CORREO ELECTRONICO

jueves, 26 de mayo de 2016

"No escondas la miseria"



"No escondas la miseria"

"Можно закрыть глаза на то, что ты видишь.
 Но нельзя закрыть сердце на то, что ты чувствуешь"

El turista, después de un espléndido desayuno, aprovechando la tranquila mañana salió a recorrer esos lugares pintorescos de La Habana Vieja. Dejó a buen resguardo su fajo de billetes en el Hostal Valencia y con cámara en mano transita por las callecitas de portales y balcones restaurados que parten en forma perpendicular desde la espaciosa Avenida del Puerto. Se detiene en Amargura, atraviesa la Plaza San Francisco de Asís y toma la calle Muralla en dirección al Capitolio Nacional. Estos tres días en La Habana le bastan para orientarse bien. A medida que avanza, el barrio se le hace menos turístico y más real; los balcones se muestran en evidente deterioro, las portadas con pilastras flanqueando enormes puertas de doble hojas con arcos de medio punto están a mal traer. Los vitrales de todas las fachadas están rotos y los elaborados hierros forjados de los otrora guardavecinos palidecen corroídos por la humedad y el salitre. 

A poco andar, en la esquina de Compostela se detiene frente a una de las tantas colas que hay en el barrio, “ésta es para el picadillo de soya, muchacho” le comenta una mulata con tacones altos y ojos color mar que hacen blanco en él. ¡Qué curioso! Enfoca el lente, aguza la vista tratando de ubicar lo exótico, trak, trak, trak. La gente pacientemente espera su turno y sin reparo alguno se deja fotografiar. Se instala en la nítida imagen el silencio y la calma. El goza de su libertad mientras el resto está amarrado a la cola. La situación le evoca en forma vaga recuerdos de un pasado bastante lejano, que se desdibuja en su memoria de hombre de seis décadas. “La naturaleza mezquina de la dictadura castrista” le dice quedo un negro que cojea al pasar y al que no alcanza a fotografiar porque ya dobló raudo la esquina.

“Es solo una cola”- se responde a sí mismo. Lo que no sabe o no quiere saber es que esa larga y extenuante fila también podría ser la cola para el pan, para el helado, para el café, para la carne cada cuarenta y cinco días, para los fósforos, para la yuca, para la malanga una vez al año, para las toallitas higiénicas que los cubanos llaman “intimas”, para el papel sanitario, para el algodón, para el mentolatum y hasta para los tabacos y cigarros tal vez.

Pero como se trata de un tipo de ideas progresistas, un hombre de izquierda que anda disfrutando de las bondades del socialismo ajeno, que no quiere romper con lo que tanto quiere, tratará de convencerse a si mismo, de que no todo está mal, que al menos no ha visto desde que llegó ni la más mínima fila frente a algún consultorio o centro de salud. ¿Será ese argumento suficiente? No querrá averiguarlo al menos por ahora.

Le lastima que esas imágenes sean un guiño comparativo de lo que le tocó a él mismo vivir de joven en su país, por tanto borra las fotos de la fila y opta por buscar otros recursos y encantos: Aldabas , bocallaves, guardacantones que brindan protección a las construcciones en las esquinas y a él lo acorazan ante lo imprudente. 

En estricto rigor al comprometido turista chileno estos diez días no le alcanzarán para filosofar. Más tarde oprimido por la ola de calor buscará un trago en un “bar para extranjeros” o se refugiará en alguna playa. Y seguirá cual si nada por la preciosa isla con su máquina de última generación, contaminando la realidad con su acompasado trak, trak, trak.



FIN