía, me involucraron en la bienvenida que consistía, nada menos, que en acarrearlas al aeropuerto con la ayuda de Antonio. Te imaginarás lo que me costó convencerlo, pues él definitivamente no comulga con los “apátridas”. Tuve que hacerle recordar que gracias a Reinaldo, tuvimos siempre en casa los medicamentos que no se podían encontrar en las farmacias. Además, estábamos haciendo un favor a su madre, que hasta el día de hoy había demostrado con creces ser fiel aliada al régimen.

Ese día madrugamos para no perdernos ningún detalle, desde el arribo del vuelo, hasta que saliera por la puerta principal que nunca se sabe cuál será. Es parte de la administración, no quiero culpar al gobierno, cambiar las puertas de desembarco a última hora, para que los que están esperando se entretengan corriendo de un lugar a otro. De esa forma se torna más emocionante la espera.

En Boyeros hacía un frío del carajo pa`lante, por suerte yo andaba con mi termito de café recién colado, ese que me acompaña a todas partes, en todas mis tribulaciones. Antonio nos llevó, pero no nos podía esperar, pues según él, y es cierto, no convenía que vieran su auto con chapa estatal parqueado mucho tiempo en un lugar que está fuera de su hoja de ruta. “Los trámites aduaneros son muy lentos, sobre todo con los gusanos”-me dijo. Convenimos que una vez estuviese Reinaldo fuera, yo lo llamaría para que nos retirara. El vuelo arribó a las diez de la mañana, los pasajeros empezaron a aparecer una hora más tarde, pero de nuestro amigo, nada. Primero pensamos que no había salido de San Juan, pero no teníamos cómo averiguarlo. Luego se me ocurrió preguntar a un guardia de seguridad que desde temprano me había estado pintando salsa. Le convidé café y explique que estábamos angustiadas por la situación e incertidumbre. Me prometió averiguar y una hora más tarde, cuando ya había perdido todas las esperanzas, reapareció. Me llevó a un lado y simulando que éramos viejos conocidos se convidó él mismo otro trago de cafecito. Mientras me coqueteaba, confirmó que el tal Reinaldo sí había llegado, pero estaba retenido por sabe Dios qué. “Mira, en realidad el caso no debe ser tan complicado. A decir verdad, esto es un hecho rutinario, vinculado más bien a los papeles del tipo”- trató de explicarme.

A la madre le dio un soponcio, tuvimos que componerla a sorbitos de café. Nos llenamos de dudas, que fueron disipadas solo a las tres de la tarde cuando nos enteramos, por el mismo tipo de seguridad, que a Reinaldo lo habían despachado de vuelta y que la razón era simple: no estaban dejando entrar a los médicos que abandonaron el país en condiciones ilegales. Bueno, en estricto rigor, él no había dejado el país ilegalmente. Que no volviera en tiempo y forma eso es otro asunto.

Con las alas caídas las tres, una vieja llorando y la otra indignada, regresamos a casa. A través de un amigo logramos comunicación en la noche con San Juan. Confirmamos que ya Reinaldo Zayas Bazán, el otrora famoso médico cabecera, estaba de vuelta en su chalet. Era casi inconcebible, pero tan cierto, como te lo cuento ahora. A él nunca más le quedaron ganas de reintentar el viaje.

Tampoco tú regresaste y eso que te lamentabas bastante al principio. Cuando te bajaba la nostalgia y empezabas a quejarte en tus cartas, yo te decía que te pusieras una mano en el estómago y la otra en la sien, para refrescar los recuerdos. Remedio santo. Pero eso no significaba que pospusieras por más de cuarenta años tu viaje. Regresa para reencontrarte con lo tuyo y charlar y cantar boleros y recorrer ese malecón y volver a ver esas palmeras que a ambas nos hacen soñar.

Y créeme, que aunque felicite hasta hoy día tu decisión de marcharte, en lo más profundo de mi ser, siempre seguiré esperando que vuelvas.



FIN