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domingo, 12 de abril de 2015

"Santiaguera"







"Santiaguera"

Esta mujer santiaguera, bonita por excelencia, de andar coqueto y zalamero saturado de miel, no puede esconder sus verdaderas y voluminosas curvas bajo la bata blanca almidonada y pulcra de doctora. Se le ve con frecuencia regando alegría desmedida como viento de sueños y mágicos torbellinos, con su hoja de albahaca tras la oreja para espantar las malas vibras. Hasta su sombra es grácil, potente y elocuente.

Ella pudiera estar ahora en Etiopía o Venezuela, al igual que muchas de sus compañeras, cumpliendo el sagrado rol internacionalista que le inculcaron en la escuela, pero el destino la situó a sus treinta y pico de años en este otro Santiago rodeado de cordilleras y nieves que se deslizan buscando ansiosas el mar. Santiago, capital de Chile, un país del que escuchó por vez primera cuando tenía apenas once años y que nadie en la familia pudo señalar con certeza en el mapa que ella se trajo del zaguán y desempolvó con cuidado para que no se le cayeran a pedazos las pocas letras que le iban quedando junto a unos tristes y descoloridos continentes. Así de tan viejo y maltrecho estaba el mapamundi que heredó de la tía que se fue con la gusanera a Miami cuando la cosa en la isla empezó a ponerse fea.

Por suerte esa noche llegó su abuelo, que sí sabía de historias y geografías y le señaló una franja larga y angosta por allá abajo, que más parecía una provincia argentina, que un país soberano. Y su voz se ahogó con las noticias que todos escuchaban en la radio acerca de los acontecimientos que envolvían a ese pueblo en las tinieblas. Y toda la noche a la luz de un farol chino discutieron los mayores, trenzados en frases que ella nunca pudo olvidar “Golpe de Estado”, “Pronunciamiento militar”. Truenos que hicieron temblar a la muerte y dividir a muchos.

Y de ahí en adelante y hasta el día de hoy se habló siempre de un país sufrido y abnegado que ella redescubrió hace dos años. Y fue cuando todo se le enredó más, confundida pero sin temores, se fue zambullendo en el mar de malls, discotecas, bulevares, boutiques y alamedas. Revalidó su título que le abrió las puertas a una prestigiosa clínica de la capital, tratando de mantener la equidad y la bondad que siempre la caracterizó. Sigue locamente enamorada de sus pacientes y del hombre que de Cuba la sacó.

Dicen que lo conoció en la isla. Tan prendada quedó, que botó a su novio cubano con el que venía arrastrando problemas de celos y prolongada incomunicación. Ella sin mucho ruido se sacó el polvo del pasado, los prejuicios, su angustia y su dolor y se empató con el chileno. Lo empalagó con sus afrodisíacos dulces de leche y coco rallado con azúcar prieta y sus paseos en coche tirado por caballos y los baños que se daba desnuda bajo la luna en la playa Daiquiri. Sin más testigos que la oscuridad de Abril y su propia mágica y vasta naturaleza, regocijó a su novio chileno con su piel ardiente, lúdica, constante y revolucionaria.

El hombrecito desenfrenado puso la plata y compró el silencio de las autoridades para que su cándida cubana pudiese salir con la frente en alto, sin temor.

Acá se le ve feliz y radiante, pero aunque se lo proponga, no podrá olvidar ese otro Santiago, su Santiago verde, ese otro sitio donde refugiarse aunque sea con poemas y cancioncitas cebolleras. En su vida no habrá terceras partes, ni otras verdades, porque santiaguera o santiaguina las raíces definitivamente echadas están.

Mientras espera el cambio de luz para atravesar Lyon, regresa mentalmente a la poesía que aprendió allá en su tierra, en la escuelita rural de la loma del Caney, cuando nadie presagiaba entonces, ni por casualidad, que a esa chica la llamarían la doctora mulata de Santiago. Entonando las estrofas convertidas hoy en son, contonea sus caderas y memoriza esta canción:


"Iré a Santiago"
Cuando llegue la luna llena
Iré a Santiago de Cuba,
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Cantarán los techos de palmera.
Iré a Santiago.
Cuando la palma quiere ser cigüeña,
Iré a Santiago.
Y cuando quiere ser medusa el plátano,
Iré a Santiago con la rubia cabeza de Fonseca.
Iré a Santiago.
Y con la rosa de Romeo y Julieta
Iré a Santiago.
Mar de papel y plata de monedas
Iré a Santiago.
¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!
Iré a Santiago.
¡Oh cintura caliente y gota de madera!
Iré a Santiago.
¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!
Iré a Santiago.
Siempre dije que yo iría a Santiago
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Brisa y alcohol en las ruedas,
Iré a Santiago.
Mi coral en la tiniebla,
Iré a Santiago.
El mar ahogado en la arena,
Iré a Santiago,
calor blanco, fruta muerta,
Iré a Santiago.
¡Oh bovino frescor de cañavera!
¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!
Iré a Santiago.

Fin


Comentario: El poema se titula “Son de negros en cuba” escrito por Federico García Lorca, poeta español nacido en Granada en 1898. Estudió Letras en la Universidad de Granada y Música con Manuel de Falla. Fue una de las puntas del triángulo surrealista de André Bretón, junto a Salvador Dalí y Luis Buñuel. "Soy Federico García...", diría a manera de presentación a quienes le recibían a su llegada a La Habana, uno de los mejores escritores españoles de todos los tiempos. Desde entonces, 7 de marzo de 1930 y para siempre, el poeta andaluz Federico García Lorca se convertiría en uno de los más admirados y queridos intelectuales que visitarían a Cuba. Su gracia y sencillez hubo de ganarse a todos los que le conocieron. Considerado entre los grandes poetas del siglo XX, murió asesinado en Granada en 1936.