CORREO ELECTRONICO

jueves, 16 de diciembre de 2010

"Ciclos de la luna”



"Ciclos de la luna”



Desaparece la tarde. Mientras unos se afanan en buscar lugar en el parquecito de la esquina frente al televisor ruso para ver la teleserie nacional, ella sigue enfrascada en la batea, remojando, estrujando y colgando en su balconcito con vista al playazo trozos maltrechos de tela que mañana deberá ocupar. Trata de contagiarse con esta tarea de convertir algo subutilizado y precario en salvable material. Esto de no conseguir ni en el mercado negro toallas higiénicas la tiene mal y le pone los nervios de punta y no quiere saber de Comité, ni de tareas de choques, ni de marchas revolucionarias, ni de consignas socialistas. La falta de trasporte, de energía eléctrica y hasta la escasez de pan la puede tolerar, pero coño, que lo único que quiere es andar con algo decente entre las piernas en estos desagradables días; que ya tiene suficiente con verse obligada a limpiarse el culo con diario entintado y hostil, porque de papel sanitario, hace mucho que no sabe nada. La desprotección y la incomodidad la obligan a reclamar una y otra vez porque está hasta la coronilla de que cada mes el barrio, y también el país, se entere que está transitando por la caótica contención de su período menstrual.


FIN

lunes, 8 de noviembre de 2010

"Cuba Libre"







“Cuba Libre”





Atrás quedaron, aunque por poco tiempo, el buen vino y el severo clima santiaguino de invierno. En esta otra mesa de un colonial hostal con vista a la bahía de La Habana y a un parquecito demasiado verde que acá llaman Plaza de Armas, espero paciente bajo la mirada escudriñadora de un agente de seguridad. Estoy convencido que esa es su profesión porque se mueve rígido, dialoga y camina digiriendo el ambiente del bar en aras de la Revolución. Vigila cada persona que sale o entra, tieso como maniquí, estoico y a veces ridículo desmenuza todo lo que a su alrededor sucede. Sorbo el refrescante Mojito, remuevo con gusto las esbeltas hojas de yerbabuena, aromáticas como el resto del entorno. Clavo de olor, tabaco y ron empalagan el local amoblado con intensiones cincuentenarias. Me creo Hemingway. Trato de disfrutar todo el lugar con hidalguía y confort. Hasta mí llega la brisa que empuja o provoca un enorme ventilador adosado a la pared con gigantescas aspas. Afuera llovizna, pero aún así continúa el intenso calor. Antes que la oscuridad cobije a toda la ciudad, diviso un inmenso barco ruso que con maniobra lenta atraca en el puerto. De repente ella, la mujer que espero, entra apresurada al bar. Cierra el paraguas multicolor, se sacude el pelo negro, retoca la flor mar-pacífico que lleva sobre la oreja, se arregla su ajustada falda de algodón. Aunque no nos conocemos, nuestras miradas, cruzadas desde el momento en que ella aborda el bar, se entrelazan cómplices y sinceras. Se dirige directo a mi mesa y antes de que yo salude me dice:
-Hola chico, soy Clara.
Ambos sabemos que no es su nombre. Sin dejarme hablar, ni presentarme, continúa clavando en mí sus ojos color canela y miel.
- Es que tienes una cara de chileno que no despistas ni a María Santísima.
Qué graciosa, pienso mientras le tiendo la silla para que se acomode.
-Pero aquí hay muchos foráneos -reclamo en tono afectuoso.
Ella se acerca más dejándome interpretar su olor a jazmín encendido. -Pero tu cara pálida y postura distan muchísimo de las de los mexicanos, españoles o italianos.
Sonrío. El lenguaje misterioso de su mirada se trasforma en un guiño.
- ¿Sabías que los chilenos se distinguen a media legua?.
-No te creo- le enrostro.
-Comedidos, discretos- hace una breve pausa y sigue- circunspectos, apagados, atrapados en sí mismos.
Suelto una carcajada y le digo:
-Gracias por la sinceridad. ¿Algún adjetivo más?.
-No, suficiente para empezar- ríe con picardía.
-¿Te apetece algo?; qué se yo, ¿un trago quizás?”- le ofrezco con genuina caballerosidad.
-Gracias chico. Una Tropicola fría no me haría mal.
Le hago señas al mozo para que tome el pedido pero éste, lento como el verano tropical ni se inmuta.
-Con este calor de madre me refresco y suavizo mi mal humor y temperamento. Me retrasé un poquitico porque estuve largo rato en una maldita cola que no avanzaba. Al final tuve que posponer la compra del pan para la vuelta o para nunca jamás. Hay que saber priorizar entre lo urgente y lo importante. Eso también lo aprendí en las eternas y tediosas clases de Marxismo-leninismo-.Se ríe y esparce su amplia carcajada.

Le tiendo el paquete por el que ha venido, ella presurosa desgarra el envoltorio. Revisa el bulto, una carta y un libro finamente encuadernado. Palpa su carátula, lo voltea y lee brevemente el prólogo. Con su pulgar e índice de la mano derecha recorre los bordes del libro como si sopesara su contenido. Observo sus manos finas que terminan en largos y delicados dedos coronados por uñas esmaltadas bien cuidadas. Le brota una lágrima y me pide que no le haga caso que es solo producto de la emoción que le provoca ver el ejemplar prohibido. Ya sé que no puede abrir el libro y disfrutarlo a su antojo en este lugar, mucho menos teniendo tan cerca al miembro de la seguridad quien a esta hora, más para bien que para mal, la habrá tomado por simple jinetera. Lo hojea con disimulo y desconfianza.- “Cuba Libre”- serpentean sus ojos y agrega muy quedo- de autora cubana, la bloguera que escribe bajos las narices del imperio comunista. Esto es un verdadero acontecimiento algo así como haber parido un hijo.

Me habla tupido del aumento de la desigualdad, que cada vez más se aleja del bienestar por el que pelearon sus abuelos, que hay más tensiones menos recursos, menos consuelo, que la estabilidad económica no es tal, la voz se le quiebra y me pide que no le haga caso que el tiempo y la lluvia la tienen mal.

En la barra una gordita con sabor entona boleros de antaño, mientras unos turistas coquetean con sus regías y exuberantes mulatas, todos ensimismados con la llovizna, el calor, el amor y el mar.

Ella mirando el libro me dice casi susurrando- Primero le costará gatear, luego se incorporará firme y seguro, caminará erguido y se multiplicará. Mañana mismo bajo esta ciudad salpicada de sol echará a andar de mano en mano sin parar.

En eso se acerca el mozo. Ella, antes que éste pregunte qué deseamos tomar, cambiando de parecer me dice:

-¿Sabes una cosa?, pensándolo bien prefiero un CUBALIBRE para brindar de verdad- y mirando fijamente el libro de igual nombre, camuflado bajo el papel de regalo exclama- Aunque a algunos les duelan las palabras, has nacido para vivir y volar.

