miércoles, 7 de diciembre de 2016
Los sueños tienen pasado
Los
sueños tienen pasado
“коли-небудь
пробачимо, але ніколи не забудемо”
Cuando
se expandió cual peste el pogromo en Chitomir, una próspera ciudad
al oeste de Ucrania, en algún año después del 1933 y antes de que
la familia Sutovsky se viera condenada a la pobreza extrema y despojo
de sus bienes, tal como ocurriría después en el año treinta y
siete bajo la lupa y fusta de Stalin, el joven Roitman, generoso y
altruista abandonó su entorno para siempre.
Roitman
tenía no más de trece años, y como cualquier chico de su edad
andaba volando por las nubes, literalmente hablando. Su única
preocupación entonces era no transitar de noche por las calles de su
barrio después de que los almaceneros con estrepitoso estruendo
cerraran todos los negocios con cadenas metálicas y candados. Su
mayor tedio fue quizás permanecer por largas horas en
aquellas interminables colas para conseguir una hogaza de
pan, de vez en vez cuando su madre lo requería. Pero su inmaculada
juventud se tiñó de gris cuando bajo la telaraña de una profunda
confusión, su gente se vio enfrentada a acontecimientos
nunca antes pensado, resultado de vergonzosos y sombríos
episodios antisemitas.
Sin
proponérselo y antes de ser deportado, su familia lo preparó a la
carrera para cruzar mares y océanos. Con la vaca que vendió
un tío y otros ahorros de sus parientes pudo embarcar en
tercera clase rumbo a Argentina. Un rabino, amigo de la familia le
mostró en un mapamundi bastante desvencijado aquel pedazo de tierra
abundante allende los mares que se iba estrechando a medida que
apuntaba el dedo hacia el polo sur. Argentina no era más que un
triángulo de salvación. Los tiernos ojos de Roitman, como símbolo
de sorpresa se abrían inconmensurables y sus pupilas
dilatadas no dejaban dudas al desasosiego tras la noticia y a la
impresión de verse frente a aquel excitante laberinto. “-Al menos
no terminarás en Siberia, tierra austera, congelado en invierno por
fríos glaciales o en algún lugar apartado, árido y olvidado de
Kazajastan, donde el abrazo del sol del verano es indeseable” le
dijo un pariente.
Roitman
logró escapar con lo puesto una gélida noche de febrero,
justo después del Shabat, dejando atrás la muerte como
protagonista y llevando en su corazón de niño, la rabia la
impotencia, la soledad y el dolor.
El
tiempo estuvo a su favor porque mientras él navegaba y escudriñaba
el mar anchuroso, otros de su raza viajaban en trenes de ganado,
también lejos pero sin saber hacia adónde, a cortar árboles en el
mejor de los casos o a pudrirse en mazmorras y inhumanas
barracas.
Roitman
se radicó no en Misiones, donde era muy común ver
asentamientos judíos, sino en Mendoza, por azar de la
naturaleza. Entre la tragedia y el alivio, tres días después de su
arribo, cuando el mareo de tierra se le había pasado, sin muchos
mimos le colgaron un pesado de morral café y una maleta con telas
multicolores; y a vender por esos pueblos pampinos de polvo y sed sin
apartarse de la linea del tren para que no se perdiera. La enorme
soledad que esta condena implicó la compartió con un
cielo estrellado y una cordillera que en ocasiones se le venía
encima y de a ratos estaba muy lejos como desdibujada. Aprendió el
castellano en forma autodidacta y vertiginosamente en la medida que
iba enterrando su lengua ucraniana. Con un espíritu movilizador
nunca antes visto dio dignidad a su raza y al mismo tiempo como una
forma de escapar del sovietismo renegó no solo del idioma, también
de sus tradiciones y de su pasado. Roitman hizo poesía de las cosas
sencillas, de la cotidianidad y terminó convirtiendo su
morral en un próspero negocio. Le llamaban indistintamente
ruso, polaco o judío, pero él haciendo honor a su progenitor que
decía "Hay que perdonar a la gente por su incultura",
ni se inmutaba. Y así creció, se casó, aumentó su familia y
siguió su camino. Valoró lo que la vida le ofrecía desde ese otro
continente.Venció temores y saltó el período racional de
aislamiento e introspección.
Mientras
muchos creían que él simplemente había olvidado, Roitman
a través del silencio trataba de sanar una herida
profunda, pero la palabra olvido no era un vocablo desterrado por él.
En cada sueño había un pedazo de lo suyo que solo él acariciaba y
endulzaba en la penumbra de cualquier noche.
Ya
entrado en avanzada edad, cuando era latente que perdía su pródiga
memoria, le pidió a su esposa un cuaderno sencillo para escribir del
ayer, para estampar sus memorias. Nadie intuía qué se tejía entre
esas manos con pulso tembloroso, callosidades eternas y su desvalida
mente. Tocando el mundo que se le iba entre sueño y sueño labraba
surcos de historias.
Ayer,
al morir revisaron el cuadernillo con innumerables relatos de
antaño, retazos de su vida, que guardaba con recelo en un
cajón del velador. Su historia se remontaba más allá de los
primeros testimonios escuchado de sus abuelos que también venían
arrastrando de generación en generación sobre el judaísmo en el
territorio ruso cuando el kanato de los jázaros fue derrotado por el
príncipe ruso de Kiev Sviatoslav. ¡Qué tiempos aquellos!
Lo
más curioso de todo es que había sacado desde lo más profundo de
su ser su lengua materna. Roitman, perturbado por el presente, se
refugió nuevamente en el pasado. En ese cuaderno dejó un invaluable
material documental donde describía a través de una suerte de
caleidoscopio las historias familiares y los desmanes de la dictadura
estalinista y el sovietismo, la represión,
las persecuciones políticas, las purgas, el antisemitismo,
la deportación de las minorías étnicas . El reencuentro
con afectos y situaciones del pasado le ayudaron a sanar viejas
heridas, y libre de ese equipaje tormentoso Roitman dejaba esta
tierra. Consciente de que perdonar es sanador y liberador,
en genuino ucraniano selló todos los comentarios y relatos con esta
frase: “Algún día llegaremos a perdonar, pero nunca olvidaremos”.
Fin
Santiago
Septiembre 2016
Homenaje
al abuelo de una amiga.
viernes, 25 de noviembre de 2016
"Desde la isla"
"Desde la isla"
Dice Idelmis que a ella le dio tristeza la muerte del Comandante porque es lo único que ha visto desde que nació en esa puñetera isla, pero no justifica tanto alboroto. Su madre en cambio se ha tomado en serio el acontecimiento y no para de lamentarse y llorar, tanto así que hoy no ha querido salir a enfrentar la tediosa cola del pan. “Me faltan fuerzas suficientes para continuar”-dice con marcado gesto teatral. Idelmis también se siente pésimo, pero es que está desde hace dos días con tremendo catarro. Aunque hubiese preferido quedarse en cama, no pudo abstenerse a marchar durante la tarde frente a la escalinata universitaria porque su ausencia no podría justificarla al día siguiente y sabe Dios con qué cara la mirarían sus compañeros de curso. Ya han pasado muchas veces por situaciones similares y se conoce el resultado. Idelmis está a un año de graduarse y no por esas nimiedades va a perder su carrera. Se tomó una aspirina, se secó los mocos y se sumó a la mayoría. Total; "Hay cosas que para lograrlas han de andar a ocultas".
FIN
martes, 4 de octubre de 2016
Refugio habanero
Refugio habanero
“Nunca es tarde para emprender un
nuevo rumbo,
vivir una nueva historia,
o construir un nuevo sueño”.
