"No
escondas la miseria"
"Можно закрыть глаза на то, что ты видишь.
Но нельзя закрыть сердце на то, что ты чувствуешь"
El
turista, después de un espléndido desayuno, aprovechando la
tranquila mañana salió a recorrer esos lugares pintorescos de La
Habana Vieja. Dejó a buen resguardo su fajo de billetes en el Hostal
Valencia y con cámara en mano transita por las callecitas de
portales y balcones restaurados que parten en forma perpendicular
desde la espaciosa Avenida del Puerto. Se detiene en Amargura,
atraviesa la Plaza San Francisco de Asís y toma la calle Muralla en
dirección al Capitolio Nacional. Estos tres días en La Habana le
bastan para orientarse bien. A medida que avanza, el barrio se le
hace menos turístico y más real; los balcones se muestran en
evidente deterioro, las portadas con pilastras flanqueando enormes
puertas de doble hojas con arcos de medio punto están a mal traer.
Los vitrales de todas las fachadas están rotos y los elaborados
hierros forjados de los otrora guardavecinos palidecen corroídos por
la humedad y el salitre.
A
poco andar, en la esquina de Compostela se detiene frente a una de
las tantas colas que hay en el barrio, “ésta es para el picadillo
de soya, muchacho” le comenta una mulata con tacones altos y ojos
color mar que hacen blanco en él. ¡Qué curioso! Enfoca el lente,
aguza la vista tratando de ubicar lo exótico, trak, trak, trak. La
gente pacientemente espera su turno y sin reparo alguno se deja
fotografiar. Se instala en la nítida imagen el silencio y la calma.
El goza de su libertad mientras el resto está amarrado a la cola. La
situación le evoca en forma vaga recuerdos de un pasado bastante
lejano, que se desdibuja en su memoria de hombre de seis décadas.
“La naturaleza mezquina de la dictadura castrista” le dice quedo
un negro que cojea al pasar y al que no alcanza a fotografiar porque
ya dobló raudo la esquina.
“Es
solo una cola”- se responde a sí mismo. Lo que no sabe o no
quiere saber es que esa larga y extenuante fila también podría ser
la cola para el pan, para el helado, para el café, para la carne
cada cuarenta y cinco días, para los fósforos, para la yuca, para
la malanga una vez al año, para las toallitas higiénicas que los
cubanos llaman “intimas”, para el papel sanitario, para el
algodón, para el mentolatum y hasta para los tabacos y cigarros tal
vez.
Pero
como se trata de un tipo de ideas progresistas, un hombre de
izquierda que anda disfrutando de las bondades del socialismo ajeno,
que no quiere romper con lo que tanto quiere, tratará de convencerse
a si mismo, de que no todo está mal, que al menos no ha visto desde
que llegó ni la más mínima fila frente a algún consultorio o
centro de salud. ¿Será ese argumento suficiente?
No querrá averiguarlo al menos por ahora.
Le
lastima que esas imágenes sean un guiño comparativo de lo que le
tocó a él mismo vivir de joven en su país, por tanto borra las
fotos de la fila y opta por buscar otros recursos y encantos: Aldabas
, bocallaves, guardacantones que brindan protección a las
construcciones en las esquinas y a él lo acorazan ante lo
imprudente.
En
estricto rigor al comprometido turista chileno estos diez días no le
alcanzarán para filosofar. Más tarde oprimido por la ola de calor
buscará un trago en un “bar para extranjeros” o se refugiará en
alguna playa. Y seguirá cual si nada por la preciosa isla con su
máquina de última generación, contaminando la realidad con su
acompasado trak, trak, trak.
FIN