FIN



domingo, 10 de octubre de 2010

"Sacudirse el pasado"



“Sacudirse al pasado”


Un día estival del mil novecientos ochenta.

Esa mañana Beatriz salió pálida del Decanato, esbozando una tímida sonrisa producto de su angustia y temor. Ya estaba decidido, ella se iría por Mariel. En la explanada frente a ella estaban todos los alumnos de la Facultad de Lenguas Extranjeras. Como el cerco era tan cerrado a Beatriz le costó calcular como flanquear la masa enardecida. Buscó ayuda en la Rectora quien con un gesto dubitativo de hombros dejó entender que ese no era su problema. Buscó al otro costado sin resultados. Al fin se fue haciendo espacio entre empujones e improperios. No se hicieron esperar los alaridos y consignas socialistas. Alguien logró colgarle al cuello un gran cartel que decía “Soy un traidor”. Beatriz alcanzó salir del recinto universitario pero la calle no la libró del desagradable incidente. Por los altoparlantes se escuchó “¡Sigan a la escoria hasta su madriguera!”, “¡Abajo los traidores!”, “¡Patria o Muerte Venceremos!”.

A la masa exaltada se les unió otro grupo de transeúntes quienes la siguieron trescientos metros hasta la parada con la intención de acosarla. La muchacha muda de pavor soportó tirones, insultos y un repertorio irreproducible de malas palabras. La guagua que realizaba el recorrido entre Jaimanitas y La Lisa, hacia donde ella se dirigía, demoró mucho más de lo acostumbrado.

Mientras esperaba, bombardeada de improperios y groserías cada vez más patéticos y vítores de “Fidel, Fidel, Fidel”, se sumaron al escándalo los empleados del triste y abandonado merendero de la esquina, que como no tenían nada que vender cambiaron su aburrimiento por lemas ofensivos acompañados de un sinnúmero de gestos obscenos.

Cuando llegó la guagua y ella creyó estar a salvo, se encontró con otra sorpresa. Los jóvenes que lideraban la marcha, algunos de ellos sus antiguos compañeros de curso, ordenaron al chofer cerrar las puertas y continuar viaje sin ella. Alguien gritó: “El trasporte es para el pueblo trabajador”. Otro vociferó: “Si quiere comodidad, que espere llegar a Miami”. Beatriz no tuvo más opción que seguir a pie hasta La Lisa, luego cruzó el puente que separaba ese municipio del suyo y siguió su rumbo hasta el hospital “La Liga contra La Ceguera”, vivía a la vuelta. La marcha fue disminuyendo en intensidad producto del hambre, la sed, el calor y el cansancio. La mayoría se fue devolviendo o prefirió quedarse a la sombra de algún cómodo portal.



Los más comecandelas llegaron hasta su “madriguera”. Beatriz temblorosa sacó la llave. Una vez que entró, una lluvia de piedras cayó sobre su casa. “No dejemos vidrio sano”- gritaba alguien desde afuera. Un desalmado, alardeando arrojo, se las había ingeniado para entrar por el pasillo interior de la vivienda con el maligno objetivo de cortarle el fluido eléctrico y el gas. Lo logró sin mucho esfuerzo.

Beatriz se recostó hecha un nudo en una esquina de su dormitorio a llorar. Percibió dentro de sí el vacío y la desesperación que la atormentó largo rato. La calma volvió al cabo de dos horas cuando escuchó decir a alguien: “Bueno, ahora les toca a los miembros del CDR hacer el seguimiento correspondiente para que estos gusanos se mueran de hambre antes de que se vayan”. Hechos similares se repitieron por doquier, una y otra vez y se reproducían como mala hierba en fábricas, escuelas, hospitales.

Días antes una guerra sucia de amedrentamiento físico y psicológico se había desatado por todo el país contra los que querían abandonar la isla vía Mariel. Definitivamente se había perdido el sentido común y aumentaba a diario la obsesión por desbaratar, destruir y humillar. Beatriz, como tantas otras personas, fue víctima de una barbarie planificada y dirigida por el gobierno que se decía defensor absoluto de los derechos humanos.

Se modificó el panorama en la angosta y larga isla. Todo el mundo hablaba de Mariel, porque cada vez eran más los que se inscribían para partir, cada vez más los decididos fueron perdiendo el miedo y el respeto por las autoridades. Mariel nunca en su historia tuvo tantos barcos y lanchas juntas. Afuera las filas eran interminables. El gobierno se aprovechó de esta coyuntura, empezó a echar de su tierra a cuanto desafecto, según su criterio, encontraba en el camino. Obligó a los lancheros que venían desde Miami por sus parientes, a llevarse a un gran número de enfermos mentales y delincuentes que ni siquiera habían manifestado en su vida interés por largarse de su puñetera isla.

Y hubo ruido en el ambiente hasta que salió rumbo a Miami la última embarcación de las miles que durante un mes estuvieron en el puerto de Mariel. En una de ellas afortunadamente viajaba Beatriz.

De este episodio turbio nació la generación de marielitos. Muchos de los que abandonaron la isla, regresaron años más tarde en calidad de turistas. ¡Maldito dinero!. Ya no les llamaban gusanos, ni apátridas, ni escorias; pasaron a formar parte del deslumbrante grupo de las crisálidas; transformados, rejuvenecidos, luciendo multicolores trajes como tiernas bienvenidas mariposas.

Beatriz se aguantó su rabia y esperó mucho más que veinte años. Regresó hoy a su tierra con un poco de temor pero sin rencores. Volvió solo por dos razones; para enfrentar con madurez y enterrar ese episodio fuerte y lúgubre del pasado, y a su vez constatar que hizo muy bien entonces en abandonar su querido país.



FIN

viernes, 10 de septiembre de 2010

“El verde cañaveral”












“El verde cañaveral”




Juanito Buenaventura frenó el carro justo donde comenzaba la guardarraya. Se apeó apresuradamente para pisar, como tantas veces durante muchos años, el terreno donde en su juventud trabajó. A su derecha se extendía un gran campo de algodón, al frente, el verde cañaveral que despedía su dulce aroma natural, que se mezclaba con el olor a azúcar quemada que llegaba desde los ingenios y centrales azucareros de la zona. No quería dejar la sabana sin contemplar antes de cerca la majestuosidad de la caña de azúcar con su encanto particular; una, y otra, y miles, todas juntas reverdecían los campos con sus penachos que llegaban a alcanzar hasta más de dos metros de altura.