Este es uno de los tantos viajes
tempestivos que hace José Enrique a La Habana. Sus setenta años
están bien disimulados tras un recio corte de pelo rubio, lentes de
última generación para evitar el sol, short de mezclilla y camisa
sin mangas abotonada hasta la mitad del abdomen. Su espléndida
apariencia turística solo la estropea la cantidad de bolsos que
acarrea desde Miami. “Esto se llama disfrutar verdaderamente el fin
de semana!”- dirán los compatriotas que se atropellan a la salida
del aeropuerto, pero no saben que en realidad él solo viene a
supervisar los avances en la reparación del inmueble que compró en
la “ciudad maravilla”, apelativo que no quiere interpretar.
Catorce mil dólares le costó la gracia pero ya lleva invertido
mucho más que eso en materiales de construcción y útiles para el
hogar. Se la pasa todo el tiempo trayendo, inventando, resolviendo.
Además tiene que lidiar con el albañil, un negro de su misma edad
que trabaja más lento que un apasionado bolero. Lo empleó porque le
dieron garantías de que era un hombre honesto, sencillo e
incorrupto, de esos pocos que van quedando, que no se lleva ni un
clavo para su casa aunque la suya se le esté cayendo a pedazos.
Toda esta historia nació cuando José
Enrique se enteró que ya los cubanos podían vender y comprar casas
y autos en Cuba. Después de cincuenta años, el gobierno había
levantado la prohibición y devolvió a los cubanos de aquí o de
allá el derecho secuestrado de vender lo suyo o comprarse una
propiedad. Y ahí estuvo José Enrique junto a otros tantos cambiando
el rumbo de la historia y cual crisálida reconvirtiéndose, dejando
de ser traidor o gusano vende patria para pasar a integrar el grupo
de los ilustres inversionistas. Juntó ahorros, vendió algunas
acciones y partió no a Camajuaní, allá por Santa Clara de donde es
oriundo, sino hacia la mismitica Habana porque entendió que el
futuro estaba en la capital. No le bastaba el chisme que se traían
los viejos contertulios del restaurante Versailles de Miami donde se
teje y se distorsiona la verdad en beneficio de los anhelos de
aquellos cubanos que quieren una Cuba libre del totalitarismo
castrista. El si se instruyó, asesoró y hasta consiguió contactos
en la oficina de inmigración en La Habana. Porque su sueño es más
vasto y en cada contacto con la compañera ( palabra que no le gusta
mencionar pero a la que poco a poco se irá acostumbrando) va
puliendo su plan de mudanza. Como no lo paralizan los temores y
derrocha creatividad se las ingenió para hacerse amigo de esa cubana
vestida de verde olivo y muchas medallas. En cada viaje no olvida
llevarle un paquete de café “del bueno, no de esa mierda que
venden en La Habana por tarjeta” palabras textuales. El delicioso
café va camuflado dentro de una bolsa con artículos de oficina que
él blande cual Mambi ante la batalla y poseído de esa genuina
habilidad que tiene para comunicarse grita “Les traje útiles de
oficina”. A los empleados la boca se les hace agua, otros ya
intuyen que no tendrán que ensalivar más los sellos pues goma de
pegar, lápices, goma de borrar entre otros no ha de faltar en esa
misericordiosa jaba multicolor. La compañera, criada y formada en el
otrora círculo de la KGB, ya sabe cómo actuar en estos casos y
entiende que debe apurar su expediente en señal de agradecimiento,
aunque no mucho, para no perder las prebendas que una vez al mes le
llegan desde Miami.
En el café “La Rambla” uno de los
tantos paladares del Vedado, que queda en la céntrica calle L
llegando a 17 se juntó con unos primos y el vendedor. Entre bebidas,
cócteles y unas hamburguesas de cerdo acompañadas de vianda frita y
ensalada de estación, subterfugio para denominar cándidamente una
triste lechuga amoratada producto del insufrible calor tropical y la
falta de refrigeración, selló el trato y se hizo dueño de una
legendaria propiedad que si bien es cierto estaba a mal traer, cuando
la vio por primera vez, entendió que después de una buena
restauración e introducción de algunos artefactos importantes para
su satisfacción, sería el paradero definitivo de su vejez, porque
además lo que si tiene claro es que seguirá también residiendo en
Miami, gozando de su jubilación y este reducto bien acondicionado
será en definitiva su mundo para desatar la pasión.
Estará en en La Habana de adoquines,
cerca del Paseo del Prado donde hasta los leones de bronce se mueren
de hambre, cerca del Malecón con su reguero de espuma blanca.
Respirará La habana de jineteras llenas de luz, mulatas con tacones
altos esclavas del amor, y de vendedores de tabaco, de negros
bambolleros, de viejitos adorables. Traspirará por los poros esa
Habana de niñitos jugando a la pelota y de veteranos vociferando
frente al tablero del dominó. Sentirá otra vez suya esa Habana de
la cual escapó, la ciudad que bulle con las colas, con la espera
tediosa del camello, con el humo que lanzan los incómodos
almendrones. José Enrique quiere habitar un vecindario con su
bullicio propio, con sus gritos y murmullos, con los olores que
llegan de al lado, con el aroma de la canela, del bijól y del comino
que desprende un ajiaco recién preparado. Eso es lo que él anhela;
Una vida compartida, un cafecito recién colado, una cháchara amena y
hasta el trueno y sollozo de un desenfrenado tambor.
Como José Enrique no es ni precario ni
vulnerable ha puesto en esta empresa todo su sueño. Ya tiene
instalado el aire acondicionado, el calefactor para la ducha y la
cocina azulejada. Mandó a poner un buen tanque de fibrocemento para
almacenar agua porque ya sabe que el preciado líquido llega cada
cuatro días. Esto es pura planificación. Aunque el fétido pero
adorable albañil se ha tomado todo el tiempo del mundo en cada
detalle, él descubre que su nuevo apartamentico va adquiriendo color
y sabor. Como en Cuba no hay ferreterías, José Enrique tiene que
ingeniárselas para conseguir las piezas, los tornillos, los clavos,
los grifos y todo se vuelve apoteósico, pero él no pierde el
entusiasmo. Aunque su ego es a veces desproporcionado no abandona
para nada la humildad. Así y todo, gracias a su energía le sobra
tiempo para visitar enfermos, asiste a los funerales de su madrina,
conversa con amigos de antaño, comadrea con agentes del estado
vestidos de civil, le lleva un cafecito a Maria Rabassa, reparte
especias al chofer del taxi, al vigilante del Comité, al vendedor de
maní.
La mayoría de ellos no entiende que
quiera regresar. Ya se lo dijo un compatriota en Miami.
_” Mira chico, cada vez que escucho
a un cubano decir que en Cuba estaba mejor, me dan ganas de
preguntarle, qué cojones hace entonces fuera de Cuba”. Más calmado
asiéndolo por el hombro agrega: Oye José Enrique, mi hermano, es
cierto que todos los cubanos guardamos con nostalgias esos momentos
lindos de la niñez, adolescencia y juventud pero no por eso vamos a
olvidar las vicisitudes y los problemas que tuvimos que enfrentar,
que no fueron pocos. Hasta en la guerra hay momentos de felicidad y
gratos recuerdos y siempre hay espacios para actos de nobleza y
humanidad, la gente se enamora, tiene hijos , disfruta un evento,
celebra una victoria, pero no por eso vamos a preferirla. Cuba no es
solo sus lindas playas y cadenciosas mulatas, es mucho más que eso,
es un país difícil para habitar sobre todo para el que ha tenido y
disfrutado un relativo confort. ¿Tú me entiendes, chico?
José Enrique dice tener plena
conciencia de ello, es cierto que echará de menos al “Hospice of
Miami County”donde ha trabajado por más de treinta años cuidando
a ancianos con enfermedades terminales. También extrañará esas
carreritas al Joe's Stone Crab Restaurant, pero quiere cambiar el
escenario, ya trabajó suficiente y ahora quiere gozar en armonía
esta otra vida. Las cartas ya están echadas.
