domingo, 24 de abril de 2016
Y cuando no quería enamorarme, te conocí
Y
cuando no quería enamorarme, te conocí
“No
te quedes en el tiempo detenido
porque
el viento tus anhelos arrasó”
Esta
no es la historia de Alba pero tengo que describirla primero a ella
para hacerle el espacio que merece su hija Yusleidys,
la verdadera protagonista. Hasta Yusleidys se accede cruzando un
telón dinámico que expone el diario vivir de su madre. Yusleidys y
Alba, o viceversa, dos generaciones antagónicas unidas por el amor,
bajo el triste caparazón de un mismo escenario, la Cuba de hoy. Alba
es madre juiciosa y abnegada pero también es federada, cederista,
revolucionaria, combatiente. Ella es pieza indispensable en muchas
acciones y como el común de las cubanas vive respirando la avalancha
de propaganda del régimen, sumida en ilusiones que muchos tildan de
perdidas.
Hoy,
por ejemplo, ha estado todo el día
revisando documentos inservibles en esa maldita oficina de ladrillos
rojos con vista a la calle G. Se le ve preocupada de que todas esas
carpetas, a punto de apolillarse, no salgan disparadas por el cálido
viento que generan las aspas del pequeño ventilador; papeles que el
director con impoluta guayabera blanca llevará de un lado a otro de
la ciudad sin rumbo aparente en su flamante maletín. Afuera llueve
intermitentemente. Desde el asfalto sube ese calor sofocante que se
niega a abandonar la isla a pesar del aguacero. A la compañera Alba,
como la llama cariñosamente su jefe, le toca generalmente cargar
con todas las responsabilidades esté donde esté, aquí, allá,
acuyá. En casa no es diferente.
Una
vez en su hogar, un poco más cómoda aunque igual exhausta, prepara
un arroz con pollo que pretende comerse disfrutando la cerveza de
lata que en la tarde le dejó caer un amigo. ¿Hasta cuándo tendrá
que sobreponerse a la permanente estrechez económica que le rodea?
¿Cuándo tendrá un salario decente que le permita tomarse no una,
sino dos o tres cervecitas, acompañadas de algo más que un trocito
de pollo?
Observa
el reloj y mientras tanto la invade además la amargura de no saber
en qué anda su hija. Ni un recado, ni una llamada, nada. Desde que
la muchacha se consiguió ese maldito celular no se le ve como antes.
Yusleidys que estuvo siempre a su lado, ha despertado y se mueve hoy
a un ritmo vertiginoso. ¿Pero en qué andará? La disyuntiva parece
estar entre la amenaza de perderla y la confianza que siempre le ha
entregado, y queda paralizada y estupefacta ante el riesgo de que su
hija se confunda con tanta nueva diversidad. Desde un tiempo a la
fecha Yusleidys está encondida entre sus pares, esas chicas de ropa
neoyorquina y zapatillas de colores múltiples que solo saben
alardear de lo que no tienen y no aprecian lo poco que sus padres han
podido entregarles con tanto esfuerzo.
En
esas divagaciones estaba cuando de repente aparece la muchacha dando
vueltas. Yusleidys conjuga optimismo y alegría, revolotea cual
abeja afanosa trasportando polen. Escarba las ollas, se lleva dos
cucharadas a la boca. Suficiente. Se lava los dientes. Se empieza a
maquillar. Entona canciones foráneas. Es como un hamster en una
jaula que corre y corre sin parar pero que no llega a destino alguno.
Como queriendo aplacar su culpa, sin la intención de mentirse a sí
misma, envuelve a su madre en planes irrealizables; que podrían
viajar juntas a algún lugar, a Sancti Spiritus por ejemplo, o quizás
a Bayamo donde sus primas, pasear en coche, comerse un puerquito,
compartir, tomar otros aires que les devuelvan a ambas la vitalidad y
confianza de antaño. La madre ilusionada, aunque no cree
absolutamente esas palabras, porque sabe que el transporte está
malísimo, se suma al comentario, se sube al mismo carro a gran
velocidad y juntas empiezan a tejer un laberinto de remotas
posibilidades con proyectos inalcanzables e inacabados. Pero ahora
es la madre la que habla sola porque Yusleidys no se desprende de su
celular, aunque esté sin cobertura. Los recados del exterior, las
fotos que revisa una y otra vez son más importantes que la persona
que tiene detrás. Yusleidys se siente insistentemente perseguida por
toda la casa y ve en Alba no a su madre sino un bulto ajeno, un árbol
que le entrega dañina sombra a sus necesidades. Su madre la sigue e
insiste en contarle acerca de lo correcto, lo duradero y lo
verdadero.
Quince
minutos más tarde mientras su madre aún sigue soñando en voz alta
pero sin ser escuchada; comentándole que han desaparecido los
frijoles y el arroz del agromercado de 17 y L, Yusleidys ya se ha
cambiado de ropa y se dispone a marcharse. Porque su casa no es un
hogar sino un mero closet con un espejo bien grande donde puede
volcar su vanidad. Ya se alimentó, literalmente hablando, porque el
otro alimento- el espiritual- le vendrá de otra parte. “Primero
yo, segundo yo, tercero yo” Esta frase se torna lema y llega a ser
más fuerte que la voluntad de compartir el espacio familiar, charlar
con su madre de lo trascendente, de lo cotidiano y hasta de lo banal.
