CORREO ELECTRONICO

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Los sueños tienen pasado






Los sueños tienen pasado

коли-небудь пробачимо, але ніколи не забудемо”


Cuando se expandió cual peste el pogromo en Chitomir, una próspera ciudad al oeste de Ucrania, en algún año después del 1933 y antes de que la familia Sutovsky se viera condenada a la pobreza extrema y despojo de sus bienes, tal como ocurriría después en el año treinta y siete bajo la lupa y fusta de Stalin, el joven Roitman, generoso y altruista abandonó su entorno para siempre.

Roitman tenía no más de trece años, y como cualquier chico de su edad andaba volando por las nubes, literalmente hablando. Su única preocupación entonces era no transitar de noche por las calles de su barrio después de que los almaceneros con estrepitoso estruendo cerraran todos los negocios con cadenas metálicas y candados. Su mayor tedio fue quizás permanecer por largas horas en aquellas interminables colas para conseguir una hogaza de pan, de vez en vez cuando su madre lo requería. Pero su inmaculada juventud se tiñó de gris cuando bajo la telaraña de una profunda confusión, su gente se vio enfrentada a acontecimientos nunca antes pensado, resultado de vergonzosos y sombríos episodios antisemitas.

Sin proponérselo y antes de ser deportado, su familia lo preparó a la carrera para cruzar mares y océanos. Con la vaca que vendió un tío y otros ahorros de sus parientes pudo embarcar en tercera clase rumbo a Argentina. Un rabino, amigo de la familia le mostró en un mapamundi bastante desvencijado aquel pedazo de tierra abundante allende los mares que se iba estrechando a medida que apuntaba el dedo hacia el polo sur. Argentina no era más que un triángulo de salvación. Los tiernos ojos de Roitman, como símbolo de sorpresa se abrían inconmensurables y sus pupilas dilatadas no dejaban dudas al desasosiego tras la noticia y a la impresión de verse frente a aquel excitante laberinto. “-Al menos no terminarás en Siberia, tierra austera, congelado en invierno por fríos glaciales o en algún lugar apartado, árido y olvidado de Kazajastan, donde el abrazo del sol del verano es indeseable” le dijo un pariente.

Roitman logró escapar con lo puesto una gélida noche de febrero, justo después del Shabat, dejando atrás la muerte como protagonista y llevando en su corazón de niño, la rabia la impotencia, la soledad y el dolor.

El tiempo estuvo a su favor porque mientras él navegaba y escudriñaba el mar anchuroso, otros de su raza viajaban en trenes de ganado, también lejos pero sin saber hacia adónde, a cortar árboles en el mejor de los casos o a pudrirse en mazmorras y inhumanas barracas.

Roitman se radicó no en Misiones, donde era muy común ver asentamientos judíos, sino en Mendoza, por azar de la naturaleza. Entre la tragedia y el alivio, tres días después de su arribo, cuando el mareo de tierra se le había pasado, sin muchos mimos le colgaron un pesado de morral café y una maleta con telas multicolores; y a vender por esos pueblos pampinos de polvo y sed sin apartarse de la linea del tren para que no se perdiera. La enorme soledad que esta condena implicó la compartió con un cielo estrellado y una cordillera que en ocasiones se le venía encima y de a ratos estaba muy lejos como desdibujada. Aprendió el castellano en forma autodidacta y vertiginosamente en la medida que iba enterrando su lengua ucraniana. Con un espíritu movilizador nunca antes visto dio dignidad a su raza y al mismo tiempo como una forma de escapar del sovietismo renegó no solo del idioma, también de sus tradiciones y de su pasado. Roitman hizo poesía de las cosas sencillas, de la cotidianidad y terminó convirtiendo su morral en un próspero negocio. Le llamaban indistintamente ruso, polaco o judío, pero él haciendo honor a su progenitor que decía "Hay que perdonar a la gente por su incultura", ni se inmutaba. Y así creció, se casó, aumentó su familia y siguió su camino. Valoró lo que la vida le ofrecía desde ese otro continente.Venció temores y saltó el período racional de aislamiento e introspección.

Mientras muchos creían que él simplemente había olvidado, Roitman a través del silencio trataba de sanar una herida profunda, pero la palabra olvido no era un vocablo desterrado por él. En cada sueño había un pedazo de lo suyo que solo él acariciaba y endulzaba en la penumbra de cualquier noche.

Ya entrado en avanzada edad, cuando era latente que perdía su pródiga memoria, le pidió a su esposa un cuaderno sencillo para escribir del ayer, para estampar sus memorias. Nadie intuía qué se tejía entre esas manos con pulso tembloroso, callosidades eternas y su desvalida mente. Tocando el mundo que se le iba entre sueño y sueño labraba surcos de historias.

Ayer, al morir revisaron el cuadernillo con innumerables relatos de antaño, retazos de su vida, que guardaba con recelo en un cajón del velador. Su historia se remontaba más allá de los primeros testimonios escuchado de sus abuelos que también venían arrastrando de generación en generación sobre el judaísmo en el territorio ruso cuando el kanato de los jázaros fue derrotado por el príncipe ruso de Kiev Sviatoslav. ¡Qué tiempos aquellos!

Lo más curioso de todo es que había sacado desde lo más profundo de su ser su lengua materna. Roitman, perturbado por el presente, se refugió nuevamente en el pasado. En ese cuaderno dejó un invaluable material documental donde describía a través de una suerte de caleidoscopio las historias familiares y los desmanes de la dictadura estalinista y el sovietismo, la represión, las persecuciones políticas, las purgas, el antisemitismo, la deportación de las minorías étnicas . El reencuentro con afectos y situaciones del pasado le ayudaron a sanar viejas heridas, y libre de ese equipaje tormentoso Roitman dejaba esta tierra. Consciente de que perdonar es sanador y liberador, en genuino ucraniano selló todos los comentarios y relatos con esta frase: “Algún día llegaremos a perdonar, pero nunca olvidaremos”.

Fin



Santiago Septiembre 2016


Homenaje al abuelo de una amiga.  

viernes, 25 de noviembre de 2016

"Desde la isla"











"Desde la isla"




Dice Idelmis que a ella le dio tristeza la muerte del Comandante porque es lo único que ha visto desde que nació en esa puñetera isla, pero no justifica tanto alboroto. Su madre en cambio se ha tomado en serio el acontecimiento y no para de lamentarse y llorar, tanto así que hoy no ha querido salir a enfrentar la tediosa cola del pan. “Me faltan fuerzas suficientes para continuar”-dice con marcado gesto teatral. Idelmis también se siente pésimo, pero es que está desde hace dos días con tremendo catarro. Aunque hubiese preferido quedarse en cama, no pudo abstenerse a marchar durante la tarde frente a la escalinata universitaria porque su ausencia no podría justificarla al día siguiente y sabe Dios con qué cara la mirarían sus compañeros de curso. Ya han pasado muchas veces por situaciones similares y se conoce el resultado. Idelmis está a un año de graduarse y no por esas nimiedades va a perder su carrera. Se tomó una aspirina, se secó los mocos y se sumó a la mayoría. Total; "Hay cosas que para lograrlas han de andar a ocultas".






FIN



martes, 4 de octubre de 2016

Refugio habanero




Refugio habanero

“Nunca es tarde para emprender un nuevo rumbo,
vivir una nueva historia,
o construir un nuevo sueño”.


