CORREO ELECTRONICO

viernes, 9 de abril de 2010

"Siento el dolor profundo de tu partida"

"Siento el dolor profundo de tu partida"


Hay un calor sofocante en esta tarde de verano. A pesar de la lluvia, están todos acalorados. Dos días llevan encerrados viendo como corre el aguacero que ha inundado los alrededores de la casa y también parte del poblado. Por lo menos ya no hay viento, las ráfagas han amainado y dejaron de escucharse los truenos. Se echa de menos, a decir verdad, esos relámpagos que brindaron noches estruendosas y movidas dándole luz a este lúgubre velorio.

-Mira que ocurrírsele morir en medio del temporal.
-Viejo porfiado, hasta para esto fue terco.

Las mujeres, las más viejas, están aglomeradas en la cocina, a la orilla de la hornilla, esperando se caliente el agua del caldero donde irán a parar otras gallinas o quien sabe si hasta un puerco. “-A este ritmo nos vamos a quedar sin provisiones”.

Es que llevan dos semanas alimentando a tanta gente que se acercó al rancho a penas se enteraron que don Fefo empezaba a dar sus últimos suspiros, después de dos años de postración y sufrimiento. Se apagó demasiado lento y la agonía la trasmitió a los suyos que veían con desesperación como se vaciaba la alacena y la despensa.
-No están los tiempos para esto. No he podido descansar ni teniéndolo muerto-exclama la hija mayor.
­-Pobrecito, fue tan bueno. Por suerte no te oye, de lo contrario se estaría revolcando en el ataúd por tu desenfreno- murmulla Josefa.
-Mira, pobre yo, que ahora me estoy jodiendo. ¿Y usted mamá, no se acuerda de todas las trastadas que le hizo?.
-Para mi fue un pobrecito, a penas se pudo defender con tanta rigidez que se le vino encima.
-Todo rígido.
-Excepto lo que tanto hubiese añorado - señala con tono de maldad otra de las hijas.
-¡Calla mujer esa boca!.
Las mujeres se echan a reír y han logrado a su vez sacarle una sonrisa a Josefa, la viuda , la madre de tantos hijos y abuela de tantos nietos.

Entre risitas se seca las lágrimas con las puntas de los delantales irresistiblemente blancos, no se sabe a ciencia cierta si llora por la cebolla o por la perdida del viejo."Mal que mal le acompañó largos años" comentan allá en la sala dos de sus mejores amigas, porque todos conocen el verdadero mal de don Fefo quien siempre estuvo envuelto por una naturaleza amorosa y ardiente. No pudo mantenerse dentro de los límites de la fidelidad. Desde joven consideró el tema del amor como un deporte de competición y de búsqueda de trofeos personales a diferencia de Josefa que entregaba sinceridad , creatividad y nobleza. Josefa se entregó entera a su esposo, a sus hijos, se sacrificó mucho por su hogar dejando las propias ambiciones de lado y mostrando una actitud de resignación. La eterna servicial y altruista. Fue una mujer muy intuitiva sensible y cariñosa.

Josefa se acerca a la ventada con vista al camino real, concentrada y a la vez distraída. De pronto se le ilumina el rostro , desde allá muy lejos vienen dos a caballo, con tanta lluvia no alcanza a distinguir los rostros pero cree ver a su hijo, al que esperan desde el martes sin resultado.

La desazón la embarga nuevamente, son los sepultureros, cabalgando despacio con ritmo acompasado y olor a muerto. Se bajan del caballo, con los brazos en alto soportando las bolsas de nylon que los cubre. Sus rostros delatan de inmediato que no podrán llevar a término el entierro. Josefa que se ha acercado al portal a recibirles les pregunta con el ceño: ¿Y?.
-Estamos preocupados por la fosa, está casi cubierta de fango y lo menos que queremos es que se nos ahogue el muerto.-dice uno de ellos.

Se persignan las abuelas, se suenan los mocos los nietos.
-¡Que abran otra botella! Grita alguien desde adentro.
Habrá que esperar otro día, habrá que soportar el hedor que invade toda la casa, habrá que seguir escuchando chistes y más cuentos.
-Nos nos quiere dejar Fefo
-Prendamos otras velitas-sugiere Anita- y parte veloz a la pieza del fondo.
-Tan preocupada por todo-señala una tía, sin saber que la joven va en busca de “otra luz " con dos patas y usa sombrero alón. Es un tipo de bigote que vive cerca del almacén. Desde que llegó le ha estado haciendo, tras las cortinas, señales y muestras de acercamiento y ella coqueta como su madre, ha dicho para sí: “No voy a dejar escapar a un vivo por ocuparme de un muerto”.

