CORREO ELECTRONICO

domingo, 9 de diciembre de 2012

"Un espacio en sus sueños"










"Un espacio en sus sueños"
A Anita Xandre por su naturaleza,
por su empatía, por su amor por Cuba.


La luz del amanecer la despertó. Debajo, un azul turquesa que pocas veces había visto y unas diminutas islas diseminadas a lo largo de una espléndida barrera coralina, como lentejuelas brillantes con centro verde y borde blanco impecable. No alcanzó a escuchar bien lo que la azafata anunciaba pero intuyó por la hora que estaban por aterrizar. Se incorpora un poco en el incómodo asiento, trata de mirar tras la ventanilla sobre el ala del avión para divisar qué hay más allá. Se observa una isla mucho más grande, generosa en vegetación. Se enciende el tablero que indica "Fasten yours bells, please", y antes que la aeromoza empiece a traducir ya ella ha tomado todas las precauciones porque si de viajar se trata, ella tiene vasta experiencia. Ya estuvo en España, Francia, Austria e Italia y hasta por estos mares cuando viajó a EEUU y México; pero este destino es muy especial. Cuba, es enfrentarse a un mundo que se niega a naufragar con un régimen que patalea pero se mantiene incólume a pesar de las presiones externas e internas.

Ya en la terminal aérea, una bocanada de aire caliente, demasiado para su gusto y una humedad propia de una sesión de sauna, la termina de espabilar. Frente a ella ¡Viva Cuba Carajo!, un lumínico despampanante y la algarabía de uniformados que vienen y van ordenando la masa de extranjeros que no hace más que estirarse para sacarse el calambre que producen ocho horas de ininterrumpido vuelo. El chequeo es riguroso y las preguntas, no ha lugar, pero ya le han advertido que en Cuba la situación es así, y luego la cosa será diferente, que la rectitud se esfumará una vez cruce la zona de inmigración, que no todo es metralleta y verde olivo y que otra cosa es "cubano simple de tabaco y ron".

Y ella que es tan observadora, mientras ordena sus papeles, entiéndase, pasaporte, visa y una hoja que le han entregado donde debe jurar entre otras cosas no portar material o propaganda enemiga, no deja de pensar en la teoría de la evolución de la especie, que se da sutil e imperceptiblemente cambiando a todos, a estos más, porque a los cubanos les han tocado momentos históricos muy fuertes influyendo en el estado de ánimo y en sus emociones. Los aduaneros son descorteses y se notan tan cansados como ella a pesar de que nunca han subido a un avión.

Anita, portadora de unas encomiendas para una familia cubana, apenas llega al lujoso hotel donde alojará, trata ansiosa de comunicarse con ellos. “Compañera-le dice la mulata de la recepción- tiene que llamar desde la habitación y el minuto se cobra aparte”. No sabe si la palabra "compañera" le provoca risa, rabia o pudor, pero una sensación extraña la envuelve mientras trata de adaptarse rápidamente a las nuevas circunstancias. Recordó a Cervantes: "Donde fueres, haz lo que vieres!

Una vez contactada la familia que debe visitar, empieza a descubrir un mundo mágico, lleno de tribulaciones con vetas indescriptiblemente humorísticas, con matices salvajes y sarcásticos a ratos. La casa situada en el bienaventurado barrio El Vedado, es una mansión como tantas otras, abandonada a su suerte por falta de mantención. La escalera de mármol de Carrara que lleva al segundo piso, demuestra la opulencia de un pasado que no ha de volver. El pasamanos está en tal estado de deterioro que al tratar Anita de sujetarse no lo logra y casi rueda escaleras abajo. Las risotadas y el entusiasmo de la bienvenida no le dan espacio al enfado. Según los mismos anfitriones “Así es la vida, caerse, pararse y echarse a andar”

Los cubanos más que conversar se entrelazan en una algarabía musical multidireccional llena de frases acarameladas y expresiones que a ella le recuerdan el ayer vivido junto a sus antepasados que eran de origen catalán, de allá de un pueblito conocido como Agramunt muy cerquita de los Pirineos. Otras palabras las ha leído ya de grande durante sus intensas incursiones en la literatura castellana; sayuela por enagua, bombillo por ampolleta, cinto por cinturón, remolacha por betarraga, y otras tantas, la trasportan a la Madre Patria. Localismos como guagua o camello, la enredan al principio, pero sólo por un rato pues su vasto domino del lenguaje la encamina derecho por la senda del entendimiento. “ Ah!, Camello es como los cubanos llaman al bus articulado o mejor dicho destartalado- Qué ingenio!”.

Se percata de que los cubanos tienen una capacidad y una intensidad de comunicación rica en verbos y colores. Extrovertidos y dicharacheros lanzan al mundo exterior sus riquezas espirituales y necesidades sin tapujos. Trasmiten información con eufemismos tales como llamar "necesidad" a la pobreza, "escasez" a la falta total de algo, "resolver" al sobrevivir diario.
Todos coexisten con sus penurias y venturas, con sus pro y sus contras, y antes de tratar de entender el complejo mecanismo de adaptación, se da cuenta que hay que aceptarlos como son, porque ellos también desinteresadamente la acogen con afecto.


Aún no ha perdido la capacidad de asombro. Mientras ellos andan por la vida del acostumbramiento y la tal llamada resolvedera, ella se cuestiona por qué tiene que callar cuando la amiga cubana sube a un taxi que las llevará a recorrer la cara menos amable de la Revolución, el contrabando. “Porque no me vas a negar que es mejor pagar por una botella de ron y un paquete de café el precio justo y no lo que impone el mercado socialista en sus tiendas para turistas extranjeros”.


Sentada en el taxi, ella que nació para conversar, porque eso decían sus padres y sus abuelos, debería hacer más que un minuto de silencio en beneficio de la amistad y la cordura. Tendría que dejar a un lado su gracia copiosa para hablar. Aunque parezca un sarcasmo se privaría del deleite de charlar tanto o más que los cubanos y casi estalla y sucumbe ante la mirada sagaz del chofer quien con el rabillo del ojo la observaba tratando de interceptar su delatadora apariencia de ingenua turista.


El "carro", un Chevrolet añoso de la década del cincuenta con un ruido ensordecedor que amenaza con dejarlas "encangrejadas" a mitad de camino, se desliza a una velocidad razonable, dándole a ella el tiempo suficiente como para leer los letreros que en lugar de promociones o réclames son consignas revolucionarias donde abunda el sustantivo pueblo, fusil, imperialismo, futuro. Se fija que las calles no tienen señalizaciones como en Chile, en cada esquina hay montículos de cemento que indican el nombre de las avenidas, 24, luego 26, después 28 y así sucesivamente. Se dirigen a la avenida 70. Entonces ella rápidamente, multiplica y calcula cuánto más deberá fingir y cuanto más deberá soportar el vaho del tabaco que fuma este chofer de guayabera blanca y mocasines café. "Este tabaco sí que está bueno"-le dice el chofer mordiendo la punta del habano. A ella le parece un comentario irónico pero le responde con una mueca y vuelve a voltear la cabeza para no echar a perder el trato. Ve a un grupo de negritos que con pantaloncitos cortos rojos, camisas blancas y pañoletas también rojas caminan ordenadamente rumbo a una plaza cercana. De repente un perro delgaducho se atraviesa y el conductor hace un giro brusco para evitar atropellarlo. El carro se desencaja, la carrocería suena como barco varado, el perro sale ileso y el chofer lanza un "Coño, perro, mira por donde caminas, casi nos matas del susto”


Se moviliza desde muy adentro su inquietud, y cree no soportar tanta tortura, hasta que el taxi se detiene en una céntrica avenida y la amiga la convida a descender "llegamos". Anita no sale del embeleso.