Este es uno de los tantos viajes tempestivos que hace José Enrique a La Habana. Sus setenta años están bien disimulados tras un recio corte de pelo rubio, lentes de última generación para evitar el sol, short de mezclilla y camisa sin mangas abotonada hasta la mitad del abdomen. Su espléndida apariencia turística solo la estropea la cantidad de bolsos que acarrea desde Miami. “Esto se llama disfrutar verdaderamente el fin de semana!”- dirán los compatriotas que se atropellan a la salida del aeropuerto, pero no saben que en realidad él solo viene a supervisar los avances en la reparación del inmueble que compró en la “ciudad maravilla”, apelativo que no quiere interpretar. Catorce mil dólares le costó la gracia pero ya lleva invertido mucho más que eso en materiales de construcción y útiles para el hogar. Se la pasa todo el tiempo trayendo, inventando, resolviendo. Además tiene que lidiar con el albañil, un negro de su misma edad que trabaja más lento que un apasionado bolero. Lo empleó porque le dieron garantías de que era un hombre honesto, sencillo e incorrupto, de esos pocos que van quedando, que no se lleva ni un clavo para su casa aunque la suya se le esté cayendo a pedazos.

Toda esta historia nació cuando José Enrique se enteró que ya los cubanos podían vender y comprar casas y autos en Cuba. Después de cincuenta años, el gobierno había levantado la prohibición y devolvió a los cubanos de aquí o de allá el derecho secuestrado de vender lo suyo o comprarse una propiedad. Y ahí estuvo José Enrique junto a otros tantos cambiando el rumbo de la historia y cual crisálida reconvirtiéndose, dejando de ser traidor o gusano vende patria para pasar a integrar el grupo de los ilustres inversionistas. Juntó ahorros, vendió algunas acciones y partió no a Camajuaní, allá por Santa Clara de donde es oriundo, sino hacia la mismitica Habana porque entendió que el futuro estaba en la capital. No le bastaba el chisme que se traían los viejos contertulios del restaurante Versailles de Miami donde se teje y se distorsiona la verdad en beneficio de los anhelos de aquellos cubanos que quieren una Cuba libre del totalitarismo castrista. El si se instruyó, asesoró y hasta consiguió contactos en la oficina de inmigración en La Habana. Porque su sueño es más vasto y en cada contacto con la compañera ( palabra que no le gusta mencionar pero a la que poco a poco se irá acostumbrando) va puliendo su plan de mudanza. Como no lo paralizan los temores y derrocha creatividad se las ingenió para hacerse amigo de esa cubana vestida de verde olivo y muchas medallas. En cada viaje no olvida llevarle un paquete de café “del bueno, no de esa mierda que venden en La Habana por tarjeta” palabras textuales. El delicioso café va camuflado dentro de una bolsa con artículos de oficina que él blande cual Mambi ante la batalla y poseído de esa genuina habilidad que tiene para comunicarse grita “Les traje útiles de oficina”. A los empleados la boca se les hace agua, otros ya intuyen que no tendrán que ensalivar más los sellos pues goma de pegar, lápices, goma de borrar entre otros no ha de faltar en esa misericordiosa jaba multicolor. La compañera, criada y formada en el otrora círculo de la KGB, ya sabe cómo actuar en estos casos y entiende que debe apurar su expediente en señal de agradecimiento, aunque no mucho, para no perder las prebendas que una vez al mes le llegan desde Miami.

En el café “La Rambla” uno de los tantos paladares del Vedado, que queda en la céntrica calle L llegando a 17 se juntó con unos primos y el vendedor. Entre bebidas, cócteles y unas hamburguesas de cerdo acompañadas de vianda frita y ensalada de estación, subterfugio para denominar cándidamente una triste lechuga amoratada producto del insufrible calor tropical y la falta de refrigeración, selló el trato y se hizo dueño de una legendaria propiedad que si bien es cierto estaba a mal traer, cuando la vio por primera vez, entendió que después de una buena restauración e introducción de algunos artefactos importantes para su satisfacción, sería el paradero definitivo de su vejez, porque además lo que si tiene claro es que seguirá también residiendo en Miami, gozando de su jubilación y este reducto bien acondicionado será en definitiva su mundo para desatar la pasión.

Estará en en La Habana de adoquines, cerca del Paseo del Prado donde hasta los leones de bronce se mueren de hambre, cerca del Malecón con su reguero de espuma blanca. Respirará La habana de jineteras llenas de luz, mulatas con tacones altos esclavas del amor, y de vendedores de tabaco, de negros bambolleros, de viejitos adorables. Traspirará por los poros esa Habana de niñitos jugando a la pelota y de veteranos vociferando frente al tablero del dominó. Sentirá otra vez suya esa Habana de la cual escapó, la ciudad que bulle con las colas, con la espera tediosa del camello, con el humo que lanzan los incómodos almendrones. José Enrique quiere habitar un vecindario con su bullicio propio, con sus gritos y murmullos, con los olores que llegan de al lado, con el aroma de la canela, del bijól y del comino que desprende un ajiaco recién preparado. Eso es lo que él anhela; Una vida compartida, un cafecito recién colado, una cháchara amena y hasta el trueno y sollozo de un desenfrenado tambor.

Como José Enrique no es ni precario ni vulnerable ha puesto en esta empresa todo su sueño. Ya tiene instalado el aire acondicionado, el calefactor para la ducha y la cocina azulejada. Mandó a poner un buen tanque de fibrocemento para almacenar agua porque ya sabe que el preciado líquido llega cada cuatro días. Esto es pura planificación. Aunque el fétido pero adorable albañil se ha tomado todo el tiempo del mundo en cada detalle, él descubre que su nuevo apartamentico va adquiriendo color y sabor. Como en Cuba no hay ferreterías, José Enrique tiene que ingeniárselas para conseguir las piezas, los tornillos, los clavos, los grifos y todo se vuelve apoteósico, pero él no pierde el entusiasmo. Aunque su ego es a veces desproporcionado no abandona para nada la humildad. Así y todo, gracias a su energía le sobra tiempo para visitar enfermos, asiste a los funerales de su madrina, conversa con amigos de antaño, comadrea con agentes del estado vestidos de civil, le lleva un cafecito a Maria Rabassa, reparte especias al chofer del taxi, al vigilante del Comité, al vendedor de maní.

La mayoría de ellos no entiende que quiera regresar. Ya se lo dijo un compatriota en Miami.

_” Mira chico, cada vez que escucho a un cubano decir que en Cuba estaba mejor, me dan ganas de preguntarle, qué cojones hace entonces fuera de Cuba”. Más calmado asiéndolo por el hombro agrega: Oye José Enrique, mi hermano, es cierto que todos los cubanos guardamos con nostalgias esos momentos lindos de la niñez, adolescencia y juventud pero no por eso vamos a olvidar las vicisitudes y los problemas que tuvimos que enfrentar, que no fueron pocos. Hasta en la guerra hay momentos de felicidad y gratos recuerdos y siempre hay espacios para actos de nobleza y humanidad, la gente se enamora, tiene hijos , disfruta un evento, celebra una victoria, pero no por eso vamos a preferirla. Cuba no es solo sus lindas playas y cadenciosas mulatas, es mucho más que eso, es un país difícil para habitar sobre todo para el que ha tenido y disfrutado un relativo confort. ¿Tú me entiendes, chico?

José Enrique dice tener plena conciencia de ello, es cierto que echará de menos al “Hospice of Miami County”donde ha trabajado por más de treinta años cuidando a ancianos con enfermedades terminales. También extrañará esas carreritas al Joe's Stone Crab Restaurant, pero quiere cambiar el escenario, ya trabajó suficiente y ahora quiere gozar en armonía esta otra vida. Las cartas ya están echadas.