Sin importar la hora, se internó en un surco. Dejó vagar su memoria y creyó escuchar el sonido sordo del azadón que rasgaba la tierra para sacar la porfiada mala hierba. El calor dentro era insoportable y recordó que a pesar de las altas temperaturas era necesario trabajar con camisas de mangas largas para evitar herir la piel al rozarse con las hojas de la caña, coronadas de miles de pelillos puntiagudos. Entonces usaba botas altas y overol abotonado hasta el cuello. “Cuidado con los pedos, si te tiras uno, te vas a hogar con tu propio aroma.”- se decía burlonamente. Mientras retorcía un tallo de caña, una leve sonrisa se esbozó en su cara expandiendo la comisura de sus gruesos labios.


Ahora mira todo con otro color, ya no hay nada gracioso en esos campos. Se arremanga la camisa para observar su reloj y se percata que llegará atrasado al acto político de la capital. ¡Da igual!. Sabe que la perorata que escuchará no tiene nada de parecido al resultado de tanto esfuerzo entonces, que tendrá que dispararse al viejo de la barba con sus consabidos discursos, que no aportan en absoluto nada a la contingencia nacional. Para él lo importante y urgente es saber si mejorará la calidad del pan, si sus hijos tomarán más leche, si ya no habrá más cortes eléctricos, si el transporte se encausará con itinerario modesto pero decente, si la gente podrá expresarse sin necesidad de miedo, si podrá contar con internet, si la moneda nacional tendrá el valor que le corresponde, si en resumen dejará de crecer la desigualdad. Estas y otras tantas inquietudes están lejos del conflicto que hoy los de arriba les quieren imponer. Patea la tierra con rabia y mira hacia atrás.

Vuelve a su carro también verde, y se dispone a arrancar. Con las manos firmes en el volante, antes de partir, decide por salud mental centrarse en el pasado que fue mejor y en esas dulces cañas que acunándose al compás del viento acariciador del eterno verano y la humedad tropical, esparcen de un lado a otro su propio placentero cantar.


FIN

domingo, 1 de agosto de 2010

"Tozudo Abanico”














"Tozudo Abanico”





Su vida no es más que una simple y a la vez compleja dualidad. Pasa el día inmerso en su aparente cómoda oficina de la calle cuarenta y dos, navegando entre obsoletos panfletos y versiones oficiales, acuñando inútiles papeles y visando trámites de gente que se va del país. Desde una de las ventanas divisa la espléndida Quinta Avenida y desde otro ángulo se deleita con los tonos verdes y azules del océano. El bienaventurado barrio de Miramar se le antoja como una vista espectacular extraída de esos álbumes de Miami que un íntimo amigo guarda escondido con recelo en un desván. Aunque el aire acondicionado, viejo equipo soviético, funciona mal y casi nunca, las dimensiones de la casona, otrora morada de algún acaudalado terrateniente, mantienen la estancia fresca aplacando la humedad. Por alta que este la temperatura afuera, el uniforme verde olivo no lo hace traspirar. A pesar de su carácter apacible, de vez en vez regaña a sus subalternos haciéndoles recordar que él es el que manda, alza la voz como ningún otro, deja salir un grito estentóreo y golpea con puñetazo fuerte el buró, signo de energía y gobernabilidad. Porque él no está dispuesto a aceptar blandenguerías, ni disidencias, ni dobles discursos, y mucho menos mariconerías a su alrededor.

A las seis y pico termina el show. De vuelta a casa se enfrenta a la aguda y triste realidad, a la cara menos amable de su austera cotidianidad. Si bien no tiene que esperar dos horas la guagua porque aún conserva su destartalado carrito moskovich, se ve obligado necesariamente a afrontar la cola para adquirir un especimen llamado pan; insípido, pegajoso, duro e incomible. Choca con la basura que se desborda frente a su portal, tropieza con la chusma que a esa hora se regodea junto a la mesa del dominó, esquiva deliberadamente al presidente del Comité porque no quiere oír sus chácharas sobre el mercado negro, el desvío de recursos estatales o el irresistible tema de la migración.

Apenas entra a su morada, cierra la puerta para evitar que los curiosos husmeen su interior. Se quita de un tirón las incómodas botas rusas. Se desabotona la camisa. Se deshace del grueso cinturón donde cuelga junto a la cartuchera un imponente revólver. Lo coloca sobre la repisa más alta del librero, tras unos enormes libros de marxismo y leninismo, donde nadie por intruso que sea alcanzaría a verlo. Desde allí mismo extrae un gran abanico español, con bordes blancos y dorados y llamativas flores multicolores. Lo abre con maestría, con marcado ademán de amaneramiento. Se recuesta sobre su confortable butaca. En la soledad de su refinado hogar y con la confianza que le entregan sus cuatro paredes empieza a aplacar su calor con histrionismo, cual verdadero actor.

Absorto en sus íntimos pensamientos, mientras se sigue desdoblando, exclama: “¡Qué rico volver a ser yo!”

Fin

jueves, 8 de julio de 2010

“La eterna duda”


“La eterna duda”


Juanita ha tenido más de veinticuatro horas de verdadero trajín. Reuniones, papeles, órdenes de aquí para allá, desencuentros con los jefes y organizadores de estas estrepitosas elecciones.
Anoche, antes de acostarse, dejó preparado el cubo con agua porque, como era costumbre en su municipio, el preciado líquido no llegaba todos los días y ella al despertar no podía privarse de una rica ducha para matar el calor que la envolvía cada madrugada. Con la cabeza sobre la almohada, escuchó largo rato el croar de los sapos sofocados por la humedad y el ladrido permanente de perros hambrientos que merodeaban su casa. No pudo dormir con placidez porque sabía que debía despertar bien temprano para cumplir con las innumerables tareas propias de la coordinadora de un colegio electoral. Además le faltaba su otra mitad. Su marido estaba encargado de un arcaico medio de comunicación del que muchos aún se enorgullecían. Evaristo custodiaba las cien palomas que serían las conductoras oficiales de los resultados del día. Él se encontraba en una zona cerca de Baracoa donde el correo y las comunicaciones normales brillaban por su ausencia. Juanita se quedó dormida embrujada por ese idílico lugar plagado de palmeras y cocoteros, adonde extrañamente no llegaban ni los exiliados haitianos porque no era Cuba, tan cercana, su destino a pesar de las vicisitudes por las que pasaban en su país. Los haitianos preferían otros horizontes. ¡Qué raro!


El despertador la tiró de la cama. Se dio un bañito ligero y corto. Se tomó un buchito de café y a trabajar. Estaba metida en esto por Ernestico, su hijo, quien pronto debería postular a la escuela militar. Ella mejor que nadie sabía que el informe del comité incluiría entre otras cosas la participación familiar en los comicios. Esa experiencia la vivió con frustración y descontento cuando su hija quiso viajar a Chile invitada por una compañera de la universidad. El informe que tuvo que completar el presidente del Comité describía no solo la conducta de la niña, que era intachable, sino su participación en las tareas del CDR*, si hacía la guardia decederista, con qué frecuencia realizaba la limpieza de la cuadra, si tenía las cuotas al día, si colaboraba con la lectura de los discursos de Fidel y Raúl, si se le veía en la Plaza de la Revolución cuando la situación lo ameritaba. Al fin y al cabo de nada le sirvió el famoso informe. La chica no pudo ir a Chile porque las autoridades, entre una entrevista y otra, le convencieron de que sería pecaminoso e injusto distanciarse de su querida patria en medio del período especial, justo cuando la situación estaba más complicada.