La llevaron a Miramar, un barrio con cientos de verdes palmeras donde convive la opulencia del régimen con verdaderos enjambres de casonas abandonadas con derruidas fachadas y antejardines descuidados. Empujada por la ansiedad, el entusiasmo de su acompañante más que por la necesidad, que realmente no existía, se encontró dentro de un edificio de tres pisos, subdividido en no se sabe cuántas partes para hacer de cada rincón una vivienda. Olor a humedad y hacinamiento la trasladaron momentáneamente a los maltrechos cité de Santiago, esos que subsisten cerca de La Vega Central. De repente se vio rodeada de chinos, vietnamitas o coreanos, difícil diferenciar, que comerciaban aceite, jabones, cordones y embutidos pero que no hablaban de kilos ni de gramos sino de trozos y botellas. Al más estilo oriental la transacción es rápida y dinámica: Lo tomas o lo dejas, porque no hay tiempo para reflexiones ni dudas. Todo es tempestivo como la lluvia que arrecia afuera del insalubre lugar que l0s cubanos llaman "bodeguita alternativa”. De vuelta a la calle, tratando de esquivar el aguacero tropical que se ha desatado sin avisar, con vientos huracanados que le tuercen el paraguas e intentan hacerlo volar, la cubana le explica la razón por la cual debe permanecer muda durante el trayecto de vuelta "Chica, si te escuchan hablar, van a saber que eres extranjera y el tipo nos va a querer clavar la carrerita en dólares".

Así de un lado para otro, guiada por cubanos se va empapando de la cotidianidad.

Ni Tropicana, ni las exquisitas playas de Varadero le proporcionan tanto placer como el de poder compartir con gente comunes y corrientes. Ahí, sentada frente a María Rabassa, una revolucionaria de armas tomar, escucha anécdotas del pasado. En un país ahogado por la estrechez todavía hay gente que piensa en el futuro, como esta señora que gusta le digan compañera, que independientemente de que hayan disminuido sus fuerzas producto de la edad no ha aflojado su entusiasmo ni su deber para con la Patria y su Revolución.


Y tanto en Miramar, como en El Vedado o en La Habana Vieja en esas callecitas adoquinas, detrás de los balcones con ropa colorida colgando, de los portones del siglo pasado y antepasado, de las desvencijadas persianas maltratadas por falta de mantenimiento o presencia de huracanes donde se almacena la supuesta miseria material hay una vasta riqueza espiritual, un incomprendido sosiego, una calma aparente una energía vitalizadora y ante todo una espontaneidad sorprendente.

Cada tarde al volver a su lujoso hotel, donde la calma y confort contrasta sobremanera con lo que ha vivido durante el día, trata de volcar al papel aquellas frases que ha logrado amarrar a su memoria con esfuerzo para que no se les escapen porque evidentemente serán dignas de recordar. Que el cubano, en lugar de correr, "echa un patín", que eso fue lo que tuvo que hacer una vecina cuando la pilló el marido en su propia cama "pegándole los tarros" con un "vejigo" de dieciocho años, que esa tarde se armó "un arroz con mango" de tal envergadura que ni el famoso Comité pudo intervenir.

Se va de Cuba con poco equipaje porque allá no hay mucho que comprar pero con muchas dudas, intrigada, estupefacta, agradecida de poder conocer gente maravillosa, humilde y sana, con un enigma a cuesta y muchas preguntas que solo el futuro sabrá resolver.

Le pareció un pueblo estimulante, lleno de dicharachos y risas, tanta que contagian y minimizan sus propias penas y carencias, que no son pocas. Y no encontró cordero magallánico, ni riñones al jerez, pero si unos exquisitos frijoles y postres acaramelados y mucha conversación y mucho cariño, afecto y bondad.

Y Anita, que por naturaleza es analítica y muy lógica, trata de recordar los detalles en cada situación y sabe que llegando a Santiago de Chile tendrá que escribir y volcar todo lo que no puede callar. Y aunque podrá olvidar algunas cosillas y omitirá otras, por razones obvias, Cuba ocupará, indiscutiblemente cada noche, un espacio privilegiado en sus sueños.



Fin

martes, 6 de noviembre de 2012

“Sin olvidar el pasado”


“Sin olvidar el pasado”

Quién diría que esa mujer sesentona, con pantalón rojo furioso y blusa multicolor es Javiera, la misma que veinte años atrás andaba por Camagüey cabizbaja vestida de tormentoso negro. Los que la conocen bien dicen que cuando pudo enterrar a su esposo, cambió inmediatamente el uniforme verde olivo con que siempre andaba orgullosamente ataviada por un negro luctuoso que llevaba incluso los domingos. Sin llegar a ser disidente, decayó notablemente su entusiasmo revolucionario, dejó de participar en las reuniones del Comité, llenó sus horas de ocio con oraciones, acompañada de velas, rituales y sahumerios. Aunque se compró una cadena con la imagen de la Caridad del Cobre, nunca se le vio en la iglesia. A misa no iba porque la situación era convulsa. El coraje le alcanzó sólo para tirar la tenida proletaria y medallas combatientes al fogón junto con recortes de los diarios del Partido que relataban la guerra de Angola y el avance impetuoso de las tropas cubanas en el frente. Los parientes comentaban que con ese drama anduvo largo tiempo hasta que llegaron muchos nietos a su vida trayéndole además de los ruedos, las risas y los cantos, las ganas de sustituir entre otras cosas, los colores lúgubres que la oprimían por racimo de matices vivos y dinámicos. Algunos creen que hoy como siempre sigue pensando en él pero de una manera diferente, sin buscar razones, causas ni culpables. Derribó la barrera que la ataba al dolor. Con el tiempo las heridas sanaron. Hoy mira al cielo con los pies bien puestos en la tierra. De vez en vez relee “Aquellos vagones verdes”, entonces la imagen del marido colgado en la viga del techo aparece en su mente, pero ahora lo recuerda como un hecho del ayer, discordante y disparatado, muy lejano, que para nada estropeara su actual vida que también es generosa e importante. Porque Javiera ha sabido valientemente sacudirse el luto de encima sin olvidar absolutamente el triste pasado.



FIN

miércoles, 10 de octubre de 2012

"A Candela la vida le duele"




"A Candela la vida le duele"


Candela se toma el pelo y mira al cielo contemplando el rumbo del sol que va camino al norte. La humedad del aire no le molesta a esta hora de la tarde. Arroja el gancho que pretendía amarrarse como nudo y suelta ansiosa su cabello. Se le ve exuberante, exacerbadamente optimista, después de tantos ensayos múltiples e innumerables fracasos. Atrás va quedando el caluroso día enredado entre sueños, pesadillas, maltratado por estrepitosas consignas, deseos malogrados y situaciones tóxicas y permanentes.

