CORREO ELECTRONICO

viernes, 17 de julio de 2009

“El sueño que se esfumó con el mar”

"El sueño que se esfumó con el mar”

“Quién se iba a imaginar que después de tantos años”.... Así se propagaba raudo por el aire húmedo del Caribe este bolero cadencioso, a través de los altos parlantes que flanqueaban el área de la piscina y la cancha de tenis. Delma sonríe porque de repente alguna similitud con su propia vida ha encontrado en esta letra. Se ajusta el pareo azul con vetas verdosas que la hace parecerse al mar apacible que tiene detrás. Ella con Manuel pasan por el bar para pedir unos tragos. Unos canadienses beben en silencio y despacio mientras que, con sus miradas fijas en las gaviotas que revoletean alrededor, arman sus propios crucigramas. Lo mismo hacen otros tantos que en minúsculos trajes de baño, si así se puede llamar a sus sencillos y apretados taparrabos, están a medio despertar. ¿Tomarán para renovarse u olvidar?. Singular combinación de actividades, efectos calmantes y a la vez energizantes componen el lugar. No importa que sea tan temprano, o que apenas hayan desayunado; en un “todo incluido” hay que aprovechar la oportunidad. Se empieza con una Piña Colada para no desentonar, y luego viene el Daiquiri, el Mojito y el infaltable e infatigable Cuba Libre. Manuel lleno de gestos conversa con el barman en encendido diálogo sobre voluntad hidráulica, mesas redondas, batallas de ideas, y de otros temas que Delma apenas logra descifrar. Los cubanos, con altos decibeles, conversan de esto y de lo otro y del Más Allá, porque temas no les faltan y cuando se agotan, sencillamente se ponen a cantar. A Manuel, de vuelta en su paraíso terrenal, no le ha costado en lo absoluto hacerse de amigos con los que charla tratando de filtrar las verdaderas intenciones tras los diálogos furtivos llenos de aparente confianza y optimismo.

La mañana está avanzando. Delma se acomoda apacible, en una de las tantas hamacas rojas, bajo las sombrillas con vista al mar. De repente los boleros son sustituidos por una bullanguera afinada de maracas y bongó. Manuel se acerca con los traguitos y un movimiento ligero de pies ansiosos por bailar. En la tarima empieza un show mañanero para despabilar a los trasnochados que aún no encuentran su rumbo en este ir y venir de turistas atontados. En el estrado hay tantas sonrisas amables y espontáneas como negritos sandungueros atiborran el lugar. Los tambores irremediablemente repican mejor mientras más los castiga el sol. Contemplando una barca que llega a la orilla de la playa y luego se aleja, Delma se entusiasma en bucear. Es un sueño de antaño que quiere realizar. Esta vez no podrá resistirse a la tentación, quiere experimentar el silencio rotundo bajo el mar, escudriñar la barrera coralina de la que tanto ha escuchado en estos cuatro días que llevan en la paradisíaca isla. Manuel la alienta para que se inscriba en los paseos que ofrece el hotel. Coincidentemente se acercan tres jóvenes que forman parte del team de entrenamiento y animación. Diligentes, locuaces y coquetos como cualquier cubano, concretan para el día siguiente la primera clase práctica a bordo del catamarán. Delma delira de emoción y ya se ve cursando el océano, conversando, allá abajo, con la colorida y exótica fauna marina.

En la noche, después de cenar, vuelven a coincidir con los muchachos y sus respectivas parejas, unas rubias oxigenadas de carnes apretadas que ansiosas hablan sin parar. ¡Bendita novedad!. Se siguen sumando jóvenes que en lugar de bailar prefieren conversar, pero a diferencia de otros encuentros, se notan alterados como si las cosas para ellos comenzaran a suceder rápidamente, a un ritmo al que no están acostumbrados en este recinto de paz y armonía. La tensión emocional es muy fuerte. Agobiados o maltratados por el trajín del día se retiran temprano a descansar. Lo mismo hacen Delma y Manuel porque habrá que madrugar.

Al día siguiente, amanece para Delma mucho más temprano. Se prepara como para un ritual. Ansiosa arma su bolsa, donde lleva bloqueador, traje de baño, lentes de sol y la cámara fotográfica digital que recién está aprendiendo a usar. Independientemente de que Manuel no la acompañará en la aventura, bajan juntos a desayunar. Curiosamente desde la terraza se divisa un grupo de policías que rastrean el lugar, las camareras se mueven en silencio sin chistar. Se respira un aire enrarecido. Lo mismo ocurre en el restaurante donde la ausencia de gran parte del personal es notable. A través de los vidrios ven pasar a otros guardias que van camino a las dependencias que ocupan los trabajadores. Delma y Manuel se miran y tratan de comunicarse sin que medien palabras. “No cabe duda que algo extraño ha ocurrido acá ”- piensa Delma, pero lo que no sabe aún es que sus amigos cubanos, con los que compartió anoche, estuvieron navegando desde entrada la madrugada en “su catamarán” rumbo a otro lejano lugar y que su sueño se ha esfumado con el mar.


FIN