Pero eso corresponde al pasado. Hoy tuvo que ponerse la máscara y llenarse de entusiasmo para encargarse de los materiales instructivos, de las meriendas para los pioneros que custodian las urnas, del apoyo de los policías, de las flores que llevó desde su jardín, del aseo del local, del escrutinio, entre otras muchas cosas. Fue “un día de madre” como ella diría. Ahora, aletargada, se sienta frente al televisor. Con los pies metidos en una palangana con agua caliente, espera ansiosa las noticias. Del marido sigue sin saber, pero se entera que el proceso en el que ambos han participado desde distintas esquinas ha culminado con éxito.


“El noventa y cinco por ciento de los electores acudió a las urnas, lo que constituyó una muestra de respaldo a nuestro sistema político y una contundente respuesta a las campañas mediáticas orquestadas por el gobierno de los Estados Unidos y sus lacayos del patio”.


Juanita tendrá muchas marañas en su cabeza, pero no comparte ese diagnóstico. Siente que no votó por el sistema sino por la vecina candidata, porque cree que ella podrá aportar algo más que lo que ha hecho el resto, que podrá con su esfuerzo y arrojo sacar al calamitoso barrio del barro en que se encuentra. Por lo menos nota un avance en esta avalancha de retrocesos. Hoy el gobierno ha reconocido que hubo no solo boletas válidas, también depositadas en blanco y unas cuantas anuladas. En las elecciones anteriores cuando ella estuvo muy enojada con el sistema y se quiso desquitar rayando su boleta, el resultado fue distinto a lo esperado. Su mesa informó que el cien por ciento había votado satisfactoriamente y ella tuvo que tragarse su duda y su orgullo porque en tales circunstancias no tenía adónde acudir para reclamar.


En estos momentos, igual que antes, se apodera de ella la gran incertidumbre; no está segura si las cifras que está escuchando, serán reflejo fiel de la realidad. Esta noche Juanita otra vez se irá a dormir sin su media naranja quien podría en cierta medida aplacar su ansiedad, y caerá en los brazos de Morfeo con la eterna duda, con la que además irremediablemente mañana volverá a despertar.



FIN



CDR: Comité de Defensa de la Revolución.
Cederista: Miembro del CDR

martes, 1 de junio de 2010

“Malditos Espárragos”




“Malditos Espárragos”


Estrella se ha tomado un par de aspirinas con un poquito de Tropicola. Al parecer el vuelo tan largo no le hizo nada bien. Cierto que el dolor de cabeza comenzó mucho antes, cuando tuvo que hacer caber en su equipaje miles de cosas que en su amada isla, destino de este viaje, eran indispensables. Nadie puede imaginar los malabares que hizo para repartir, los cincuenta kilos que reunió, en diferentes bolsas para enmascarar los veinte que son los permitidos. Y cuando la controladora de vuelo, allá en Santiago, la miró con desconfianza, ella puso cara de pena y agregó “¡Es que voy a ver a mi madre a Cuba.…Ya tú sabes!”


Cuando ya tenía todo el peso cotejado, una amiga se apareció a despedirla con una lata de espárragos que pesaba más de dos kilos. “Quiero sorprender a tu mamá con algo que allá puedan verdaderamente disfrutar, algo distinto”. En ese instante Estrella volvió a complicarse, pero luego, considerando que su madre tenía una extensa trayectoria culinaria, vasta experiencia en la cocina y un permanente afán por descubrir y reinventar nuevas recetas, tomó el tarro como un acierto. Se encaminó a policía internacional con tono vacilador, pero tampoco allí tuvo problemas. El tarro de espárragos que abrazó con ahínco para lograr subirlo al avión sin que se lo requisaran, constituyó una forma espontánea de que su madre interpretara un nuevo producto tal como lo hizo ella cuando llegó a Chile, pues de los espárragos no sabía absolutamente nada excepto lo que había leído en uno que otro libro de antaño, sin llegar a entender entonces su color, espesor y mucho menos sabor.

Después que se acomodó en el asiento del avión, no sin antes armar un revuelo con tantas javitas a su alrededor y la mirada desaprobadora de la azafata quien trataba de ayudarla pero con evidente mal humor, pensó que todo sacrificio era menor con tal de encantar a su querida madre. Y el tarro tuvo necesariamente que volar entre sus pies, entre otros embelecos, porque ni arriba, en los compartimientos superiores de la cabina, ni en otra parte, cabían. Allí estaban las latas, amarradas a las fuerzas de sus vigorosas piernas para evitar que con el movimiento salieran disparadas hacia adelante, o hacia atrás, nunca se sabe, desplazándose a su antojo por debajo de los asientos o por el pasillo de la nave. Gracias a Dios nada de eso ocurrió.

El comedido chileno que llevaba de compañero de viaje no le dirigió la palabra en lo absoluto, pero sí, la miraba de reojo de vez en vez en forma inquisitiva, como queriendo adivinar porque un tarro de espárragos viajaba aparentemente en calidad de polizonte y por qué ella sonreía sin parar.

Ahora, en su casita de Marianao, recostada sobre sus glamorosas maletas, que distaban muchísimo de aquella de madera, color carmelita, que la acompañaba durante muchos años en las labores de escuela al campo, escarbaba, sacaba y repartía los embelecos. En esta oportunidad trajo no solo fotos, también marcos con vidrios y clavos, y aunque no tuvo espacio para el martillo, procuró echar un serrucho, tuercas y bombillos.

Su madre al ver la lata y leer con detenimiento la etiqueta comentó:
¡Espárragos, Ave María Purísima! ¡Qué ricos!

Acto seguido partió a la cocina. Se apresuró a abrir la lata que trataba de devorar con avidez, mientras su hija le contaba los pormenores del viaje. A Estrella se le hizo un nudo en la garganta porque en la expresión de su madre estaban explícitas las restricciones a las que había sido sometida durante tantos años. La estrechez económica que llega a ahogar, estaba palpitando en ese momento, allí, justo frente a ella. Pero Estrella había prometido callar y regular sus emociones para no poner en riesgo su propio capital que consistía en su amor por su madre, sin importar sus diferencias políticas.


“¡Yo no los comía desde el triunfo!”- insistió su madre mientras engullía con deleite y sin pausa.

A Leonor, su madre, aquellos espárragos le sabían a manjar de los Dioses, hecho que demostraba que cincuenta años de revolución no habían dañado su buen gusto y exquisito paladar.

“¡Yo no los veía desde el triunfo, hija!”- volvió a murmurar.