Muchas veces se ha visto a Candela por los pantanos, allá donde van a parar los desechos del pueblo, una suerte de foso de estiércol y morralla del combinado pesquero, enterrada hasta el cuello en los manglares, cubierta de espinas de cactus y raíces marinas para confundir a los guardacostas, rodeada de mosquitos aerodinámicos, huyendo de bultos estrafalarios y escalofriantes figuras fabulosas, cocodrilos embadurnados olfateando miedo entre tanto nerviosismo contenido; y ella rogando a sus santos y a sus muertos para no terminar dentro de la bolsa abdominal de los hambrientos caimanes, convertida en pasta hedionda, fétida podredumbre de sus deseos.


Y las veces que logró hacerse a la mar en aquellas precarias balsas, recuerda haberse visto involucrada en desmanes y tormentos. Acude a su mente el olor a orina de los hombres cobardes cuando el miedo se exuda en todas sus facetas, cuando desvanecen los más valientes y se embrutecen los pendejos. Ella ha aprendido nuevos códigos olfativos, y con el tiempo ha entrenado su mirada que se tornó acuciosa, mezcla de natural y salvaje. Por eso, desde su ventana con vista a la tarde que más parece noche, situada en el límite entre la negación y la esperanza, se lanza por la segunda opción. ¡Hoy si lo voy a lograr!-piensa entusiasmada.

Ahora todo será diferente. Candela presiente que no será ni apresada ni devuelta. Se ha unido a un grupo que no es un partido sino un enjambre de bulliciosos desafectos, enemigos de la escasez, desarraigados soñadores, impertinentes en ocasiones; piratas y corsarios de los nuevos tiempos, errantes náufragos frente al anchuroso azul horizonte. Los que conocen sus tribulaciones dicen que es liviana, otros opinan que es impura, pero todos sin excepción coinciden que es hermosa aunque demasiado inmadura. Nadie o casi nadie quiere entender que sus esquemas mentales son aunque inverosímiles, acertados y concretos.

Ella se agotó de los sombreros, de sus zapatos viejos, de los ruidos proletarios, del raído arado que le regaló su abuelo, del camión, del tumulto de las guaguas, del pan añejo, de las iguanas del playazo, de los jejenes en verano y de los mosquitos en invierno.

A las doce mientras el pueblo perecía frente al apagón, Candela, bajo la lluvia, alzó el vuelo.

De esto ha pasado ya mucho tiempo. De Candela no se sabe si se la llevó el huracán, una ola salvaje, si sucumbió ante la sed o el calor, arropada por la humedad una noche lluviosa sin paredes ni techos. No se han encontrado restos de maderas, ni evidencias de caucho, de hombres, de metal, de telas, de cueros.

Candela no tendrá homenajes ni responsos. Sospecho que su madre llora en silencio y tengo la impresión que también ve en la hija a un ángel, hechizada, enamorada, convertida en espuma, chocando con sus raíces frente a las costas de su Santa Cruz del Sur natal, espumas que como chispas saltan y brillan sobre el cálido Mar Caribe.


Fin



Comentarios: Homenaje a una Rabassa engullida por el mar.

Un lector comenta:Francina Ramos Belmar desde Santiago de Chile.

Leí " A Candela la vida le duele " algo muy profundo en la conciencia emotiva porque tuve la experiencia de llegar en forma casual, aunque nada es casual, a una casa en Playa Larga , creo que era en Cabo Magüey, si no me equivoco, donde la noche anterior la hija de la dueña de casa se había ido en una balsa hacia Mexico, dejando con la abuela a un hijito de 2 años , al enterarme de esto en ese momento entré en el mismo estado que toda la familia, me tocaba estar en una realidad que siempre habías escuchado que pasaba pero a muchos kilómetros de ti... A poco estar ahí les llegó la dulce y espectacular noticia que todos los que iban en la balsa, incluida la chica, estaban a salvo en las costas mexicanas, la alegría y el alboroto de felicidad en este caso fue a otro nivel, que a diferencia de tu cuento, tuvo un final feliz. De ahí celebramos con el buen ron cubano y otras delicatesen que fueron saliendo en la calurosa noche de festejos y sones que vivimos ahí..... inolvidable . Maravillosas las reminiscencias que tuve tan sólo de leer tus hermosos y delicados cuentos. Gracias, un abrazo Francina.

lunes, 17 de septiembre de 2012

"Жди меня, и я вернусь"




Жди меня, и я вернусь,
Только очень жди,
Жди, когда наводят грусть
Желтые дожди,
Жди, когда снега метут,
Жди, когда жара,
Жди, когда других не ждут,
Позабыв вчера.
Жди, когда из дальних мест
Писем не придет,
Жди, когда уж надоест
Всем, кто вместе ждет.
Жди меня, и я вернусь
Не желай добра
Всем, кто знает наизусть,
Что забыть пора.
Пусть поверят сын и мать
В то, что нет меня,
Пусть друзья устанут ждать,
Сядут у огня,
Выпьют горькое вино
На помин души...
Жди. И с ними заодно
Выпить не спеши
Жди меня, и я вернусь
Всем смертям назло.
Кто не ждал меня, тот пусть
Скажет: - Повезло.
Не понять не ждавшим им
Как среди огня
Ожиданием своим
Ты спасла меня.
Как я выжил, будем знать
Только мы с тобой, -
Просто ты умела ждать,
Как никто другой.
.............................
Espérame que volveré.
Sólo que la espera será dura.
Espera cuando te invada la pena, mientras ves la lluvia caer.
Espera cuando los vientos barran la nieve.
Espera en el calor sofocante,
cuando los demás hayan dejado de esperar, olvidando su ayer.
Espera incluso cuando no te lleguen cartas de lejos.
Espera incluso cuando los demás se hayan cansado de esperar.
Espera incluso cuando mi madre e hijo crean que ya no existo,
y cuando los amigos se sienten junto al fuego para brindar por mi memoria.
Espera.
No te apresures a brindar por mi memoria tú también.
Espera, porque volveré desafiando todas las muertes,
y deja que los que no esperan digan que tuve suerte.
Nunca entenderán que en medio de la muerte,
tú, con tu espera, me salvaste.
Sólo tú y yo sabremos cómo sobreviví.
Es porque esperaste, y los otros no.   Fin

lunes, 20 de agosto de 2012

“Mujer enamorada aferrada al volante”




“Mujer enamorada aferrada al volante”



La mañana ha sido en rigor una mala mañana para esta mujer que trata, a toda velocidad, de sortear un tráfico infernal y desmedido. Ella sin darse cuenta aparente, rejuvenece con el sol que entra impetuoso por la ventana calentando su brazo izquierdo, ese que lleva apoyado con marcado desdén sobre el marco de la puerta. Se lleva a la boca un pedazo de galleta y masculla frases que sólo ella logra interpretar. Trata de concretar los anhelos postergados y volcar a su vez el caudal de energía que le ayuden en cierta medida a poner punto final a los conflictos de su pasado. Atrás está una familia quebrada por situaciones que no vale la pena mencionar, una mujer dañada, una pareja trunca, una relación a medio andar por el fruto que de ella quedó, sus tiernos hijos.