Sabe que le costará muchísimo acostumbrarse, o mejor dicho, volver a lidiar con la precariedad de las comunicaciones y el desabastecimiento que ya es crónico, con la mediocridad del Estado, con la censura a la prensa, pero él se tiene fé y se responde a sí mismo que ya verá cómo resuelve ese tema, total, La Habana es eso “nacer, vivir y morir resolviendo”. El se cansó de la monotonía de ese Miami insípido y lujurioso y prefiere esta opción, aparentemente más sencilla, con apagones, restricciones, con defectos y virtudes. Ya decidió terminar sus días en la tierra donde nació, contentarse con un almuerzo en “La Mimosa” donde los platos son generosos, o un arroz frito en “La Flor de Loto”, acompañado de su historia genuina y de sus seres queridos, recuperado del pasado, disfrutando el presente. Cuba no es el paraíso encantado, es solo un punto geográfico donde se mezclan la realidad y la ficción. En ese contexto su bullado refugio habanero será un verdadero panorama de jolgorio, paz y amor.

Con la jocosidad que le caracteriza se le ve por estos días tejiendo sueños en esa Habana poética, arcaica y cercana. Cuando alguien lo jode mucho con preguntas capciosas, José Enrique ágil, sonriente, tenaz, dando rienda suelta al instinto animal y visceral que lo posee, responde. “-Y que no me falte, chico, en esta Habana de pasión, un buen tronco de cuerpo negro a mi lado. ¡Ya tú sabes!”


Fin

La Habana- Miami- Santiago de Chile 2016



Comentarios del autor: Como se trata de una historia real, compartida en Agosto de este año cuando ambos coincidimos en Cuba, hice participar desde Miami en la corrección del texto al protagonista, quien encantado dio el visto bueno para esta publicación. Gracias José Enrique por tu historia y vital energía.




sábado, 3 de septiembre de 2016

"Mujeres"




"Mujeres"



Después de cincuenta años de revolución, allí, en esa isla verde, larga y angosta parecida a un aletargado caimán, las mujeres siguen siendo las mismas: aguerridas, partidistas, agresivas laboralmente, dispuestas a enfrentarse bajo cualquier circunstancia a sus competidores masculinos. Quisieron dejar atrás los roles tradicionales, sin apartarse completamente de los deberes hogareños para con el esposo e hijos, porque el poder compatibilizar ambas tareas, casa y calle, les daba más carisma y las hacía sentirse más libres.

Ahí tienes a mi madre, hogareña y a la vez abnegada revolucionaria, dispuesta a empuñar un fusil, y al mismo tiempo, un azadón si fuese necesario. Porque el miedo no se inventó para ella, ejemplo de mujeres titanes a toda prueba, mujeres de temple y acero. Eso lo aprendió con tanto discurso y ajetreo cotidiano y de los documentales y películas soviéticas que veía cada tarde; la mujer encima del tractor, la mujer pedaleando en bicicleta, la mujer dirigiendo una reunión, la mujer sumergida y camuflada en las interminables colas, la mujer acarreando el ganado, la mujer conduciendo un trolebús, la mujer dirigiendo una manifestación, la mujer compitiendo en cada evento deportivo que apareciera, queriéndolo gobernar todo y a todos; omnipresente, omnividente, Todopoderosa. Pero, ¿qué les dejaron a los hombres? Lo minimizaron y posteriormente lo desecharon. Y solo después, al cabo de los años, se sintieron presionadas por la soledad. Esa misma soledad, de la cual muchas hoy día son portadoras.


FIN


Santiago 2016

lunes, 1 de agosto de 2016

“Destierro”





“Destierro”






Cuando Yusnaby dejó atrás su tierra, su cultura, su gente, su Cuba querida, creyendo haberlo perdido todo, sintió quedar completamente desnudo, envuelto en un torrente de dolor, ansiedad y nostalgia. De repente como por arte de magia aparecieron a su encuentro personas maravillosas, abiertas, espontáneas, con energía, provocando efluvios positivos y relajantes que desembocaron en un nuevo amanecer y múltiples esperanzas. Yusnaby volvió a levantarse.


FIN

sábado, 16 de julio de 2016

"MOJITO CUBANO"

"MOJITO CUBANO"

Pedro se sienta todas las tardes a contemplar el mar desde su pequeño balconcito. Al frente tiene el malecón habanero lleno de negritos y blanquitos barrioteros. Para él no hay nada más importante que acompañar su tiempo con una cháchara amena, un bolero y un rico y frio Mojito. Y tiene que ser preparado por él "porque el resto es bobería, chico". En su salita tiene una garrafa con ron del bueno, que le trae un socio de una destilería de las afueras de La Habana, que data del año 1862. Gracias a su proceso de fermentación, se obtiene un ron de indiscutible calidad. Macera las hojitas con tallo y todo de la Yerbabuena que su mujer Marlene Rodríguez cosecha en el balcón. Añade azúcar de caña, porque según él "esa que viene de Europa en cuadritos no sabe a nada". Mezcla sin apuro aparente, mientras escucha una canción de Orlando Contreras que él también tararea. Añade agua mineral y unos trozos de hielo. Con maestría coloca un gajo de la yerba para dar el toque final. Así va preparando tantos tragos, como invitados haya en su casa porque la tarde aún empieza y el mar está lo suficientemente tranquilo para como fijar su mirada en él y dejarse llevar por el aroma y la exquisitez de este rico Mojito. Y de repente sale de su letargo y grita con entusiasmo: "¡María Rabassa, esto se está poniendo bueno!"

Fin

domingo, 12 de junio de 2016

“El pasado en un guiño”

                               


                                  “El pasado en un guiño”



Hoy estás de cumpleaños Maritza. Te atrapa la tarde festejando tus cincuenta en Miami. Estás tendida en la mecedora de tu chalet disfrutando la agradable brisa antes de que lleguen los invitados. Al frente, el mismo mar, pero visto desde la otra orilla. No hay nada que estropee la paz pero sin pretenderlo te viene a la boca el sabor del ayer. Poco a poco el pasado se te asoma.

Desde hace veinte años no sabes de colas, menos de escasez. Recuerdas vagamente la premura por freír esas famosas croquetas de pescado que se pegaban al cielo de la boca, la preocupación de que el cake conseguido con tanto sacrificio no se echara a perder antes de que llegara la noche, las peleas con tu marido porque aún no resolvía el hielo suficiente para mantener frías las cervezas y refrescos.

Veinte años atrás estarían tus amigos más queridos, también los negritos del solar que llegaban sin permiso. Ellos con pantaloncitos almidonados, ellas con batas de colores pasteles ceñidas a la cintura y con regios peinados coronados con grandes lazos más rusos que africanos. Perdidos todos entre las fantasías de llevarse a la boca un trozo de torta con harto merengue. Vendría el Presidente del Comité aunque no te agradara pero al que había que mantener contento porque era un mal necesario. Religiosamente ese día se aparecía con su mujer, la negra más chusma y descarada de todo el solar. Yolanda, creo se llamaba. Ella se estiraba las pasas, abandonaba sus empercudidas chancletas, se ponía su mejor vestido y se presentaba de las primeras, husmeando cada detalle, alardeando familiaridad con esa risa estentórea que la caracterizaba.