Sabe que le costará muchísimo
acostumbrarse, o mejor dicho, volver a lidiar con la precariedad de
las comunicaciones y el desabastecimiento que ya es crónico, con la
mediocridad del Estado, con la censura a la prensa, pero él se tiene
fé y se responde a sí mismo que ya verá cómo resuelve ese tema,
total, La Habana es eso “nacer, vivir y morir resolviendo”. El
se cansó de la monotonía de ese Miami insípido y lujurioso y
prefiere esta opción, aparentemente más sencilla, con apagones,
restricciones, con defectos y virtudes. Ya decidió terminar sus días
en la tierra donde nació, contentarse con un almuerzo en “La
Mimosa” donde los platos son generosos, o un arroz frito en “La
Flor de Loto”, acompañado de su historia genuina y de sus seres
queridos, recuperado del pasado, disfrutando el presente. Cuba no es
el paraíso encantado, es solo un punto geográfico donde se mezclan
la realidad y la ficción. En ese contexto su bullado refugio
habanero será un verdadero panorama de jolgorio, paz y amor.
Con la jocosidad que le caracteriza se
le ve por estos días tejiendo sueños en esa Habana poética,
arcaica y cercana. Cuando alguien lo jode mucho con preguntas
capciosas, José Enrique ágil, sonriente, tenaz, dando rienda
suelta al instinto animal y visceral que lo posee, responde. “-Y
que no me falte, chico, en esta Habana de pasión, un buen tronco de
cuerpo negro a mi lado. ¡Ya tú sabes!”
Fin
La Habana- Miami- Santiago de Chile 2016
Comentarios del autor: Como se trata de
una historia real, compartida en Agosto de este año cuando ambos
coincidimos en Cuba, hice participar desde Miami en la corrección
del texto al protagonista, quien encantado dio el visto bueno para
esta publicación. Gracias José Enrique por tu historia y vital
energía.
sábado, 3 de septiembre de 2016
"Mujeres"
"Mujeres"
Después de cincuenta años de revolución, allí, en esa isla verde, larga y angosta parecida a un aletargado caimán, las mujeres siguen siendo las mismas: aguerridas, partidistas, agresivas laboralmente, dispuestas a enfrentarse bajo cualquier circunstancia a sus competidores masculinos. Quisieron dejar atrás los roles tradicionales, sin apartarse completamente de los deberes hogareños para con el esposo e hijos, porque el poder compatibilizar ambas tareas, casa y calle, les daba más carisma y las hacía sentirse más libres.
Ahí tienes a mi madre, hogareña y a la vez abnegada revolucionaria, dispuesta a empuñar un fusil, y al mismo tiempo, un azadón si fuese necesario. Porque el miedo no se inventó para ella, ejemplo de mujeres titanes a toda prueba, mujeres de temple y acero. Eso lo aprendió con tanto discurso y ajetreo cotidiano y de los documentales y películas soviéticas que veía cada tarde; la mujer encima del tractor, la mujer pedaleando en bicicleta, la mujer dirigiendo una reunión, la mujer sumergida y camuflada en las interminables colas, la mujer acarreando el ganado, la mujer conduciendo un trolebús, la mujer dirigiendo una manifestación, la mujer compitiendo en cada evento deportivo que apareciera, queriéndolo gobernar todo y a todos; omnipresente, omnividente, Todopoderosa. Pero, ¿qué les dejaron a los hombres? Lo minimizaron y posteriormente lo desecharon. Y solo después, al cabo de los años, se sintieron presionadas por la soledad. Esa misma soledad, de la cual muchas hoy día son portadoras.
FIN
Santiago 2016
lunes, 1 de agosto de 2016
“Destierro”
“Destierro”
Cuando Yusnaby dejó atrás su tierra, su cultura, su gente, su Cuba querida, creyendo haberlo perdido todo, sintió quedar completamente desnudo, envuelto en un torrente de dolor, ansiedad y nostalgia. De repente como por arte de magia aparecieron a su encuentro personas maravillosas, abiertas, espontáneas, con energía, provocando efluvios positivos y relajantes que desembocaron en un nuevo amanecer y múltiples esperanzas. Yusnaby volvió a levantarse.
FIN
sábado, 16 de julio de 2016
"MOJITO CUBANO"
Pedro se sienta todas las tardes a contemplar el mar desde su pequeño balconcito. Al frente tiene el malecón habanero lleno de negritos y blanquitos barrioteros. Para él no hay nada más importante que acompañar su tiempo con una cháchara amena, un bolero y un rico y frio Mojito. Y tiene que ser preparado por él "porque el resto es bobería, chico". En su salita tiene una garrafa con ron del bueno, que le trae un socio de una destilería de las afueras de La Habana, que data del año 1862. Gracias a su proceso de fermentación, se obtiene un ron de indiscutible calidad. Macera las hojitas con tallo y todo de la Yerbabuena que su mujer Marlene Rodríguez cosecha en el balcón. Añade azúcar de caña, porque según él "esa que viene de Europa en cuadritos no sabe a nada". Mezcla sin apuro aparente, mientras escucha una canción de Orlando Contreras que él también tararea. Añade agua mineral y unos trozos de hielo. Con maestría coloca un gajo de la yerba para dar el toque final. Así va preparando tantos tragos, como invitados haya en su casa porque la tarde aún empieza y el mar está lo suficientemente tranquilo para como fijar su mirada en él y dejarse llevar por el aroma y la exquisitez de este rico Mojito. Y de repente sale de su letargo y grita con entusiasmo: "¡María Rabassa, esto se está poniendo bueno!"
Fin
domingo, 12 de junio de 2016
“El pasado en un guiño”
“El pasado en un guiño”
Hoy
estás de cumpleaños Maritza. Te atrapa la tarde festejando tus
cincuenta en Miami. Estás tendida en la mecedora de tu chalet
disfrutando la agradable brisa antes de que lleguen los invitados. Al
frente, el mismo mar, pero visto desde la otra orilla. No hay nada
que estropee la paz pero sin pretenderlo te viene a la boca el sabor
del ayer. Poco a poco el pasado se te asoma.
Desde hace
veinte años no sabes de colas, menos de escasez. Recuerdas vagamente
la premura por freír esas famosas croquetas de pescado que se
pegaban al cielo de la boca, la preocupación de que el cake
conseguido con tanto sacrificio no se echara a perder antes de que
llegara la noche, las peleas con tu marido porque aún no resolvía
el hielo suficiente para mantener frías las cervezas y refrescos.
Veinte años
atrás estarían tus amigos más queridos, también los negritos del
solar que llegaban sin permiso. Ellos con pantaloncitos almidonados,
ellas con batas de colores pasteles ceñidas a la cintura y con
regios peinados coronados con grandes lazos más rusos que africanos.
Perdidos todos entre las fantasías de llevarse a la boca un trozo
de torta con harto merengue. Vendría el Presidente del Comité
aunque no te agradara pero al que había que mantener contento porque
era un mal necesario. Religiosamente ese día se aparecía con su
mujer, la negra más chusma y descarada de todo el solar. Yolanda,
creo se llamaba. Ella se estiraba las pasas, abandonaba sus
empercudidas chancletas, se ponía su mejor vestido y se presentaba
de las primeras, husmeando cada detalle, alardeando familiaridad
con esa risa estentórea que la caracterizaba.
