CORREO ELECTRONICO

sábado, 13 de junio de 2015

Mayo en la memoria



 “Mayo en la memoria”

Ayer, catapultado por la nostalgia de los multitudinarios y delirantes desfiles de la otrora Unión Soviética, recordaba a uno de los tantos amigos que tengo por esos lares desfilando con hidalguía y orgullo por la extensa avenida Kreschatik.

Me lo imaginaba en medio de un mar de gente y globos, en esa arteria principal de Kiev, bajo el peso de su espléndida chapka paleando el frío, pues los rayos de sol en esas latitudes, aún eran tímidos, o quizás despojado ya de su pesada vestimenta disfrutando de la tierna primavera que a veces fuera de estación se adelantaba recubierta de una fina llovizna que no llegaba a empapar. Conociendo su trayectoria, al menos estaría formando parte del cordón de voluntarios que garantizaba la seguridad a lo largo de la ancha y engalanada avenida. Creí escucharle interpretar encendidas consignas proletarias e interminables lemas comunistas. Nadie duda que podría haber salido al día siguiente en los diarios del komsomol portando una bandera roja con la hoz y el martillo, frente a un gran lienzo, sin escatimar en metros, que alababa con grandes letras cirílicas el exitoso cumplimiento del plan económico quinquenal. Allí estaría él, escoltado por legendarios veteranos, en cuyas solapas relucían racimos de medallas conmemorativas. Todos posando bajo las gigantografías con las esfinges de Marx, Engels y Lenin.

Motivado por los recuerdos lo contacté para preguntarle cuántas veces en aquellos años de mozalbete había participado en el acto del 1 de Mayo. Me aclaró que nunca había estado en la tribuna donde se congregaban los comunistas más destacados, pero al acto, había asistido siempre desde que tenía uso de razón. Ellos, refiriéndose al colectivo laboral, ensayaban tres días antes, practicaban como estarían distribuidos los bloques de los diferentes sindicatos. En su caso ya sabía de memoria a qué hora y en qué esquina se reunirían sus compañeros. A su grupo le tocaba agruparse en el Bulevar Bogdan Jmelnitsky a un costado de los grandes almacenes GUM. Desde allí mismo escuchaban el discurso que era trasmitido por parlantes distribuidos estratégicamente en los techos de los añosos edificios. Una vez terminada la alocución, que no era más que el mismo texto de cada año con un nuevo maquillaje, su columna se incorporaba al desfile multicolor que venía cual ordenado chorro humano desde el Bulevar Taras Chevcheko rumbo a la explanada central. Y hacía su histórico recorrido más allá de la plaza descendiendo por Vladimirskii hasta el Metro de los Correos. Su entusiasmo era genuino y no sabía de cansancio ni desgano; luego vendría el almuerzo familiar o el encuentro con amigos. Si el tiempo los acompañaba se iban de picnic a Gidropark. Eran tiempos felices. Tenía el gran mérito de poder decir que estuvo en todos los desfiles sin excepción, por entusiasmo juvenil, por genuino patriotismo, por lealtad a un sistema que se iba desmoronando, también por hábito, pero lo más importante: porque la asistencia era definitivamente obligatoria.

Esta última frase me hizo saltar bruscamente. Desde mi encantamiento pasajero vagué por un lúgubre túnel donde vertiginosamente se iba desarmando el mito. Dejé de escuchar esa voz con acento distinto que coloreaba el pasado. Con la mirada perdida escudriñando el ayer me vi en La Habana, rodeado de verdes palmeras, bajo un sol abrazador, también marchando rojo y verde olivo prisionero de la misma obligatoriedad.





Santiago, Mayo 2015