No ha sido víctima de la ciber-infidelidad, ni de la infelicidad común y trasparente, pero definitivamente le ha tocado vivir un cuadro de soledad, del cual intentó escapar abruptamente. Se salió sin aviso de una existencia que la estaba metiendo por caminos tormentosos. Se convenció que no podía vivir como proyección del otro, eso era falso, porque estaba perdiendo en cada amanecer el espacio natural de la intimidad, se frustraban los sueños individuales y se malograban una a una las buenas causas, y entonces cuando creyó que todo andaba bien, o mejoraría, la relación dejó de ser equilibrada y distendida.
Hoy día sus necesidades no están propiamente insertas al volante, pero éste se torna canal de respuestas al curso definido de sus inquietudes y preocupaciones. Sabe a ciencia cierta que las contingencias del pasado no son más que eso, por tanto no vale la pena recordarlas ni compartirlas. Avanza a su ritmo acelerado, aunque el resto diga lo contrario. ¿Y qué es el resto? Sólo un tumulto de esto y de lo otro, que no da color a su vida, aunque le aporte un cierto matiz indiscutiblemente. Agotada del sarcasmo e ironía de algún colega de trabajo ha optado por dejar de lado los comentarios y fija su vista al frente, en ese vericueto de carros que se deslizan a igual, menor, o mayor velocidad. A su propio pulso, los evade temeraria, los enfrenta sin consentimientos y los vence.

Vuelve a la oficina a las dos y pico y se sirve una ensalada rociada con aceite de palta porque sabe que además de sabrosa, ayuda a disminuir los niveles de colesterol sanguíneo y reduce el riesgo de sufrir enfermedades cardiacas, en otras palabras, colabora desde su interior con su estado de ánimo reposado cuando está lejos de su auto. No se deja influir por las opiniones derrotistas e inocuas de algunos de sus pares, por los temas obsoletos o discusiones insulsas. Sabe que tratar bien a los otros, es un valor positivo que hay necesariamente que inculcar tanto en los mensajes verbales que pueden ser cortísimos, como hasta en las acciones concretas, cuidadosas y leales para con el resto.

Después de disfrutar su verde ensalada vuelve a su timón firme y decidida. En uno de los largos tacos de Américo Vespucio, sintoniza la radio de su recién enchulada camioneta y deja escapar un bolero que le empieza a emborrachar el corazón:

Camino del puente me iré,
A tirar tu cariño al rio,
Miraré como cae al vacío,
Y se lo lleva la corriente.
Un hoyo profundo abriré,
En una montaña lejana,
Para enterrar las mañanas,
Que entre tus brazos pasé.

Sus ojos dejan de ser azul opaco, toma su botella de agua mineral y se engulle otra galleta dietética. Porque está en sus manos volver a sentirse segura y reconfortada. Está convencida que la ansiedad y el intento de control, sumados, llevan a las personas a tomar malas decisiones, repitiendo los mismos errores, sometiéndose a las mismas nimiedades. “El lenguaje interno es una poderosa forma de conocimiento de si mismo”, leyó días atrás en una revista de esas que circulan sin dirección ni destino en su estrecha y convulsionada oficina. Recuerda que era un ejemplar de “Ya” del Mercurio, que recibe todos los martes, pero que ella sólo alcanza a hojear los domingos en la tarde, después que ha bajado el cerro con igual intensidad, atropelladora e incansable. Para ella el artefacto lúdico de dos ruedas no es más que la continuidad de su auto desbocado. Su tarde no termina con el entretenido paseo y esfuerzo bicicletero. El hogar, los niños, los sueños colman su mente alegre y optimista.

Deja de lado sus cavilaciones y vuelve a concentrarse en el timón. Intenta calmar su ritmo, pero la palanca de cambio y el acelerador son, juntos, más fuertes. En dirección contraria, bajando la cuesta hay un taco de igual magnitud, peor al que ha sido sometida ella. Una carroza fúnebre y sus fieles se derriten bajo este sol veraniego de Santiago. Todos se notan impacientes porque el cortejo es más lento de lo normal. Los dolientes se acaloran en sus asientos y reclaman cambiando el llanto por los perjurios. Cierto que el muerto tendrá todo el tiempo del mundo, en cambio ellos, se deben al reloj terrenal y sus impertinentes cotidianas obligaciones. Unos deben regresar a su oficina aunque sólo sea para timbrar la hora de salida, otros tienen pendiente el encuentro ocasional en el Happy hour: “El muerto al hoyo y el vivo al pollo”, otras deben pasar aún por la peluquería, la manicure, la modista, porque se avecina el tan esperado fin de semana con su eterno carrete capitalino.

“Ve, ve, todos están apurados”. Se justifica para si misma, comentándole al copiloto que salta de vértigo en su asiento. Ipso facto trata de esquivar el taco. Con su risa como manantial continúa su apogeo, majadero en ocasiones, llenando el resto de inquietud sin proponérselo.

Por el retrovisor alcanza a ver la hilera de autos que se pierden cuesta abajo entre el hollín del atardecer. Una ambulancia con su vómito de sirena obliga a todos a hacerse a un lado y ella, astuta, se cuelga al trasero de la clínica rodante para ganar espacio y tiempo. Logra, como otras tantas veces, escabullirse entre este tropel de aluminio y ruido. Y sigue velozmente con sus llagas de amor, llanto , olvido, amarguras, soledad, ansiedad, esas que yacen en su tierno corazón y que no puede lanzar al mar porque le queda demasiado lejos pero que intenta verter de algún modo al asfalto de este gran Santiago contaminado.

Y por delante una luz, que sólo ve ella porque sigue estando totalmente enamorada de esta vida que le tocó vivir y que para mal o para bien seguirá vinculándola a su dócil y a la vez firme e inquietante volante.

Fin

Comentarios: Los versos arriba descrito, son estrofas del Bolero “Camino del puente”
Santiago de Chile, Noviembre 2008.

Comentarios de los seguidores: 25/08/2012. Conociendo tu trayectoria literaria y recordando esas anécdotas e historias que nos contabas, intuyo que ésta es vivencial. Retratas muy bien el trajín de Santiago y a esa mujer cuya historia personal la descarga frente al volante de su auto o "carro" como tú decías. Gracias Manuel. pd:Parece que en todas las oficinas hay ángeles y diablos.

lunes, 16 de julio de 2012

Habanera



Habanera



Elena, espontánea y bullanguera, va por el malecón respirando ese olor que viene del mar con sabor a coco y pescado. Tira de su bicicleta acompañada además por un ruido de tambor que sale de cualquier calle aledaña. Dicen que está loca por toda la incoherencia que desde su boca negra sale a destajo, pero ahora que la tengo al lado, disfruto su amplia sonrisa sin preámbulos, su monólogo permanente, su optimismo y su excelente estado de ánimo. Aunque parezca raro, a su edad se le ve pedalear lo mismo por el Cotorro que Jaimanitas, buscando algo en El cerro, resolviendo en El Vedado.



_Muchacho, acabo de conseguir unos ajustadores - se lleva ambas manos a los senos y los sujeta fuertemente – ya no estoy en edad de sumarme a las nuevas modas. Eso de andar con las tetas sueltas no me queda bien. Por alguna razón, que creo conocer bien, aquí últimamente han estado elogiando algunos detalles europeos, cosa rara para nuestro sistema que no encuentra nada bueno en los países capitalistas; que si las francesas ya no usan calzones, que si los hombres ingleses pueden ir de traje y zapatos finos pero sin medias, que las italianas ya no usan desodorante y es lo más sexy del mundo,que se descubrió en España que el jabón daña la piel. No, si lo digo yo, que a este ritmo vamos a llegar a ser los más modernos del mundo antes que se acabe el siglo. Y en cuanto a lo sexy, no estoy tan segura, ¿me vas a decir tú que sin agua, sin jabón, sin talco, sin nada que echarse por arriba para apagar los olores propios de nuestro fétido cuerpo vamos a provocar instintos sexuales y seductores? ¡Qué va!