Mientras llegaba el fotógrafo, que como era costumbre se presentaría con unas copas de más, te entretenías con nimias charlas. El Presidente se mantenía en el patio catando las cervecitas y prometiendo un par de sacos de cemento, promesa que se posponía año tras año hasta perderse en el tiempo. Y Yolanda, si es que así se llamaba, se dedicaba a interpretar tanto despilfarro, averiguando cómo lo hacían ustedes para conseguir los ingredientes de la pomposa ensalada, de dónde salieron los coditos y los huevos, las piñas y las tres manzanas. Preguntaba maliciosamente si no tenían por ahí algún disco de Celia Cruz, que esa si tenía sabor. Qué ganas de mandarla a la mierda, pero ya le habías prometido a tu marido que no sucumbirías ante sus provocaciones. Tú te deshacías en atenciones, entre el revoltijo de tanto niño ajeno. Y por allá, tras el limón del patio o bajo la mata de mango se le vería a Yolanda siguiendo a tu madre todo el rato, charlando amenamente, congraciándose hasta con el gato, procurando con ello al final del evento llevarse un par de cajitas de cartón con algo de comer para el día siguiente......porque según sus propias palabras “la cosa estaba de madre”.

Nunca caíste en sus engatusamientos. Tú sabías el veneno que envolvían todas sus frases incluyendo esta otra que de su boca salía cual ingenua retórica:
¡Qué va, mi amiga, esto no hay quien lo aguante!”

Continuará.

Fin


Santiago 2015

jueves, 26 de mayo de 2016

"No escondas la miseria"



"No escondas la miseria"

"Можно закрыть глаза на то, что ты видишь.
 Но нельзя закрыть сердце на то, что ты чувствуешь"

El turista, después de un espléndido desayuno, aprovechando la tranquila mañana salió a recorrer esos lugares pintorescos de La Habana Vieja. Dejó a buen resguardo su fajo de billetes en el Hostal Valencia y con cámara en mano transita por las callecitas de portales y balcones restaurados que parten en forma perpendicular desde la espaciosa Avenida del Puerto. Se detiene en Amargura, atraviesa la Plaza San Francisco de Asís y toma la calle Muralla en dirección al Capitolio Nacional. Estos tres días en La Habana le bastan para orientarse bien. A medida que avanza, el barrio se le hace menos turístico y más real; los balcones se muestran en evidente deterioro, las portadas con pilastras flanqueando enormes puertas de doble hojas con arcos de medio punto están a mal traer. Los vitrales de todas las fachadas están rotos y los elaborados hierros forjados de los otrora guardavecinos palidecen corroídos por la humedad y el salitre. 

A poco andar, en la esquina de Compostela se detiene frente a una de las tantas colas que hay en el barrio, “ésta es para el picadillo de soya, muchacho” le comenta una mulata con tacones altos y ojos color mar que hacen blanco en él. ¡Qué curioso! Enfoca el lente, aguza la vista tratando de ubicar lo exótico, trak, trak, trak. La gente pacientemente espera su turno y sin reparo alguno se deja fotografiar. Se instala en la nítida imagen el silencio y la calma. El goza de su libertad mientras el resto está amarrado a la cola. La situación le evoca en forma vaga recuerdos de un pasado bastante lejano, que se desdibuja en su memoria de hombre de seis décadas. “La naturaleza mezquina de la dictadura castrista” le dice quedo un negro que cojea al pasar y al que no alcanza a fotografiar porque ya dobló raudo la esquina.

“Es solo una cola”- se responde a sí mismo. Lo que no sabe o no quiere saber es que esa larga y extenuante fila también podría ser la cola para el pan, para el helado, para el café, para la carne cada cuarenta y cinco días, para los fósforos, para la yuca, para la malanga una vez al año, para las toallitas higiénicas que los cubanos llaman “intimas”, para el papel sanitario, para el algodón, para el mentolatum y hasta para los tabacos y cigarros tal vez.

Pero como se trata de un tipo de ideas progresistas, un hombre de izquierda que anda disfrutando de las bondades del socialismo ajeno, que no quiere romper con lo que tanto quiere, tratará de convencerse a si mismo, de que no todo está mal, que al menos no ha visto desde que llegó ni la más mínima fila frente a algún consultorio o centro de salud. ¿Será ese argumento suficiente? No querrá averiguarlo al menos por ahora.

Le lastima que esas imágenes sean un guiño comparativo de lo que le tocó a él mismo vivir de joven en su país, por tanto borra las fotos de la fila y opta por buscar otros recursos y encantos: Aldabas , bocallaves, guardacantones que brindan protección a las construcciones en las esquinas y a él lo acorazan ante lo imprudente. 

En estricto rigor al comprometido turista chileno estos diez días no le alcanzarán para filosofar. Más tarde oprimido por la ola de calor buscará un trago en un “bar para extranjeros” o se refugiará en alguna playa. Y seguirá cual si nada por la preciosa isla con su máquina de última generación, contaminando la realidad con su acompasado trak, trak, trak.



FIN


domingo, 24 de abril de 2016

Y cuando no quería enamorarme, te conocí



Y cuando no quería enamorarme, te conocí


No te quedes en el tiempo detenido
porque el viento tus anhelos arrasó”



Esta no es la historia de Alba pero tengo que describirla primero a ella para hacerle el espacio que merece su hija Yusleidys, la verdadera protagonista. Hasta Yusleidys se accede cruzando un telón dinámico que expone el diario vivir de su madre. Yusleidys y Alba, o viceversa, dos generaciones antagónicas unidas por el amor, bajo el triste caparazón de un mismo escenario, la Cuba de hoy. Alba es madre juiciosa y abnegada pero también es federada, cederista, revolucionaria, combatiente. Ella es pieza indispensable en muchas acciones y como el común de las cubanas vive respirando la avalancha de propaganda del régimen, sumida en ilusiones que muchos tildan de perdidas.

Hoy, por ejemplo, ha estado todo el día revisando documentos inservibles en esa maldita oficina de ladrillos rojos con vista a la calle G. Se le ve preocupada de que todas esas carpetas, a punto de apolillarse, no salgan disparadas por el cálido viento que generan las aspas del pequeño ventilador; papeles que el director con impoluta guayabera blanca llevará de un lado a otro de la ciudad sin rumbo aparente en su flamante maletín. Afuera llueve intermitentemente. Desde el asfalto sube ese calor sofocante que se niega a abandonar la isla a pesar del aguacero. A la compañera Alba, como la llama cariñosamente su jefe, le toca generalmente cargar con todas las responsabilidades esté donde esté, aquí, allá, acuyá. En casa no es diferente.

Una vez en su hogar, un poco más cómoda aunque igual exhausta, prepara un arroz con pollo que pretende comerse disfrutando la cerveza de lata que en la tarde le dejó caer un amigo. ¿Hasta cuándo tendrá que sobreponerse a la permanente estrechez económica que le rodea? ¿Cuándo tendrá un salario decente que le permita tomarse no una, sino dos o tres cervecitas, acompañadas de algo más que un trocito de pollo?
Observa el reloj y mientras tanto la invade además la amargura de no saber en qué anda su hija. Ni un recado, ni una llamada, nada. Desde que la muchacha se consiguió ese maldito celular no se le ve como antes. Yusleidys que estuvo siempre a su lado, ha despertado y se mueve hoy a un ritmo vertiginoso. ¿Pero en qué andará? La disyuntiva parece estar entre la amenaza de perderla y la confianza que siempre le ha entregado, y queda paralizada y estupefacta ante el riesgo de que su hija se confunda con tanta nueva diversidad. Desde un tiempo a la fecha Yusleidys está encondida entre sus pares, esas chicas de ropa neoyorquina y zapatillas de colores múltiples que solo saben alardear de lo que no tienen y no aprecian lo poco que sus padres han podido entregarles con tanto esfuerzo.