Estrella, cansada de fingir, le espetó sin miramientos en un tono poco afable:
¡Menos mal que triunfamos!

Su madre la fulminó con la mirada. Se asió al tarro con más fuerza y siguió tragando en silencio y sin pausa, aunque ahora más lento y con evidente desgano.

Estrella quedó perpleja.
Su madre estaba llorando.

FIN




Comentario: Este cuento corresponde a cualquier ilustre período posterior al mil novecientos cincuenta y nueve y el presente. Agradezco a María de La Luz Prado, la chilena que con su tarro de espárragos motivó este relato que cociné serpenteando entre hilos sueltos de fantasías literarias y crudas verdades. 



lunes, 17 de mayo de 2010

“Las Matrioskas rusas”


“Las Matrioskas rusas”

Yo presentía que algo andaba mal en esa relación que ya no ardía con la pasión del inicio, sino que estaba siendo consumida cada vez más como lo hace el crudo invierno moscovita que proveniente de las estepas rusas invade la ciudad implacablemente.


Como sabía que el teléfono estaba permanentemente intervenido y para cuidar la integridad de mi pareja, acordamos con Irina vernos en la esquina donde se juntan majestuosamente la callecita Arbat y la imponente y poco atractiva Avenida Smolenskaya, relativamente lejos de las miradas escrutadoras de los cuatro guardias de seguridad que custodiaban con recelo la entrada del hotel donde yo vivía, Belgrado II.


Cuando las campanas del Kremlin comenzaban a anunciar el cambio de guardia, ya caminábamos de la mano enguantada rumbo al otro extremo de la callecita curioseando cuantos cachivaches y anticuarios se exhibían en las vitrinas y kioscos de las diminutas tiendecitas que ya proliferaban desde que la Perestroika había permitido el mercado paralelo informal.


Me detuve a observar las matrioskas (Матрёшка), esas muñecas tradicionales rusas, huecas por dentro, que contienen en su interior otras matrioskas más pequeñas. El vendedor, cuando notó que su mal inglés no me hacía mella y que aparentemente yo entendía perfectamente su idioma, me explicó en su lengua rusa en forma lenta y torpe, que curiosamente el origen de esas muñequitas no era soviético sino japonés.


Me extrañó tal comentario porque yo había escuchado historias que relataban que desde muchos años atrás ya en Rusia existía el concepto de guardar objetos unos dentro de otros, en forma de manzana o de huevos como ocurría con los famosos huevos Fabergé que se hicieron conocidos durante la época de la realeza. El extrovertido comerciante me contó con esmero que esas muñequitas se hacían tradicionalmente en madera de tilo, que se talaban en el mes de abril, cuando el árbol contenía más savia, que la madera debía reposar dos años antes de ser trabajada, que todas las muñecas de una misma matrioska se hacían con el mismo tronco, que eso no era por terquedad sino por sabiduría pues estaba demostrado que la madera sufría el mismo proceso de contracción y dilatación, que si esto y que si lo otro. Y yo consumiéndome por el intenso frio y la desazón y desinterés que mostraba Irina. Al final para no hacer más latoso el paseo me decidí por una, la más grande que representaba a madres rusas, con motivos florales, pintadas al oleo o con otros materiales bien llamativos.

Irina me soltó la mano para frotarse las suyas, se despojó de sus gruesos guantes y se las llevó a la boca para entregarles aliento cálido. Se frotó las blancas mejillas y volvió a enguantarse sin manifestar interés alguno en la compra. Yo seguían fascinado. Últimamente, gracias a la Perestroika y al creciente auge comercial en las calles se encontraban matrioskas con motivos variados desde presidentes de todos los confines del mundo hasta temas religiosos y mundanos.

Irina por el contario se mantuvo distante y poco locuaz. Yo hacía comentarios sobre la última película americana que habíamos visto juntos, sobre la cola espantosa que se expandía frente el primer y único Mac Donald que recién se había inaugurado en la ciudad, sobre los encendidos y esperanzadores discursos de Mijaíl Gorbachov acerca de la Glasnost, pero ella se mantuvo inmutable, seca y gélida. Sólo vino a sonreír debajo de aquel inmenso tilo deshojado, después de haber comido huevo duro y arenque que extrajo de algún bolsillo de su abrigo marrón. La acompañé hasta el metro antes de que cerraran sus puertas y me devolví al Belgrado II muerto de frio rabia y desamor.

Esa noche me concentré en la lectura de un libro de historia extraído de la biblioteca del hotel. Me enteré de que en Rusia se atribuía el origen de las matrioskas a Serguei Maliutin, un pintor de un taller de artesanía en Abramsetvo, al norte de Moscú, quien allá por el 1890, inspirado en un juego de muñecas japonesas, realizó una réplica con motivos tradicionales rusos, que albergaba ocho muñequitas en su interior. Esta primera matrioska fue tallada por su amigo Vasiliy Zcezdochkin en el taller de juguetes de Sergiyev Posad.

Tan concentrado estaba en la lectura que no me percaté que alguien había deslizado un sobre sellado por debajo de la puerta. Cuando me incorporé para divisar por la ranura de la cerradura, alcancé a ver sólo el largo pasillo desierto de mi hotel y casi al final a la robusta cuidadora de piso cual matrioska, quien literalmente roncaba en su silla bajo la tenue luz de su lámpara de estar, como era costumbre cada noche una vez que intuía que todos los huéspedes dormían ya.


Volví a mi escritorio. Los gruesos copos de nieve golpeaban la ventana con fuerza brutal. Centré mi mirada en el sobre lacrado a la usanza de las viejas tradiciones rusas. Lo abrí lentamente como adivinando su contenido. Dentro, unas líneas escuetas que decían: “¡Quédate con tus matrioskas rusas. Me cansé de bregar por las sendas de un incierto amor!”






FIN

viernes, 9 de abril de 2010

"Siento el dolor profundo de tu partida"

"Siento el dolor profundo de tu partida"


Hay un calor sofocante en esta tarde de verano. A pesar de la lluvia, están todos acalorados. Dos días llevan encerrados viendo como corre el aguacero que ha inundado los alrededores de la casa y también parte del poblado. Por lo menos ya no hay viento, las ráfagas han amainado y dejaron de escucharse los truenos. Se echa de menos, a decir verdad, esos relámpagos que brindaron noches estruendosas y movidas dándole luz a este lúgubre velorio.

-Mira que ocurrírsele morir en medio del temporal.
-Viejo porfiado, hasta para esto fue terco.

Las mujeres, las más viejas, están aglomeradas en la cocina, a la orilla de la hornilla, esperando se caliente el agua del caldero donde irán a parar otras gallinas o quien sabe si hasta un puerco. “-A este ritmo nos vamos a quedar sin provisiones”.