La madre sigue recostada a la misma ventana, sostiene en sus manos un cuadro con la foto familiar. Fue tomada hace dos años cuando ya era evidente que Fefo no se pararía más. En primer plano aparecen ellos dos sentados y detrás todos sus hijos, cuatro mujeres y cuatro hombres. Nunca han estado tan cerca, se agruparon sólo para la foto y ante su incasable insistencia. Manosea la foto como queriéndole sacar brillo, trata de encontrar vida y claridad en todas las cosas que hoy andan al revés. "Se le fue la vida hablando de los que otros debían hacer pero que él nunca hizo".Cada uno a su manera lucha por su verdad. La invade una sensación de angustia en sólo pensar que enterrarán al marido sin la presencia del Luis Alberto, y es por culpa de esta lluvia que no le ha permitido atravesar los caminos. Mientras espera, hace un repaso al pasado
Luis Alberto no es el mayor pero si el que pone punto final a los conflictos y decisiones. Desde chico ha sido una persona muy noble, actuaba con franqueza. Mostró una seguridad personal y una capacidad muy especial para sobresalir entre el resto, el defensor permanente de los desprotegidos llevándolo a ser líder indiscutible del poblado. Con su madre existía siempre una conexión espiritual, sin palabras. cada uno podía percibir en el otro sus estados anímicos, sus éxitos y frustraciones.

Luis Alberto ha estado presente en los momentos más importante para la familia. Bueno para organizar y manifestar su poder cuando la situación lo amerita, es el único que heredó el carácter viril del padre , ese aire pomposo y aristocrático. A diferencia del resto de los muchachos, a los veinte años su vida había adquirido fama y reconocimiento social y no necesitó del apellido ni del dinero del padre para moverse con plenitud en la gran ciudad, cuando decidió por si solo cortar el cordón que lo mantenía atado a sus raíces. Era tan simpático y exteriorizado que siempre lograba dejar huellas, por eso no había acontecimiento en el pueblo que no empezara sin su presencia. La única gran dificultad fue su desapego a la tierra y sus constantes desacuerdos con el padre en la forma que debían manejarse los negocios agrícolas.

Josefa regresa al presente y observa la sala con desgano.

En otra esquina están sentados tres hombres, discuten por las tierras que ahora habrá que repartir. Hay que comprar alambre y palos para que quede bien marcado el terreno. No será equitativamente como expresara el viejo.
-Yo tengo una familia muy grande - acaloradamente dice uno de ellos.
-A ti, te tocará lo menos, pues sigues siendo el soltero.- le espeta el segundo a la cara del más joven del grupo, quien sumiso no alcanza a defenderse.
- Déjenme llorar a mi padre, lo primero es lo primero.
-Yo me conformo con el espacio que con el río colinda, pequeño pero con agua.- aclara el último.
Parece que han olvidado que la madre sigue viva y aún no se llevan al viejo. La hermanas no opinan, ellas tendrán sus terneros y Luis Alberto está tan bien económicamente que no necesitará migajas.

Parece que los funerales son esenciales para el ejercicio de nuestra memoria, sólo que cada hecho es interpretado en estrecha complicidad con quien los evoca. Durante el velorio hacemos un balance de nuestras vidas y rogamos sea más larga que la del que está allí adentro. Se dan las frustraciones, el placer, la desolación, la perdida , la libertad el enriquecimiento. "¡El muerto al hoyo y el vivo al pollo!” grita un borracho desde el portal mirando a dos perros que gozan del apareamiento. Indiscutiblemente los velorios sirven de mucho, a los vivos más que al muerto. Encontramos gente que no veíamos desde hace tiempo, nos reconciliamos con los que siempre tratamos de odiar, verificamos que no somos el más viejo, tampoco el más gordo. Revisamos nuestras arcas, nos mostramos dadivosos y entrañablemente perfectos. Y aunque aparentemente todo transcurra tranquilo, siempre habrá un factor sorpresa, comparable al que se da en un escenario cuando presenciamos una buena obra de teatro con malos actores que de repente sorprenden agradablemente peleándose la tribuna y las lágrimas.