Mira. No sé cómo será en Europa, pero aquí, con los calores endemoniados, la falta de aire acondicionado y el trajín diario con la bicicleta como único medio de transporte, el cuerpo pide a gritos aseo y cariño.



Ahora estoy entendiendo a los extranjeros y su afán por conquistar a las cubanas. Las jineteras, sin importar el status, andan arregladitas y olorosas. Las nuevas en el negocio, huelen a Moscú Rojo. En lugar de un buen champú, se estiran las pasas con un invento casero, esa baba transparente y pegajosa que se saca de las hojas del henequén, que lo mismo sirve de pasta dental que de detergente. En cambio las experimentadas, se distinguen por las buenas prendas, su desplante y esos aromas capitalistas, fuman Mallboro y hace mucho que cambiaron la bicicleta por un turistaxi.



Eso es desarrollo, aquí y en el culo del perro. Lo demás es bobería, porque no vivimos en la jungla, ni en la selva amazónica. El hombre desde que nace siente la necesidad de mejorar, de superarse y de realizarse y también de embellecerse y para eso necesita la ayudita de las cremas y fragancias. ¡ Y cuánto nos desgastamos para conseguirlo!



Mira, sin ir más lejos te contaré que el otro día fui en bicicleta hasta La Habana Vieja a resolver algo para el maquillaje. Me dieron el dato de una señora que tenía de todo y a buen precio. Como tenía unos billeticos, de los verdes, ahorraditos, partí bien temprano antes que se largara a llover. Si me hubiesen descrito antes le lugarcito, lo hubiera reconsiderado, pero ya estaba metida en la boca del lobo cuando sopesé el riesgo de andar por esos callejones perversos y poco afables. En la calle compostela ente Muralla y Provenir. El edifico es una mole de cinco pisos que en su época debió ser un palacete, con amplios balcones al estilo andaluz, algunos de ellos convertidos en lavaderos o corrales. Desde abajo vi un puerco y me hice a un lado por si acaso al animalito se le ocurría cagarme encima. Dejé la bicicleta encadenada a una herrumbrosa cañería por donde alguna vez pasó agua y subí por una amplia escalera de mármol italiano, que en forma de curva majestuosas llegaba al piso superior. Arriba, el pasillo era muy espacioso, pero estaba repleto de tarecos, muebles viejos y tanques de agua cubiertos con tapas de zinc. La algarabía era tanta que me costó entender a una señora que me explicaba cómo llegar al cuarto exacto de “la compañera que vende”. Desde abajo, o desde más arriba, era indescifrable, se escuchaba: “que si te marco para el pan vieja!”; “Juanita, tu marido se está metiendo con la mulata de la bodega!” Delante de mí, una morena tiraba a su hijo de la oreja mientras le decía: “- Cojones Victor Manuel, me cago en la mierda, ¿cuántas veces te he dicho que no digas malas palabras?”



Aquello era apoteósico, el edificio entero hervía de fogosidad y ánimo. Con todas las puertas abiertas de par en par no me costó identificar el cuartucho de la vendedora, buen televisor, un equipo de música de última generación y unos sillones bastante aceptables para el lugar. La mujer primero me interrogó para cerciorarse que yo no era de junta de vigilancia del comité y luego pasó a mostrarme las maravillas propias de los antiguos mercados capitalinos: aretes, relojes, cremas, pinzas para sacar cejas, redecillas. Fue tanto el entusiasmo que terminé por comprar lo que menos necesitaba, unos ganchitos de pelo. Salí de allí más rápido de como había llegado, rauda para que no me apalearan por el camino por quitarme la bicicleta o en el peor de los casos, sabiendo de dónde venía, me asaltaran los negritos ociosos para robarme algo. ¡Qué susto, muchacho! Por eso ahora prefiero esperar por lo que nos den en la tienda, porque definitivamente no he nacido para estos trajines. Además Dios no nos abandona y como dice una conocida mía “en este país no se acuesta nadie sin llevarse un bocado a la boca”.



Mira, ayer una vecina me regaló un tubo de crema. Me siento como una verdadera reina. Elena acaricia levemente sus callosidades propias de una mujer de sesenta. Disfruta el frescor de su piel y como gesto de agradecimiento levanta sus largos brazos mostrando sus pulcras manos en dirección al mar. Ahora que se ha quedado en silencio y me ha abandonado, me pregunto sin hablar ¿cuán loca , Elena , tú estás?






Fin


miércoles, 6 de junio de 2012

"Carmela, Cola y Bacardí"




"Carmela, Cola y Bacardí"



Anoche murió el viejo, el mismo avaro que maltrató sus días con sus noches, desde que ella llegó al pueblito hacía cinco años atrás con una mano adelante y otra detrás. Carmela venía escapando del inevitable enfrentamiento entre las fuerzas del ejército y el grupo de alzados que estaba por desintegrarse, por allá arriba en la loma. Estuvo involucrada en una guerrilla sin cuartel donde un bando primero, otro después, le quiso arrebatar su futuro.

Él, sin preguntas explícitas, le ofreció refugio a cambio de su tiempo y su servilismo. Y desde entonces se encargó, con su absurda actitud y mezquindad, de limar su bondad, su corazón y sus recuerdos. No la dejó reencontrarse con sus pocos parientes, o sus pocos amigos de antaño si es que alguna vez los tuvo. El rancho se convirtió en otro presidio del que ella no osó escapar. Carmela aturdida y humillada, mantuvo su cordura, la ayuda inconsciente, una sonrisa que aliviaba su cansancio matinal. La rutina intentaba acabar con todas sus fantasías, pero ella sabía que esta tortura no podría durar toda la vida. Sus sueños inocentes y quiméricos fueron sustituidos por el diario quehacer; vaciar el orinal, preparar sus alimentos, lavarle y mandarlo planchado a pasear. El viejo pasaba la mañana en el club de dominó, almorzaba en el comedor obrero del central azucarero y volvía bien tarde después de haber pasado por el bar que atendían las guaricandillas quienes maltrataban una decrépita vitrola a punta de boleros. Comía en silencio y se acostaba no sin antes impregnar el ambiente con sus desechos estomacales. Para entonces ya Carmela le tenía dispuesta en la mesa de noche una botella de Bacardí y un vaso de coca cola, que ella misma debía retirar una vez el viejo se hubiese quedado dormido. Mientras tanto, ella lavaba y acomodaba los últimos calderos, escogía el arroz para el día siguiente y remojaba la ropa que debía lavar. En una ocasión cuando se disponía a cobijarlo notó que el viejo tenía un bulto demasiado grande entre las piernas como para ser materia genital. Descubrió que él dormía con el rollo compacto de billetes debajo de sus testículos custodiando su avaricia por su flácido pene. ¡Qué genialidad!.

Entonces entendió los comentarios que aseveraban que el viejo estaba podrido en plata, a pesar de que en aquel ranchito no había mucho donde esconder o guardar.

Carmela no hizo el menor comentario, en realidad tampoco tenía con quien conversar, pero esa noche por primera vez se tomó un trago de cola y Bacardí. El hallazgo no le cambió para nada la vida por el contrario siguió su pesadilla, siguió hablando con las gallinas, siguió practicando su deteriorado estilo de vida. Y así continuó religiosamente durante un año, hasta la noche cuando él, mudo, largó su mano decrépita hacía ella, dejó caer su bastón y de un solo suspiro profundo y un ruido gutural murió.