En esas divagaciones estaba cuando de repente aparece la muchacha dando vueltas. Yusleidys conjuga optimismo y alegría, revolotea cual abeja afanosa trasportando polen. Escarba las ollas, se lleva dos cucharadas a la boca. Suficiente. Se lava los dientes. Se empieza a maquillar. Entona canciones foráneas. Es como un hamster en una jaula que corre y corre sin parar pero que no llega a destino alguno. Como queriendo aplacar su culpa, sin la intención de mentirse a sí misma, envuelve a su madre en planes irrealizables; que podrían viajar juntas a algún lugar, a Sancti Spiritus por ejemplo, o quizás a Bayamo donde sus primas, pasear en coche, comerse un puerquito, compartir, tomar otros aires que les devuelvan a ambas la vitalidad y confianza de antaño. La madre ilusionada, aunque no cree absolutamente esas palabras, porque sabe que el transporte está malísimo, se suma al comentario, se sube al mismo carro a gran velocidad y juntas empiezan a tejer un laberinto de remotas posibilidades con proyectos inalcanzables e inacabados. Pero ahora es la madre la que habla sola porque Yusleidys no se desprende de su celular, aunque esté sin cobertura. Los recados del exterior, las fotos que revisa una y otra vez son más importantes que la persona que tiene detrás. Yusleidys se siente insistentemente perseguida por toda la casa y ve en Alba no a su madre sino un bulto ajeno, un árbol que le entrega dañina sombra a sus necesidades. Su madre la sigue e insiste en contarle acerca de lo correcto, lo duradero y lo verdadero.

Quince minutos más tarde mientras su madre aún sigue soñando en voz alta pero sin ser escuchada; comentándole que han desaparecido los frijoles y el arroz del agromercado de 17 y L, Yusleidys ya se ha cambiado de ropa y se dispone a marcharse. Porque su casa no es un hogar sino un mero closet con un espejo bien grande donde puede volcar su vanidad. Ya se alimentó, literalmente hablando, porque el otro alimento- el espiritual- le vendrá de otra parte. “Primero yo, segundo yo, tercero yo” Esta frase se torna lema y llega a ser más fuerte que la voluntad de compartir el espacio familiar, charlar con su madre de lo trascendente, de lo cotidiano y hasta de lo banal. Su madre se ha quedado con las ganas de contarle sobre Genaro, el que vendía yucas en el carrito que con tanto esfuerzo armó pero que tendrá que desarmar según las nuevas leyes del partido, de los vecinos que se quieren ir del país, de lo importante que es mantener una imagen correcta en el Comité. Y vuelve a la carga con lamentaciones propias del periodo especial, de lo que no hay y de lo que no habrá hasta que los norteamericanos levanten el jodido embargo, que no ande con malos elementos, y lo más importante, que se fije en algún joven disciplinado, alguien de bien con principios socialistas. “Que la muerte de tu padre en Nicaragua no haya sido en vano, hijita”. Y ante tanto silencio le enrostra: “¡Chica tú no te estarás enamorando por ahí! ¿Verdad?”

Brillan los ojos verdes de Yusleidys con expresión inquieta, pero permanece callada. Entiende que está en un periodo de mucha confusión emocional, que otra vida en otra parte del mundo le hace revolotear las entrañas y aunque no lleguen señales sabias al menos son placenteras por el momento. Yusleidys está soñando en grande, en su cabeza las ideas fulguran como destellos de relámpagos donde las imagenes se tornan luminosas, claras y precisas. Se desentiende fácilmente del torrente de tanta propaganda política y de los teques comunistas de su madre. Mientras Alba trata de infundir esperanzas, Yusleidys quiere sentir otra revolución, la de un cambio. Ella sabe que no es el producto que su madre hubiese querido que brotara del laboratorio estatal “el hombre nuevo”, pero la vida ha cambiado y corren aires fescos que no puede desperdiciar.

Yusleidys le restriega a Alba que libertad no es solo poder sentarse en el malecón con vista al mar. “¡No mami, Que la libertad es algo más profundo que eso. ¿tú me entiendes?” La madre muerde su enfurecimiento y le hace ver que es una mal agradecida, que no valora que vive en un regio apartamentico a diferencia de sus amigas que tienen por techo un lúgubre solar o una barbacoa que se moja cuando llueve, que no le ha faltado para comer, aunque solo sean arroz y frijoles, porque ella siempre se ha sacrificado por las dos, que ya saldrán juntas algún día de este atolladero económico, de esta angustiante precariedad “¡Que no te quiero perder hija mia!”

Yusleidys no se manifiesta para no herir más a Alba. Piensa que esas ideas revolucionarias a las que siempre recurre su madre para anclarla al presente dejaron de tener vigencias, que pasaron a ser rancias, retrógadas y obsoletas, porque el mundo se sigue moviendo. Su madre la persigue detrás cotorreando y hablando con consignas disparatadas, como si estuviese leyendo titulares del Granma. Yusleidys esgrime el silencio como armadura y se aferra al celular, su nueva adquisición, para canalizar la impotencia. La rabia se la queda adentro porque su madre ya no cambiará y nada la apartará del demonio dominante que la embarga ni de los nobles anhelos de antaño que el viento ya se llevó.

No hay tiempo para más diálogos, Yusleidys bien ceñida sale apresurada con lo justo y necesario. Voló, sumergida en su nuevo aparato y la nueva conectividad. Alba vuelve a quedar sola. Sola fregará los platos, sola verá las noticias, sola echará los frijoles a ablandar para la comida del próximo día, sola se irá a acostar. Tratará de buscar un sueño reparador que espante el silencio que la abruma y soñará con el ideario comunista mientras su hija andará media Habana en un laberinto de avenidas y calles estrechas sobre los escombros de un sistema que se pierde entre la memoria vaga de lo que quiso ser y no fue.

Ya es casi medianoche. Alba se durmió con el tintineo de las últimas goticas de la lluvia. Se le ve inmóvil bajo la capa fina de un mosquitero blanco. El sueño debió haberla sorprendido pensando en su hija porque la lamparita sobre la mesa de noche sigue encendida. Yusleidys en cambio se ha movido todo este rato entre la esquina del hotel Habana Libre, el Coppelia y el parquecito El Quijote que se apaga a medida que se torna más tarde y van despareciendo los transeúntes.

Cuando el espacio se le hace inútil decide cambiar de lugar. Mientras espera ansiosa un almendrón que la lleve a cualquier portal de La Habana Vieja donde haya mejor cobertura, con espléndida sonrisa en la comisura de sus gruesos labios sin llegar a perder la perfección de sus rasgos, empieza a escribir en inglés “Y cuando no quería enamorarme, te conocí”.


Fin

Abril 2016

miércoles, 30 de marzo de 2016

Negar lo evidente



                                         Negar lo evidente


Aljimiro madrugó como de costumbre para conseguir el famoso y único diario Granma. Lo atrapa La Habana, urbe que traspira ese aroma de mar mañanero tan habitual en ella y que pasa del jolgorio de los últimos días con la visita de Obama a la calma aparente de una ciudad que sigue su ritmo espectral, lánguida, sin apuros.