Es que llevan dos semanas alimentando a tanta gente que se acercó al rancho a penas se enteraron que don Fefo empezaba a dar sus últimos suspiros, después de dos años de postración y sufrimiento. Se apagó demasiado lento y la agonía la trasmitió a los suyos que veían con desesperación como se vaciaba la alacena y la despensa.
-No están los tiempos para esto. No he podido descansar ni teniéndolo muerto-exclama la hija mayor.
­-Pobrecito, fue tan bueno. Por suerte no te oye, de lo contrario se estaría revolcando en el ataúd por tu desenfreno- murmulla Josefa.
-Mira, pobre yo, que ahora me estoy jodiendo. ¿Y usted mamá, no se acuerda de todas las trastadas que le hizo?.
-Para mi fue un pobrecito, a penas se pudo defender con tanta rigidez que se le vino encima.
-Todo rígido.
-Excepto lo que tanto hubiese añorado - señala con tono de maldad otra de las hijas.
-¡Calla mujer esa boca!.
Las mujeres se echan a reír y han logrado a su vez sacarle una sonrisa a Josefa, la viuda , la madre de tantos hijos y abuela de tantos nietos.

Entre risitas se seca las lágrimas con las puntas de los delantales irresistiblemente blancos, no se sabe a ciencia cierta si llora por la cebolla o por la perdida del viejo."Mal que mal le acompañó largos años" comentan allá en la sala dos de sus mejores amigas, porque todos conocen el verdadero mal de don Fefo quien siempre estuvo envuelto por una naturaleza amorosa y ardiente. No pudo mantenerse dentro de los límites de la fidelidad. Desde joven consideró el tema del amor como un deporte de competición y de búsqueda de trofeos personales a diferencia de Josefa que entregaba sinceridad , creatividad y nobleza. Josefa se entregó entera a su esposo, a sus hijos, se sacrificó mucho por su hogar dejando las propias ambiciones de lado y mostrando una actitud de resignación. La eterna servicial y altruista. Fue una mujer muy intuitiva sensible y cariñosa.

Josefa se acerca a la ventada con vista al camino real, concentrada y a la vez distraída. De pronto se le ilumina el rostro , desde allá muy lejos vienen dos a caballo, con tanta lluvia no alcanza a distinguir los rostros pero cree ver a su hijo, al que esperan desde el martes sin resultado.

La desazón la embarga nuevamente, son los sepultureros, cabalgando despacio con ritmo acompasado y olor a muerto. Se bajan del caballo, con los brazos en alto soportando las bolsas de nylon que los cubre. Sus rostros delatan de inmediato que no podrán llevar a término el entierro. Josefa que se ha acercado al portal a recibirles les pregunta con el ceño: ¿Y?.
-Estamos preocupados por la fosa, está casi cubierta de fango y lo menos que queremos es que se nos ahogue el muerto.-dice uno de ellos.

Se persignan las abuelas, se suenan los mocos los nietos.
-¡Que abran otra botella! Grita alguien desde adentro.
Habrá que esperar otro día, habrá que soportar el hedor que invade toda la casa, habrá que seguir escuchando chistes y más cuentos.
-Nos nos quiere dejar Fefo
-Prendamos otras velitas-sugiere Anita- y parte veloz a la pieza del fondo.
-Tan preocupada por todo-señala una tía, sin saber que la joven va en busca de “otra luz " con dos patas y usa sombrero alón. Es un tipo de bigote que vive cerca del almacén. Desde que llegó le ha estado haciendo, tras las cortinas, señales y muestras de acercamiento y ella coqueta como su madre, ha dicho para sí: “No voy a dejar escapar a un vivo por ocuparme de un muerto”.

La madre sigue recostada a la misma ventana, sostiene en sus manos un cuadro con la foto familiar. Fue tomada hace dos años cuando ya era evidente que Fefo no se pararía más. En primer plano aparecen ellos dos sentados y detrás todos sus hijos, cuatro mujeres y cuatro hombres. Nunca han estado tan cerca, se agruparon sólo para la foto y ante su incasable insistencia. Manosea la foto como queriéndole sacar brillo, trata de encontrar vida y claridad en todas las cosas que hoy andan al revés. "Se le fue la vida hablando de los que otros debían hacer pero que él nunca hizo".Cada uno a su manera lucha por su verdad. La invade una sensación de angustia en sólo pensar que enterrarán al marido sin la presencia del Luis Alberto, y es por culpa de esta lluvia que no le ha permitido atravesar los caminos. Mientras espera, hace un repaso al pasado
Luis Alberto no es el mayor pero si el que pone punto final a los conflictos y decisiones. Desde chico ha sido una persona muy noble, actuaba con franqueza. Mostró una seguridad personal y una capacidad muy especial para sobresalir entre el resto, el defensor permanente de los desprotegidos llevándolo a ser líder indiscutible del poblado. Con su madre existía siempre una conexión espiritual, sin palabras. cada uno podía percibir en el otro sus estados anímicos, sus éxitos y frustraciones.

Luis Alberto ha estado presente en los momentos más importante para la familia. Bueno para organizar y manifestar su poder cuando la situación lo amerita, es el único que heredó el carácter viril del padre , ese aire pomposo y aristocrático. A diferencia del resto de los muchachos, a los veinte años su vida había adquirido fama y reconocimiento social y no necesitó del apellido ni del dinero del padre para moverse con plenitud en la gran ciudad, cuando decidió por si solo cortar el cordón que lo mantenía atado a sus raíces. Era tan simpático y exteriorizado que siempre lograba dejar huellas, por eso no había acontecimiento en el pueblo que no empezara sin su presencia. La única gran dificultad fue su desapego a la tierra y sus constantes desacuerdos con el padre en la forma que debían manejarse los negocios agrícolas.

Josefa regresa al presente y observa la sala con desgano.

En otra esquina están sentados tres hombres, discuten por las tierras que ahora habrá que repartir. Hay que comprar alambre y palos para que quede bien marcado el terreno. No será equitativamente como expresara el viejo.
-Yo tengo una familia muy grande - acaloradamente dice uno de ellos.
-A ti, te tocará lo menos, pues sigues siendo el soltero.- le espeta el segundo a la cara del más joven del grupo, quien sumiso no alcanza a defenderse.
- Déjenme llorar a mi padre, lo primero es lo primero.
-Yo me conformo con el espacio que con el río colinda, pequeño pero con agua.- aclara el último.
Parece que han olvidado que la madre sigue viva y aún no se llevan al viejo. La hermanas no opinan, ellas tendrán sus terneros y Luis Alberto está tan bien económicamente que no necesitará migajas.