Cerca del ataúd está sentada una mujer enlutada, con rosario en mano musitando:
-Tú, no mires tanto. Concéntrate en el sarcófago. Ellos no merecen nuestro respeto, si vinimos hasta aquí es para que estés cerca de tu carne, o de los despojos que quedaron de tu padre. A ti, no te alcanzó ni para el apellido. Me prometió que nos iba a buscar una casita decente y hasta el día de hoy seguimos en la casucha a la salida del pueblo, divididos por el riachuelo, símbolo de odio y rencor. Cuando me dejó embarazada, hace ya de esto dieciocho años, me juró que se encargaría de nosotros con la única condición de que mantuviera en secreto esta relación y su fruto. Yo lo hubiese pregonado a los cuatro vientos, porque no fui violada, al contrario, lo disfrute bien adentro. Tú eres producto del amor y del revuelco en los naranjales. Cuando no pude ocultar más la barriga, me convertí en el hazmerreír de todo el pueblo. Me apuntaban con el dedo y me relacionaban con el hombre que repartía el carbón sólo porque de mi se ocupaba. Yo cargué con la deshonra y tu peso, pero callada, como había prometido. Y cuando naciste, ya no hubo más dudas, porque tenías sus ojos, su color de pelo y hasta su cuerpo a medida que ibas creciendo. Eres su misma estampa , claro que con más carne y menos huesos. Yo no tuve la culpa que él se fijara en piernas dieciocheras y se restregara en mis faldas cuando dejó de buscar las de su mujer porque olían a cocina y leña. Por eso nos odiaran siempre, a mi por haberte parido, a ti, por tu hidalguía, desplante y parecido. No vinimos a pedir, a diferencia del resto, vinimos a rendir tributo al hombre que amé y respeto, a tu padre que nunca te nombró pero igual te quiso desde el lado de sus secretos. Los días de lluvia como hoy, enviaba un caballo a tu escuela para que te llevara de vuelta a casa y pudieras cruzar el arroyo sin problemas. Y tú llenándome de preguntas, pero paciente y tierno. Ahora le tienes cerca. Se fue sin pronunciar tu nombre. obsérvalo cuanto quieras, nadie te puede quitar ese derecho. Y si alguien osa agredirnos, yo vomito mi verdad que tiene bastante peso.

De pronto, su monólogo es interrumpido por alguien que se acerca desde la cocina trayendo una bandeja repleta de tacitas de café. El aroma inunda el espacio que es bien amplio recordando a cada uno que de esto entre otras cosas vivió don Fefo. Se sirven primero las mujeres, luego los niños como dicta la tradición.
-Para los chicos café clarito, como le gustaba al abuelo.
Los hombres prefieren aguardiente de caña porque según ellos reconforta el alma.
-¿Cuándo llegarán las coronas? - pregunta una de las hijas. Se escogen de hombros los que escuchan y miran tras los ventanales el agua que corre y corre indomable y constante.
Aclara otro pariente- las coronas las harán llegar por tren, es la única forma. Con la crecida del río, se cortaron todos los pasos. Paciencia, que no es medicina, llegarán para el entierro, con el cura, con tu hermano- dicho esto último en tono poco amistoso.

Y era cierto. En la tarde, con el rugir de la locomotora se empezó a despejar el cielo, se dejaron ver tenuemente algunos rayos de sol. Salen los chicos al portal y anuncian con algarabía que se acerca Luis Alberto, el tío de la ciudad, recto, probo, incólume, distinto al resto por su forma de vestir, su andar y pronunciamiento. Es buen mozo el muchachón, no se nota preocupado ni afectado por el deceso, por el contrario, viene con las ideas claras a ponerle fin a este cuento. Por su carácter inmutable no ha derramado una lágrima, inclinado sobre el ataúd sonríe: “En paz descanses don Fefo. He venido a darte sepultura como Dios manda”. Y dirigiéndose al resto señala: "Abriremos otro hueco".

Ya para las seis parte el cortejo con todas la de la ley. El alcalde va a la cabeza de la marcha fúnebre tanteando el terreno aún cenagoso. El cura es el segundo. Va con desgano porque sabe que el discurso que improvisará está demasiado lejano a la realidad. "Este hombre dadivoso"- comenzó diciendo, y ha omitido la palabra cristiano en todo momento porque sería desde su punto de vista demasiado ofensa. Las palabras póstumas a cargo del joven Luis Alberto, han sido muy elocuentes.

Luis Alberto con su madre son los más sobrecogidos, él la abraza y le da consuelo para sacarla de su silencio y de esa oscuridad que se le viene encima por el pánico a la soledad. De vuelta vienen despacio contemplando tanto verde. Por delante de Josefa, está el mismo camino, las mismas esperanzas y la promesa eterna de seguir amando a su esposo esté donde esté.

-Usted se viene conmigo a la ciudad-dice Luis Alberto.
-Prefiero estar en lo mío. Agradezco tu desvelo, pero la tierra es la tierra.
-Aquí no le queda nada, mamá.
-Cómo que nada. ¿Y mi viejo?

Fin