Mientras
llegaba el fotógrafo, que como era costumbre se presentaría con
unas copas de más, te entretenías con nimias charlas. El Presidente
se mantenía en el patio catando las cervecitas y prometiendo un par
de sacos de cemento, promesa que se posponía año tras año hasta
perderse en el tiempo. Y Yolanda, si es que así se llamaba, se
dedicaba a interpretar tanto despilfarro, averiguando cómo lo hacían
ustedes para conseguir los ingredientes de la pomposa ensalada, de
dónde salieron los coditos y los huevos, las piñas y las tres
manzanas. Preguntaba maliciosamente si no tenían por ahí algún
disco de Celia Cruz, que esa si tenía sabor. Qué ganas de mandarla
a la mierda, pero ya le habías prometido a tu marido que no
sucumbirías ante sus provocaciones. Tú te deshacías en atenciones,
entre el revoltijo de tanto niño ajeno. Y por allá, tras el limón
del patio o bajo la mata de mango se le vería a Yolanda siguiendo a
tu madre todo el rato, charlando amenamente, congraciándose hasta
con el gato, procurando con ello al final del evento llevarse un par
de cajitas de cartón con algo de comer para el día
siguiente......porque según sus propias palabras “la cosa estaba
de madre”.
Nunca caíste
en sus engatusamientos. Tú sabías el veneno que envolvían todas
sus frases incluyendo esta otra que de su boca salía cual ingenua
retórica:
“¡Qué
va, mi amiga, esto no hay quien lo aguante!”
Continuará.
Fin
Santiago
2015
jueves, 26 de mayo de 2016
"No escondas la miseria"
"No
escondas la miseria"
"Можно закрыть глаза на то, что ты видишь.
Но нельзя закрыть сердце на то, что ты чувствуешь"
"Можно закрыть глаза на то, что ты видишь.
Но нельзя закрыть сердце на то, что ты чувствуешь"
El
turista, después de un espléndido desayuno, aprovechando la
tranquila mañana salió a recorrer esos lugares pintorescos de La
Habana Vieja. Dejó a buen resguardo su fajo de billetes en el Hostal
Valencia y con cámara en mano transita por las callecitas de
portales y balcones restaurados que parten en forma perpendicular
desde la espaciosa Avenida del Puerto. Se detiene en Amargura,
atraviesa la Plaza San Francisco de Asís y toma la calle Muralla en
dirección al Capitolio Nacional. Estos tres días en La Habana le
bastan para orientarse bien. A medida que avanza, el barrio se le
hace menos turístico y más real; los balcones se muestran en
evidente deterioro, las portadas con pilastras flanqueando enormes
puertas de doble hojas con arcos de medio punto están a mal traer.
Los vitrales de todas las fachadas están rotos y los elaborados
hierros forjados de los otrora guardavecinos palidecen corroídos por
la humedad y el salitre.
A
poco andar, en la esquina de Compostela se detiene frente a una de
las tantas colas que hay en el barrio, “ésta es para el picadillo
de soya, muchacho” le comenta una mulata con tacones altos y ojos
color mar que hacen blanco en él. ¡Qué curioso! Enfoca el lente,
aguza la vista tratando de ubicar lo exótico, trak, trak, trak. La
gente pacientemente espera su turno y sin reparo alguno se deja
fotografiar. Se instala en la nítida imagen el silencio y la calma.
El goza de su libertad mientras el resto está amarrado a la cola. La
situación le evoca en forma vaga recuerdos de un pasado bastante
lejano, que se desdibuja en su memoria de hombre de seis décadas.
“La naturaleza mezquina de la dictadura castrista” le dice quedo
un negro que cojea al pasar y al que no alcanza a fotografiar porque
ya dobló raudo la esquina.
“Es
solo una cola”- se responde a sí mismo. Lo que no sabe o no
quiere saber es que esa larga y extenuante fila también podría ser
la cola para el pan, para el helado, para el café, para la carne
cada cuarenta y cinco días, para los fósforos, para la yuca, para
la malanga una vez al año, para las toallitas higiénicas que los
cubanos llaman “intimas”, para el papel sanitario, para el
algodón, para el mentolatum y hasta para los tabacos y cigarros tal
vez.
Pero
como se trata de un tipo de ideas progresistas, un hombre de
izquierda que anda disfrutando de las bondades del socialismo ajeno,
que no quiere romper con lo que tanto quiere, tratará de convencerse
a si mismo, de que no todo está mal, que al menos no ha visto desde
que llegó ni la más mínima fila frente a algún consultorio o
centro de salud. ¿Será ese argumento suficiente?
No querrá averiguarlo al menos por ahora.
Le
lastima que esas imágenes sean un guiño comparativo de lo que le
tocó a él mismo vivir de joven en su país, por tanto borra las
fotos de la fila y opta por buscar otros recursos y encantos: Aldabas
, bocallaves, guardacantones que brindan protección a las
construcciones en las esquinas y a él lo acorazan ante lo
imprudente.
En
estricto rigor al comprometido turista chileno estos diez días no le
alcanzarán para filosofar. Más tarde oprimido por la ola de calor
buscará un trago en un “bar para extranjeros” o se refugiará en
alguna playa. Y seguirá cual si nada por la preciosa isla con su
máquina de última generación, contaminando la realidad con su
acompasado trak, trak, trak.
FIN
domingo, 24 de abril de 2016
Y cuando no quería enamorarme, te conocí
Y
cuando no quería enamorarme, te conocí
“No
te quedes en el tiempo detenido
porque
el viento tus anhelos arrasó”
Esta
no es la historia de Alba pero tengo que describirla primero a ella
para hacerle el espacio que merece su hija Yusleidys,
la verdadera protagonista. Hasta Yusleidys se accede cruzando un
telón dinámico que expone el diario vivir de su madre. Yusleidys y
Alba, o viceversa, dos generaciones antagónicas unidas por el amor,
bajo el triste caparazón de un mismo escenario, la Cuba de hoy. Alba
es madre juiciosa y abnegada pero también es federada, cederista,
revolucionaria, combatiente. Ella es pieza indispensable en muchas
acciones y como el común de las cubanas vive respirando la avalancha
de propaganda del régimen, sumida en ilusiones que muchos tildan de
perdidas.
Hoy,
por ejemplo, ha estado todo el día
revisando documentos inservibles en esa maldita oficina de ladrillos
rojos con vista a la calle G. Se le ve preocupada de que todas esas
carpetas, a punto de apolillarse, no salgan disparadas por el cálido
viento que generan las aspas del pequeño ventilador; papeles que el
director con impoluta guayabera blanca llevará de un lado a otro de
la ciudad sin rumbo aparente en su flamante maletín. Afuera llueve
intermitentemente. Desde el asfalto sube ese calor sofocante que se
niega a abandonar la isla a pesar del aguacero. A la compañera Alba,
como la llama cariñosamente su jefe, le toca generalmente cargar
con todas las responsabilidades esté donde esté, aquí, allá,
acuyá. En casa no es diferente.
Una
vez en su hogar, un poco más cómoda aunque igual exhausta, prepara
un arroz con pollo que pretende comerse disfrutando la cerveza de
lata que en la tarde le dejó caer un amigo. ¿Hasta cuándo tendrá
que sobreponerse a la permanente estrechez económica que le rodea?
¿Cuándo tendrá un salario decente que le permita tomarse no una,
sino dos o tres cervecitas, acompañadas de algo más que un trocito
de pollo?
Observa
el reloj y mientras tanto la invade además la amargura de no saber
en qué anda su hija. Ni un recado, ni una llamada, nada. Desde que
la muchacha se consiguió ese maldito celular no se le ve como antes.
Yusleidys que estuvo siempre a su lado, ha despertado y se mueve hoy
a un ritmo vertiginoso. ¿Pero en qué andará? La disyuntiva parece
estar entre la amenaza de perderla y la confianza que siempre le ha
entregado, y queda paralizada y estupefacta ante el riesgo de que su
hija se confunda con tanta nueva diversidad. Desde un tiempo a la
fecha Yusleidys está encondida entre sus pares, esas chicas de ropa
neoyorquina y zapatillas de colores múltiples que solo saben
alardear de lo que no tienen y no aprecian lo poco que sus padres han
podido entregarles con tanto esfuerzo.