Carmela, aparentemente inmutable, recordó el rollo de pesos. Tendió al viejo en la cama y desvistiéndolo solo tuvo que tirar de la liga que amarraba el manojo debajo del péndulo fallecido.

Por primera vez, una luz alumbra su noche, no hay lágrimas porque ya las ha llorado durante todos estos años. Desde el patio una brisa entra por la ventana, aliviando el calor de este eterno verano. Bebe un cafecito fuerte que se ha preparado con azúcar prieta y se sienta frente al ventiladorcito con aspas oxidadas y torcidas que con generosidad la relaja. Así pasa toda la noche en vela, al lado del difunto y su botella de Bacardí.

Carmela bebe un trago con limón. Mientras huele con la palma de la mano su aliento, se da cuenta que se ha convertido en la dueña indiscutible de la fortuna sin testamentos ni testigos.Se acomoda su cuerpo en el único vestido decente que tiene para salir. En un pequeño morral vierte un par de prendas. Se ata el pelo revuelto con cintas de colores frente al espejo sin azogue donde apenas se logra reflejar, se maquilla tenuemente y sin mirar hacia atrás, abre la puerta y echa a volar. Sin rencor ni remordimientos aparente camina por el sendero de tierra que termina donde un cartel desvencijado anuncia “Fin de Camajuaní”. Suspira profundo. La inunda el aroma a guarapo de caña de azúcar. Tras sus espaldas el sol empieza a calentar y el azul del cielo la deja ver más allá que ayer. Con su mano derecha se toca el corazón, con la izquierda se aferra al fajo de billetes, dentro del morral. Tiene mucho camino aún por andar por estos matorrales y potreros enyerbados, para alcanzar llegar al entronque, donde el tren del olvido la llevará hasta la gran ciudad. Ningún obstáculo la superará esta vez. Carmela tiene muy seguro, que de ahora en adelante nadie le arrebatará la infinita felicidad.



Fin
Cuento de carácter vivencial, como todo lo que lo que en este blog escrito está, inspirado en una isla de esperanza y pasión.



Santiago 2008

martes, 8 de mayo de 2012

"Francisco Lorenzo"

"Francisco Lorenzo"





Francisco Lorenzo no pretende sorprender a Camagüey, mucho menos al universo con sus figuras de barro, ese mundo ingenuo de hombres y artículos de campo, que se deja manosear hasta encontrar un acabado prefecto. Pero sin proponérselo, lo ha logrado. Hoy ha tenido una mañana extenuante buscando materiales por aquí y por allá, luchando contra el burocratismo propio del sistema y la miopía del régimen, rompiendo esquemas para conseguir llevar a cabo su exposición, para encontrar momentos únicos en este mismo camino que le permite manifestarse libremente.

Llega a su casa colonial, a un costado de la Plaza San Juan de Dios, marcando pasos aburridos. Pudo haberse detenido en las blancas mesitas que están frente al bar, pero hay demasiado calor. Ingresa al zaguán de su casa por un camino adoquinado, custodiado por maceteros de multicolores mantos y verdes helechos. Después de una ducha fría se tiende en la cama para en poco tiempo recuperar su energía y continuar con su proyecto. Rendido por la fatiga se echa a soñar dejando a un lado su Camagüey querido que a esta hora se desdobla bajo el sol implacable del mediodía.

Lo envuelve el sosiego por un par de horas hasta que el viento cálido y húmedo al golpear las persianas de su habitación lo despierta bruscamente. Al tratar de incorporarse descubre un ruido de muebles y un movimiento sobrenatural que viene de las piezas contiguas. Sus figuras de arcilla y barro se han liberado, escapan ansiosas de su dura y rígida armazón. Todas repartidas como inocentes criaturas han dejado de ser simples piezas contemplativas del entorno citadino de este mes de Mayo. Ahora ellas también quieren hablar, amar, pronunciarse, continuar. Sus diálogos llegan a ser perturbadores, estridentes, bulliciosos y beligerantes. Se alzan con sus propios temores, sus razones y sus corazones flechados. Otras se sienten desorientadas y solas vagan por el lugar. Manifiestan otros puntos de vistas que por naturaleza son muy básicos pero importantes igual; hacen colas, acarrean mercancías, fuman apasionadas. Se estremecen de una u otra forma todos sus hombrecitos llenos de efervescencia provocando descontrol.

Francisco no puede dar crédito a lo que sus ojos ven. Todo va más allá de su imaginación. Al lado de un rojo tinajón ve a su padre, blandiendo un aletargado paraguas, en esta ciudad donde nunca llueve ni por casualidad. En verdad, también su progenitor sigue el resto de su huella, el alboroto de greda y barro, de herraduras, de ancianos en taburetes y hombres con carretillas. Porque esta vez, quiere ser parte de él, esta vez no se irá tras el sueño americano porque no podrá luego con la nostalgia y la distancia. Son los fantasmas y afectos del pasado.

Cuando Francisco trata de inclinarse para hablarle a su padre, despierta y sale de este viaje inverosímil. Sobre la mesa de noche encuentra una de las figuras, que por ninguna razón debería estar allí. La toma sonriente y la devuelve al sitio original, donde el resto descansa ya. Reflexiona sobre este período de mucha claridad mental, donde el sueño pasa a ser un puente para visualizar otras metas, para hacer de sus figuras, verdaderos seres vivientes.

Vuelve a su pieza que empieza a oscurecerse junto con la tarde. Se agita en su cama, sonríe plácidamente, frota su mejilla contra la esponjosa y mullida almohada porque ha decidido además, en esta tarde de mayo, olvidarse del trabajo para seguir conectado con el maravilloso mundo de los sueños.


Fin


Comentario: Entiéndase este breve cuento como tributo a un destacado ceramista camagüeyano, amigo de antaño.

Septiembre, 2008




jueves, 5 de abril de 2012

“Temprana iniciación”


“Temprana iniciación”