El hermano Obama”  así rezaba el titular en tinta negra.

Ahora Aljimiro vuelve como Quijote blandiendo el periodicucho de cuatro hojas que si no le sirve para instruirse al menos ocupará en cualquier momento para envolver el pancito de la bodega o un par de papas o lo que por ahí aparezca. Porque la calle depara muchas sorpresas. En cualquier esquina puede sonreírle la dicha. El otro día, sin ir tan lejos, detrás de un frondoso árbol un joven se le abalanzó con una ristra de cebollas. No hubo tiempo ni para regatear. La operación se efectuó rápidamente antes que algún policía chivatón olfateara el negocio y lo dejara sin cebollitas. Pero así como gana, también pierde, pues en dos ocasiones no ha podido comprar por falta de javita. ¿A quién se le ocurre vender frijoles sin envase?

Por el camino Aljimiro se detiene donde Ofelia, una vecina de noventa y picos de años que se niega a morir. Al igual que él, se despertó con el alba y aunque aún no sale a hacer cola, cualquier cola que Dios le ofrezca, ya ha barrido el jardín y parte de la acera, pues ella es de la estirpe de las Marianas, de las que no creen en boberías; puro empeño y esfuerzo. Ofelia deja la escoba a un costado y le invita a una tacita de café que recién colará, pues si hay algo que ella no se puede permitir, es un café añejo ¡Qué va!

Mientras prepara el preciado líquido, el aroma se expande por toda la cocina que no es chica, y se escurre hasta las casas vecinas, embriagando a humanos y animales por igual. Aljimiro hojea el escuálido diario. Luego ambos, sentados en el añoso portal, degustan el cafecito matutino y comparten las noticias del día. Se detienen ante las reflexiones del Comandante Fidel Castro respecto de la visita de Obama a la isla, en esa parte que dice “que nadie se haga la ilusión de que el pueblo de este noble y abnegado país renunciará a la gloria y los derechos, y a la riqueza espiritual que ha ganado...”

Ofelia se resiste a creer que el Comandante aún esté vivo. Al menos eso es lo que dicen muchos en la cuadra, que esas reflexiones distan demasiado de los encendidos y entretenidos discursos de cuatro horas que ella se espantaba frente al televisor sin pestañar. “¡Ese era Fidel. Estaba ahí. Era parte de su casa!" Entonces ella creía que tendría mejor futuro y aplaudía cuantas ideas se le ocurrían al gran líder. Pero es Aljimiro quien le hace ver y entender que solo el Comandante impondría a la editorial esos párrafos con incoherencias y divagaciones propias de una persona de avanzada edad.

_Sí Ofelia, tiene que ser él. Si fuese alguien de la camarilla serían más pulidas y menos genuinas esas expresiones. Estos alicaídos discursitos tienen la impronta del Comandante, aunque carezcan de frescura. Se nota que son frases ancladas al pasado, que todo esto es una recopilación burda de textos del ayer.”

En verdad son reflexiones que tratan de desviar la atención del desbarajuste interno, de la ineficiencia económica, de la caducada ideología militante. Ambos coinciden en que el Comandante tiene razón en algunas cosas pero no comparten eso que dice “los cubanos somos capaces de producir los alimentos y las riquezas materiales que necesitamos".

“-Después del triunfo se perdieron tantas cosas- aporta Ofelia- los espárragos, las berenjenas, aquellos paquetes de berros que vendían los chinos". Sorbe su cafecito y continúa: “Después empezamos a recibir ayuda de aquí y de allá, albaricoques de Albania, cositas de Bulgaria, la carne rusa, el span chino, las latas de col con pollo de Yugoslavia. ¿Cómo se le ocurre al Comandante decir que no necesitamos que el imperio nos regale nada? Claro que los necesitamos, ¿o acaso su despensa es distinta a la mía?'”

En eso ocupan tres cuartos de hora. La segunda ronda de café se ha acabado y el día está recién por empezar. Aljimiro se marcha con hartas dudas en su cabeza, piensa que mientras el gobierno niega lo evidente, él se sigue manejando con su libretica de abastecimiento que cada vez rinde menos. Y alrededor sigue topándose con las Damas de blanco, los disturbios y el descontento, que si no es masivo, al menos es popular. Aunque Raúl enfáticamente diga que en Cuba no hay presos políticos, él sabe de su vecino que está retenido, no por vender huevos precisamente, sino por pensar distinto y expresarlo a viva voz. "Es que ese no tiene pelos en la lengua"

Cuando Aljimiro ha llegado a su apartamentico y abre el refrigerador para sacar el pomo de agua fría, se percata de su real precariedad. Es entonces cuando hace su propia y genuina reflexión:

“Quién me iba a decir que a esta altura de mi vida, después de cincuenta y siete años de Revolución, estaría viviendo esta evidente involución".


FIN



Marzo 2016

martes, 2 de febrero de 2016

Matar ajenos





"Matar ajenos"

Yo no te había contado que este hombre que aparece en la foto, era uno de mis mejores amigos y que nos conocimos en Camagüey cuando estábamos recién empezando la secundaria básica en la Gran Tula; que estuvimos juntos en todas las reuniones estudiantiles, actividades políticas, competencias deportivas, en campamentos agrícolas y cuantas tareas demandaba la época, que no eran pocas.

Nosotros dos éramos la suma de diferentes temperamentos, extracto social e ideología a pesar de vivir atados al mismo régimen. Quizás por lo distinto que éramos, quiso el destino juntarnos para que aprendiéramos de nuestras diferencias. Tú sabes que soy géminis y se supone que los geminianos solemos encontrar amigos idóneos entre personas de otros signos y se produce esa corriente magnética de mutua atracción que inicialmente lo envuelve todo, aparentemente voluble, para llegar a una amistad íntima y estrecha posterior.

Gustavo era tímido, extremadamente callado. Más que conversar escuchaba, era muy corto de genio y le costaba pronunciarse. Para mi que siempre me gustó hablar, era él la mitad ideal pues no ponía reparo a mis divagaciones intelectuales. Provenía de una familia humilde, vivía en una casa muy modesta cerca de la linea del tren, en un reparto llamado Saratoga, donde lo poquito que tenía, según sus propios y escuetos comentarios, se lo agradecía a la Revolución. Por eso cuando se empezó a hablar de Angola y la posibilidad de que Cuba entrara en ese distante conflicto Gustavo fue uno de los primeros que se ofreció a ir a combatir y creo que lo hizo de corazón, confiado que su aporte era un deber.