En
esas divagaciones estaba cuando de repente aparece la muchacha dando
vueltas. Yusleidys conjuga optimismo y alegría, revolotea cual
abeja afanosa trasportando polen. Escarba las ollas, se lleva dos
cucharadas a la boca. Suficiente. Se lava los dientes. Se empieza a
maquillar. Entona canciones foráneas. Es como un hamster en una
jaula que corre y corre sin parar pero que no llega a destino alguno.
Como queriendo aplacar su culpa, sin la intención de mentirse a sí
misma, envuelve a su madre en planes irrealizables; que podrían
viajar juntas a algún lugar, a Sancti Spiritus por ejemplo, o quizás
a Bayamo donde sus primas, pasear en coche, comerse un puerquito,
compartir, tomar otros aires que les devuelvan a ambas la vitalidad y
confianza de antaño. La madre ilusionada, aunque no cree
absolutamente esas palabras, porque sabe que el transporte está
malísimo, se suma al comentario, se sube al mismo carro a gran
velocidad y juntas empiezan a tejer un laberinto de remotas
posibilidades con proyectos inalcanzables e inacabados. Pero ahora
es la madre la que habla sola porque Yusleidys no se desprende de su
celular, aunque esté sin cobertura. Los recados del exterior, las
fotos que revisa una y otra vez son más importantes que la persona
que tiene detrás. Yusleidys se siente insistentemente perseguida por
toda la casa y ve en Alba no a su madre sino un bulto ajeno, un árbol
que le entrega dañina sombra a sus necesidades. Su madre la sigue e
insiste en contarle acerca de lo correcto, lo duradero y lo
verdadero.
Quince
minutos más tarde mientras su madre aún sigue soñando en voz alta
pero sin ser escuchada; comentándole que han desaparecido los
frijoles y el arroz del agromercado de 17 y L, Yusleidys ya se ha
cambiado de ropa y se dispone a marcharse. Porque su casa no es un
hogar sino un mero closet con un espejo bien grande donde puede
volcar su vanidad. Ya se alimentó, literalmente hablando, porque el
otro alimento- el espiritual- le vendrá de otra parte. “Primero
yo, segundo yo, tercero yo” Esta frase se torna lema y llega a ser
más fuerte que la voluntad de compartir el espacio familiar, charlar
con su madre de lo trascendente, de lo cotidiano y hasta de lo banal.
Su madre se ha quedado con las ganas de contarle sobre Genaro, el que
vendía yucas en el carrito que con tanto esfuerzo armó pero que
tendrá que desarmar según las nuevas leyes del partido, de los
vecinos que se quieren ir del país, de lo importante que es mantener
una imagen correcta en el Comité. Y vuelve a la carga con
lamentaciones propias del periodo especial, de lo que no hay y de lo
que no habrá hasta que los norteamericanos levanten el jodido
embargo, que no ande con malos elementos, y lo más importante, que
se fije en algún joven disciplinado, alguien de bien con principios
socialistas. “Que la muerte de tu padre en Nicaragua no haya sido
en vano, hijita”. Y ante tanto silencio le enrostra: “¡Chica tú
no te estarás enamorando por ahí! ¿Verdad?”
Brillan
los ojos verdes de Yusleidys con expresión inquieta, pero permanece
callada. Entiende que está en un periodo de mucha confusión
emocional, que otra vida en otra parte del mundo le hace revolotear
las entrañas y aunque no lleguen señales sabias al menos son
placenteras por el momento. Yusleidys está soñando en grande, en su
cabeza las ideas fulguran como destellos de relámpagos donde las
imagenes se tornan luminosas, claras y precisas. Se desentiende
fácilmente del torrente de tanta propaganda política y de los
teques comunistas de su madre. Mientras Alba trata de infundir
esperanzas, Yusleidys quiere sentir otra revolución, la de un
cambio. Ella sabe que no es el producto que su madre hubiese querido
que brotara del laboratorio estatal “el hombre nuevo”, pero la
vida ha cambiado y corren aires fescos que no puede desperdiciar.
Yusleidys
le restriega a Alba que libertad no es solo poder sentarse en el
malecón con vista al mar. “¡No mami, Que la libertad es algo más
profundo que eso. ¿tú me entiendes?” La madre muerde su
enfurecimiento y le hace ver que es una mal agradecida, que no valora
que vive en un regio apartamentico a diferencia de sus amigas que
tienen por techo un lúgubre solar o una barbacoa que se moja cuando
llueve, que no le ha faltado para comer, aunque solo sean arroz y
frijoles, porque ella siempre se ha sacrificado por las dos, que ya
saldrán juntas algún día de este atolladero económico, de esta
angustiante precariedad “¡Que no te quiero perder hija mia!”
Yusleidys
no se manifiesta para no herir más a Alba. Piensa que esas ideas
revolucionarias a las que siempre recurre su madre para anclarla al
presente dejaron de tener vigencias, que pasaron a ser rancias,
retrógadas y obsoletas, porque el mundo se sigue moviendo. Su madre
la persigue detrás cotorreando y hablando con consignas
disparatadas, como si estuviese leyendo titulares del Granma.
Yusleidys esgrime el silencio como armadura y se aferra al celular,
su nueva adquisición, para canalizar la impotencia. La rabia se la
queda adentro porque su madre ya no cambiará y nada la apartará del
demonio dominante que la embarga ni de los nobles anhelos de antaño
que el viento ya se llevó.
No
hay tiempo para más diálogos, Yusleidys bien ceñida sale
apresurada con lo justo y necesario. Voló, sumergida en su nuevo
aparato y la nueva conectividad. Alba
vuelve a quedar sola. Sola fregará los platos, sola verá las
noticias, sola echará los frijoles a ablandar para la comida del
próximo día, sola se irá a acostar. Tratará de buscar un sueño
reparador que espante el silencio que la abruma y soñará con el
ideario comunista mientras su hija andará media Habana en un
laberinto de avenidas y calles estrechas sobre los escombros de un
sistema que se pierde entre la memoria vaga de lo que quiso ser y no
fue.
Ya
es casi medianoche. Alba se durmió con el tintineo de las últimas
goticas de la lluvia. Se le ve inmóvil bajo la capa fina de un
mosquitero blanco. El sueño debió haberla sorprendido pensando en su
hija porque la lamparita sobre la mesa de noche sigue encendida.
Yusleidys en cambio se ha movido todo este rato entre la esquina del
hotel Habana Libre, el Coppelia y el parquecito El Quijote que se
apaga a medida que se torna más tarde y van despareciendo los transeúntes.
Cuando
el espacio se le hace inútil decide cambiar de lugar. Mientras
espera ansiosa un almendrón que la lleve a cualquier portal de La
Habana Vieja donde haya mejor cobertura, con espléndida sonrisa en
la comisura de sus gruesos labios sin llegar a perder la perfección
de sus rasgos, empieza a escribir en inglés “Y cuando no quería
enamorarme, te conocí”.
Fin
Abril 2016
miércoles, 30 de marzo de 2016
Negar lo evidente
Negar
lo evidente
Aljimiro
madrugó como de costumbre para conseguir el famoso y único diario
Granma. Lo atrapa La Habana, urbe que traspira ese aroma
de mar mañanero tan habitual en ella y que pasa del jolgorio de los
últimos días con la visita de Obama a la calma aparente de una
ciudad que sigue su ritmo espectral, lánguida, sin apuros.
“El
hermano Obama” así rezaba el titular en tinta negra.