Juan Andrés, ha despertado ansioso y acalorado, después de un sueño que ha ocupado su larga madrugada, llevándolo al pasado, quizás veinte años atrás. Hace a un lado las blancas sábanas traspiradas, se incorpora estirando sus brazos y bebe un poco de agua que por costumbre deja en su mesa de noche. Sin calzarse ni arroparse sale a su terraza situada frente al bravo mar que baña toda la costa santacruceña. Echa una mirada a su kayak amarado al muelle en plena soledad. Respira profundo para sentir la sal y recurre al mundo de las fantasías y los eternos recuerdos. Extraña esa dicha que se fue con cualquiera de las olas que allá abajo, inquietas, irrumpen su tranquilidad dominguera. Ese sueño le ha hecho recuperar momentos de su adolescencia, lo devolvió a los brazos de una mujer que lo condujo por los caminos tiernos e inciertos de la pubertad. Revivió la pasión que en sus pechos nació, y sintió por un momento la piel de esa amante adulta, enloquecida por su perniciosa carencia, la misma que volcó en él sin riendas ni temores.
En su introspección, busca en el pasado detalles de esa relación. Divaga con sus propios pensamientos. Cree haberla descubierto cerniendo arena en la playa, cuando las tardes calurosas obligaban a todo el vecindario a refugiarse bajo los cocoteros del maltrecho malecón. Tal vez pudo haberla encontrado a la sombra de la única mata de mango que los ciclones tropicales habían dejado en pie sin estropear, mientras él practicaba su acostumbrado ejercicio de calentamiento para enfrentar la natación. Ella era una mujerona, de unos treinta y pico de años, que aparentaba mucho más, por trabajar al resistero del sol tejiendo redes de pescar. Destacaba por su desplante y movimiento singular entre las mujeres de Santa Cruz del Sur. Sus carnes eran tan apretadas como su cintura, pero todo el encanto que poseía se disipaba cuando abría la boca para hablar. No había frase que no coronara con una mala palabra. En toda la playa no existía mujer más blasfema que ella. Es probable que por eso no logró, en ese tiempo, encontrar hombre apuesto, y se vino a casar con el más viejo y feo de todo el lugar.
Unas tiernas y tímidas sonrisas fueron los secretos que ambos atesoraron y que fueron creciendo como la marea hasta concretar su ansiada necesidad. Él, sin dilatar las sensaciones, comenzó a frecuentarla por las noches en su casa, fomentando la grosera infidelidad. Generalmente después de las nueve, salía su marido a pescar. El hombre no se iba mar adentro por las precarias condiciones en que estaba su bote y su salud. Se mantenía a pocas millas de la playa al amparo de los guardacostas, quienes gracias a un farol chino que él colocaba en popa lo podían ver desde lo lejos hasta en las noches más lúgubres y apagadas. Desde la dársena los guardias lo mantenían vigilado, no porque se fuera a escapar como hacían los balseros en ese entonces, pues tenía sobrada reputación de verdadero revolucionario, sino porque la edad y la chalupa invocaban genuina preocupación en los demás.

Como esta mujer, vivía frente al malecón, dispuso la cama matrimonial justo debajo de la ventana que daba a la calle, para de ese modo poder entregarse a los placeres sexuales sin perder de vista la chalupa de su esposo. La mujer se le encaramaba y hacía el amor atenta a la luz que en lontananza le indicaba cuán ocupado estaba su marido y mientras más se balanceaba la lanchita allá a lo lejos, más se convulsionaba ella. Dilataba el deleite hasta que veía acercarse el bote y con sus movimientos de mujer madura, hacía de él, el chico más feliz de la tierra. Mientras él escondía su nariz en la axila con tufo de animal marino de la mujercita, ella le susurraba al oído frases deslenguadas perniciosas e intraducibles, que lo alborotaban más.
Un día, enfrascados en el sexo, no se dieron cuenta que ya el marido estaba en la orilla. Ella lo tiró bruscamente de la cama sin darle tiempo a calzarse, mientras que a una velocidad contrastante se preocupaba de cambiar las sábanas. Como la faena de arrastrar el bote hasta el portal y colocar los atavíos de pesca en la cochera tomaba su tiempo, logró Juan Andrés escapar por el patio. Corrió como pudo, tratando de taparse sus partes púdicas con sus pertenencias, que no eran más que un montoncito compuesto por un short, una camiseta y un par de viejas chancletas. El cubrirse el péndulo no lo hacía por pudor -recordaba- sino para evitar dejar su largo tentáculo colgado en algún alambre de púa entre las tantas cercas que tenía que enfrentar durante el trayecto. Ambas casas estaban separadas por más de cien metros, que a él le parecieron entonces, quinientos. La noche estaba tan cerrada que le costaba descifrar si delante de él veía piedras, iguanas o caimanes. Entró a su casa por la puerta de atrás que nunca se cerraba, y se dirigió directo al baño para sacarse en la ducha tanto lodazal y miedo. A pesar de todo el trajín, el susto le duró solo una semana. Cuando la rigidez de su órgano pudo más que la cordura, reanudó sus furibundos y lascivos encuentros.
Su hermano, dos años menor, a la mañana siguiente, después de cada encuentro, le consultaba cómo había resultado la embestida. Él narraba con detalles las peripecias colmadas de malicias, donde estaba siempre presente lo pecaminoso. Una mezcla de susto e incertidumbre los invadía a los dos. Es cierto que pensó alguna vez compartir las vivencias y dudas con su padre, experimentado desde siempre en el arte de amar, pero le faltó valor.

En todo Santa Cruz del Sur nadie se percató de estos encuentros. Y si alguien adivinó, mantuvo en total reserva la historia, porque pasaron los años y él siguió entreteniéndose con esa mujer en cuyas manos crecieron sus genitales y pectorales, sus pelos y su barba. La amó con inusitado frenesí hasta que otro joven con más vitalidad ocupó, por otro largo tiempo, su libidinoso lugar.

Fin
Dedicado a mi primo Juan Andrés, Camagüey, 1994


lunes, 5 de marzo de 2012

"Mulata con tacones altos"




"Mulata con tacones altos"



He venido hasta acá por la carta que me enviaste y he tenido doble sorpresa. Al llegar al hotel, me encontré con una mujer de la cual ya no tenía registros. Fue ella quien me reconoció. “Pero chica, si no has cambiado para nada!” . Tras esa frase, traté de hurgar en el pasado y revolver mis recuerdos de infancia y adolescencia para dar con el ayer, porque entendí que esta mujer que estaba parada frente a mí, con aire de Cecilia Valdés, la protagonista de la obra de igual nombre de Cirilo Villaverde, tan animosa, tan estupenda, no podría haber sido puta toda la vida.

Me arrastró de la mano a su lado. “ ¿Cómo está Maria Rabassa?”. Se acordaba del nombre de mi madre, de los reinados, de las colectas que hacíamos juntas por la cuadra buscando los tubos vacíos de pasta de dientes para cumplir las metas del Comité y de no sé cuantas cosas más que yo ya había borrado.

Era María Cristina, aquella negrita fea, con las pasas paradas, que vivía a dos puertas de tu casa. El tiempo le ha hecho mucho bien y del ayer no ha quedado nada. Ahora se dedica al jineteo. “Con estas fulas, estoy montando mi casa” –me dijo sosteniendo en alto el monedero en son de victoria.

Mientras hablaba, se arreglaba el vestido y las medias. Ella completa era un envoltorio ajustado, brillante, bien pintada y perfumada para destacar entre el resto. Le conté que precisamente estaba allí porque me habías escrito. Bueno, con ella me ahorré el tener que documentar que desde cuándo los hoteles son correos.

Como el tiempo, al parecer, es lo que más aquí sobra, y ella no está para nada apurada, me cuenta y hace observaciones sobre la fauna reinante.

“También hay hombres jineteros”- señala con la mirada. “Ahí tienes a uno de ellos”- sus pestañas largas apuntan a un negro atlético meloso y sabroso, que va de la mano de una española. Otra negra golpea con sus caderas al andar, a la pareja que le ha tocado en el día de hoy. “No siempre se tiene buena suerte. Lo importante es tener trabajo, ojala bien remunerado” - comenta María Cristina, que se las sabe todas y en este mundo no hay quien le haga cuento. Recuerda, en voz alta, aquella vez que le presentaron a un español tan, pero tan apestoso a pata, que estuvo tres días vomitando de asco y de infelicidad, porque con lo que el viejo gordo le pagó no le alcanzó más que para unas zapatillas y un trozo de mantequilla. ¡Qué estómago!

Con el tiempo, a medida que fue aumentando su guardarropa y mejorando sus fragancias, se puso más refinada y exquisita. Ahora cuando advierte algún mal olor, se da el lujo de decir “No mi negro, no estoy para ti”.

