CORREO ELECTRONICO

viernes, 31 de enero de 2014

“La Habana me quedó chiquita”






“La Habana me quedó chiquita”


Como a las ocho y pico terminé de ahogar mis ansias en la bañadera, desempolvé la guayabera que guardo para las grandes ocasiones, saqué el tabaquito que solo llevo en la solapa para el paripé y me fui a celebrar de lo lindo a un evento organizado por cubanos y para cubanos. No era en Playa ni en Miramar, pero desde la esquina del recinto ya se escuchaban acordes que desentonaban con el silencio rotundo del Ñuñoa tradicional. Le di la espalda a ese paisaje donde no abundan palmeras ni ruge furioso el mar, para mezclarme con la estruendosa algarabía derrochada por la emoción y contaminación espontánea que provoca la emigración.
Para los conocidos, un apretón fuerte y un pensamiento latente “Coño Chico”. Para los desconocidos el mismo abrazo furtivo y la pregunta de rigor: ¿Cuándo llegaste de allá?, acompañado de un dolorcito que se mueve entre el centro del estómago y el medio del corazón. Y si te enteras que alguien está por volver le arrojas:-“Cojones, que suerte la tuya”; porque te parece que ya huele a tierra y fango, traspira por si solo aroma de café y cañaveral.
Entre diálogos cruzados y una verborrea furiosa mezcla de ruso, chileno, cubano y hasta alemán, cada cual vomita su pedazo de historia, o lo que le gusta recordar, porque no hay espacios para reflexiones ni temas concretos, aquí se han reunido o mejor dicho nos han convocado para vacilar y evadir lo calamitoso que se nos puede tornar vivir eternamente de este otro lado del mar. Compartí buen rato con Juan Andrés, un bibliotecario aficionado que cerró su modesta, pero útil sala de lectura en Luyanó, cuando el peso del hostigamiento y las continuas amenazas fueron más fuertes que su interés literario. Estaba Alberto el militar, pero no el de la poesía de José Marti porque ese no se arrancó en balsa, ni vino a parar a acá. Albertico dejó atrás su título de "Licenciado en Marxismo Leninismo y Economía Socialista" para administrar un local de comida rápida que lo ha hecho además de enriquecerse, engordar. Una mulata me saludó efusivamente sin dejar su meneo tradicional. Movía caderas al compás de una canción: “Porque La Habana me quedó chiquita”, mientras otros coreaban al unísono con inusitado fervor. Era Anita la enfermera, junto a Antonia que no hacía más que recordar a su legendario samovar que no pudo traerse de la isla. Conocí a Julián el ingeniero, a Camilo el traductor, al negro Ignacio que hace gimnasia en un club deportivo y alborota a las santiaguinas cada domingo en uno de los tantos cerros de esta gran ciudad. Mientras unos bailaban y otros gritaban, pasaban vertiginosamente bandejas con croqueticas cubanas que no se encontraran en todo Chile, ensaladas de coditos y Cuba Libre pero con Coca Cola de verdad. Después degusté una pasta de pollo espectacular, que me hizo recordar esa que preparaba mi madre todos los fines de semana para picotear antes que nos pillara el evento que llegó para quedarse, conocido como período especial. Compartí con Yudisleidy, una rubia muy dotada con vestimenta exquisita y voraz curiosidad por saber quién era este o el otro y cómo vino a parar a este lugar tan distinto a lo nuestro. También yo reflexionaba mientras reía, comía y bailaba.
Por años nos hicieron creer que todo el que salía de Cuba era escoria, pero veo a mí alrededor gente noble, amable, dicharachera, distinguida, espontánea, genial. Todos en etapa de recuperación, sin odios porque el resentimiento no nos devolverá los años perdidos. Unos se ven plenos con sus viejas parejas, otros con sus medias naranjas chilenas, cosechando retoños mixtos, tratando de hacer de la estabilidad actual, causa duradera y equilibrada. Todos cambian poco a poco sus viejos hábitos, maduran, se vuelven más íntegros. Nadie se desalienta por el esfuerzo que constituye insertarse en un país extraño, en esta cultura diferente, ni por la distancia, por el contrario, luchan por asentarse, por ser reconocidos como gente de bien. No hay rigidez ni soberbia porque hemos aprendido a resolver las necesidades con humildad como ningún otro lo hubiese hecho.
Madrugué entre tragos y son. Cuando volví a casa me tumbé en la cama a pensar. Acorralado por los recuerdos, repasé imágenes de mis padres y mi hermana y de mi otro añorado rincón. Después de rezar un "Padre Nuestro", apagué la lamparita de noche y terminé con un pensamiento de nuestro apóstol nacional: “Cuando los pueblos emigran, los gobernantes sobran”

Fin
Comentarios: Mis agradecimientos a Norge y Adonis.
Santiago de Chile 2009