Ahora
Aljimiro vuelve como Quijote blandiendo el periodicucho de cuatro
hojas que si no le sirve para instruirse al menos ocupará en
cualquier momento para envolver el pancito de la bodega o un par de
papas o lo que por ahí aparezca. Porque la calle depara muchas
sorpresas. En cualquier esquina puede sonreírle la dicha. El otro día, sin ir tan lejos, detrás de un frondoso árbol un joven se le abalanzó con una ristra de cebollas. No hubo tiempo ni para
regatear. La operación se efectuó rápidamente antes que algún policía chivatón olfateara el negocio y lo dejara sin cebollitas.
Pero así como gana, también pierde, pues en dos ocasiones no ha
podido comprar por falta de javita. ¿A quién se le ocurre vender
frijoles sin envase?
Por
el camino Aljimiro se detiene donde Ofelia, una vecina de noventa y
picos de años que se niega a morir. Al igual que él, se despertó
con el alba y aunque aún no sale a hacer cola, cualquier cola que
Dios le ofrezca, ya ha barrido el jardín y parte de la acera, pues ella
es de la estirpe de las Marianas, de las que no creen en boberías;
puro empeño y esfuerzo. Ofelia deja la escoba a un costado y le
invita a una tacita de café que recién colará, pues si hay algo
que ella no se puede permitir, es un café añejo ¡Qué va!
Mientras
prepara el preciado líquido, el aroma se expande por toda la cocina
que no es chica, y se escurre hasta las casas vecinas, embriagando a
humanos y animales por igual. Aljimiro hojea el escuálido diario.
Luego ambos, sentados en el añoso portal, degustan el cafecito
matutino y comparten las noticias del día. Se
detienen ante las reflexiones del Comandante Fidel Castro respecto
de la visita de Obama a la isla, en esa parte que dice “que nadie se haga la ilusión de
que el pueblo de este noble y abnegado país renunciará a la gloria
y los derechos, y a la riqueza espiritual que ha ganado...”
Ofelia
se resiste a creer que el Comandante aún esté vivo. Al menos eso es
lo que dicen muchos en la cuadra, que esas reflexiones distan
demasiado de los encendidos y entretenidos discursos de cuatro horas
que ella se espantaba frente al televisor sin pestañar. “¡Ese era
Fidel. Estaba ahí. Era parte de su casa!" Entonces ella creía que
tendría mejor futuro y aplaudía cuantas ideas se le ocurrían al gran líder. Pero es Aljimiro quien le hace ver y entender que solo el
Comandante impondría a la editorial esos párrafos con incoherencias
y divagaciones propias de una persona de avanzada edad.
“_Sí
Ofelia, tiene que ser él. Si fuese alguien de la camarilla serían
más pulidas y menos genuinas esas expresiones. Estos alicaídos discursitos tienen la impronta del Comandante, aunque carezcan de
frescura. Se nota que son frases ancladas al pasado, que todo esto es una
recopilación burda de textos del ayer.”
En
verdad son reflexiones que tratan de desviar la atención del
desbarajuste interno, de la ineficiencia económica, de la caducada ideología militante. Ambos
coinciden en que el Comandante tiene razón en algunas cosas pero no
comparten eso que dice “los cubanos somos capaces de producir los
alimentos y las riquezas materiales que necesitamos".
“-Después
del triunfo se perdieron tantas cosas- aporta Ofelia- los espárragos,
las berenjenas, aquellos paquetes de berros que vendían los
chinos". Sorbe su cafecito y continúa: “Después empezamos a recibir ayuda de
aquí y de allá, albaricoques de Albania, cositas de Bulgaria, la
carne rusa, el span chino, las latas de col con pollo de Yugoslavia.
¿Cómo se le ocurre al Comandante decir que no
necesitamos que el imperio nos regale nada? Claro que
los necesitamos, ¿o acaso su despensa es distinta a la mía?'”
En
eso ocupan tres cuartos de hora. La segunda ronda de café se ha
acabado y el día está recién por empezar. Aljimiro se marcha con
hartas dudas en su cabeza, piensa que mientras el gobierno niega lo
evidente, él se sigue manejando con su libretica de abastecimiento
que cada vez rinde menos. Y alrededor sigue topándose con las Damas
de blanco, los disturbios y el descontento, que si no es masivo, al
menos es popular. Aunque Raúl enfáticamente diga que en Cuba no hay
presos políticos, él sabe de su vecino que está retenido, no por
vender huevos precisamente, sino por pensar distinto y expresarlo a
viva voz. "Es que ese no tiene pelos en la lengua"
Cuando
Aljimiro ha llegado a su apartamentico y abre el refrigerador para
sacar el pomo de agua fría, se percata de su real precariedad. Es
entonces cuando hace su propia y genuina reflexión:
“Quién me iba
a decir que a esta altura de mi vida, después de cincuenta y siete
años de Revolución, estaría viviendo esta evidente involución".
FIN
Marzo
2016
martes, 2 de febrero de 2016
Matar ajenos
"Matar
ajenos"
Yo
no te había contado que este hombre que aparece en la foto, era uno
de mis mejores amigos y que nos conocimos en Camagüey cuando
estábamos recién empezando la secundaria básica en la Gran Tula;
que estuvimos juntos en todas las reuniones estudiantiles,
actividades políticas, competencias deportivas, en campamentos
agrícolas y cuantas tareas demandaba la época, que no eran pocas.
Nosotros
dos éramos la suma de diferentes temperamentos, extracto social e
ideología a pesar de vivir atados al mismo régimen. Quizás por lo
distinto que éramos, quiso el destino juntarnos para que
aprendiéramos de nuestras diferencias. Tú sabes que soy géminis y
se supone que los geminianos solemos encontrar amigos idóneos entre
personas de otros signos y se produce esa corriente magnética de
mutua atracción que inicialmente lo envuelve todo, aparentemente
voluble, para llegar a una amistad íntima y estrecha posterior.
Gustavo
era tímido, extremadamente callado. Más que conversar escuchaba,
era muy corto de genio y le costaba pronunciarse. Para mi que siempre
me gustó hablar, era él la mitad ideal pues no ponía reparo a mis
divagaciones intelectuales. Provenía de una familia humilde, vivía
en una casa muy modesta cerca de la linea del tren, en un reparto
llamado Saratoga, donde lo poquito que tenía, según sus propios y
escuetos comentarios, se lo agradecía a la Revolución. Por eso
cuando se empezó a hablar de Angola y la posibilidad de que Cuba
entrara en ese distante conflicto Gustavo fue uno de los primeros que
se ofreció a ir a combatir y creo que lo hizo de corazón, confiado
que su aporte era un deber.