Su madre se ha quedado con las ganas de contarle sobre Genaro, el que
vendía yucas en el carrito que con tanto esfuerzo armó pero que
tendrá que desarmar según las nuevas leyes del partido, de los
vecinos que se quieren ir del país, de lo importante que es mantener
una imagen correcta en el Comité. Y vuelve a la carga con
lamentaciones propias del periodo especial, de lo que no hay y de lo
que no habrá hasta que los norteamericanos levanten el jodido
embargo, que no ande con malos elementos, y lo más importante, que
se fije en algún joven disciplinado, alguien de bien con principios
socialistas. “Que la muerte de tu padre en Nicaragua no haya sido
en vano, hijita”. Y ante tanto silencio le enrostra: “¡Chica tú
no te estarás enamorando por ahí! ¿Verdad?”
Brillan
los ojos verdes de Yusleidys con expresión inquieta, pero permanece
callada. Entiende que está en un periodo de mucha confusión
emocional, que otra vida en otra parte del mundo le hace revolotear
las entrañas y aunque no lleguen señales sabias al menos son
placenteras por el momento. Yusleidys está soñando en grande, en su
cabeza las ideas fulguran como destellos de relámpagos donde las
imagenes se tornan luminosas, claras y precisas. Se desentiende
fácilmente del torrente de tanta propaganda política y de los
teques comunistas de su madre. Mientras Alba trata de infundir
esperanzas, Yusleidys quiere sentir otra revolución, la de un
cambio. Ella sabe que no es el producto que su madre hubiese querido
que brotara del laboratorio estatal “el hombre nuevo”, pero la
vida ha cambiado y corren aires fescos que no puede desperdiciar.
Yusleidys
le restriega a Alba que libertad no es solo poder sentarse en el
malecón con vista al mar. “¡No mami, Que la libertad es algo más
profundo que eso. ¿tú me entiendes?” La madre muerde su
enfurecimiento y le hace ver que es una mal agradecida, que no valora
que vive en un regio apartamentico a diferencia de sus amigas que
tienen por techo un lúgubre solar o una barbacoa que se moja cuando
llueve, que no le ha faltado para comer, aunque solo sean arroz y
frijoles, porque ella siempre se ha sacrificado por las dos, que ya
saldrán juntas algún día de este atolladero económico, de esta
angustiante precariedad “¡Que no te quiero perder hija mia!”
Yusleidys
no se manifiesta para no herir más a Alba. Piensa que esas ideas
revolucionarias a las que siempre recurre su madre para anclarla al
presente dejaron de tener vigencias, que pasaron a ser rancias,
retrógadas y obsoletas, porque el mundo se sigue moviendo. Su madre
la persigue detrás cotorreando y hablando con consignas
disparatadas, como si estuviese leyendo titulares del Granma.
Yusleidys esgrime el silencio como armadura y se aferra al celular,
su nueva adquisición, para canalizar la impotencia. La rabia se la
queda adentro porque su madre ya no cambiará y nada la apartará del
demonio dominante que la embarga ni de los nobles anhelos de antaño
que el viento ya se llevó.
No
hay tiempo para más diálogos, Yusleidys bien ceñida sale
apresurada con lo justo y necesario. Voló, sumergida en su nuevo
aparato y la nueva conectividad. Alba
vuelve a quedar sola. Sola fregará los platos, sola verá las
noticias, sola echará los frijoles a ablandar para la comida del
próximo día, sola se irá a acostar. Tratará de buscar un sueño
reparador que espante el silencio que la abruma y soñará con el
ideario comunista mientras su hija andará media Habana en un
laberinto de avenidas y calles estrechas sobre los escombros de un
sistema que se pierde entre la memoria vaga de lo que quiso ser y no
fue.
Ya
es casi medianoche. Alba se durmió con el tintineo de las últimas
goticas de la lluvia. Se le ve inmóvil bajo la capa fina de un
mosquitero blanco. El sueño debió haberla sorprendido pensando en su
hija porque la lamparita sobre la mesa de noche sigue encendida.
Yusleidys en cambio se ha movido todo este rato entre la esquina del
hotel Habana Libre, el Coppelia y el parquecito El Quijote que se
apaga a medida que se torna más tarde y van despareciendo los transeúntes.
Cuando
el espacio se le hace inútil decide cambiar de lugar. Mientras
espera ansiosa un almendrón que la lleve a cualquier portal de La
Habana Vieja donde haya mejor cobertura, con espléndida sonrisa en
la comisura de sus gruesos labios sin llegar a perder la perfección
de sus rasgos, empieza a escribir en inglés “Y cuando no quería
enamorarme, te conocí”.
Fin
Abril 2016
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