Parece que los funerales son esenciales para el ejercicio de nuestra memoria, sólo que cada hecho es interpretado en estrecha complicidad con quien los evoca. Durante el velorio hacemos un balance de nuestras vidas y rogamos sea más larga que la del que está allí adentro. Se dan las frustraciones, el placer, la desolación, la perdida , la libertad el enriquecimiento. "¡El muerto al hoyo y el vivo al pollo!” grita un borracho desde el portal mirando a dos perros que gozan del apareamiento. Indiscutiblemente los velorios sirven de mucho, a los vivos más que al muerto. Encontramos gente que no veíamos desde hace tiempo, nos reconciliamos con los que siempre tratamos de odiar, verificamos que no somos el más viejo, tampoco el más gordo. Revisamos nuestras arcas, nos mostramos dadivosos y entrañablemente perfectos. Y aunque aparentemente todo transcurra tranquilo, siempre habrá un factor sorpresa, comparable al que se da en un escenario cuando presenciamos una buena obra de teatro con malos actores que de repente sorprenden agradablemente peleándose la tribuna y las lágrimas.

Cerca del ataúd está sentada una mujer enlutada, con rosario en mano musitando:
-Tú, no mires tanto. Concéntrate en el sarcófago. Ellos no merecen nuestro respeto, si vinimos hasta aquí es para que estés cerca de tu carne, o de los despojos que quedaron de tu padre. A ti, no te alcanzó ni para el apellido. Me prometió que nos iba a buscar una casita decente y hasta el día de hoy seguimos en la casucha a la salida del pueblo, divididos por el riachuelo, símbolo de odio y rencor. Cuando me dejó embarazada, hace ya de esto dieciocho años, me juró que se encargaría de nosotros con la única condición de que mantuviera en secreto esta relación y su fruto. Yo lo hubiese pregonado a los cuatro vientos, porque no fui violada, al contrario, lo disfrute bien adentro. Tú eres producto del amor y del revuelco en los naranjales. Cuando no pude ocultar más la barriga, me convertí en el hazmerreír de todo el pueblo. Me apuntaban con el dedo y me relacionaban con el hombre que repartía el carbón sólo porque de mi se ocupaba. Yo cargué con la deshonra y tu peso, pero callada, como había prometido. Y cuando naciste, ya no hubo más dudas, porque tenías sus ojos, su color de pelo y hasta su cuerpo a medida que ibas creciendo. Eres su misma estampa , claro que con más carne y menos huesos. Yo no tuve la culpa que él se fijara en piernas dieciocheras y se restregara en mis faldas cuando dejó de buscar las de su mujer porque olían a cocina y leña. Por eso nos odiaran siempre, a mi por haberte parido, a ti, por tu hidalguía, desplante y parecido. No vinimos a pedir, a diferencia del resto, vinimos a rendir tributo al hombre que amé y respeto, a tu padre que nunca te nombró pero igual te quiso desde el lado de sus secretos. Los días de lluvia como hoy, enviaba un caballo a tu escuela para que te llevara de vuelta a casa y pudieras cruzar el arroyo sin problemas. Y tú llenándome de preguntas, pero paciente y tierno. Ahora le tienes cerca. Se fue sin pronunciar tu nombre. obsérvalo cuanto quieras, nadie te puede quitar ese derecho. Y si alguien osa agredirnos, yo vomito mi verdad que tiene bastante peso.

De pronto, su monólogo es interrumpido por alguien que se acerca desde la cocina trayendo una bandeja repleta de tacitas de café. El aroma inunda el espacio que es bien amplio recordando a cada uno que de esto entre otras cosas vivió don Fefo. Se sirven primero las mujeres, luego los niños como dicta la tradición.
-Para los chicos café clarito, como le gustaba al abuelo.
Los hombres prefieren aguardiente de caña porque según ellos reconforta el alma.
-¿Cuándo llegarán las coronas? - pregunta una de las hijas. Se escogen de hombros los que escuchan y miran tras los ventanales el agua que corre y corre indomable y constante.
Aclara otro pariente- las coronas las harán llegar por tren, es la única forma. Con la crecida del río, se cortaron todos los pasos. Paciencia, que no es medicina, llegarán para el entierro, con el cura, con tu hermano- dicho esto último en tono poco amistoso.

Y era cierto. En la tarde, con el rugir de la locomotora se empezó a despejar el cielo, se dejaron ver tenuemente algunos rayos de sol. Salen los chicos al portal y anuncian con algarabía que se acerca Luis Alberto, el tío de la ciudad, recto, probo, incólume, distinto al resto por su forma de vestir, su andar y pronunciamiento. Es buen mozo el muchachón, no se nota preocupado ni afectado por el deceso, por el contrario, viene con las ideas claras a ponerle fin a este cuento. Por su carácter inmutable no ha derramado una lágrima, inclinado sobre el ataúd sonríe: “En paz descanses don Fefo. He venido a darte sepultura como Dios manda”. Y dirigiéndose al resto señala: "Abriremos otro hueco".

Ya para las seis parte el cortejo con todas la de la ley. El alcalde va a la cabeza de la marcha fúnebre tanteando el terreno aún cenagoso. El cura es el segundo. Va con desgano porque sabe que el discurso que improvisará está demasiado lejano a la realidad. "Este hombre dadivoso"- comenzó diciendo, y ha omitido la palabra cristiano en todo momento porque sería desde su punto de vista demasiado ofensa. Las palabras póstumas a cargo del joven Luis Alberto, han sido muy elocuentes.

Luis Alberto con su madre son los más sobrecogidos, él la abraza y le da consuelo para sacarla de su silencio y de esa oscuridad que se le viene encima por el pánico a la soledad. De vuelta vienen despacio contemplando tanto verde. Por delante de Josefa, está el mismo camino, las mismas esperanzas y la promesa eterna de seguir amando a su esposo esté donde esté.

-Usted se viene conmigo a la ciudad-dice Luis Alberto.
-Prefiero estar en lo mío. Agradezco tu desvelo, pero la tierra es la tierra.
-Aquí no le queda nada, mamá.
-Cómo que nada. ¿Y mi viejo?

Fin

jueves, 18 de marzo de 2010

"Aniversario"


"Aniversario"


Con cada una de estas olas me acercas al poderoso e invencible pasado, a mis rincones internos que se vuelven eternos y más inmensos que este mar. Se repiten los olores que desde entonces he añorado, junto a las imágenes que evocan tu controvertida ingenuidad y tu permanente placer disidente. Busco con mi mirada por si queda algo más allá de este dolor. Cerca del horizonte se dibuja y desvanece tu viril y robusta figura en presto movimiento. Atrapado en el fantasma temporal, irrumpes furioso desafiando a la tormenta, hasta que quedas petrificado convertido en sal.