Gustavo
no pudo continuar sus estudios superiores. A semanas del examen de
reclutamiento fue llamado a filas y antes de que cantara el gallo ya
estaba subiendo con un ridículo maletincito marca TAG a un avión de
lineas angolanas de igual nombre destino a Luanda. Viaje sin escalas
al continente negro. Cumplió los dieciocho años en Angola. Nunca
supimos cómo hicieron con sus papeles para enrolarlo en esta guerra
siendo menor de edad. Lo cierto es que no tuvo cake ese día y que lo
recuerda con precisión porque cuando llegó al campamento en plena
manigua angolana lo recibió un sargento que le dijo con muy malos
modales que dejara por cualquier lado su pesada mochila, que se
tomara un descanso pues sería el último en esa contienda, que a las
siete fuera al comedor con la cuchara y el jarrito de aluminio y que
esperara que reordenaran el albergue para ver dónde podría
instalarse con sus bártulos a dormir. Recuerda clarito cuando le
preguntó que de qué ciudad de Cuba era y Gustavo respondió “de
Camaguey”. Con tono propio de los militares le dijo que fuera
mirando el panorama para que se hiciera idea de adonde había llegado
pues aquello no era un hotel de Santa Lucía. Cuando el sargento se
marchó se le acercó otro muchacho, tan jovencito como él. Fue el
primero, en esa tierra lejana que le estrechó la mano y lo convido a
compartir unas galletas con una lata de sardinas. Se sentaron juntos
en la litera y charlaron largo rato. Se enteró que el joven era de
Cienfuegos, de un pueblito de la costa, que cuando chiquito siempre
quiso ser piloto pero no lo dejaron ingresar a los Camilitos porque
tenía problemas a la columna y eso era un impedimento importante
para ingresar al ejercito, curioso, pues allí estaba con el mismo
esqueleto que le otorgó la naturaleza luchando a no se sabía
cuántos kilómetros de Cuba. Le contó que el ambiente era tenso,
que esa misma tarde iban a lanzar una ofensiva discreta a una aldea
donde se suponía había infiltrados. La artillería marcharía a la
zona de Kraal a orillas del rio Nhia. Le ofreció que se quedara
durmiendo en su litera en caso de que el sargento se olvidara de
reasignarle una. "-El evento nos tomará toda la noche",
eso es lo último que recuerda haber escuchado.
No
hablaron más porque lo llamaron a formar. El cienfueguero le hizo un
guiño y acomodándose la boina verde olivo se perdió tras las lonas
de camuflaje.
Ocho
horas más tarde Gustavo supo que el combate había sido cruento, que
la aldea se defendió con todo lo que tenía y que aunque las tropas
cubanas lograron su objetivo, borrarla de la faz de la tierra,
tuvieron muchas bajas, entre ellas al cienfueguero que no volvió
más. Por supuesto que se quedó en su litera mirando la lona de la
carpa hasta bien entrado el día, con el pecho apretado, rogando que
esa desdichada aventura que debía durar dos años a lo menos, lo
devolviera a Cuba con vida. Durante la tarde a Gustavo le tocó
reordenar las pocas pertenencias del cienfueguero para que fueran
enviadas a sus familiares en la isla. No había fotos ni diario, eso
estaba totalmente prohibido. Las luces de silencio caían sobre el
Cienfueguero.
Gustavo
asumió su compromiso con plena entrega, vivió situaciones al límite
que no quiere contar porque a diferencia de lo que le aconsejaron los
psicólogos militares cree que hablar de ello es abrir heridas y
revolcarse en la mierda de una guerra que no era suya. Su juventud se
vistió de sorpresas desagradables, situaciones insólitas y muchas
desventuras; tiros, sangre y mutilaciones. Compartió con excelentes
personas que tenían experiencia de participación en la guerrilla en
Chile y el Congo y conoció a otros ruines de los cuales no quiere
acordarse porque eran simple y burdo resumen de las pretensiones
napoleónicas del dictador cubano. Este último término, creo no lo
ocupó él, aunque estaba implícito.
Lo
acabo de ver en La Habana, casado y con hijos que pronto lo harán
abuelo. Dice que es feliz, que lo pasado, pasado está y aunque logró
sacarse de encima el remordimiento, ha quedado marcado por un
permanente tic nervioso que pone impaciente al que le mira. A modo de
justificación se ríe, señala su incómodo gesto y dice “la
guerra”.
El
fue uno de los trescientos mil combatientes internacionalista que
desde el 1975 lucharon en Angola cuando empezó la Operación Carlota
y luego estuvo entre el grupo de los cincuenta mil colaboradores
civiles cubanos durante más de quince años. Regresó con el último
grupo en el 91. Heredó ese tic, pero salvó con vida. Muchos
quedaron bajo tierra escoltados por una lápida sin nombre, otros
están hoy abandonados esperando el futuro luminoso que nunca
llegará.
Las
dos veces que nos pudimos juntar, me contó que aún de noche
despierta sobresaltado. Las pesadillas lo acribillan. Confunde los
lugares donde estuvo. Se multiplican las batallas. Los proyectiles
siguen estallando en su campamento. En una cuneta ve cuerpos rígidos
decapitados. Se le acercan rostros quemados que le atormentan. Ve
gente correr asustada, generalmente negros desnudos, soldados
harapientos, con barba de varios días, otros en posición de guardia
esperando que un bombazo ponga fin a la espera que a veces se tornaba
tediosa.
“Pregunta
lo que quieras”- me dice. “Sabía que alguien vendría alguna vez
a escucharme. Al principio, cuando regresé a Cuba, hablaba sin parar
pero nadie me entendía, decían que contaba historias incoherentes
sin pies ni cabezas, que todo era resultado de mi maltratado estado
nervioso. Yo nunca entendí que hacía tan lejos de mi tierra, ni
sabía que defendía. Alguien me dijo que la Seguridad, ya sabes, los
órganos de la seguridad del estado que están detrás de cada pared
con los oídos atentos, podría encanarme. Entonces callé y no hablé
más ni me quejé del sistema, ni de la suerte que me tocó. Pero yo
no quería olvidar, pensaba que memorizando sería capaz de mantener
vivo lo que nunca se iba a escribir al menos en este país. Me callé
y me fui muriendo a la vez que reconstruía mi vida. Mi madre rezaba
para que yo sanara. Como si yo estuviese loco. Allí me enteré que
ella creía en Dios. Nunca antes se había persignado. Como muchas
otras madres había desterrado al Sagrado Corazón que heredamos de
los abuelos católicos. Y mi madre rezaba a escondidas y se
santiguaba. Te imaginas? Estaba tan confundida como yo”.
Gustavo
pidió que no le preguntara si todo eso había sido en vano, era como
revolver el barro. Se acostumbró al dolor. Ya no sabe dónde están
las medallas. Ya se cagó en la madre de algunos generales. Botó el
libro rojo “la historia me absolverá”, mejor dicho, lo cambió
por la Biblia que después de cincuenta y cuatro años empieza a
leer. Ya no colecciona casetes de Silvio, ni vibra con sus canciones,
regresó a un tramo de su adolescencia cuando solo le interesaba Eros
Ramazotti. Cuando falta papel higiénico salé a conseguir el
escurridizo diario Granma, que en definitiva solo sirve para ese
estratégico acto de limpiarse el trasero. El que quería ser otro,
sentirse orgulloso de su tierra, que quería servir a su patria,
lleno de mil ilusiones terminó desencantado, involucrado en una
guerra inútil donde el único objetivo era matar ajenos.
Hoy
envuelto en la cotidianidad se deja simplemente arrastrar, sin perder
el suelo opina lo que se “debe” opinar y habla lo que los demás
quieren escuchar. Algún día, cuando la mordaza caiga para siempre,
se sabrá toda la verdad sobre la guerra de Angola, será algo más
que tiros cruzados entre reclutas y reservistas cubanos y
sudafricanos demonizados por el conflicto.
Angola
sigue intacta en la memoria de ese ecuánime hombre que sentado en un
banco habanero con un tic nervioso y el corazón lleno de cicatrices
mira con embeleso un rojo flamboyan.
Fin
lunes, 11 de enero de 2016
“Abrir los ojos duele...........pero es un dolor necesario”
“Abrir
los ojos duele...........pero es un dolor necesario”
El
bullicio ahoga el amanecer en el Vedado, uno de los barrios más
decentes de la capital. María Rabassa no quiere asomarse al balcón
porque con los vítores que llegan desde los alrededores de la recién
inaugurada embajada norteamericana, ya le es suficiente. Se imagina
el panorama afuera. El jolgorio la aturde. No sabe si llorar, reír o
aplaudir. Se ha inventado miles de actividades dentro de la casa
y hasta decidió no salir a hacer la cola del pan porque quiere
evitar a toda costa el desorden de la zona y a muchos de sus vecinos
que despertaron efervescentes y discordantes. “Esto parece como
estar en un parque de diversiones”. Las emociones la superan y
entre múltiples bocinazos de algún lumpen que ya jura estar en
Estados Unidos, se sumerge en sus propias reflexiones.