Se acomoda en el mullido asiento cruzando elegantemente sus largas piernas.
“Lo mío son los italianos: blancos, finos y buenos pa lo que tú sabes. Además, perfeccioné el idioma durante dos años en una academia. Imagínate el sacrificio, de día a clases, y de noche al ajetreo por los callejones de la Habana Vieja. Pero valió la pena. Ahora soy una negra sofisticada y con título. Ya no ando en guaguas ni uso Moscú Rojo. Bueno, mis clientes no siempre han sido europeos, un tiempo estuve saliendo con argentinos, pero me atraganté con tanto “Yo”: yo esto, yo lo otro. Se quieren demasiado y dejan muy poco para una”.

Se acerca el mozo con un trago:
-¡Tu mojito mulata!
Gira hacía mí y me pregunta: -“¿La joven, se va tomar algo?”
-“No, gracias, yo espero a una amiga que está por bajar”- señalo con la mano en dirección al ascensor.
Ganas no me faltarían con este calor, pero no tengo ni dinero ni el desplante de estas jineteras para sentirme cómoda en este lugar. Si estoy aquí, es solo para recibir la carta que me has enviado desde Miami. ¡Las cosas que hay que hacer para que una pueda comunicarse!. Obligada por las circunstancias, porque la gringa no entiende que en Cuba las cosas son totalmente diferentes y que venir a un hotel no es ni bien visto, ni tan fácil. A la entrada tuve que mostrar el carné de identidad y hacer entender al guardia de seguridad, con breves palabras, que soy una mujer decente y comprometida con la revolución.
-¿Viene por alguien de la comunidad?
-No, yo vengo a ver a una señora que participa en un encuentro de arte y cultura.
-Bueno, pase y espere allí sentadita donde yo la vea –me dijo burlonamente el negro seguroso.
Avisé a la gringa desde la recepción y acá llevo veinte minutos comiéndome las uñas de nervio y navegando por las historias que nunca quise escuchar.

Nunca había estado en un lugar con tanto espacio, a excepción del hospital donde tuvimos a papi. Ahora entiendo por qué decían que parecía un hotel. Bueno, allá había otro olor y mucha gente en batas blancas y verdes. También había otra música, de relajación, Keny G. Mi preferido. Acá, en cambio hay más bulla. Los VanVan, Los Irakeres y todo el folklore cubano junto. La luminosidad y el espacio son casi iguales. Me dedico a observar, a analizar por qué hay tanto aquí adentro y tan poco allá afuera. La tienda que tengo al lado, tras el sofá, no tiene nada parecido con las tiendas del proletariado, destartaladas esas pocas que quedan en el barrio. Y hasta las tenderas se ven distinguidas, no transpiran, llevan maquillaje y uniforme elegante. ¡Qué contraste!
María Cristina deja el trago sobre un cartoncito ilustre, que dice “Viva Cuba Libre” y continua con su cháchara:

“Un turista con jinetera gasta tres veces más que uno solo. Por eso nos dejan actuar, porque de una u otra forma, proveemos de divisas al país. Te has fijado que la última moda es que los turistas lleguen con todo incluido y como son tan arrancados no sueltan la yira tan fácil. En cambio, con una al lado, pagan el taxi, pagan la cena, el trago, los trapos, dejan propina y para garantizar el silencio de los de la seguridad los mojan con billeticos para que te dejen subir a la habitación. Esta es la verdadera cadena turismo- transporte-economía interna. Te lo digo yo con propiedad que estudié economía y mira donde estoy”.

¡Las jineteras! Quién me iba a decir que estaría tan cerca de una de ellas. Ante me gustaba llamarlas por la otra palabra, la de dos sílabas, “ Puta”. Las de acá son artistas y políticas seduciendo con la inocencia y susurros candorosos. Los españoles hipócritas las llaman dama acompañante. Lo considero escandaloso, un modo fácil y grato, según ellas, de ganarse la vida en esta sociedad justa y equitativa. Se multiplican y salpican el malecón con su presencia que se torna cada vez más ciclónica. Es cierto, gasta más un turista acompañado que sólo, entonces que vivan las jineteras y la promiscuidad, esa que nos trae dólares.

A mi derecha un negro con cara de bisnero le hace un chiste a un extranjero:
“Dicen que Adán y Eva fueron los primeros cubanos sobre la tierra”
“¿Cómo así, hombre?”
“Claro, chico, porque no tenían ropa, andaban descalzos, no los dejaban comer manzanas de su propio jardín y todavía creían que estaban en el paraíso”.

Justamente el paraíso terminó cuando bajó tu amiga y en un dos por tres, retirada la carta, me despedí de ella y de María Cristina, quien seguía feliz de la vida chupándole el rabo a la jutía como si fuese la anfitriona del hotel. Acá afuera, un calor que raja las piedras y la consabida interminable espera en la parada. Se anuncian unos nubarrones bien oscuros sobre el Atlántico, que espero se demoren más que la guagua en caer. No quiero empaparme en agua.

Y mientras aguardo, respiro profundo para luego concentrarme en las tareas pendientes, el trabajo, el hogar, los niños, el marido, y todo cuanto nos hace sentir plenamente realizadas, mientras ella en el hotel seguirá graciosamente contoneándose con sus relucientes tacones altos.


Fin

viernes, 10 de febrero de 2012

"Mi otra mitad andaluza"



"Mi otra mitad andaluza"


Yo sigo vistiendo guayaberas, sembrado perpetuamente en esta isla indómita de caimanes, angostos ríos y palmeras. Atragantado por discursos ininteligibles que se derriten como agua de nieve al llegar a mi interior. Acá mi vida sigue inquieta y descolorida. ¿Estaré tan equivocado que no logro entender la perfidia de los otros, de esos que se esmeran en privarme de tu compañía?; Yo quiero volar hacia ti como el viento huracanado de este Caribe lujurioso y febril, pero las circunstancias doblegan mis esfuerzos y deseos, dejándome atado a esta orilla simple y revolucionaria. Con mi canto de guerra viviré mi soledad y tu ausencia, mientras mis cartas se marchiten sin cruzar el océano que sigue su ritmo como tus caderas gitanas lo hacen, moviéndose al compás de una rumba allá, al otro lado del Atlántico. Me prohíben entregarte mi juventud, mis deseos, mis cantos, mis sones, mis besos. Solo tus apariciones en mis sueños son la mejor manera de empezar cada día para con ellos poder transitar esta senda cotidiana de penuria y drama, curando mis heridas con tu sano pensamiento, sin olvidar que siempre habrá un mañana. Por eso espero que esto no sea eterno. Ellos se evaporarán irreversiblemente algún día. Mientras tanto, sigue tú buscándome en cada mojito, en una triste, o si prefieres, en una alegre canción, en una foto marchita, entre la yerba buena de tu balcón que te sabrá a gloria con su refrescante aroma y sabor.

¡Ya verás!. Yo renaceré como luz para sorprenderte y tocar tus hombros mientras descansas apacible en alguna silla mora. Alborotaré tu candidez, y volveré a decirte muy quedo al oído, que aunque ellos trataron de arrebatármelo todo, no lo lograron, porque me he quedado, burlando sus reglas, con algo muy bello de ti: los latidos sensibles de tu acorazado y dulce corazón andaluz.

FIN