Gustavo no pudo continuar sus estudios superiores. A semanas del examen de reclutamiento fue llamado a filas y antes de que cantara el gallo ya estaba subiendo con un ridículo maletincito marca TAG a un avión de lineas angolanas de igual nombre destino a Luanda. Viaje sin escalas al continente negro. Cumplió los dieciocho años en Angola. Nunca supimos cómo hicieron con sus papeles para enrolarlo en esta guerra siendo menor de edad. Lo cierto es que no tuvo cake ese día y que lo recuerda con precisión porque cuando llegó al campamento en plena manigua angolana lo recibió un sargento que le dijo con muy malos modales que dejara por cualquier lado su pesada mochila, que se tomara un descanso pues sería el último en esa contienda, que a las siete fuera al comedor con la cuchara y el jarrito de aluminio y que esperara que reordenaran el albergue para ver dónde podría instalarse con sus bártulos a dormir. Recuerda clarito cuando le preguntó que de qué ciudad de Cuba era y Gustavo respondió “de Camaguey”. Con tono propio de los militares le dijo que fuera mirando el panorama para que se hiciera idea de adonde había llegado pues aquello no era un hotel de Santa Lucía. Cuando el sargento se marchó se le acercó otro muchacho, tan jovencito como él. Fue el primero, en esa tierra lejana que le estrechó la mano y lo convido a compartir unas galletas con una lata de sardinas. Se sentaron juntos en la litera y charlaron largo rato. Se enteró que el joven era de Cienfuegos, de un pueblito de la costa, que cuando chiquito siempre quiso ser piloto pero no lo dejaron ingresar a los Camilitos porque tenía problemas a la columna y eso era un impedimento importante para ingresar al ejercito, curioso, pues allí estaba con el mismo esqueleto que le otorgó la naturaleza luchando a no se sabía cuántos kilómetros de Cuba. Le contó que el ambiente era tenso, que esa misma tarde iban a lanzar una ofensiva discreta a una aldea donde se suponía había infiltrados. La artillería marcharía a la zona de Kraal a orillas del rio Nhia. Le ofreció que se quedara durmiendo en su litera en caso de que el sargento se olvidara de reasignarle una. "-El evento nos tomará toda la noche", eso es lo último que recuerda haber escuchado.

No hablaron más porque lo llamaron a formar. El cienfueguero le hizo un guiño y acomodándose la boina verde olivo se perdió tras las lonas de camuflaje.

Ocho horas más tarde Gustavo supo que el combate había sido cruento, que la aldea se defendió con todo lo que tenía y que aunque las tropas cubanas lograron su objetivo, borrarla de la faz de la tierra, tuvieron muchas bajas, entre ellas al cienfueguero que no volvió más. Por supuesto que se quedó en su litera mirando la lona de la carpa hasta bien entrado el día, con el pecho apretado, rogando que esa desdichada aventura que debía durar dos años a lo menos, lo devolviera a Cuba con vida. Durante la tarde a Gustavo le tocó reordenar las pocas pertenencias del cienfueguero para que fueran enviadas a sus familiares en la isla. No había fotos ni diario, eso estaba totalmente prohibido. Las luces de silencio caían sobre el Cienfueguero.

Gustavo asumió su compromiso con plena entrega, vivió situaciones al límite que no quiere contar porque a diferencia de lo que le aconsejaron los psicólogos militares cree que hablar de ello es abrir heridas y revolcarse en la mierda de una guerra que no era suya. Su juventud se vistió de sorpresas desagradables, situaciones insólitas y muchas desventuras; tiros, sangre y mutilaciones. Compartió con excelentes personas que tenían experiencia de participación en la guerrilla en Chile y el Congo y conoció a otros ruines de los cuales no quiere acordarse porque eran simple y burdo resumen de las pretensiones napoleónicas del dictador cubano. Este último término, creo no lo ocupó él, aunque estaba implícito.

Lo acabo de ver en La Habana, casado y con hijos que pronto lo harán abuelo. Dice que es feliz, que lo pasado, pasado está y aunque logró sacarse de encima el remordimiento, ha quedado marcado por un permanente tic nervioso que pone impaciente al que le mira. A modo de justificación se ríe, señala su incómodo gesto y dice “la guerra”.

El fue uno de los trescientos mil combatientes internacionalista que desde el 1975 lucharon en Angola cuando empezó la Operación Carlota y luego estuvo entre el grupo de los cincuenta mil colaboradores civiles cubanos durante más de quince años. Regresó con el último grupo en el 91. Heredó ese tic, pero salvó con vida. Muchos quedaron bajo tierra escoltados por una lápida sin nombre, otros están hoy abandonados esperando el futuro luminoso que nunca llegará. 

Las dos veces que nos pudimos juntar, me contó que aún de noche despierta sobresaltado. Las pesadillas lo acribillan. Confunde los lugares donde estuvo. Se multiplican las batallas. Los proyectiles siguen estallando en su campamento. En una cuneta ve cuerpos rígidos decapitados. Se le acercan rostros quemados que le atormentan. Ve gente correr asustada, generalmente negros desnudos, soldados harapientos, con barba de varios días, otros en posición de guardia esperando que un bombazo ponga fin a la espera que a veces se tornaba tediosa.

Pregunta lo que quieras”- me dice. “Sabía que alguien vendría alguna vez a escucharme. Al principio, cuando regresé a Cuba, hablaba sin parar pero nadie me entendía, decían que contaba historias incoherentes sin pies ni cabezas, que todo era resultado de mi maltratado estado nervioso. Yo nunca entendí que hacía tan lejos de mi tierra, ni sabía que defendía. Alguien me dijo que la Seguridad, ya sabes, los órganos de la seguridad del estado que están detrás de cada pared con los oídos atentos, podría encanarme. Entonces callé y no hablé más ni me quejé del sistema, ni de la suerte que me tocó. Pero yo no quería olvidar, pensaba que memorizando sería capaz de mantener vivo lo que nunca se iba a escribir al menos en este país. Me callé y me fui muriendo a la vez que reconstruía mi vida. Mi madre rezaba para que yo sanara. Como si yo estuviese loco. Allí me enteré que ella creía en Dios. Nunca antes se había persignado. Como muchas otras madres había desterrado al Sagrado Corazón que heredamos de los abuelos católicos. Y mi madre rezaba a escondidas y se santiguaba. Te imaginas? Estaba tan confundida como yo”.

Gustavo pidió que no le preguntara si todo eso había sido en vano, era como revolver el barro. Se acostumbró al dolor. Ya no sabe dónde están las medallas. Ya se cagó en la madre de algunos generales. Botó el libro rojo “la historia me absolverá”, mejor dicho, lo cambió por la Biblia que después de cincuenta y cuatro años empieza a leer. Ya no colecciona casetes de Silvio, ni vibra con sus canciones, regresó a un tramo de su adolescencia cuando solo le interesaba Eros Ramazotti. Cuando falta papel higiénico salé a conseguir el escurridizo diario Granma, que en definitiva solo sirve para ese estratégico acto de limpiarse el trasero. El que quería ser otro, sentirse orgulloso de su tierra, que quería servir a su patria, lleno de mil ilusiones terminó desencantado, involucrado en una guerra inútil donde el único objetivo era matar ajenos.

Hoy envuelto en la cotidianidad se deja simplemente arrastrar, sin perder el suelo opina lo que se “debe” opinar y habla lo que los demás quieren escuchar. Algún día, cuando la mordaza caiga para siempre, se sabrá toda la verdad sobre la guerra de Angola, será algo más que tiros cruzados entre reclutas y reservistas cubanos y sudafricanos demonizados por el conflicto.

Angola sigue intacta en la memoria de ese ecuánime hombre que sentado en un banco habanero con un tic nervioso y el corazón lleno de cicatrices mira con embeleso un rojo flamboyan.




Fin


lunes, 11 de enero de 2016

“Abrir los ojos duele...........pero es un dolor necesario”






Abrir los ojos duele...........pero es un dolor necesario”


El bullicio ahoga el amanecer en el Vedado, uno de los barrios más decentes de la capital. María Rabassa no quiere asomarse al balcón porque con los vítores que llegan desde los alrededores de la recién inaugurada embajada norteamericana, ya le es suficiente. Se imagina el panorama afuera. El jolgorio la aturde. No sabe si llorar, reír o aplaudir. Se ha inventado miles de actividades dentro de la casa y hasta decidió no salir a hacer la cola del pan porque quiere evitar a toda costa el desorden de la zona y a muchos de sus vecinos que despertaron efervescentes y discordantes. “Esto parece como estar en un parque de diversiones”. Las emociones la superan y entre múltiples bocinazos de algún lumpen que ya jura estar en Estados Unidos, se sumerge en sus propias reflexiones. “¡Comemierdas!”