“¡Comemierdas!”
Le
viene a la mente la frase típica de su suegro quien murió esperando
ansioso volver a afeitarse con cuchilla Gillette: “No hay mal que
dure cien años, María Rabassa”. No sabe a ciencia cierta a qué
se refería entonces pero conociendo su forma de pensar y su
desaprobación del régimen revolucionario, empieza María a atar
cabos. Si el viejo se hubiese aguantado un poco, quién sabe si
estuviese ahora gozando de tanto entusiasmo pueblerino, apoyando a
los gusanos que siguen pregonando que Cuba es esclava de una tiranía
perversa y una ideología absurda. Ella sin embargo cree que
“absurdo” es desconocer la historia.
A
María la intoxica el alboroto desmedido, la falta de prudencia y la
desfachatez de muchos frente al glorioso pasado. Con sabor a culpa y
dolor se prepara un vaso de agua con azúcar prieta. Su corazón late
buscando los registros del ayer. Inagotable, dinámica, ella fue unas
de las primeras en romper con el imperio, en desechar el árbol de
navidad con bolas, guirnaldas y todo porque del gobierno emanaban
nuevas órdenes. Dejó de ir a misa, se peleó con el cura del barrio
y hasta apoyó la decisión del Comandante de que en menos de
cuarenta y ocho horas los religiosos tenían que abandonar el país.
“Qué se vayan a Estados Unidos si quieren propagar su fe
cristiana”. Su forma de pensar estuvo condicionada por el nuevo
régimen y fue capaz de imaginar un orden moral sin un Dios. Que
hubiera censura entonces, era la única forma de que el populacho no
inventara cosas. Colgó en su puerta un cartel: Para la Revolución
-todo, contra la Revolución-Nada. Hizo suya esa frase soviética
“Conduzcamos la humanidad con mano de hierro hacia la felicidad”,
lema del proletariado nacido en el seno del bolchevismo más puro.
Ella
se fue a la agricultura donde sus labios se agrietaron por
tanto sol, a los campos de caña que le otorgaron callos a sus
delicadas manos, a los centrales azucareros a laborar
voluntariamente para contrarrestar el brutal bloqueo
impuesto por el enemigo norteamericano. Estuvo en el cordón que
conformaba la seguridad del Comandante cuando discurseaba
encendidamente y sin pausa en la plaza ante el pueblo. Se vistió de
verde olivo, marchó, custodió, tiró tiros, se enfrentó a los
desafectos del reparto, se convirtió en espía a la caza de
enemigos del régimen, se esforzó tremendamente como nadie antes lo
había hecho en aras de una patria libre y soberana, pisoteando una y
otra vez la bandera norteamericana, símbolo del imperio. Con el
tiempo y durante tres décadas abrazó y respetó la otra bandera, la
de la hoz y el martillo, la bandera roja que le daba de comer y
vestir.
En
la década del noventa cuando los soviéticos empezaron el
distanciamiento y se fueron tras otras conquistas, ella entendió con
temblor en las entrañas que se venían tiempos difíciles. Se empujó
con mucha dignidad el período especial tras el corte de todos los
suministros. Empezó a vivir una nueva vida espartana. Se quedó sin
pasta de dientes y sin dientes porque no había en todo el país
materiales para poder arreglar su desgastada dentadura. Aprendió a
comer carne de soya, que al principio le pareció asquerosa; se las
ingenió para inventar un bistec de cáscara de Toronjas y
a freírlo sin aceite, a repartir entre los suyos
ochenta gramos de pan agrio y duro, pero pan al fin y al cabo; se
acostumbró a lavar con hojas de henequén en lugar de detergente, a
lustrar los zapatos de sus hijos con clara de huevo porque había
desaparecido el betún.
Cinco
décadas viviendo entre restricciones e improvisaciones. ¿Por qué
ahora tenían que volver donde los norteamericanos, si durante
cincuenta y pico de años se creyeron autosuficientes? ¿Acaso la
pobreza no los hacía ser más dignos? ¿Por qué renegar lo que el
gobierno les inculcó siempre?
Ahora
por ahí andan esas negras con pitusas americanos y unos pullover con
esas malditas letras en inglés. La mayoría de los jóvenes no habla
de producir, cumplir, sino de viajar, comprar, disfrutar, comer bien.
Ninguno se ha detenido a pensar lo que dijo clarito Raúl Castro, que
a él no lo eligieron presidente para restaurar el capitalismo en
Cuba, ni para entregar la revolución sino para defender, mantener y
continuar perfeccionando el socialismo. Bueno, habría que
partir por el hecho de que a él no lo eligieron, eso es un error
semántico de gran envergadura. Raúl fue designado por su
hermano, en lo que si María coincide es que las conquistas del
socialismo, aunque muchos digan que son pocas, hay que preservarlas.
María
comenta en voz baja: “Ojalá que esto sea un avance positivo,
siempre por el bien del pueblo, pero hay que esperar que pase el
tiempo a ver qué sucede. ¿De qué me sirve que ahora vengan los
yanquis y construyan un montón de hoteles, si con mi salario no
puedo ir a ninguno?. Si alguien me pregunta qué me gustaría, le
respondería:- Me gustaría tener acceso a nuestras propias cosas en
nuestro propio país. Sin ir tan lejos, comerme un buen filete de
res, tomarme una malta con leche condensada, qué se yo. Me gustaría
una mejora económica para acceder a todas esas simplezas que pueden
estar aquí mismo. Quisiera alcanzar esos pequeños detallitos,
chicos pero necesarios para tener mejor calidad de vida, porque ya no
estoy para sacrificios”.
Su
mejor vecina, una compañera destacada y muy revolucionaria, el otro
día le dijo que había entendido y con mucho dolor, que el sistema
se venía desmoronando desde que nació y que los cubanos solo habían
tenido pequeños momentos cumbres, con matices mágicos, el resto era
bobería e incertidumbre. “No pueden existir tantas personas
equivocadas, María, tienes que abrir los ojos”. Y esa noche María
no pudo conciliar el sueño como correspondía.
María
no quiere abandonar su palpitar pero la situación es más compleja
que abrir o cerrar una embajada. Eso que aprendió en los círculos
de estudio acerca de que “En el socialismo, el proletariado es
dueño de los medios de producción y construirá a corto plazo un
futuro luminoso” no lo ve por ninguna parte. El temor de lo que
vendrá es más profundo. Ella no puede abandonar sus ideas. No, no
puede. Mientras muchos disfrazan sus dudas ella quiere seguir estoica
creyendo en el futuro que le prometieron. Cree que esto de la
embajada y tantas banderas no traerá un beneficio real sino que es
puro espectáculo. La vergüenza la corroe. ¿Qué dirá mañana el
Granma, el diario que siempre ha condenado las artimañas del enemigo
a noventa millas, sus maniobras para desestabilizar el modelo
económico?. Balbucea: “Desde el otro lado del mar se
tejerán nuevas maniobras para hacer sucumbir la revolución, todo
bajo esa misma bandera de múltiples estrellas”.
El
tiempo se mueve rápido. La mañana avanza tempestiva. María se
niega a salir al balcón porque se va a topar con esa
bandera, hoy altiva, la mismitica que quemaron con mucho fervor
revolucionario en tantas manifestaciones antiimperalistas, y que
todos juraron en nombre de la revolución socialista aborrecer para
siempre. Esa bandera americana aunque sea solo un pequeño guiño
diplomático, está enterrando hoy día su gran pasado.
Fin
Julio
2015
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