Hoy, entre la calma del azul distante te has vuelto a presentar, balsero sin puerto, enroscado en esas olas que abrazaste para siempre, las mismas que sin mirarme a los ojos, cual tortura fatal, me murmuran muy quedo en su explícito lenguaje:
"Sus labios para ti ya se han cerrado. Su sonrisa tierna y joven se la tragó definitivamente el mar"


Fin

jueves, 18 de febrero de 2010

“Atrapado”


“Atrapado”




Casi toda la tarde habían estado ambos tendidos sobre el césped verde y parejo producto del corte oportuno y dominguero, respirando ese aroma especial a yerba fresca que lo remontaba, al menos a él, al pasado, cuando corría libre, alegre y descalzo por la pista de atletismo del estadio central. Se da cuenta de que muchos de sus temores son infundados y que hace bien disfrutar de la vida sin remordimientos, aspirar el aire, mirar los árboles, escarbar el vuelo desprogramado de las mariposas multicolores. Se detiene a observar a su esposa. En un canasto de mimbre ella con impresionante parsimonia acomodaba los frascos de mermelada casera que había preparado para la ocasión y envolvía los restos del queque de plátano que había horneado la noche anterior. "Las cosas tienen un orden que a veces es difícil entender, pero lo importante es la armonía", reflexionaba él.

Una vez recogido todos los enseres y doblado cuidadosamente el diario se dispusieron a retirarse antes de que la noche se abalanzara sobre ellos. Él por primera vez fijó su mirada en el farol chino de última generación que ella portaba."¿De dónde salió este farol?, ¿Por qué no lo encendiste?". "Aún no es de noche, además se agotó el keroseno"-le respondió ella sin mucho entusiasmo, como adivinando sus pensamientos. Él quiso detenerse junto al kiosco que ya estaba por cerrar para averiguar dónde podía comprar combustible. Ella desde lejos le grito; "No es la hora ni el lugar" y siguió caminando, sujetando con la derecha su canasto, con la izquierda el farol. Este llamado de atención fue interpretado por él como una falta grave “Una vez más me quiere contrariar”-pensó él. Llevado por sus impulsos de extrema brutalidad la alcanzó y tiró del farol. Ella vaciló un segundo pero tampoco se volteó para interpelarlo. Asió con mayor fuerza su canasto y se desentendió del farol. Siguieron por el caminito que se convertía en una escalinata adoquinada bordeada por exuberantes arecas y palmeras. Al final de la escala se erguía la fachada color blanco ceniza de la casa estilo victoriana, llena de detalles, porches octogonales, complejos tejados, vidrieras, y una cálida chimenea que alguna vez funcionó.
Él siguió la algarabía, con tono poco amigable, sus frases confusas e incoherentes y su reproche desmedido. Ella intuyendo la furia del marido exclamó resoluta -“Si quieres pégame con el farol”
-Ah, quieres provocar mi ira para luego culparme.
-¡Qué torpe eres! No te hagas víctima de las circunstancias.
-¿Quieres derrotar mi paciencia?
-¡Tonto!
-¿Quieres mancillar mi voluntad?
-Apúrate que nos están esperando.
-¿Quieres que rompa este inútil aparato?
-¡Cállate la boca!
-¿Me estás desafiando?
Ella no contestó, en cambio él tomó su silencio como una afirmación. Sin vacilar, comenzó a golpear el farol chino sobre el camino, sobre las arecas, sobre el banco de hierro, sobre las rejas del antejardín.

Ella siguió avanzando. Dos hombres salieron de súbito a su encuentro. Ella de soslayo indicó en dirección al marido quien con evidente agitación empezaba de a poco a recuperarse de la rabieta y trataba de recoger los pedazos del artefacto que se esparcían por doquier. Un hombre lo tomó por los brazos sin que él se resistiese, mientras el otro le colocaba una chaqueta, no perdón, una camisa de fuerza. Ambos lo empujaron sin compasión al sanatorio.

Ella suspiró profundamente, entonces él, abatido y sin aliento producto de la inyección que le acababan de poner y que ya comenzaba a hacer efecto, antes de perder definitivamente el conocimiento, masculló; “¡Me has hecho caer en tus redes una vez más!”


FIN

sábado, 2 de enero de 2010

"Entrevista inédita"




"Entrevista inédita"


Un país para nacer: CUBA


Cuba: Ese pedacito verde que quedó anclado en el tiempo y el espacio.


Espacio: Mi metro cuadrado y mi mente para nutrirla de vibraciones.


Qué le hace vibrar: Las noticias de mi tierra, buenas o malas, sus logros y sus desaciertos.


Desacierto: No lograr una tarde perfecta.

Su tarde perfecta: Un ron Bacardí, un buen libro y mucho sol.


Sol: En el Caribe y durante el verano santiaguino.


Santiago: Cemento, bulla, smog, oportunidad, lugares bellos.

Algún lugar preferido en Santiago: El cerro San Cristóbal porque hay mucho verde, colorido, gente alegre que además generalmente te saludan y sonríen y hasta pueden llegar a conversarte. ¡Qué raro!


Raro: Encontrar un libro bueno y barato. Por favor regálenme un libro.

Un libro: Me encantan los escritores rusos y las obras escritas durante el período socialista soviético. Pero también me gustan todos los clásicos.

Un escritor : La troika: Dotoyevky, Chejov, Tolstoi. Gabriel García Márquez, José Martí y la poesía de Nicolás Guillén.


Nicolás Guillén: Sabor, ritmo, frescor y movimiento.

Un ballet: Giselle. Mi sobrina lleva ese nombre.

Una obra de teatro: Madre Coraje y sus hijos de Bertolt Brecht

Un músico: Chaikovsky

Un cuadro: "El último día de Pompeya" del famoso pintor ruso Karl Pavlovich Briulov. Un cuadro con mucha energía y mucho color.

Un color: Azul. Nací mirando el mar, crecí mirando el mar y cuando voy a La Habana lo primero que hago es arrastrar a todos los que me están esperando hacía el malecón.

Malecón: La avenida con vista al mar, las derruidas fachadas, las mulatas rebeldes, los negros bailando, los muchachitos jugando a la pelota o empinando un papalote, los carteles con consignas utópicas y vacías palabras.

Una palabra: Bondad.

Un árbol: La Palma Real, el Flamboyán.

Una ciudad de Europa: Praha sin discusión alguna.

Qué lugar de Chile le llama más la atención: Atacama

Una ciudad que le haya impresionado: Buenos Aires, porque es inconfundible con sus tangos y asados.

Lo que siempre lleva en sus viajes: Los lentes, un mapa y poca plata.

Un paraíso: Una isla en el Caribe

Si le doy un calificativo a quién se lo adjudicaría;

Cálidos: Los mendocinos

Espléndidos: Los rusos

Elegantes: Los húngaros

Desordenados: Los mexicanos

Peleadores: Los españoles

Comedidos: Los chilenos, lleno de reglas prejuicios y contradicciones.

Una experiencia única e irrepetible: TUCNIK

Un proyecto pendiente: Editar un libro

Su frase polémica: "Mientras más conozco a los chilenos, más quiero a los cubanos."

Un consejo para terminar: ¡Suelte sus amarras y échese a volar!


FIN

año 2010