Le viene a la mente la frase típica de su suegro quien murió esperando ansioso volver a afeitarse con cuchilla Gillette: “No hay mal que dure cien años, María Rabassa”. No sabe a ciencia cierta a qué se refería entonces pero conociendo su forma de pensar y su desaprobación del régimen revolucionario, empieza María a atar cabos. Si el viejo se hubiese aguantado un poco, quién sabe si estuviese ahora gozando de tanto entusiasmo pueblerino, apoyando a los gusanos que siguen pregonando que Cuba es esclava de una tiranía perversa y una ideología absurda. Ella sin embargo cree que “absurdo” es desconocer la historia.

A María la intoxica el alboroto desmedido, la falta de prudencia y la desfachatez de muchos frente al glorioso pasado. Con sabor a culpa y dolor se prepara un vaso de agua con azúcar prieta. Su corazón late buscando los registros del ayer. Inagotable, dinámica, ella fue unas de las primeras en romper con el imperio, en desechar el árbol de navidad con bolas, guirnaldas y todo porque del gobierno emanaban nuevas órdenes. Dejó de ir a misa, se peleó con el cura del barrio y hasta apoyó la decisión del Comandante de que en menos de cuarenta y ocho horas los religiosos tenían que abandonar el país. “Qué se vayan a Estados Unidos si quieren propagar su fe cristiana”. Su forma de pensar estuvo condicionada por el nuevo régimen y fue capaz de imaginar un orden moral sin un Dios. Que hubiera censura entonces, era la única forma de que el populacho no inventara cosas. Colgó en su puerta un cartel: Para la Revolución -todo, contra la Revolución-Nada. Hizo suya esa frase soviética “Conduzcamos la humanidad con mano de hierro hacia la felicidad”, lema del proletariado nacido en el seno del bolchevismo más puro.

Ella se fue a la agricultura donde sus labios se agrietaron por tanto sol, a los campos de caña que le otorgaron callos a sus delicadas manos, a los centrales azucareros a laborar voluntariamente para contrarrestar el brutal bloqueo impuesto por el enemigo norteamericano. Estuvo en el cordón que conformaba la seguridad del Comandante cuando discurseaba encendidamente y sin pausa en la plaza ante el pueblo. Se vistió de verde olivo, marchó, custodió, tiró tiros, se enfrentó a los desafectos del reparto, se convirtió en espía a la caza de enemigos del régimen, se esforzó tremendamente como nadie antes lo había hecho en aras de una patria libre y soberana, pisoteando una y otra vez la bandera norteamericana, símbolo del imperio. Con el tiempo y durante tres décadas abrazó y respetó la otra bandera, la de la hoz y el martillo, la bandera roja que le daba de comer y vestir.

En la década del noventa cuando los soviéticos empezaron el distanciamiento y se fueron tras otras conquistas, ella entendió con temblor en las entrañas que se venían tiempos difíciles. Se empujó con mucha dignidad el período especial tras el corte de todos los suministros. Empezó a vivir una nueva vida espartana. Se quedó sin pasta de dientes y sin dientes porque no había en todo el país materiales para poder arreglar su desgastada dentadura. Aprendió a comer carne de soya, que al principio le pareció asquerosa; se las ingenió para inventar un bistec de cáscara de Toronjas y a freírlo sin aceite, a repartir entre los suyos ochenta gramos de pan agrio y duro, pero pan al fin y al cabo; se acostumbró a lavar con hojas de henequén en lugar de detergente, a lustrar los zapatos de sus hijos con clara de huevo porque había desaparecido el betún.

Cinco décadas viviendo entre restricciones e improvisaciones. ¿Por qué ahora tenían que volver donde los norteamericanos, si durante cincuenta y pico de años se creyeron autosuficientes? ¿Acaso la pobreza no los hacía ser más dignos? ¿Por qué renegar lo que el gobierno les inculcó siempre?

Ahora por ahí andan esas negras con pitusas americanos y unos pullover con esas malditas letras en inglés. La mayoría de los jóvenes no habla de producir, cumplir, sino de viajar, comprar, disfrutar, comer bien. Ninguno se ha detenido a pensar lo que dijo clarito Raúl Castro, que a él no lo eligieron presidente para restaurar el capitalismo en Cuba, ni para entregar la revolución sino para defender, mantener y continuar perfeccionando el socialismo. Bueno, habría que partir por el hecho de que a él no lo eligieron, eso es un error semántico de gran envergadura. Raúl fue designado por su hermano, en lo que si María coincide es que las conquistas del socialismo, aunque muchos digan que son pocas, hay que preservarlas.

María comenta en voz baja: “Ojalá que esto sea un avance positivo, siempre por el bien del pueblo, pero hay que esperar que pase el tiempo a ver qué sucede. ¿De qué me sirve que ahora vengan los yanquis y construyan un montón de hoteles, si con mi salario no puedo ir a ninguno?. Si alguien me pregunta qué me gustaría, le respondería:- Me gustaría tener acceso a nuestras propias cosas en nuestro propio país. Sin ir tan lejos, comerme un buen filete de res, tomarme una malta con leche condensada, qué se yo. Me gustaría una mejora económica para acceder a todas esas simplezas que pueden estar aquí mismo. Quisiera alcanzar esos pequeños detallitos, chicos pero necesarios para tener mejor calidad de vida, porque ya no estoy para sacrificios”.

Su mejor vecina, una compañera destacada y muy revolucionaria, el otro día le dijo que había entendido y con mucho dolor, que el sistema se venía desmoronando desde que nació y que los cubanos solo habían tenido pequeños momentos cumbres, con matices mágicos, el resto era bobería e incertidumbre. “No pueden existir tantas personas equivocadas, María, tienes que abrir los ojos”. Y esa noche María no pudo conciliar el sueño como correspondía.

María no quiere abandonar su palpitar pero la situación es más compleja que abrir o cerrar una embajada. Eso que aprendió en los círculos de estudio acerca de que “En el socialismo, el proletariado es dueño de los medios de producción y construirá a corto plazo un futuro luminoso” no lo ve por ninguna parte. El temor de lo que vendrá es más profundo. Ella no puede abandonar sus ideas. No, no puede. Mientras muchos disfrazan sus dudas ella quiere seguir estoica creyendo en el futuro que le prometieron. Cree que esto de la embajada y tantas banderas no traerá un beneficio real sino que es puro espectáculo. La vergüenza la corroe. ¿Qué dirá mañana el Granma, el diario que siempre ha condenado las artimañas del enemigo a noventa millas, sus maniobras para desestabilizar el modelo económico?. Balbucea: “Desde el otro lado del mar se tejerán nuevas maniobras para hacer sucumbir la revolución, todo bajo esa misma bandera de múltiples estrellas”.

El tiempo se mueve rápido. La mañana avanza tempestiva. María se niega a salir al balcón porque se va a topar con esa bandera, hoy altiva, la mismitica que quemaron con mucho fervor revolucionario en tantas manifestaciones antiimperalistas, y que todos juraron en nombre de la revolución socialista aborrecer para siempre. Esa bandera americana aunque sea solo un pequeño guiño diplomático, está enterrando hoy día su gran pasado.


Fin

Julio 2015